La única regla que existe es una niña pelirroja observándonos al final de la reja. Bruno lo entendió igual que yo, sólo que con pasiones distintas. Los polis están cansados, hay escasez de gasolina y miles de jóvenes desempleados dando vueltas por Barcelona. (Bruno está en París, me dicen que tocando el saxo afuera del Pompidou y ya sin compañera.) Con pasos oleosos se acercan los cuatro o cinco camareros al barracón donde duermen. Uno de ellos escribió poesía, pero de eso hace demasiado tiempo. El autor dijo: «no puedo ser pesimista ni optimista, todo está determinado por el compás de espera que se manifiesta en lo que llamamos realidad». No puedo ser un escritor de ciencia ficción porque he perdido gran parte de mi inocencia y aún no me he vuelto loco… Palabras que nadie dice, que nadie está obligado a decir… Manos en proceso de fragmentación geométrica: escritura que se sustrae así como se sustrae el amor, la amistad, los patios recurrentes de las pesadillas… Por momentos tengo la impresión de que todo esto es «interior»… Tal vez por esa razón viví solo y durante tres años no hice nada… (El tipo rara vez se lavaba, no necesitaba escribir a máquina, le bastaba sentarse en un sillón desvencijado para que las cosas huyeran por iniciativa propia)… ¿Un atardecer sorpresivo para el jorobadito? ¿Facciones de policía a menos de cinco centímetros de su rostro? ¿La lluvia realmente limpió los vidrios de la ventana?
Biombo de pelo rubio. Detrás el jorobadito dibuja piscinas, ciudades-dormitorio, avenidas vacías. La delicadeza o la cortesía estriba en los ademanes adecuados para cada situación. El jorobadito dibuja una persona de facciones gentiles. «Me quedé bocarriba en la cama, oí chirriar de grillos y alguien que recitaba a Manrique.» Bajo los árboles secos de agosto, escribo para ver qué pasa con la inmovilidad y no para gustar. ¡Una persona gentil! Sea el arte o la aventura de cinco minutos de un muchacho corriendo escaleras arriba. «Escapó al ojo del autor mi despedida.» Un ah y un ay y postales de pueblos encalados. El jorobadito se pasea por la piscina vacía, se sienta en la parte más honda y saca un cigarrillo. Pasa la sombra de una nube, una araña se detiene junto a su uña, expele el humo. «La realidad apesta.» Supongo que todas las películas que he visto no me servirán de nada cuando me muera. Error. Te servirán, créeme. Sigue yendo al cine. Escena de ciudades-dormitorio vacías, el viento arrastra periódicos viejos, costras de polvo en bancos y restaurantes. La guerra la he tenido en mí mismo desde hace tiempo, de ahí que no me afecte interiormente, escribió Klee. ¿Vi por primera vez al jorobadito en México DF? ¿Era Gaspar el que contaba historias de policías y ladrones? Le pusieron la pistola en la boca y con dos dedos le taparon la nariz… Tuvo que abrir la boca para respirar y entonces empujaron el cañón hacia dentro… En el centro del telón negro hay un círculo rojo… Creo que el tipo dijo mierda o mamá, no sé…
39. GRANDES OLAS PLATEADAS
El extranjero estuvo en este camping. Esa tienda que ves allí fue su tienda. Entra. Bajo aquel árbol se quedaba mucho rato pensando, pero en realidad parecía muerto. Desde donde estamos se veía la transpiración que le cubría el rostro. En su barbilla se formaban gruesas gotas que luego caían en la hierba. Aquí, toca, entre estos matorrales él durmió durante horas, como si estuviera muerto. El tipo entró en el bar y bebió una cerveza. Pagó con dinero francés y metió el cambio en el bolsillo sin contarlo. Hablaba perfectamente español. Tenía una cámara fotográfica que ahora está en los almacenes de la policía. Nadie lo vio jamás tomar una foto. Paseaba por la playa al atardecer. En esa escena la playa adquiría tonalidades pálidas, amarillo pálido, con desvanecientes manchas doradas. El tipo se dejó caer