– Para mí, Virtud equivale a Razón, señor Remulins. ¿Puede la Iglesia fundamentarse en la Razón? No estoy metiéndome en cuestiones teológicas. Alejandro Vi hace lo que yo creo inevitable, ni bueno ni malo, inevitable. Igual actuaría cualquier otro papa inteligente con sentido histórico. Savonarola está fuera de la Historia, y si triunfaran sus tesis redentoristas, el oscurantismo más fanático caería sobre todos nosotros. La corrupción es más tolerable que el fanatismo.
– ¿Hay que elegir entre el oscurantismo o la corrupción? ¿Es inevitable esa elección?
Está sorprendido Maquiavelo y retiene con un brazo los pasos de Remulins.
– ¡Vacila! ¡Usted, el instrumento de la política de Alejandro Vi no cree en lo que hace!
¡En el fondo "comprende" a Savonarola!
Consigue proseguir su marcha Remulins y deja a un maravillado Maquiavelo a unos pasos de distancia, finalmente avanza a zancadas para ponerse a la altura del delegado pontificio.
– Insisto. ¿Es cierto que la idea de la prueba del fuego la ha sugerido usted?
Cierra los ojos Remulins, le tiembla el mentón y aprieta los puños. Y desde esa profunda conmoción que se traduce en temblores, responde:
– No.
Alejandro Vi está satisfecho y exhibe un pliego de documentos para justificar su buen humor.
– He aquí la comunicación de los banqueros pidiendo a la Signoria de Florencia que proteja sus negocios frente a los efectos de las predicaciones de Savonarola.
A los florentinos en cuanto les tocas el bolsillo se acabó el profeta Isaías. ¿O ahora nuestro querido Savonarola ya está en Ezequiel, según creo? ¿No es así, Remulins?
Asiente el consultor algo desganado, desgana que no escapa al papa.
– ¿Algo no marcha?
– No. Todo va según lo previsto. A nuestro fraile le sentó mal la prohibición de predicar, la violó, ahora le has excomulgado y ha reaccionado desobedeciendo, proclamando su verdad, administrando la eucaristía. No tenía otra salida. Ahora se le podrá formar un tribunal eclesiástico, si es que antes la Signoria de Florencia no le ajusta las cuentas. Pero esa prueba del fuego no nos conviene.
Fue sibilinamente propuesta por un predicador inspirado por los "arrabbiati", el bando ciudadano contrario a Savonarola.
– ¿No nos interesa esa prueba?
– Es retrógrada. Será un motivo de escarnio en boca de los humanistas. Ha sido una trampa. Un predicador franciscano aseguró que él estaba dispuesto a caminar sobre brasas para demostrar que Savonarola era un farsante y Savonarola no tuvo más remedio que asumir el desafío.
– ¡Pobre diablo! Su suerte está echada y llegará un momento en que la propia sociedad florentina le ajustará las cuentas. Pero tienes razón. No podemos hacer renacer los autos de fe, las pruebas de Dios. Todo ese oscurantismo no debe volver. Aunque se me ocurre otra razón más práctica para oponernos a la prueba de Dios.
– ¿Cuál es esa razón?
– Imagina que sale bien librado de la prueba. ¿Qué se demuestra a los ojos del populacho? Que Savonarola tiene razón y los que le hemos excomulgado no.
– ¿Qué hacemos, pues?
– Reclama a la Signoria de Florencia que nos entreguen a Savonarola para ser sometido a un juicio eclesiástico, aquí, en Roma. Tú asume un cargo que justifique tu actuación. Como jurista, como auditor del gobierno de Roma.
– No hemos hablado sobre el final de esta historia. ¿Savonarola debe morir?
– Si se rinde, a enemigo que huye, puente de plata. Pero hemos de dejar que sean los florentinos y el propio Savonarola los que decidan. Hay que seguir de cerca ese proceso. Eso es todo. Savonarola ya no es un peligro. Has trabajado muy bien, Remulins. Ahora voy a despachar con César.
