Cuando la puerta giró sobre sus goznes, Faith oyó un pitido. Entraron al apartamento. En la pared había un panel de alarma y, atornillada en la parte superior de la pared, una pieza de cobre sujeta a una charnela. Lee bajó el revestimiento de metal hasta cubrir por completo el panel de alarma. Introdujo la mano por detrás de la placa de cobre, pulsó varios botones del panel y el pitido cesó.
Miró a Faith, que observaba cada uno de sus movimientos.
– Radiación Van Eck. Probablemente no lo entenderías.
Faith arqueó las cejas.
– Probablemente tengas razón.
Junto al panel de alarma había una pequeña pantalla de vídeo empotrada en la pared. Faith vio en ella la entrada principal del edificio. Obviamente, el monitor estaba conectado a la cámara exterior.
Lee cerró la puerta y luego apoyó la mano en la misma.
– Es de acero y está encajada en un marco especial de metal que yo mismo construí. No importa lo resistente que sea la cerradura; lo que suele ceder es el marco. Con un poco de suerte, ponen uno estándar, el típico regalo de Navidad que da la industria de la construcción a los delincuentes. También tengo cerraduras a prueba de ganzúa en las ventanas, detectores de movimiento en el exterior y un sistema celular incorporado a la conexión telefónica de la alarma. Estaremos seguros.
– La seguridad te obsesiona un poco, ¿no? -dijo Faith.
– No, lo que pasa es que soy un paranoico.
Faith oyó ruidos en el salón. Se estremeció, pero se tranquilizó al ver que Lee sonreía y se dirigía hacia el lugar de donde procedía el ruido. Apenas unos segundos después, apareció un viejo pastor alemán. Lee se puso en cuclillas para jugar con el perro. Este se tendió de espaldas en el suelo, y Lee le frotó el vientre.
– Hola, Max, ¿cómo estás, muchacho? -Le dio unas palmaditas en la cabeza y el animal lamió cariñosamente la mano de su amo.
– Éste es el mejor sistema de seguridad jamás inventado. Cuando se tiene un perro, ya no hay que preocuparse por los apagones, las baterías descargadas o las traiciones personales.
– Entonces tu plan es que nos quedemos aquí.
Lee levantó la vista.
– ¿Te apetece comer o beber algo? Será más agradable trabajar con el estómago lleno.
– Un té caliente me vendría bien. Ahora mismo soy incapaz de comer nada.
Al cabo de unos minutos estaban sentados a la mesa de la cocina. Faith sorbía una infusión mientras Lee se preparaba una taza de café. Max dormitaba debajo de la mesa.
– Tenemos un problema -empezó por decir Lee-. Cuando entré en la casita activé algún dispositivo, por lo que mis imágenes están en la cinta de vídeo.
Faith parecía aterrorizada.
– Dios mío, pueden encontrarnos de un momento a otro.
– Quizá sea lo mejor. -Lee la miró con dureza.
– ¿Y eso?
– No me dedico a colaborar con los criminales.
– Así que piensas que soy una criminal, ¿no?
– ¿Acaso no lo eres?
Faith toqueteó su taza de té.
– Trabajaba con el FBI, no contra ellos.
– De acuerdo, ¿qué querían de ti?
– No puedo responder a esa pregunta.
– En ese caso no puedo ayudarte. Vamos, te llevaré a tu casa. -Lee se levantó.
Faith le sujetó el brazo con firmeza.
– Espera, te lo ruego. -La idea de quedarse sola le helaba la sangre.
Lee se sentó de nuevo y aguardó, expectante.
– ¿Qué es lo que debo contarte para que me ayudes?
– Depende del tipo de ayuda que quieras. No pienso hacer nada que infrinja la ley.
– No te lo pediría.
– Entonces el único problema que tienes es que alguien quiere matarte.
Faith, visiblemente nerviosa, tomó otro sorbo de té mientras Lee la miraba.
– No sé si es buena idea que nos quedemos aquí sentados cuando sabemos que en cualquier momento pueden averiguar quién eres gracias a la cinta de vídeo -dijo Faith.
