– Tenemos a su abogado en el pasillo.
Frank miró a Luther; apagó el magnetófono.
– ¿Qué abogado?
Antes de que Luther pudiera responder, Jack apartó al agente de la puerta y entró.
– Jack Graham, soy el abogado del detenido. Saquen ese magnetófono de aquí. Si me perdonan, caballeros, quiero hablar con mi cliente a solas.
– Jack -exclamó Luther con voz aguda.
– Cállate, Luther. -Jack miró a los policías-. ¡A solas!
Los hombres salieron de la sala. Frank y Jack intercambiaron una mirada y después se cerró la puerta. Jack dejó el maletín sobre la mesa pero no se sentó.
– ¿Quieres hacer el favor de decirme qué diablos está pasando?
– Jack, no te metas en esto. Te lo digo de verdad.
– Me llamaste. Me hiciste prometer que sería tu abogado. Ahora, maldita sea, me tienes aquí.
– Estupendo, ya has cumplido, ahora vete.
– De acuerdo, me voy, y después tú ¿qué harás?
– Eso no te concierne.
– ¿Qué harás? -insistió Jack.
– ¡Me declararé culpable! -Luther elevó la voz por primera vez.
– ¿Tú la mataste?
Luther desvió la mirada.
– ¿Tú mataste a Christine Sullivan? -Luther no respondió. Jack le sujetó por el hombro-. ¿Tú la mataste?
– Sí.
Jack le miró a la cara. Después recogió el maletín.
– Soy tu abogado, lo quieras o no. Y hasta que no descubra por qué me mientes, ni se te ocurra hablar con los polis. Si lo haces, conseguiré que alguien certifique que estás loco.
– Jack, te agradezco lo que haces, pero…
– Mira, Luther, Kate me dijo lo que pasó, lo que hizo y por qué lo hizo. Pero a ver si entiendes una cosa. Si te enchironan por esto, tu bonita hija no se recuperará nunca más. ¿Lo entiendes?
Luther cerró la boca. De pronto la sala pareció encogerse a un tamaño diminuto. No se dio cuenta de la marcha de Jack. Permaneció sentado con la mirada perdida. Por una vez en su vida, no sabía qué debía hacer.
Jack se acercó a los hombres reunidos en el vestíbulo.
– ¿Quién está al mando?
– Yo. Teniente Seth Frank.
– Bien, teniente. Sólo para que conste, mi cliente no renuncia a sus derechos Miranda, y usted no intentará hablar con él sin mi presencia. ¿Entendido?
– De acuerdo -respondió Frank, que se cruzó de brazos.-¿Quién es el fiscal asignado?
– El fiscal ayudante George Gorelick.
– Supongo que tiene la orden de acusación.
– Aprobada por el gran jurado la semana pasada.
– Le creo. -Jack se puso el abrigo.
– Puede olvidarse de la fianza, aunque supongo que ya lo sabe. -Por lo que he escuchado, me parece que estará más seguro con ustedes. Cuídelo por mí, ¿de acuerdo?
Jack le dio su tarjeta a Frank y se marchó con paso decidido. Desapareció la sonrisa del teniente al escuchar el comentario de despedida. Miró la tarjeta, después hacia la sala de interrogatorios y por último a la figura del abogado defensor que se marchaba.
Kate se había dado una ducha y cambiado de ropa. El pelo húmedo le caía suelto sobre los hombros. Llevaba un suéter azul oscuro con una camiseta blanca debajo. Los vaqueros desteñidos le venían grandes en las caderas estrechas. No llevaba zapatos, sólo calcetines de lana gruesa. Jack le miró los pies mientras ella se movía con paso ágil por la habitación. Parecía estar un poco mejor. Pero el espanto se mantenía en la mirada, y la actividad física era una manera de disiparlo.
Jack se sirvió un vaso de gaseosa y volvió a su silla. Tenía los hombros rígidos. Como si hubiese notado la tensión del hombre, Kate dejó de pasear y comenzó a darle un masaje.
– No me dijo nada de la orden de acusación -comentó furiosa. -¿Crees que los polis no utilizan a la gente para conseguir lo que les interesa?
