Kathy Reichs - Informe Brennan

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La antropóloga forense Temperance Brennan es una de las primeras personas en acudir al monte donde acaba de estrellarse un pequeño avión de pasajeros. Casi todos ellos eran estudiantes que formaban parte de un equipo de béisbol, y entre las víctimas también podría encontrarse Katy, la hija de Tempe.
Asustada la doctora decide investigar los motivos de la tragedia y, a partir de ese momento, se verá envuelta en una conspiración dirigida a entorpecer por todos los medios su trabajo y acabar con su vida.

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– Tal vez reconozca algunos de los números.

McMahon examinó la lista y luego alzó la vista.

– Hijo de puta. ¿El vicegobernador del Estado llamó a las oficinas de H amp;F pocas horas antes de volarse la tapa de los sesos?

– ¿Qué? -exclamé.

– O que se la volaran -sugirió Ryan.

McMahon me pasó la lista. Seis números, cinco nombres. W. G. Davis, F. M. Payne, F. L. Warren, C. A. Birkby, P. H. Rollins.

– ¿Y la sexta llamada?

– El número nos llevó a una cabaña alquilada en Cherokee. La sheriff Crowe lo está investigando en este momento.

– Tempe, muéstrale al doctor Tyrell lo que acabas de mostrarnos a nosotros.

McMahon cogió el teléfono.

– Es hora de que estos cabrones muerdan el polvo.

Larke quería examinar las marcas personalmente de modo que ambos nos dirigimos al depósito. Aunque yo no había probado bocado desde el café de las siete de la mañana, y ya pasaban de la una, no tenía hambre. Seguía viendo a Primrose, y me preguntaba qué había podido descubrir. Qué amenaza representaba. Y una nueva pregunta: ¿Estaba su asesinato relacionado con la muerte del vicegobernador?

Larke y yo pasamos una hora estudiando los huesos, el forense miraba y escuchaba atentamente, haciendo una pregunta de vez en cuando. Mi teléfono sonó justo cuando habíamos acabado.

Lucy Crowe se encontraba en Waynesville pero había algo de lo que necesitaba hablar conmigo. ¿Podíamos encontrarnos en High Ridge House alrededor de las nueve? Le dije que sí.

Antes de colgar me hizo una pregunta.

– ¿Conoce a un arqueólogo llamado Simon Midkiff?

– Sí.

– Puede estar implicado con esta banda de H amp;F.

– ¿Midkiff?

– Él era el sexto número al que Davenport llamó antes de morir. Si trata de ponerse en contacto con usted, no le diga nada.

Mientras hablábamos, Larke fotocopió los artículos y las fotos. Una vez que hubo terminado, le dije lo que Crowe me había comunicado. Me hizo una sola pregunta.

– ¿Por qué?

– Porque están locos -contesté, aún distraída por el comentario de Crowe acerca de Midkiff.

– Y Parker Davenport era uno de ellos.

Tyrell guardó las fotocopias en su maletín y me empaló con los ojos exhaustos.

– Intentó el sabotaje profesional para mantenerte alejada de esa casa. -Larke abarcó las mesas con un gesto del brazo-. Para apartarte de esto.

No contesté.

– Y yo caí en la trampa como una novata. -Permanecí en silencio.

– ¿Hay alguna cosa que pueda decirte?

– Hay algunas cosas que puedes decirles a mis colegas.

– Las cartas dirigidas a la AAFS, el ABFA y el NDMS saldrán inmediatamente -me cogió de la muñeca-. Y llamaré personalmente a cada uno de los jefes de cada organización el lunes por la mañana para explicarles lo que ha pasado.

– ¿Y la prensa?

Aunque sabía que Larke estaba sufriendo no podía expresar ninguna calidez en mi voz. Su deslealtad me había herido, profesional y personalmente.

– También me encargaré de ello. Debo decidir cuál es la mejor manera de manejar esa cuestión.

¿Mejor para quién? me pregunté.

– Si te sirve de consuelo, Earl Bliss actuó bajo mis órdenes. Jamás creyó una sola palabra de lo que se decía sobre ti.

– La mayoría de los que me conocen no lo creyeron.

Me soltó el brazo pero no dejó de mirarme. De la noche a la mañana se había convertido en un hombre viejo y cansado.