Es una invitación a la despedida y Remulins sale de la estancia cavilando, no repara en que César le saluda, pero sí, ya en el pasillo, en que Burcardo y Miguel Ángel emergen de una secreta conversación y el jefe de protocolo insta al artista a que aborde al jurista. Acelera los pasos Miguel Ángel sin que Remulins se dé por reclamado hasta que una mano del pintor se posa sobre su brazo.
– Quisiera que me concediera un momento. Será sólo un momento.
– No es perder el tiempo hablar con Miguel Ángel Buonaroti.
– Pero quisiera hablar en un lugar más tranquilo.
Se deja llevar Remulins al taller donde trabaja Miguel Ángel, ocupado por discípulos afanados que el pintor despide con un simple batir de palmas. Ya a solas, el artista se asegura de que están las puertas bien cerradas y aborda a Remulins.
– Hablo con la persona mejor enterada sobre lo que está sucediendo en Florencia y quisiera expresarle mi inquietud por la suerte que pueda correr fray Girolamo Savonarola.
Estudia Remulins la angustiada expresión de Buonaroti, pero no contesta y deja que tras un silencio de expectativa el otro prosiga su explicación.
– Cuando fray Girolamo empezó sus predicaciones yo estaba en Florencia al servicio de los Medicis y muchas veces fray Jerónimo habló muy especialmente con los artistas, humanistas, escritores, Botticelli, Della Robbia, Pico della Mirandola, conmigo mismo y nos causó un gran impacto.
Escucha Remulins pero entretiene mecánicamente el cuerpo y las manos revisando diseños y bocetos.
– Fray Girolamo nos transmitió toda su espiritualidad y cada cual la recibió de manera diferente.
Cada uno asumió su mensaje segun sus propias obsesiones.
– Botticelli cambió el sentido de su obra y dejó de pintar a las amantes propias y ajenas en motivos evidentemente paganos. Pero no veo yo en sus obras, Miguel Ángel, el mismo impacto de espiritualidad.
– La pintura es hija de la pintura, Remulins, no de la espiritualidad. Mi pintura la iluminan Masaccio o Leonardo, incluso Leonardo, a pesar de que es un insoportable bastardo. Savonarola no tiene por qué influir sobre la pintura. Pero en cambio me impresionó lo que el fraile decía sobre la relación entre espiritualidad y sociedad, sobre la pobreza por ejemplo, sobre la sencillez de la vida cristiana. Ese hombre es un inocente, Remulins.
Sale de un momento de ausencia Remulins.
– No siempre un inocente es inocente.
No parece comprender Miguel Ángel.
– A veces desde la inocencia más angélica se puede provocar el caos.
– ¿El desorden?
– El desorden.
– ¿Siempre es repudiable el desorden? ¿Se puede transformar la vida, se puede tener esperanza sin desorden? Yo parto del sentido del orden pictórico que me han dejado mis maestros, pero yo introduzco el desorden en ese orden y así han crecido las artes en nuestro siglo en busca de la Edad de Oro grecolatina perdida.
– No hay edades de oro, Miguel Ángel. Nunca las hubo.
– ¿Ni en el Paraíso?
No es desconcierto lo que manifiesta Remulins ahora, sino prudencia, y sus ojos miran a todas partes, como si incluso las estatuas y los figurantes de los cuadros pudieran escucharle.
– ¿Le envía Burcardo?
– He comentado con Burcardo el asunto de Savonarola y él también siente un profundo respeto por la finalidad que anima al fraile.
– ¿Por qué no ha intercedido ante su santidad?
– Burcardo cree que su santidad, como jefe de protocolo, se lo toma muy en serio, pero no como teólogo.
– ¿Qué piden para Savonarola?
– Razón o compasión.
– Es demasiado total el espectro. Escoja. Razón o compasión.
– Compasión.
– Siento tanta compasión por Savonarola como pueda sentir usted, y desde la compasión no puedo, no debo salvarle.
– Entonces le pido que aplique la razón, ¿qué se gana aniquilando a Savonarola?
Sonríe Remulins tristemente.
– Me parece que su pregunta llega tarde. Ahora debería formularla así: ¿qué se pierde condenando a Savonarola?
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