– ¿Está seguro de que él no dirá nada? -Miró a Burton.
– No estoy seguro de nada.
– Pero acaba de decir…
– Dije que el tipo hará cualquier cosa para asegurarse de que no maten a su hija. Si consigue eliminar la amenaza, entonces dormiremos durante el resto de nuestras vidas en la cárcel.
– ¿Cómo hará para eliminar la amenaza?
– Si supiera la respuesta, no estaría tan preocupado. Pero le garantizo que en este momento Luther Whitney está sentado en la celda pensando cómo hacerlo.
– ¿Qué podemos hacer?
Bill Burton recogió el abrigo y después sujetó a Russell por un brazo y la obligó a levantarse.
– Vamos, es hora de hablar con Alan Richmond.
Jack repasó las notas y después miró a los que estaban sentados alrededor de la mesa. Su equipo consistía en cuatro asociados, tres pasantes y dos socios. El éxito de Jack con Sullivan era la comidilla de la firma. Cada uno de los presentes miraba a Jack con asombro, respeto y un poco de miedo.
– Sam, tú coordinarás las ventas de materias primas a través de Kiev. El tipo que tenemos allí es un listillo de cuidado; no le pierdas de vista pero déjale que se encargue de hacer las cosas.
Sam, socio desde hacía diez años, cerró su maletín.
– Hecho -respondió.
– Ben, he revisado tu informe sobre los contactos con los lobbys. Estoy de acuerdo contigo. Creo que nos conviene insistir con la gente de relaciones exteriores. No nos vendrá mal tenerlos de nuestro lado. -Jack abrió otra carpeta-. Tenemos un mes para montar y poner en marcha la operación. Nuestra preocupación principal es la delicada situación política de Ucrania. Hay que tenerlo todo atado lo antes posible. No vaya a ser que los rusos se anexionen a nuestro cliente. Ahora quiero dedicar unos minutos…
Se abrió la puerta y la secretaria de Jack asomó la cabeza. Parecía inquieta.
– Lamento mucho interrumpir.
– Está bien, Martha, ¿qué pasa?
– Le llaman por teléfono.
– Le avisé a Lucinda que retuviera todas las llamadas excepto en caso de emergencia. Mañana devolveré todas las llamadas.
– Pienso que esta es una emergencia.
– ¿Quién es? -preguntó Jack.
– Una tal señora Kate Whitney.
Cinco minutos más tarde, Jack estaba en su coche; un flamante Lexus 300 color cobre. Pensaba a todo máquina. Kate estaba histérica.
Lo único que había entendido era que Luther estaba detenido. Por qué, no lo sabía.
Kate abrió la puerta a la primera llamada, y casi se desplomó en sus brazos. Pasaron varios minutos antes de que pudiera respirar con normalidad.
– ¿Kate, qué pasa? ¿Dónde está Luther? ¿De qué le acusan?
Ella le miró, con el rostro tan hinchado y enrojecido como si le hubiesen dado una paliza.
Cuando por fin consiguió pronunciar la palabra, Jack se sentó atónito.
– ¿Asesinato? -Miró a su alrededor sin darse cuenta de lo que veía-. Eso es imposible. ¿A quién coño creen que ha asesinado?
Kate se irguió en la silla y se apartó el pelo de la cara. Le miró a los ojos. Esta vez sus palabras fueron claras, directas y se clavaron en Jack como astillas de cristal.
– Christine Sullivan.
Jack permaneció inmóvil durante unos instantes y después se levantó de un salto. Miró a la joven, intentó hablar pero no pudo. Se acercó tambaleante a la ventana, la abrió y dejó que el frío le golpeara. Sintió el ácido en el estómago; le llegó a la garganta como si fuera fuego. Lentamente, las piernas recuperaron las fuerzas. Cerró la ventana y volvió a sentarse junto a ella.
– ¿Qué pasó, Kate?
Ella se secó los ojos con un pañuelo de papel hecho una bola. Tenía el pelo revuelto. No se había quitado el abrigo. Los zapatos estaban junto a una silla, donde habían ido a parar cuando se los quitó a puntapiés. Se rehizo lo mejor que pudo. Apartó un mechón de pelo que le caía sobre la boca, y por fin miró a Jack. Las palabras salieron de su boca, entrecortadas.
