John Tolkien - El hobbit
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—¡Señor! —gruñó el hobbit—. ¡Más caminatas y escaladas sin desayuno! Me pregunto cuántos desayunos y otras comidas habremos perdido dentro de ese agujero inmundo, que no tiene relojes ni tiempo.
En realidad habían pasado dos noches y el día entre ellas (y no por completo sin comida) desde que el dragón destrozara la puerta mágica, pero Bilbo había perdido la cuenta del tiempo, y para él tanto podía haber pasado una noche como una semana de noches.
—¡Vamos, vamos! —dijo Thorin riéndose; se sentía más animado y hacía sonar las piedras preciosas que tenía en los bolsillos—. ¡No llames a mi palacio un agujero inmundo! ¡Espera a que esté limpio y decorado!
—Eso no ocurrirá hasta que Smaug haya muerto —dijo Bilbo, sombrío—. Mientras tanto, ¿dónde está? Daría un buen desayuno por saberlo. ¡Espero que no esté allá arriba en la Montaña, observándonos!
Esa idea inquietó mucho a los enanos, y decidieron enseguida que Bilbo y Balin tenían razón.
—Tenemos que alejarnos de aquí —dijo Dori—, siento como si me estuviesen clavando los ojos en la nuca.
—Es un lugar frío e inhóspito —dijo Bombur—. Puede que haya algo de beber pero no veo indicios de comida. En lugares así un dragón está siempre hambriento.
—¡Adelante, adelante! —gritaron los otros—. Sigamos la senda de Balin.
A la derecha, bajo la muralla rocosa, no había ningún sendero, y marcharon penosamente entre las piedras por la ribera izquierda del río, y en la desolación y el vacío pronto se sintieron otra vez desanimados, aún el propio Thorin. Llegaron al puente del que Balin había hablado y descubrieron que había caído hacía tiempo, y muchas de las piedras eran ahora sólo unos cascajos en el arroyo ruidoso y poco profundo; pero vadearon el agua sin dificultad, y encontraron los antiguos escalones, y treparon por la alta ladera. Después de un corto trecho dieron con el viejo camino, y no tardaron en llegar a una cañada profunda resguardada entre las rocas; allí descansaron un rato y desayunaron como pudieron, sobre todo cram y agua. (Si queréis saber lo que es un cram , sólo puedo decir que no conozco la receta, pero parece un bizcocho, nunca se estropea, dicen que tiene fuerza nutricia, y en verdad no es muy entretenido, y muy poco interesante, excepto como ejercicio de las mandíbulas; los preparaban los Hombres del Lago para los largos viajes.)
Luego de esto siguieron caminando y ahora la senda iba hacia el oeste, alejándose del río, y el lomo de la estribación montañosa que apuntaba al sur se acercaba cada vez más. Por fin alcanzaron el sendero de la colina. Subía en una pendiente abrupta, y avanzaron lentamente uno tras otro hasta que a la caída de la tarde llegaron al fin a la cima de la sierra y vieron el Sol invernal que descendía en el oeste.
El sitio en que estaban ahora era llano y abierto, pero en la pared rocosa del norte había una abertura que parecía una puerta. Desde esta puerta se veía un extenso escenario, al sur, al este y al oeste.
—Aquí —dijo Balin— en los viejos tiempos teníamos casi siempre gente que vigilaba, y esa puerta de atrás lleva a una cámara excavada en la roca: un cuarto para el vigía. Había otros sitios semejantes alrededor de la Montaña. Pero en aquellos días prósperos, la vigilancia no parecía muy necesaria, y los guardias estaban quizá demasiado cómodos... En fin, si nos hubieran advertido a tiempo de la llegada del dragón, todo habría sido diferente. No obstante, aquí podemos quedarnos escondidos y al resguardo por un rato, y ver mucho sin que nos vean.
—De poco servirá si nos han visto venir aquí —dijo Dori, que siempre estaba mirando hacia el pico de la Montaña, como si esperase ver allí a Smaug, posado como un pájaro sobre un campanario.
—Tenemos que arriesgarnos —dijo Thorin—. Hoy no podemos ir más lejos.
—¡Bien, bien! —gritó Bilbo, y se echó al suelo.
