Robert Silverberg - Ismael enamorado

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Nunca declaré explícitamente mis sentimientos hacia Lisabeth. Intenté llevarla lentamente a la comprensión de que la amaba. Una vez llegara a esa comprensión, me dije, empezaríamos a planear alguna especie de futuro para seguir juntos.

¡Qué idiota!

Apartado 3: La conspiración

La voz de un macho dijo:

—¿Cómo diablos vas a sobornar a un delfín?

Y una voz distinta, más profunda, más educada, contestó:

—Déjamelo a mí.

—¿Qué le darás? ¿Diez latas de sardinas?

—Éste es especial. Peculiar incluso. Muy erudito. Aun así nos haremos con él.

No sabían que podía oírles. Nadaba junto a la superficie, en un tanque de descanso, entre mis turnos de servicio. Nuestro oído es muy agudo, y ambos estaban a mi alcance. Inmediatamente comprendí que allí había algo raro, pero mantuve mi posición, simulando no haberme enterado de nada.

—¡Ismael! —llamó un hombre—. ¿Eres tú, Ismael?

Subí a la superficie y me acerqué al borde del tanque. Había tres machos humanos allí. Uno de ellos era un técnico de la estación. A los otros dos no los había visto nunca. Ambos llevaban el cuerpo cubierto desde los pies a la garganta, lo que inmediatamente ponía de manifiesto que se trataba de extraños al establecimiento. Aquel técnico me resultaba despreciable, pues era uno de los que hacían observaciones groseras sobre las glándulas mamarias de Lisabeth. Ahora habló:

—Mírenle, caballeros. ¡Agotado en lo mejor de su vida! ¡Víctima de la explotación humana! —Se dirigió a mí—: Ismael, estos caballeros pertenecen a la Liga para la Prevención de la Crueldad contra las Especies Inteligentes. ¿Has oído hablar de ella?

—No —respondí.

—Intentan poner fin a la explotación de los delfines. Al uso criminal en el trabajo de la otra única especie inteligente de nuestro planeta. Quieren ayudarte.

—No soy un esclavo. Recibo una compensación por mi trabajo.

—¡Unos cuantos pescados podridos! —exclamó el hombre totalmente vestido situado a la izquierda del técnico—. ¡Te explotan, Ismael! ¡Te dan un trabajo sucio y peligroso y no te pagan en lo que vales!

Su compañero dijo:

—Hay que acabar con ello. Queremos dar al mundo la noticia de que la época de los delfines esclavizados ha terminado. Ayúdanos, Ismael. ¡Ayúdanos a ayudarte!

No necesito decir que me sentía hostil a los propósitos que expresaban. Un delfín menos sutil que yo tal vez lo hubiera revelado en seguida, estropeando así su plan. Pero yo dije astutamente:

—¿Qué quieren que haga?

—Embozar la entrada de la cañería —respondió el técnico rápidamente.

A pesar de mí mismo, gruñí de cólera y sorpresa.

—¿Traicionar un deber sagrado? ¿Cómo podría hacerlo?

—Es por tu bien, Ismael. Verás el plan: tú y tu grupo estropeáis las válvulas, y la planta de agua deja de funcionar. Toda la isla se ve dominada por el pánico. Grupos de mantenimiento, formados por humanos, bajan a ver qué ha ocurrido, pero en cuanto limpian las válvulas, vosotros volvéis y las atascáis de nuevo. Hay que traer aprovisionamiento de agua de emergencia a St. Croix. Eso llamará la atención del público hacia el hecho de que esta isla depende del trabajo de los delfines… ¡Delfines explotados y mal pagados! Y durante esa crisis, nosotros nos encargamos de contar vuestra historia al mundo. Todos los seres humanos gritarán al conocer el modo ultrajante en que se os trata.

Evité decir que yo no me sentía ultrajado en absoluto. En cambio, contesté con astucia.

—Podría haber cierto peligro para mí.

—¡Tonterías!

—Me preguntarán por qué no he limpiado las válvulas. Es responsabilidad mía. Habrá problemas.

