Robert Silverberg - La ida
Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg - La ida» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Год выпуска: 1978, ISBN: 1978, Издательство: Albia, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La ida
- Автор:
- Издательство:Albia
- Жанр:
- Год:1978
- ISBN:84-7436-302-0
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La ida: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La ida»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La ida — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La ida», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—No nos conocemos. Soy Henry Staunt.
—Lo sé —dice Edith—. El compositor.
Y todo se hace mucho más fácil.
16
—... y la medalla de oro por su destacada obra en la forma sinfónica extensiva del estudiante de menos de dieciséis años se entrega —como estoy seguro de que todos se han dado cuenta— a Henry Staunt, que...
17
—¿Y mi mujer? ¿Mi mujer?
—Lo sentimos tanto, señor Staunt.
18
—Y mientras estamos entrando ya en esa parte de la noche, Henry, me permito el privilegio de hacer algo de análisis también. ¿Sabes lo que te pasa de veras? ¿Lo que está mal en tu música, tu alma, todo? No sufres. Nunca te ha tocado el dolor, o si lo ha hecho, no lo has asumido. Mira, tienes cuarenta años y nunca has conocido más que el éxito, se toca tu música en todas partes, un logro increíble para un compositor vivo, y podrías aparentar treinta años. O incluso veintisiete. El tiempo no te araña. Yo no recomiendo el sufrimiento, no, pero sí digo que templa el alma del artista; añade una riqueza de textura que —perdóname, Henry— a ti te falta. Sabes que podrías vivir hasta muy viejo, viendo como no pareces envejecer, y algún día, cuando tengas noventa y siete o ciento cinco o más, te darás cuenta de que nunca has coincidido con la realidad, que te has mantenido aislado, que en un sentido nunca has vivido siquiera, ni has creado nada, ni... perdóname, Henry. Lo desdigo todo, aunque todavía sonríes. Ni siquiera un amigo debiera decir esas cosas. Ni siquiera un amigo.
19
—El premio Pulitzer de Música del año 2002.
20
—Yo, Edith, te tomo a ti, Henry, como mi marido legal...
21
—No es como si fuera tu novia, Henry. Dios sabe que es terrible perderla de esa manera, pero fue tuya durante cincuenta años, Henry; cincuenta años, el tipo de matrimonio que la mayoría de la gente apenas se atreve a soñar que tendrá, y si bien ella se ha ido, conténtate con haber tenido por lo menos esos cincuenta años.
—Pero hubiera querido que nos estrelláramos juntos.
—No seas infantil. Tienes —¿cuántos?— ¿ochenta y cinco, ochenta y siete años? Te quedan quince o veinte años saludables y productivos por delante. Más, si tienes suerte. La gente alcanza a tener edades fantásticas hoy. Quizá vivas ciento diez o ciento quince.
—Sin Edith, ¿para qué vale eso?
22
—Pon las manos en el centro del teclado. Estira los dedos todo lo que puedas. Más. Más. ¡Eso es, hombre! Ahora, Henry, ésta es la que llamamos do mayor.
23
De prisa, tropezando, entra en el estudio. El cuarto grande contiene los restos tangibles de su larga carrera. A este lado, la música misma, en ejecuciones grabadas: discos y cassettes para las obras tempranas, brillantes cubos de reproducción para las más recientes. Aquí están los manuscritos, uniformemente encuadernados en tafilete, una de sus pequeñas vanidades. Aquí están los álbumes con recortes de reseñas y programas de conciertos. Aquí están los trofeos. Aquí los volúmenes de sus obras de crítica. Staunt ha sido un hombre ocupado. Mira los titulares del lomo de los manuscritos: las sinfonías, los cuartetos de cuerda, los conciertos, las obras misceláneas de cámara, las canciones, las sonatas, las cantatas, las óperas. Tanto. Tanto. Staunt cree que no ha malgastado su tiempo llenando este cuarto con lo que contiene. Nunca, en los últimos cien años, ha pasado una semana sin que se haya ejecutado una de sus composiciones en alguna parte. Ésa es justificación suficiente para haber compuesto, para haber vivido. Pero ciento treinta y seis años es tanto tiempo...
Mete los cubos en las ranuras de reproducción, tocando tres de sus obras a la vez, haciendo brotar briosas marañas de sones de la colección de altavoces del cuarto; y se queda de pie en el centro, temblando un poco, aceptando la andanada sónica. Después de quizá cuatro minutos corta el sonido y dice al teléfono que le ponga con la Oficina de Realización.
—Mi Guía es Martín Bollinger —dice—. ¿Podría avisarle que me gustaría pasar a la Casa de Despedida tan pronto como sea posible?