En la cámara de roca habría lugar para cien, y más adentro había otra cámara más pequeña, más protegida del frío de fuera. No había nada en el interior, y parecía que ni siquiera los animales salvajes habían estado alguna vez allí en los días del dominio de Smaug. Todos dejaron las cargas; algunos se arrojaron al suelo y se quedaron dormidos, pero otros se sentaron cerca de la puerta y discutieron los planes posibles. Durante toda la conversación volvían una y otra vez a un mismo problema: ¿dónde estaba Smaug? Miraban al oeste y no había nada, al este y no había nada, al sur y no había ningún rastro del dragón, aunque allí revoloteaba una bandada de muchos pájaros. Se quedaron mirando, perplejos; pero aún no habían llegado a entenderlo, cuando asomaron las primeras estrellas frías.
14
Fuego y agua
Si ahora deseáis, como los enanos, saber algo de Smaug, tenéis que retroceder a la noche en que destrozó la puerta y furioso se alejó volando, dos días antes.
Los hombres de Esgaroth, la Ciudad del Lago, estaban casi todos dentro de las casas, pues la brisa soplaba del este negro y era desapacible; pero unos pocos charlaban en los muelles y miraban, como de costumbre, las estrellas que brillaban sobre la tranquila superficie del lago a medida que aparecían en el cielo.
Allí donde el Río Rápido llegaba desde el norte por un desfiladero, las colinas bajas del otro extremo del lago ocultaban a la ciudad la mayor parte de la Montaña. Sólo en los días claros alcanzaban a ver el pico más alto, y rara vez lo miraban, pues era ominoso y atemorizante, aún a la luz matinal. Ahora parecía perdido y desaparecido, borrado por la oscuridad.
De súbito, la Montaña apareció un momento; un brillo breve la tocó y se desvaneció.
—¡Mirad! —dijo uno—. ¡Las luces! También ayer las vieron los centinelas: se encendieron y apagaron desde la medianoche hasta el alba. Algo pasa allá arriba.
—Quizá el Rey bajo la Montaña esté forjando oro —dijo otro—. Ya hace tiempo que se fue hacia el norte. Es hora de que las canciones empiecen a ser ciertas otra vez.
—¿Qué rey? —dijo otro con voz severa—. Lo más posible es que sea el fuego merodeador del dragón, el único Rey bajo la Montaña que hemos conocido.
—¡Siempre estás anunciando cosas horribles! —dijeron los otros—. ¡Cualquier cosa, desde inundaciones a pescado envenenado! Piensa en algo alegre.
Entonces, de pronto, una gran luz apareció al pie de las colinas y doró el extremo norte del lago.
—¡El Rey bajo la Montaña! —gritaron los hombres—. ¡Tiene tantas riquezas como el Sol manantiales de plata, y ríos de oro! ¡El río trae oro de la Montaña! —exclamaron, y en todas partes las ventanas se abrían y los pies se apresuraban.
Una vez más hubo un tremendo entusiasmo y excitación en la ciudad. Pero el individuo de la voz severa corrió a toda prisa hasta el gobernador.
—¡O yo soy tonto, o el dragón se está acercando! —gritó—. ¡Cortad los puentes! ¡A las armas! ¡A las armas!
Tocaron enseguida las trompetas de alarma, y los ecos resonaron en las orillas rocosas. Los gritos de entusiasmo cesaron y la alegría se transformó en miedo. Y así fue que el dragón no los encontró por completo desprevenidos.
Muy pronto, tan rápido venía, pudieron verlo como una chispa de fuego que volaba hacia ellos, cada vez más grande y brillante, y hasta el más tonto supo entonces que las profecías no habían sido muy certeras.
Sin embargo, aún disponían de un poco de tiempo. Llenaron con agua todas las vasijas de la ciudad, todos los guerreros se armaron, prepararon los venablos y flechas, y el puente fue derribado y destruido antes de que se oyera el rugido de la terrible llegada de Smaug, y el lago se rizara rojo como el fuego bajo el tremendo batido de las alas. Entre los chillidos, lamentos y gritos de los hombres, Smaug llegó sobre ellos, y se precipitó hacia los puentes. ¡Lo habían engañado! El puente había desaparecido, y sus enemigos estaban en una isla en medio de un agua profunda, demasiado profunda, oscura y fría. Si se echaba ahora al agua, los vahos y vapores entenebrecerían la tierra durante mucho tiempo; pero el lago era más poderoso, y acabaría con él antes de que consiguiese atravesarlo.
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