– Froté un imán contra el vídeo para intentar estropear la cinta.
Faith lo miró con un destello de esperanza en los ojos. -¿Crees que borraste las imágenes?
– No estoy seguro, no soy un experto.
– Pero, al menos, tardarán un poco en arreglar la cinta, ¿no?
– Eso espero, pero no olvides que no son precisamente un grupo de aficionados. El equipo de grabación tenía un sistema de seguridad incorporado. Si la policía intenta sacar la cinta a la fuerza es posible que se autodestruya. La verdad es que daría los cuarenta y siete dólares que tengo en el banco si pasara eso. Me gusta la intimidad. Pero ahora necesito que me pongas al corriente.
Faith no dijo nada. Se limitó a clavarle la vista, como si se le hubiera insinuado sin que ella le diese pie.
Lee ladeó la cabeza en su dirección.
– Vamos a ver. Yo soy el detective, ¿cierto? Haré varias deducciones y tú me dirás si estoy en lo cierto o no, ¿qué te parece? -Faith no contestó y Lee prosiguió-. Sólo vi cámaras en la sala. La mesa, las sillas, el café y las otras cosas también estaban allí. Accioné el láser o lo que fuera sin querer y, al parecer, eso puso en marcha las cámaras.
– Supongo que eso tiene sentido -comentó Faith.
– No, no lo tiene. Tenía el código de acceso de la alarma -repuso Lee.
– ¿Y?
– Pues que introduje el código y desactivé el sistema de seguridad. Entonces, ¿por qué seguía funcionando el dispositivo que activaba las cámaras? Tal como estaba instalado todo, incluso cuando el tipo que iba contigo desconectaba el sistema de seguridad, las cámaras debían de ponerse en marcha. ¿Por qué querría grabarse a sí mismo?
Faith parecía confundida.
– No lo sé.
– Vaya, o sea que tal vez te hayan grabado sin que lo supieras. Veamos, el lugar apartado, el complejo sistema de seguridad, los agentes del FBI, las cámaras y el equipo de grabación, todo apunta en la misma dirección. -Lee se calló mientras elegía las palabras que emplearía a continuación-. Te llevaron allí para interrogarte. Tal vez no estuvieran seguros de hasta qué punto cooperarías o creyeran que alguien intentaría matarte, así que querían grabar el interrogatorio por si acaso desaparecías del mapa.
Faith esbozó una sonrisa de resignación.
– Pues menudas dotes de adivinación, ¿no crees? Me refiero a lo de «desaparecer del mapa».
Lee se puso de pie y miró por la ventana mientras cavilaba. Acababa de ocurrírsele algo muy importante, algo que debió pensar mucho antes. Aunque no conocía a Faith, se sentía como un gusano por lo que iba a decirle.
– Tengo malas noticias para ti.
Faith parecía sorprendida.
– ¿A qué te refieres?
– El FBI iba a interrogarte. Seguramente también te hayan detenido para mantenerte bajo custodia. Uno de los suyos ha muerto al protegerte y creo que he herido al tipo que se lo ha cargado. Los del FBI tienen una cinta con imágenes mías. -Guardó silencio por unos instantes-. Tengo que entregarte.
Faith se levantó de un salto.
– ¡No puedes hacerlo! ¡No puedes! Dijiste que me ayudarías.
– Si no te entrego, es probable que pase bastante tiempo en un lugar donde los tíos se hacen muy amigos de otros tíos. Como mínimo, perderé la licencia de investigador privado. Estoy seguro de que si te conociera mejor me dolería aún más tener que entregarte, pero, a fin de cuentas, entregaría incluso a mi abuela para ahorrarme todos esos problemas. -Se puso la chaqueta-. ¿Quién es la persona que responde de ti?
– No sé cómo se llama -respondió Faith con frialdad.
– ¿Tienes un número de teléfono?
– No serviría de nada. Dudo mucho que pudiera atender la llamada en estos momentos.
Lee la miró con recelo.
– ¿Acaso insinúas que el tipo que ha muerto es tu único contacto?
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