sobre la arena, como si estuviera muerto. La única banda sonora era la tos seca y obsesiva de alguien a quien nunca pudimos ver. Grandes olas plateadas, el tipo de pie en la playa, sin zapatos y la tos. ¿Hace mucho usted también fue feliz dentro de una tienda? En alguna parte de su memoria hay una escena donde él está encima de una muchacha delgada y morena. Es la noche de un camping desierto, en el interior de Portugal. La muchacha está bocabajo y él se lo mete y saca mientras le muerde el cuello. Después la voltea. Ajusta las piernas de ella sobre sus hombros y ambos se vienen. Al cabo de una hora volvió a montarla. (O como dijo un chulo de Conde del Asalto: «pim pam pim pam hasta el infinito».) No sé si estoy hablando de la misma persona. Su cámara está ahora en los almacenes de la policía y tal vez a nadie se le ha ocurrido revelar los carretes. Pasillos interminables, de pesadilla, por donde avanza un técnico gordo de la Brigada de Homicidios. Han apagado la luz roja, ahora puedes entrar. El rostro del policía se distiende en una sonrisa. Por el fondo del pasillo avanza la silueta de otro policía. Éste recorre el tramo que lo separa de su compañero y luego ambos desaparecen. Al quedar vacío, el color gris del pasillo tiembla o tal vez se hincha. Luego aparece la silueta de un policía en el otro extremo. Avanza hasta quedar en primer plano, se detiene, por el fondo aparece otro poli. La sombra avanza hasta la sombra del poli en primer plano. Ambos desaparecen. La sonrisa de un técnico de la Brigada de Homicidios vigila estas escenas. Mejillas gordas empapadas de sudor. En las fotografías no hay nada. (Intento de aplauso frustrado.) Nada que podamos ver. «Llamen a alguien, hagan algo»… «Una maldita tos recorriendo la playa»… «La tienda llena de telarañas»… «Todo se destroza»… «Rostros, escenas libres, kaputt»…
Imagina la situación: la desconocida se oculta en el descansillo de la escalera. Es un edificio viejo, mal iluminado y con ascensor de rejilla. Detrás de la puerta un tipo de unos cuarenta años murmura, con acento de confesión, que también a él lo persigue Colan Yar. El tinglado marrón y negro desaparece casi instantáneamente dando paso a un panorama en profundidad, con tiendas de techos multicolores. Después: árboles verde oscuro. Después: cielo rojo y nublado. ¿Un muchacho dormía en aquel momento dentro de la tienda de campaña? ¿Soñando Colan Yar, coches policiales detenidos frente a un edificio humeante, malhechores de veinte años? «Toda la mierda del mundo», o bien: «Un camping debe de ser lo más parecido al Purgatorio», etc. Con manos temblorosas y secas apartó los visillos. Abajo los motociclistas encendieron los motores y se piraron. Murmuró «muy lejos» y apretó los dientes. Rubias gordas, jóvenes andaluzas seguras de gustar y entre ellas la muchacha desconocida, su boca de guillotina, paseando por el pasado y el futuro como un rostro cinematográfico. Imaginé mi cuerpo abandonado en el campo, a pocos metros de las primeras casas del pueblo. Un campista me descubrió, paseaba y fue él quien avisó a la policía. Ahora, bajo el cielo nublado, me rodean hombres de uniformes azules y blancos. Guardias civiles, fotógrafos de periódicos sensacionalistas o tal vez sólo turistas aficionados a fotografiar cadáveres. Curiosos y niños. No es el Paraíso, pero se le parece. La muchacha baja las escaleras lentamente. Abrí la puerta del consultorio y corrí escaleras abajo. En las paredes vi ballenas furiosas, un alfabeto incomprensible. El ruido de la calle me despertó. En la acera de enfrente un tipo se puso a gritar y luego a llorar hasta que llegó la policía. «Un cadáver en las afueras del pueblo»… «Se pierden los motociclistas por la carretera»… «Nadie volverá a cerrar esta ventana»…
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