Tess Gerritsen - Llamada A Medianoche

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Una llamada a medianoche despertó a la recién casada Sarah Fontaine. En lugar de oír la voz de su marido desde Londres, oyó la de un desconocido llamado Nick O'Hara que le decía que Geoffrey había muerto en el incendio de un hotel en Berlín. Convencida de que su marido estaba todavía vivo, Sarah decidió investigar por su cuenta con la ayuda de Nick. Había demasiadas preguntas sin respuesta, y las respuestas podían ser fatales…

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Al día siguiente encontraría al fin respuestas en Potsdamer Platz.

– Empezábamos a pensar que no vendrías -dijo Nick.

Wes Corrigan parecía nervioso. Se acomodó en una silla enfrente de los otros dos.

– Yo también -murmuró, mirando por encima del hombro.

– ¿Problemas?

– No estoy seguro. Eso es lo que me preocupa. Es como una de esas películas de horror en las que nunca sabes si el monstruo se te va a echar encima o no.

Habían elegido un café oscuro para el encuentro. Su mesa estaba iluminada por una sola vela; estaban rodeados de personas que hablaban en susurros y no se ocupaban de los asuntos de los demás. Nadie miró en su dirección.

– Te aseguro que todo este asunto me ha asustado -dijo Wes, después de pedir una cerveza.

– ¿Qué ha pasado?

– Para empezar, tenías razón. Me están vigilando. Poco después de que os fuerais llegó una furgoneta y no se ha movido de la acera de enfrente de mi casa. He tenido que salir por la puerta de atrás. No estoy acostumbrado a esto. Me pone nervioso.

– ¿Has averiguado algo?

Wes miró a su alrededor y bajó la voz.

– Lo primero que hice fue buscar mi archivo sobre la muerte de Geoffrey Fontaine. Cuando te llamé hace una semanas, tenía el informe del forense y el de la policía, fotocopia de su pasaporte…

– ¿Y?

– Han desaparecido -miró a Sarah-. Ha desaparecido todo del ordenador.

– ¿Y qué tienes?

– Sobre él, nada. Es como si ese archivo no hubiera existido.

– No pueden borrar la vida de un hombre -señaló Sarah.

Wes se encogió de hombros.

– Alguien lo está intentando. No sé quién. Puede haber sido una docena de personas distintas.

Guardaron silencio mientras la camarera les servía pan, un plato de caracoles con ajo y mantequilla y queso Gouda.

– ¿Y de Magus? -preguntó Nick.

Wes se limpió una gota de mantequilla de la barbilla.

– Tampoco hay nada con ese nombre.

– No me sorprende -dijo Nick.

– Yo no tengo acceso a los papeles más secretos. Y creo que Magus puede entrar en esa categoría.

– O sea que no tenemos nada -dijo Sarah.

– Bueno…

Wes sacó un sobre de su chaqueta y lo dejó sobre la mesa.

– He encontrado algo sobre Simon Dance.

Nick tomó el sobre. Dentro había dos páginas.

– ¡Dios mío, mira esto! -pasó las páginas a Sarah.

Era una fotocopia de una solicitud de visado de seis años atrás. Incluía una copia de la foto del pasaporte. Los ojos resultaban extrañamente familiares. Pero si Sarah se hubiera encontrado a aquel hombre en la calle, habría pasado de largo sin dudarlo.

El corazón le latía con fuerza.

– Este es Geoffrey -dijo con suavidad.

Él asintió.

– El aspecto que tenía hace seis años, cuando se llamaba Dance.

– ¿Cómo lo has encontrado? -preguntó Nick.

– No habían borrado ese archivo. Quizá pensaron que era muy viejo y no se molestaron.

Sarah pasó a la página siguiente. Simon Dance tenía un pasaporte alemán con una dirección en Berlín. Su profesión había sido arquitecto y estaba casado.

– ¿Por qué solicitó este visado? -preguntó.

– Era de turista -señaló Wes.

– ¿Pero por qué?

– Quizá quería hacer turismo.

– O estudiar otras posibilidades -añadió Nick.

– ¿Has investigado está dirección de Berlín?

Wes asintió.

– Ya no existe. La demolieron el año pasado para hacer sitio a un rascacielos.

– Entonces estamos sin pistas -dijo Nick.

– Tengo una última fuente -comentó Nick-. Un viejo amigo que trabajó para la CIA. Se retiró el año pasado porque estaba harto de la profesión. Puede que sepa algo de Simon Dance y de Magus.

