Robin Cook - Cromosoma 6
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– Y crees que está involucrada una persona que trabaja aquí.
– Me temo que sí. No veo cómo pueden haberse llevado el cuerpo sin la ayuda de alguien del interior. Pero todavía no tengo la más remota idea de cómo lo hicieron.
Después de la llamada a Siegfried, Raymond sucumbió finalmente a las elevadas concentraciones de sustancias hipnóticas que circulaban por su torrente sanguíneo. Durmió profundamente durante las primeras horas de la mañana. Lo despertó Darlene, que corrió las cortinas para dejar entrar la luz del sol. Eran casi las ocho; la hora en que él había pedido que lo despertara.
– ¿Te sientes mejor, cariño? -preguntó Darlene.
Le pidió a Raymond que se sentara y se inclinara para ahuecarle las almohadas.
– Sí -respondió Raymond, aunque tenía la mente nublada por los somníferos.
– Te he preparado tu desayuno favorito -dijo Darlene.
Fue hasta la cómoda, donde había dejado una bandeja de mimbre. La llevó a la cama y la colocó sobre el regazo de Raymond. Este miró la bandeja. Había zumo de naranja natural, dos lonchas de beicon, una tortilla de un huevo, una tostada y café recién hecho. A un lado estaba el periódico de la mañana.
– ¿Qué te parece? -preguntó Darlene con orgullo.
– Perfecto -contestó Raymond y se irguió para darle un beso.
– Avísame cuando quieras más café -dijo ella. Luego salió de la habitación.
Con un placer infantil, Raymond untó la tostada con mantequilla y bebió lentamente el zumo de naranja. Para él, no había nada tan maravilloso como el olor del café y del beicon por la mañana.
Tomando un bocado de beicon y de tortilla al mismo tiempo para disfrutar de la combinación de sabores, Raymond levantó el periódico, lo desplegó y leyó los titulares.
Su ahogada exclamación de horror hizo que se atragantara con la comida. Tosió con tanta fuerza que la bandeja cayó de la cama y su contenido se desparramó sobre la alfombra.
Darlene entró corriendo en la habitación y se detuvo en seco, restregándose las manos mientras Raymond se ponía como un tomate y tosía desesperadamente.
– ¡Agua! -chilló entre un acceso de tos y otro.
Darlene corrió hacia el baño y regresó con un vaso de agua. Raymond lo cogió y consiguió beber un sorbo. Los restos de beicon y tortilla trazaban ahora un arco alrededor de la cama.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó Darlene-. ¿Llamo a urgencias?
– He tragado mal -dijo él con un hilo de voz, señalándose la nuez.
Tardó cinco minutos en recuperarse. Para entonces su garganta estaba irritada y su voz ronca. Darlene ya lo había limpiado todo, salvo la mancha de café en la alfombra blanca.
– ¿Has visto el periódico? -preguntó a Darlene.
Ella negó con la cabeza, así que Raymond se lo enseñó.
– ¡Oh, Dios! -exclamó ella.
– ¡Oh, Dios! -repitió Raymond con sarcasmo-. Y tú me preguntabas por qué seguía preocupado por Franconi.
– Arrugó el periódico con furia.
– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Darlene.
– Supongo que tendré que volver a ver a Vinnie Dominick -dijo Raymond-. Me prometió que el cuerpo había desaparecido. ¡Vaya faena!
Sonó el teléfono y Raymond se sobresaltó.
– ¿ Quieres que conteste yo? -preguntó Darlene.
El asintió. Se preguntó quién podía llamar tan temprano.
Darlene levantó el auricular y pronunció un "hola" seguido de varios "síes". Luego pidió a su interlocutor que esperara un momento.
– Es el doctor Waller Anderson -dijo con una sonrisa-.
Quiere unirse al grupo.
Raymond suspiró. No se había dado cuenta de que estaba conteniendo el aliento.
– Dile que nos alegra mucho, pero que no puedo hablar con él ahora. Lo llamaré más tarde.
Darlene obedeció y colgó el auricular.
– Al menos tenemos una buena noticia -dijo.