24
El Dr. James le había dicho, hacía mucho, que los que Parten salieron invariablemente de la sacudida de la memoria en estado de éxtasis y que con frecuencia estaban tan transportados que insistieron en Ir inmediatamente, antes de que pudieran decaer de su exaltación. Emergiendo de los efectos de la droga, Staunt buscaba en vano el éxtasis. ¿Dónde? Estaba completamente tranquilo. Durante algunas horas, o quizá unos pocos minutos —no tenía idea de cuánto había durado la sacudida— había saboreado trozos del pasado, fragmentos de conversaciones, de paisajes, de texturas azarosas de contacto, acontecimientos esparcidos, sin cronología, sin orden. Su música y su mujer. Su mujer y su música. Un caldo muy aguado para ciento treinta y seis años de vida. ¿Dónde estaban las tormentas? ¿Dónde estaban las tempestades? Una sola gran tragedia, sí, y en otros aspectos todo tranquilo. Una vida demasiado ordenada, demasiado cuerda, demasiado vacía, y ahora, con permiso para remirarla, se encontraba sin nada a qué agarrarse salvo los aplausos, que se escurrían de los dedos, y su amor por Edith, y aun eso había perdido la magia. ¿Dónde estaba ese exceso de amor recordado que el doctor James había dicho que podría ser peligroso? Quizá le habían aplicado demasiado el monitor, bajando la intensidad de su espíritu. O quizá su espíritu tenía la culpa. Viejo y seco, pálido y enjuto.
A diferencia de los otros de los que había oído, él no pidió la Ida inmediatamente después de su viaje. Sin ese éxtasis terminal, ¿por qué Ir? No se sentía exactamente deprimido, pero sí abatido, por cierto; la excursión por sus ayeres le había empujado a una especie de quietud, una parálisis de la voluntad, que le dejaba colgando igual que antes, entretejido en las hebras de su propio tranquilo pasado.
Pero si Staunt se quedó sin decidirse a Ir, no sucedió así con los otros.
—Estás invitado a la ceremonia de Despedida de David Golding —le dijo la señorita Elliot el día después de la sacudida de memoria.
Golding era el hombre que había tenido seis mujeres, sobreviviendo a algunas, divorciándose de otras, y sufriendo que otras se divorciaran de él. Su heroica carrera de marido ya no se notaba en nada; ahora era pequeño y sarmentoso y descarnado; y como estaba casi ciego, su cara estrecha y mezquina estaba deformada por los conos salientes de dos transvisores ópticos. Decían que tenía ciento veinticinco años, pero a Staunt le parecían, por lo menos, doscientos. Para la ceremonia de Despedida, sin embargo, los técnicos de la Casa habían transformado al pequeño viejo en algo sublime. Su cara brillaba con un maquillaje que borraba las grietas de décadas; se mantenía vigorosamente erguido, sin duda inflado en semejanza a su antigua virilidad por alguna droga; estaba vestido con una bata radiante, resplandeciente. Veintenas de parientes y amigos le rodeaban en las Cámaras de Despedida, un grupo de salas subterráneas, brillantemente decoradas, al otro lado del centro de recreo. Staunt, al entrar, estaba consternado por la magnitud de la muchedumbre. Tantos, tan jóvenes, tan ruidosos.
Ella Freeman se le acercó furtivamente y tocó el brazo de Staunt con la mano marchitada:
—Mira, allí: dos de sus mujeres. Él no había visto a una en sesenta años. Y sus hijos. Todos ellos, hijos suyos. ¡Dos o tres con cada mujer!
La ceremonia, dirigida por el hombre relativamente joven que era el Guía de Golding, tenía un tono elegiaco; era breve y dulce. De pie bajo el emblema de la Oficina de Realización, la rueda y los engranajes, el Guía habló brevemente de la filosofía de dejar sitio para los otros, de la belleza de una partida voluntaria. Luego elogió al que Partía en términos generales, vagos; uno de los hijos hizo un elogio más específico; y al fin, Seymour Church, elegido para representar a los compañeros de Golding en la Casa de Despedida, graznó un discurso corto, casi incoherente, de adiós. A todo esto el que Partía, que parecía transfigurado de felicidad y ya a la mitad del camino al otro mundo, contestó con unas pocas sílabas tenues, expresando él, borrosamente, su gratitud por una vida larga y feliz. Golding parecía entender apenas lo que pasaba; estaba sentado, radiante, en un tipo de trono, soñoliento y remoto. Staunt se preguntó si le habrían drogado hasta el atontamiento.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La ida»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La ida» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La ida» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.