– Eso espero.

Wes se puso en pie.

– No puedo quedarme mucho. La furgoneta sigue esperando delante de mi casa. Llamadme mañana a mediodía y quizá tenga algo.

– ¿El mismo procedimiento?

– Sí. Dame quince minutos después de que llames. No siempre puedo ir a una cabina al instante -miró a Sarah-. Espero que todo esto se arregle pronto. Debes estar cansada de huir.

La joven asintió.

Miró a los dos hombres y pensó que no era la falta de sueño ni las comidas irregulares lo que la agotaban, sino la ansiedad de no saber en quién confiar.

– Estás muy callada -dijo Nick-. ¿Te ocurre algo?

Volvían andando hacia la pensión. Nick había entrado en una calle iluminada, pero ella anhelaba la oscuridad, un lugar lejos del tráfico y las luces de neón.

– No lo sé -suspiró. Se detuvo y lo miró a los ojos. Los de él eran impenetrables, oscuros, los ojos de un desconocido-. ¿De verdad puedo confiar en ti?

– Vamos, Sarah. ¡Qué pregunta tan ridicula!

– ¡Si nos hubiéramos conocido de otro modo!

El hombre le acarició el rostro con suavidad.

– Eso no podemos cambiarlo. Pero tienes que confiar en mí.

– Confiaba en Geoffrey -susurró ella.

– Pero yo soy Nick.

– ¿Y quién es Nick? A veces me lo pregunto.

El hombre la tomó en sus brazos.

– Es normal. Pero con el tiempo dejarás de preguntártelo. Aprenderás a confiar en mí.

Sarah se dejó abrazar, pensando que quizá ese fuera uno de los últimos recuerdos que tendría de Nick.

Cuando llegaron a la habitación, en algún lugar del edificio sonaba una balada alemana interpretada por una mujer de voz triste.

Nick apagó la luz. La música estaba henchida de pena; era una canción de partidas, del adiós de una mujer. Sarah llevaría siempre aquella canción en el corazón.

Nick se acercó a ella. La música aumentó de volumen y ella se enterró en sus brazos.

Sentía que se esforzaba por entender y deseaba contárselo todo. Lo amaba. De eso estaba segura.

La música dejó de sonar. Solo se oía la respiración de los dos.

– Hazme el amor -susurró ella-. Por favor. Ahora. Hazme el amor.

Los dedos de él bajaron por su rostro y se detuvieron en la mejilla.

– Sarah, no comprendo… Sé que te pasa algo.

– No me preguntes nada. Hagamos el amor. Hazme olvidar. Quiero olvidar.

Nick lanzó un gemido y le tomó el rostro entre las manos.

Un instante después disfrutaba del sabor de su boca. Sintió la mano de él bajo la blusa y la boca de él se cerró sobre su pecho. Apenas si se dio cuenta de que le bajaba la falda, estaba mucho más pendiente de lo que le hacía con la boca.

Se dejó caer en la cama y él se echó encima de ella, dejándola sin aliento.

– Te he deseado desde el primer día -susurró Nick-. No he pensado en otra cosa.

Tiró de su camisa y uno de los botones saltó por los aires y aterrizó en el vientre desnudo de ella. El hombre lo apartó y besó con reverencia el lugar donde había caído. Después se incorporó y terminó de desnudarse.

La luz de las farolas que entraba por la ventana iluminaba sus hombros desnudos. Sarah solo veía la línea de su rostro; él no era más que una sombra, que adquirió fuego y sustancia cuando sus cuerpos se encontraron. Sus bocas se besaron con pasión; Nick invadía su boca, devorándola; y ella le daba la bienvenida con toda su alma.

La penetración fue lenta, vacilante, como si temiera hacerle daño. Pero no tardó en olvidar todo freno hasta que ya no era Nick O'Hara, sino una criatura salvaje, indomable. Pero hasta el momento final hubo una ternura entre ellos que iba más allá del deseo.

Hasta que no cayó exhausto a su lado, no volvió a pensar en el silencio de ella. Sabía que lo había deseado; su respuesta había superado todas sus fantasías. Pero algo le ocurría. Le tocó la mejilla y la notó húmeda. Algo había cambiado.

Le preguntaría más tarde. Cuando hubieran dado rienda suelta a su pasión, le obligaría a contarle por qué lloraba. Todavía no. No estaba preparada. Y él la deseaba de nuevo. No podía esperar más.

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