No pude contener unas lágrimas de alivio. Ryan me ofreció amablemente un pañuelo. Me resultaba extraña mi mano sobre la manta verde del hospital, como si perteneciera a otra persona. En la muñeca llevaba una pulsera de plástico. Distinguí motas de sangre bajo las uñas.
Nuevos retazos de recuerdos acudieron a mi memoria. El relámpago: la empuñadura de un cuchillo.
– ¿Y Fortier?
– Más tarde hablaremos de ello.
– No, ahora.
Se intensificaba el dolor de cuello. Sabía que no podría seguir conversando mucho rato: Florence Nightingale no tardaría en regresar.
– Aunque perdió mucha sangre, los avances de la medicina salvaron a ese canalla. Según tengo entendido la hoja atravesó la órbita pero luego se desvió por el etmoides sin penetrar en el cráneo. Perderá un ojo, pero tendrá senos más grandes.
– Es usted un provocador, Ryan.
– Entró en su edificio por la puerta mal asegurada del garaje y luego forzó su cerradura. Como no había nadie en la casa desarticuló el sistema de seguridad, desconectó la electricidad y, por último, el teléfono. Luego aguardó. Probablemente estaba allí cuando Katy llamó y dejó su mochila.
Otro carámbano de temor. Una mano demoledora, un collar asfixiante.
– ¿Dónde se encuentra ahora?
– Aquí.
Intenté incorporarme y sentí que se me revolvía el estómago. Ryan me empujó con suavidad contra la almohada.
– Se halla sometido a intensa vigilancia, Tempe. No irá a ninguna parte.
– ¿Y qué hay de Saint Jacques? -inquirí con voz temblorosa.
– Más tarde.
Me quedaban cientos de preguntas que formularle, pero era demasiado tarde. Volvía a sumirme en el vacío donde había permanecido los dos últimos días. La enfermera regresó y dirigió a Ryan una fulminante mirada. No lo vi marcharse.
La siguiente vez que desperté Ryan y Claudel charlaban quedamente junto a la ventana. Había oscurecido. Acababa de soñar con Jewel y Julie.
– ¿Ha estado aquí Jewel Tambeaux?
Se volvieron hacia mí.
– Vino el jueves -dijo Ryan.
– ¿Y Fortier?
– Ha superado el estado crítico.
– ¿Ha hablado?
– Sí.
– ¿Es él Saint Jacques?
– Sí.
– ¿Y qué ha declarado?
– Tal vez esto debería aguardar hasta que recobre usted las fuerzas.
– Cuéntemelo.
Cambiaron una mirada y se aproximaron. Claudel se aclaró la garganta…
– Se llama Leo Fortier, tiene treinta y dos años, vive cerca de la isla con su esposa y dos hijos. Cambia constantemente de trabajo: no tiene empleo fijo. Grace Damas y él tuvieron una aventura en 1991. La conoció en una carnicería donde ambos trabajaban.
– La Boucherie Sainte Dominique.
– Oui
Claudel me dirigió una extraña mirada.
– Las cosas comenzaron a ir mal. Ella lo amenazaba con contárselo a su mujer y comenzó a apremiarlo para que le diera dinero. Él la citó en la tienda para entregárselo fuera de horas. Entonces la mató y la descuartizó.
– Muy arriesgado.
– El propietario estaba fuera de la ciudad y el establecimiento cerrado durante quince días. Allí tenía todo el equipo necesario. Pues bien, la descuartizó, condujo sus restos a Saint Lambert y los enterró en los jardines del monasterio del que, al parecer, se encarga su tío. O el anciano le dio la llave o la consiguió él por sus medios.
– Emile Roy.
– Oui.
De nuevo la mirada.
– Eso no es todo -intervino Ryan-. Utilizó el monasterio para desembarazarse de Trottier y Gagnon. Las condujo allí, las mató y las descuartizó en el sótano. Después lo limpió todo para que Roy no sospechase. Pero esta mañana, cuando Gilbert y los chicos han tirado Luminol en el sótano, ha brillado tanto como la Orange Bowl.
– De igual modo tuvo acceso al Gran Seminario -comenté.