– Le han detenido. La policía cree que entró en la casa de los Sullivan. Se suponía que allí no había nadie. Pero, en realidad, estaba Christine Sullivan. -Hizo una pausa para inspirar con fuerza-. Piensan que Luther la mató. -En cuanto pronunció estas últimas palabras cerró los ojos; los párpados parecieron bajar arrastrados por un peso insoportable. Sacudió la cabeza, la piel de la frente arrugada mientras el dolor iba en aumento.
– Eso es una locura, Kate. Luther nunca mataría a nadie.
– No lo sé, Jack. Ya no sé qué pensar.
Jack se levantó y recogió el abrigo. Se pasó una mano por el pelo mientras intentaba pensar con claridad. La miró.
– ¿Cómo lo supiste? ¿Cómo coño le pillaron?
Kate se sacudió como una hoja. El dolor era tan fuerte que parecía visible, flotaba sobre ella antes de hundirse una y otra vez en su cuerpo delgado. Se tomó un momento para limpiarse el rostro con otro pañuelo. Tardó mucho en volverse hacia él, centímetro a centímetro, como si fuera una anciana inválida. Mantuvo los ojos cerrados mientras hacía un esfuerzo por expulsar el aire viciado de los pulmones.
Por fin abrió los ojos. Movió los labios sin que saliera ningún sonido. Entonces consiguió pronunciar las palabras, lentamente, como si quisiera absorber al máximo los golpes que acompañaban a cada una de ellas.
– Yo le entregué.
Luther, vestido con el uniforme naranja de los presos, se hallaba sentado en la misma sala de interrogatorios donde había estado Wanda Broome. Seth Frank, al otro lado de la mesa, le observó con atención. Luther mantuvo la mirada al frente. No estaba en las nubes. El tipo pensaba en otra cosa.
Entraron dos hombres. Uno de ellos colocó un magnetófono en el centro de la mesa y lo puso en marcha.
– ¿Fuma? -Frank le ofreció un cigarrillo. Luther aceptó y los dos hombres dieron un par de caladas en silencio.
Frank le leyó a Luther la advertencia Miranda. Esta vez no habría ningún error de procedimiento.
– ¿Comprende sus derechos?
Luther hizo un gesto vago con el cigarrillo.
El tipo no era como esperaba Frank. Desde luego era un delincuente. En los antecedentes aparecían tres condenas, pero en los últimos veinte años había estado limpio. Eso no significaba mucho. Tampoco que no aparecieran actos violentos en los antecedentes. Pero había algo en el tipo que no encajaba.
– Necesito que responda sí o no a la pregunta.
– Sí.
– Está bien. ¿Comprende que está arrestado en relación con el asesinato de Christine Sullivan?
– Sí.
– ¿Y está seguro de que desea renunciar a su derecho a tener un abogado que le represente? Podemos traerle un abogado, o usted puede llamar uno.
– Estoy seguro.
– ¿Y comprende que no tiene ninguna obligación a formular declaración alguna a la policía? ¿Que cualquier declaración que haga puede ser utilizada en su contra?
– Lo comprendo.
Los años de experiencia le habían enseñado a Frank que las confesiones obtenidas en el primer momento podían resultar un desastre para la acusación. Incluso una confesión voluntaria podía ser rebatida por la defensa con el resultado de que todas las pruebas obtenidas a través de esa confesión quedaban contaminadas y perdían todo valor. El asesino podía llevar a la policía hasta el cadáver y al día siguiente salir en libertad acompañado por su abogado que sonreiría a los polis al tiempo que rogaría interiormente que al cliente nunca se le ocurriera volver a pisar el vecindario. Pero Frank ya tenía todo lo necesario. Lo que dijera Whitney era relleno. Se centró en el detenido.
– Entonces, le formularé unas cuantas preguntas. ¿De acuerdo?
– Sí.
Frank dictó el mes, el día, el año y la hora para el expediente y a continuación le pidió a Luther que diera el nombre completo. Hasta ahí llegaron. Se abrió la puerta. Un agente asomó la cabeza.
Читать дальше