Kate hundió los dedos con fuerza en los músculos agarrotados; la sensación era maravillosa. El pelo húmedo de la joven cayó sobre elrostro de Jack mientras ella trabajaba en los puntos más duros. Jack cerró los ojos. En la radio pasaban una canción de Billy Joel: Río de sueños. ¿Cuál era su sueño?, se preguntó Jack. El objetivo se le escapaba como las manchas de sol que había intentado atrapar cuando era un niño.
– ¿Cómo está? -La pregunta de Kate le devolvió a la realidad. Se bebió de un trago el resto de la gaseosa.
– Confuso. Cabreado. Nervioso. Nunca pensé verle así. Por cierto, encontraron el fusil. En el primer piso de una de aquellas casas viejas al otro lado de la calle. Él que disparó ya debe estar muy lejos. Joder, estoy seguro que a la poli no le importa.
– ¿Cuándo será la vista?
– Pasado mañana, a las diez. -Arqueó el cuello y le cogió una mano-. Pedirán la pena capital, Kate.
Ella interrumpió el masaje.
– Eso es una idiotez. El homicidio mientras se comete un robo es un delito de clase uno, asesinato en primer grado como máximo. Dile al fiscal que revise el estatuto.
– Eh, ese es mi trabajo, ¿no? -Intentó hacerle sonreír sin éxito-. La teoría de la mancomunidad es que entró en la casa y la mujer le sorprendió cometiendo el acto. Utilizarán las pruebas físicas -el estrangulamiento, la paliza y los dos disparos en la cabeza- para separarlo del robo. Creen que eso les permitirá situarlo en el ámbito de un acto vil y depravado. Además cuentan con la desaparición de las joyas de Sullivan. El asesinato mientras se comete un robo a mano armada equivale a la pena capital.
Kate se sentó y se masajeó los muslos. No llevaba maquillaje y siempre había sido una de esas mujeres que no lo necesitaba. Sin embargo, las huellas de la tensión se hacían patentes en las ojeras, las mejillas hundidas y los hombros caídos.
– ¿Qué sabes de Gorelick? Es el fiscal del caso. -Jack se metió un cubito de hielo en la boca.
– Es un gilipollas arrogante, pomposo, intolerante y un abogado criminalista de cojones.
– Estupendo. -Jack dejó su silla y fue a sentarse junto a Kate. Le cogió una pierna y le hizo un masaje en el tobillo. Ella se hundió en el sofá; echó la cabeza hacia atrás. Siempre había sido así entre ellos, tan relajados, tan cómodos en la compañía del otro, como si los últimos cuatro años no hubieran existido.
– Las pruebas que me mencionó Frank no eran suficientes para conseguir una orden de acusación. No lo entiendo, Jack.
Jack le quitó los calcetines y le masajeó los pies con las dos manos; le gustaba tocar los huesos finos y delicados.
– La policía recibió una llamada anónima. Alguien les dio el número de la matrícula de un coche avistado en las proximidades de la casa Sullivan durante la noche del crimen. El vehículo lo encontraron en un aparcamiento para coches incautados por la policía.
– ¿Así qué? La pista era falsa.
– No. Luther me comentó en más de una ocasión lo fácil que era llevarse un coche de uno de esos aparcamientos. Haces el trabajo y lo devuelves.
Kate no le miró; parecía estar observando el techo.
– Bonitas charlas tenían los dos. -El tono recuperó el reproche de antaño.
– Venga, Kate.
– Lo siento. -La voz volvió a sonar fatigada.
– La policía revisó la moqueta del coche. Encontraron fibras de la alfombra del dormitorio de los Sullivan. También había rastros de una tierra muy especial. Resultó ser el mismo compuesto utilizado por el jardinero de los Sullivan en el maizal vecino a la casa. La tierra era una mezcla especial hecha para Sullivan; no encontrarás el mismo compuesto en ninguna otra parte. Hablé con Gorelick. Está muy seguro de sí mismo. Todavía no me han enviado los informes. Mañana presentaré el recurso.
– Una vez más, ¿así qué? ¿Cómo se relaciona todo eso con mi padre?
– Consiguieron una orden de registro para la casa y el coche de Luther. Encontraron la misma mezcla de tierra en la moqueta del coche. Y otra muestra en la alfombra de la sala.
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