David Baldacci - Poder Absoluto

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Luther es un especialista, un maestro en robo. Cerca ya de retirarse, planea su ultimo golpe: limpiar la fabulosa mansion de Walter Sullivan, uno de los hombres mas ricos del pais, de vacaciones en el caribe.
La inesperada vuelta de la mujer complica el golpe y hace que Luther presencie un asesinato que apunta de lleno al presidente de los Estados Unidos.
Acosado por los hombres del servicio de seguridad del presidente y por el sargento de policia, Luther debera salvar su pellejo y el de su hija.
Baldacci ha sido el guinista de la película basada en su libro, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood en el papel de Luther.

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Frank acabó de escribir en el libro de registro.

– ¿Consiguió sacarle algo a Whitney?

– ¡Ni una palabra! Su abogado le ha dicho que no abra la boca.

– ¿Quién es? -Burton disimuló su interés.

– Jack Graham. Trabajaba en la oficina del defensor público del distrito. Ahora es uno de los socios de uno de esos grandes bufetes de postín. En este momento está reunido con Whitney.

– ¿Es bueno?

Frank hizo una pausa. Retorció el palo de la cerilla.

– Sabe lo que hace -contestó.

– ¿Cuando formalizarán la acusación?

– Mañana a las diez.

– ¿Llevará a Whitney?

– Sí. ¿Quiere venir, Bill?

– No quiero saber nada más de este asunto -contestó Burton que se tapó los oídos con las manos.

– ¿Cómo es eso?

– No quiero que nada pueda llegar a oídos de Sullivan.

– ¿Cree que lo intentarán de nuevo?

– Lo único que sé es que no sé la respuesta a esa pregunta y usted tampoco. Yo en su lugar adoptaría unas cuantas medidas especiales. Frank le miró con atención.

– Cuide de nuestro muchacho, Seth. Tiene una cita con la cámara de ejecución en Greensville.

Burton se marchó.

Frank permaneció sentado un rato más. Lo que había dicho Burton tenía sentido. Quizá lo intentarían otra vez. Cogió el teléfono, marcó un número, habló durante un par de minutos y colgó. Había tomado todas las precauciones necesarias para transportar a Luther. Esta vez Frank confiaba en que no habría filtraciones.

Jack dejó a Luther en la sala de interrogatorios y cruzó el vestíbulo para ir a la máquina de café. Delante de él tenía a un tipo fornido, con un buen traje y paso ágil. El hombre se dio vuelta en el momento que Jack pasaba a su lado. Tropezaron.

– Perdone.

Jack se frotó el hombro donde se había golpeado contra el arma. -No es nada.

– Usted es Jack Graham, ¿no?

– Depende de quién lo pregunte. -Jack miró al tipo; a la vista de que iba armado no podía ser un reportero. Por la manera que mantenía las manos listas para actuar al instante y la mirada que se fijaba en todo sin que pareciera hacerlo debía ser un poli.

– Bill Burton, servicio secreto de Estados Unidos.

Se dieron la mano.

– Soy una especie de correveidile del presidente en esta investigación.

– Ahora le recuerdo. Estuvo en la conferencia de prensa. Bueno, supongo que su jefe estará muy contento esta mañana.

– Lo estaría si no fuera por el follón que hay en el resto del mundo. En cuanto a su cliente, vaya, en mi opinión sólo se es culpable cuando lo dice el jurado.

– Estupendo. ¿Quiere estar en mi jurado?

– Tranquilo. -Burton sonrió-. Ha sido un placer hablar con usted.

Jack dejó los dos vasos de café sobre la mesa y miró a Luther. Después se sentó y acomodó por enésima vez el bloc de notas impoluto.

– Luther, si no me das alguna información tendré que improvisar sobre la marcha.

Luther bebió un trago de café mientras miraba a través de la ventana el roble pelado y solitario que había junto al edificio. La nevada era espesa. Bajaba la temperatura y la circulación era un desastre.

– ¿Qué quieres que te diga, Jack? Consígueme un arreglo, evítanos a todos las molestias del juicio y acabemos con este asunto.

– Me parece que no lo entiendes, Luther. Este es el arreglo que ofrecen. Te atarán en una camilla, te meterán una aguja en la vena, te llenarán de veneno y dirán que eres un experimento de química. Aunque creo recordar que la comunidad permite que el condenado escoja. La inyección o asarte en la silla eléctrica. Eso es lo que ofrecen.