– Tempe, fui entrenado como un militar. Creo en el respeto a la línea de mando y en cumplir las órdenes legítimas de mis superiores. Esa predisposición me llevó a no cuestionar algunas cosas que debía haber cuestionado. El abuso de poder es algo terrible. No resistirse a la presión corruptora es igualmente censurable. Ha llegado el momento en que este perro viejo se levante y abandone el porche.

Mientras le observaba marcharse sentí una profunda tristeza. Larke y yo habíamos sido amigos durante muchos años. Me pregunté si alguna vez podríamos volver a serlo.

Cuando estaba preparando café mis pensamientos se desviaron hacia Simon Midkiff. Por supuesto. Todo encajaba. Su exagerado interés en el lugar del accidente. Las mentiras acerca de la excavación en el condado de Swain. La fotografía en compañía de Parker Davenport durante los funerales de Charlie Wayne Tramper. Él era uno de ellos.

Un recuerdo súbito. El Volvo negro que había estado a punto de arrollarme. El hombre que estaba al volante me había resultado vagamente familiar. ¿Podría haber sido Simon Midkiff?

Estaba terminando mi informe sobre Edna Farrell cuando el móvil volvió a sonar.

– Sir Francis Dashwood era un tío realmente prolífico.

La afirmación procedía de una galaxia diferente de aquella en la que mi mente estaba en ese momento.

– ¿Perdón?

– Soy Anne. Estaba organizando el material que trajimos de nuestro viaje a Londres y encontré un folleto que Ted compró en las cuevas de West Wycombe.

– Anne, no creo que esto…

– Aún hay un montón de Dashwood dando vueltas por ahí.

– ¿Un montón?

– Descendientes de sir Francis, conocido más tarde como lord El Malgastador, naturalmente. Sólo por curiosidad introduje el nombre de Prentice Dashwood en una página web genealógica en la que estoy apuntada. No podía creer la cantidad de información que encontré. Uno de los datos era especialmente interesante.

Esperé. Nada.

Me di por vencida.

– ¿Jugamos a las preguntas, o qué?

– Prentice Elmore Dashwood, uno de los muchos descendientes de sir Frank, abandonó Inglaterra en 1921. Abrió una mercería en Albany, Nueva York, hizo un montón de pasta y, finalmente, se retiró.

– ¿Eso es todo?

– Durante sus años en Norteamérica, Dashwood escribió y publicó docenas de panfletos, uno de los cuales recogía historias de su tal y tal algo, sir Francis Dashwood segundo.

– ¿Y los otros panfletos?

Si no lo preguntaba, esta situación podía durar eternamente.

– Elige lo que quieras. Las canciones de los aborígenes australianos. Las tradiciones orales de los indios cherokee. Acampada. Pesca con mosca. Mitología griega. Una breve etnografía de los indios caribe. Prentice era todo un hombre del Renacimiento. Escribió tres folletos y numerosos artículos que hablaban exclusivamente de la Ruta de los Apalaches. Por lo visto el Gran P fue uno de los impulsores de que la ruta volviese a abrirse en los años veinte.

Vaya. Una verdadera Meca para senderistas y excursionistas, la Ruta de los Apalaches comienza en el Monte Katahdin en Maine y discurre a lo largo de la cadena de los Apalaches hasta Springer Mountain en Georgia. Gran parte de esta ruta se halla en territorio de las Great Smoky Mountains. Incluyendo el condado de Swain.

– ¿Sigues allí?

– Sí, estoy aquí. ¿Pasó Dashwood algún tiempo aquí, en Carolina del Norte?

– Escribió cinco folletos sobre las Great Smokies. -Oí ruido de papeles-. Árboles. Flores. Fauna. Folclore. Geología.

Recordé lo que Anne me había contado acerca de su visita a West Wycombe, imaginé las cuevas debajo de la casa de H amp;F. ¿Era posible que este tío del que Anne me estaba hablando fuese el Prentice Dashwood del condado de Swain, Carolina del Norte? Era un nombre llamativo. ¿Habría alguna conexión con los Dashwood británicos?

– ¿Qué más descubriste acerca de Prentice Dashwood?

– Nada. Pero sí puedo decirte que el viejo tío Francis se relacionaba con gente bastante extravagante en el siglo dieciocho. Se hacían llamar los Monjes de Medmenham. Escucha la lista. Lord Sandwich, quien en una época dirigió la Marina Real, John Wilkes…

– ¿El político?

– Sí. William Hogarth, el pintor, y los poetas Paul Whitehead, Charles Churchill y Robert Lloyd.

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