– Sí. Dice que se le ocurrió la idea cuando seguía a Chantale Trottier. El piso de su padre se encuentra al volver la esquina. Roy tiene todas las llaves de la iglesia colgadas de un tablón, claramente marcadas. Fortier se limitó a coger la que deseaba.
– ¡Ah! Y Gilbert tiene una sierra de cocinero para usted. Dice que resplandece -intervino Ryan.
Debió de advertir alguna expresión especial en mi rostro.
– Cuando se encuentre mejor.
– Estoy impaciente.
Trataba de esforzarme, pero mi dolorido cerebro volvía a resentirse.
En aquel momento entró la enfermera.
– Es asunto policial -dijo Claudel.
Ella cruzó los brazos y negó con la cabeza.
– Merde!
Los obligó a salir inmediatamente, pero regresó al momento acompañada de Katy. Mi hija cruzó la habitación sin decir palabra y asió mis manos con fuerza, los ojos llenos de lágrimas.
– Te quiero, mamá -me dijo con dulzura.
Por unos momentos me limité a mirarla sintiendo bullir mil emociones en mi interior. Amor, gratitud, indefensión. Acaricié a aquella criatura como si fuera el único ser de la tierra. Deseaba desesperadamente su felicidad, su seguridad, y me sentía completamente incapaz de asegurárselos. Advertí que también yo estaba llorando.
– Y yo también te quiero, pequeña.
Aproximó una silla y se sentó junto al lecho sin soltarme las manos. La luz fluorescente formaba un halo dorado en torno a su cabeza.
– Estoy en casa de Mónica -dijo tras aclararse la garganta-. Ella irá a McGill a los cursos de verano y vivirá en casa. Su familia cuida muy bien de mí.
Hizo una pausa sin saber qué debía decir.
– Tengo a Birdie conmigo.
Miró hacia la ventana y luego de nuevo a mí.
– Una mujer policía habla conmigo dos veces al día y me traerá aquí siempre que quiera. -Se inclinó hacia adelante y apoyó los antebrazos en la cama-. Has estado mucho tiempo dormida.
– Propongo portarme mejor.
– Papá llama cada día para asegurarse de que estoy bien y pregunta por ti -añadió con nerviosa sonrisa.
Sensación de culpabilidad y pérdida se sumaron a las emociones que bullían en mí.
– Dile que estoy bien.
La enfermera regresó silenciosa y se quedó junto a Katy, que comprendió la señal.
– Volveré mañana -prometió.
Por la mañana recibí más información sobre Fortier.
– Desde hace años es un delincuente sexual. Sus antecedentes se remontan a 1979. Mantuvo un día y medio encerrada a una muchacha cuando tenía quince años, pero fue un incidente sin consecuencias. Su abuela logró impedir que se presentara a los tribunales y no figuran datos de que fuese arrestado. Solía escoger a una mujer, seguirla, conservar datos acerca de sus actividades. Finalmente fue detenido por agresión en 1988…
– A su abuela.
Otra extraña mirada de Claudel. Advertí que su corbata de seda era de idéntico color malva que su camisa.
– Oui. En aquella ocasión un psiquiatra designado por el tribunal lo calificó de paranoico y compulsivo.
Se volvió hacia Ryan y añadió:
– ¿Qué más indicaba aquel tipo? Ira terrible, potencial de violencia, en especial contra las mujeres.
– Cumplió seis meses de condena y lo soltaron. Típico.
En esta ocasión Claudel se limitó a mirarme. Apretó el entrecejo con los dedos y prosiguió:
– Salvo en el caso de la muchacha y de la abuela, en realidad hasta aquel punto Fortier sólo había hecho mucho ruido. Pero al asesinar a Grace Damas descubrió un placer especial que lo hizo pasar a hechos mayores. Fue en aquel momento cuando alquiló su primer escondrijo. El de la rue Berger fue el último.
– No quería compartir su afición con su mujer -dijo Ryan.
– ¿De dónde obtenía el dinero para el alquiler si sólo trabajaba media jornada?
– Su mujer trabaja. Probablemente se lo sacaba contándole alguna mentira. O quizá tenía otra afición que aún desconozcamos. Seguro que no tardaremos en descubrirla.
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