Jack se levantó y fue a mirar por la ventana. Por un momento pasó por su cabeza la imagen de una encantadora velada delante de un buen fuego en la chimenea de la mansión mientras los pequeños Jack y Jennifer correteaban por el patio. Tragó saliva, sacudió la cabeza y volvió a mirar a Luther.

– ¿Has escuchado lo que acabo de decir?

– Te he oído. -Por primera vez, Luther devolvió la mirada de Jack.

– Luther, ¿quieres por favor decirme qué pasó? Quizás estabas en aquella casa, quizá robaste el contenido de la caja fuerte, pero nunca, nunca conseguirás hacerme creer que tú mataste a la mujer. Te conozco, Luther.

– ¿De veras, Jack? -Luther sonrió-. Eso está bien, quizás uno de estos días podrás decirme quién soy.

– Te declararé no culpable -afirmó Jack al tiempo que guardaba el bloc en el maletín-. Quizá recuperes la sensatez antes de que comience el juicio. -Hizo una pausa y añadió-: Así lo espero.

Se volvió dispuesto a marcharse. Sintió la mano de Luther que se posaba sobre su hombro. Miró al viejo y vio cómo le temblaba el rostro.

– Jack. -Luther tragó con dificultad, le parecía tener la lengua hinchada como un balón-. Si pudiera decírtelo te lo diría. Pero eso no serviría de nada, ni a ti, ni a Kate o a cualquier otro. Lo siento.

– ¿Kate? ¿De qué hablas?

– Ya nos veremos, Jack. -Luther miró otra vez por la ventana. Jack miró a su amigo, sacudió la cabeza, y golpeó la puerta para llamar al guardia.

Los gruesos copos de nieve habían sido reemplazados por el granizo que repiqueteaba contra los ventanales como una lluvia de guijarros. Kirksen no prestó atención al tiempo sino que miró directamente a Lord. La pajarita del socio gerente estaba un poco torcida. Se dio cuenta al verse reflejado en el cristal y la enderezó con un ademán furioso. Le brillaba la calva por culpa de la rabia y la indignación. El mierda de Jack iba a recibir su merecido. Nadie le hablaba a él de esa manera.

Sandy Lord contempló la masa oscura de los edificios en el horizonte. Un puro humeaba en su mano derecha. Se había quitado la chaqueta y la enorme barriga tocaba la ventana. Los tirantes rojos resaltaban sobre el blanco inmaculado de la camisa almidonada. Miró con atención a una figura que cruzaba la calle a la carrera detrás de un taxi.

– Está socavando la relación que tiene esta firma, y la tuya, con Walter Sullivan. No quiero imaginar lo que debe haber pensado Sullivan esta mañana cuando vio el periódico. Su propia firma, su abogado representando a esta persona. ¡Dios mío!

Lord sólo escuchaba en parte el discurso de Kirksen. No tenía noticias de Sullivan desde hacía varios días. Las llamadas a la oficina ya su casa no habían sido contestadas. Nadie sabía dónde estaba. Este no era un comportamiento habitual. Su viejo amigó siempre se había mantenido en contacto permanente con un reducido círculo de personalidades del que Sandy Lord formaba parte.

– Sugiero, Sandy, que tomemos una decisión inmediata contra Graham. No podemos dejarlo correr. Sentaría un precedente nefasto. Me importa un comino que Baldwin sea su cliente. Caray, Baldwin es conocido de Walter. Debe estar furioso con toda esta situación. Podemos convocar una reunión del comité de dirección para esta noche. No creo que tardemos mucho en adoptar una decisión. Entonces…

Por fin Lord levantó una mano para interrumpir la palabrería de Kirksen.

– Yo me encargaré del asunto.

– Pero, Sandy, como socio gerente creo que…

Lord se volvió para mirarle. Los ojos enrojecidos se clavaron en la figura canija de Kirksen como dos puñales.

– Dije que me encargaré del asunto.

Lord miró otra vez por la ventana. Le traía sin cuidado ofender a Kirksen. Lo único que le preocupaba era que alguien había intentado matar al hombre acusado de asesinar a Christine Sullivan. Y que nadie podía hablar con Walter Sullivan.

Jack aparcó el coche, miró al otro lado de la calle y cerró los ojos. Esto no le sirvió de nada porque la matrícula privada parecía estar impresa en la retina. Salió del coche y esquivó a los vehículos mientras cruzaba el pavimento resbaladizo.

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