Durante un rato, discutimos el punto. Luego, dijo el técnico:

—Mira, Ismael, sabemos que hay algunos riesgos. Pero estamos dispuestos a ofrecerte una paga extra si te encargas del trabajo.

—¿Cómo por ejemplo?

—Cintas de información. Te conseguiremos todo cuanto quieras saber. Sé que te interesas por la literatura. Teatro, poesía, novela, todas esas cosas. Te daremos toda la literatura que desees, a manos llenas, si nos ayudas.

Tuve que admirar su sagacidad. Sabían motivarme.

—Trato hecho —dije.

—Dinos qué prefieres leer.

—Cualquier cosa sobre el amor.

¿Amor?

—Amor. Entre hombre y mujer. Tráiganme poemas de amor. Historias de amantes famosos. Descripciones del acto sexual. Quiero entender todas esas cosas.

—Quiere el Kama Sutra — dijo el de la izquierda.

—Entonces le traeremos el Kama Sutra — accedió el de la derecha.

Apartado 4: Mi respuesta a los criminales

En realidad, no me trajeron el Kama Sutra. Pero sí otras muchas cosas buenas, incluida una cinta llena de citas del Kama Sutra. Durante varias semanas me dediqué intensamente al estudio de la literatura amorosa de los humanos. Había vacíos absurdos en los textos, y todavía sigo sin saber realmente bien gran parte de lo que ocurre entre hombre y mujer. La unión de los dos cuerpos no me desconcierta, pero sí la dialéctica de la persecución, en la que el macho debe mostrarse predador y la mujer simular que no está en celo. Me confunde la moralidad de la unión temporal, tan distinta de la permanente («matrimonio»). Y no alcanzo a entender el complicado sistema de tabúes y prohibiciones que han inventado los humanos. Este ha sido mi único fallo intelectual. Al final de mis estudios, apenas sabía algo más sobre cómo debía conducirme con Lisabeth que antes de que los conspiradores empezaran a deslizarme cintas de información en secreto.

Al fin, me llamaron para que cumpliera mi parte del compromiso.

Naturalmente, no podía traicionar a la estación. Sabía que estos hombres no eran los «enemigos ilustrados de la explotación de los delfines» que ellos afirmaban ser. Por alguna razón particular deseaban que se cerrara la estación, eso era todo, y habían recurrido a sus supuestas simpatías por mi especie a fin de ganar mi cooperación. Yo no me siento explotado.

¿Estaba mal por mi parte aceptar cuanto me entregaban siendo así que no tenía intención de ayudarles? Lo dudo. Deseaban utilizarme. Muy bien, yo les había utilizado a ellos. A veces, una especie superior debe explotar a las inferiores para obtener conocimientos.

Vinieron a mí y me pidieron que atascara las válvulas aquella misma tarde. Yo dije:

—No estoy seguro de lo que realmente desean que haga. ¿Les importa repetir sus instrucciones de nuevo?

Con toda astucia, había puesto en marcha una grabadora empleada por Lisabeth en sus sesiones de estudio con los delfines de la estación. Así que me repitieron otra vez todo aquello de cómo estropear las válvulas para que el pánico invadiera la isla y llamar la atención sobre la explotación de los delfines. Les pregunté una y otra vez, pidiendo detalles, obteniendo información y dando, además a cada uno la oportunidad de dejar su voz grabada. Cuando hube conseguido que todos estuvieran suficientemente incriminados, dije:

—Muy bien. En el próximo turno haré lo que me piden…

—¿Y el resto de la escuadra de mantenimiento?

—Les ordenaré que dejen desatendidas las válvulas por el bien de nuestra especie.

Salieron de la estación aparentemente muy satisfechos de sí mismos. Una vez que se hubieron ido, apreté el botón que llamaba a Lisabeth. Ella salió rápidamente de su habitación. Le mostré la cinta en la grabadora.

—Ponla —le dije con aire pomposo—. ¡Y luego avisa a la policía de la isla!

Apartado 5: La recompensa del heroísmo

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