Raymond se restregó la frente y gruñó:
– Ojalá todo fuera tan bien como la parte económica del proyecto.
El teléfono volvió a sonar y él hizo una seña a Darlene para que respondiera. Después de saludar y escuchar durante unos instantes, la sonrisa de la joven se desvaneció. Cubrió el micrófono del teléfono con la mano y le dijo a Raymond que era Taylor Cabot.
Raymond tragó saliva, su garganta irritada se había secado. Bebió un rápido sorbo de agua y cogió el auricular.
– Hola señor -dijo con voz todavía ronca.
– Llamo desde el teléfono de mi coche -dijo Taylor-, así que no me explayaré. Me han informado que ha vuelto a plantearse un problema que yo creía resuelto. Lo que dije antes sobre ese asunto sigue en pie. Espero que lo comprenda.
– Desde luego, señor -balbuceó Raymond-. Haré que…
– Se detuvo, separó el auricular de la oreja y lo miró. Taylor había cortado la comunicación-. Justo lo que necesitaba -dijo mientras le devolvía el auricular a Darlene-. Cabot ha vuelto a amenazarme con cancelar el proyecto.
Bajó de la cama. Mientras se levantaba y se enfundaba con la bata sintió un remanente del dolor de cabeza del día anterior.
– Tengo que buscar el teléfono de Vinnie Dominick. Necesito otro milagro.
A los ocho en punto, Laurie y los demás estaban en el foso, comenzando las autopsias. Jack se había quedado en la sala de identificaciones para leer los informes de los ingresos hospitalarios de Carlo Franconi. Cuando reparó en la hora, volvió al área forense para averiguar por qué el investigador jefe, Bart Arnold, aún no había llegado. Jack se sorprendió de encontrarlo en su despacho.
– ¿Janice no ha hablado contigo esta mañana?
El y Bart eran buenos amigos, así que no tuvo ningún reparo en entrar directamente en el despacho y dejarse caer en una silla.
– Llegué hace apenas quince minutos -repuso Bart-. Janice ya se había marchado.
– ¿No te dejó un mensaje sobre la mesa?
Bart rebuscó entre el caos de su escritorio, que se parecía al de Jack. Por fin encontró una nota y la leyó en voz alta:
"¡Importante! Llamar a Jack Stapleton de inmediato". Estaba firmado: "Janice".
– Lo siento -se disculpó Bart-. Aunque la habría visto tarde o temprano -esbozó una pequeña sonrisa, consciente de que no era una buena excusa.
– Supongo que estarás al tanto de que hemos identificado casi con seguridad a mi último cadáver como Carlo Franconi -dijo Jack.
– Eso he oído.
– Eso significa que quiero que vuelvas a ponerte en contacto con UNOS y con todos los hospitales que hacen trasplantes de hígado.
– Ahora que tenemos un nombre, será mucho más sencillo que averiguar si ha desaparecido alguna persona con un trasplante reciente -dijo Bart-. Tengo todos los teléfonos a mano, así que lo haré en un santiamén.
– Yo me he pasado la mayor parte de la noche hablando por teléfono con todos los bancos de órganos europeos -explicó Jack-, pero no he descubierto nada.
– ¿Hablaste con Eurotransplant, en Holanda? -preguntó Bart.
– Los llamé en primer lugar. No tienen ningún antecedente de un hombre llamado Franconi.
– Eso es prácticamente como decir que Franconi no fue sometido a un trasplante en Europa -dijo Bart-. Eurotransplant registra todos los trasplantes que se practican en el continente.
– También quiero que alguien vaya a ver a la madre de Franconi y la convenza de que dé una muestra de sangre.
Quiero que Ted Lynch compare el ADN mitocondrial con el del cadáver; de ese modo confirmaremos la identificación.
Dile al investigador que pregunte a la mujer si su hijo fue sometido a un trasplante de hígado. Puede que sepa algo al respecto.
– ¿Qué más? -preguntó Bart, tras apuntar las indicaciones de Jack.
– Creo que eso es todo por el momento. Janice me dijo que el médico de Franconi se llama Daniel Levitz. ¿Lo conoces?
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