– Cállate. -No quería perder la paciencia, pero el corazón le latía desbocado. No tenían tiempo. Larsen estaría cubriendo el terreno que los separaba tres o cuatro veces más rápido que ellas. Aunque contaran con esa ventaja inicial de veinte minutos, ya no les quedarían más de diez. Y sólo si seguían avanzando.
Si corrían.
No. Nada de seguir corriendo. Acabaría aquí y ahora.
La lluvia arreciaba. Miranda echó una mirada a su alrededor. Podían aprovecharse del terreno.
Se encontraban en una parte ancha de la quebrada. Las rocas estaban como amontonadas en el centro, y un arroyo escuálido corría por el lado norte y sur de las rocas. Aunque la ladera sur era más escarpada, había más árboles caídos. Mejores sitios donde esconderse.
– ¡Ashley!
– ¿Por qué me tratas tan mal? No me entiendes -dijo la joven. -En sus labios malheridos se dibujó un puchero y las lágrimas le rodaron por las mejillas -. Tú no sabes nada. ¡Suéltame!
Miranda no la soltó.
– ¿Sabes quién soy?
– Miranda -dijo Ashley, con voz temblorosa.
– Soy Miranda Moore. En una ocasión, escapé de ese cabrón. No dejaré que me mate. Ni a mí ni a ti.
Miranda quedó sorprendida de lo contundente que sonaba. Interiormente, estaba hecha un lío. No tenía idea de qué pasaría cuando viera a Larsen. No sabía si se quedaría paralizada, si le entraría el pánico o si chillaría enfurecida.
Pero sí sabía una cosa: que no podían ir más rápido que él. Y que, esta vez, ella tenía un arma y estaba físicamente en forma y, lo más importante, que tenía el factor sorpresa a su favor.
No volvería a ser la víctima.
Ashley parpadeó, insensible a los hilillos de lluvia que le corrían por la cara. Temblaba de frío pero, al parecer, no se daba cuenta.
– ¿Lo prometes? -preguntó, con una vocecilla infantil.
– Que Dios me ayude, pero tendrá que matarme a mí antes de que lo deje tocarte. Pero tienes que hacer exactamente lo que te digo. Exactamente.
Ashley asintió con la cabeza, lentamente.
– Vale.
Diez minutos. Tenía diez minutos para ver si su plan funcionaba.
O Quinn la encontraría muerta.
Quinn ayudó a Charlie a sacar los equipos de montañismo de las camionetas en lo alto de la montaña. Bajarían directamente haciendo rappel, con lo cual se ahorrarían mucho tiempo en llegar al fondo. Sólo tenían dos cuerdas lo bastante largas, así que Quinn y Charlie bajarían primero, seguidos por otros agentes.
– Diez minutos, como máximo -dijo Charlie.
Estaban a punto de empezar a bajar cuando sonó la radio de Charlie.
– Aquí Charlie.
– Soy el agente Booker. Larsen acaba de pasar por la barraca y ha seguido en la misma dirección que Miranda. Ya le he avisado. Ahora tiene la radio apagada.
Mierda. Quinn quería hablar con ella, saber exactamente dónde se encontraba. Enterarse de cómo estaba aguantando. Decirle que se cubriera las espaldas. Comunicarle confianza en su fuerza y perseverancia.
Sobre todo quería oír su voz.
– El sheriff Thomas está mal -dijo Booker-. Necesita un médico.
– Mandaremos al paramédico enseguida después de nosotros -dijo Charlie-. Veinte minutos.
– Recibido.
Charlie se volvió a Quinn.
– Vamos.
Quinn estaba en buena forma física, pero bajar por una pared haciendo rappel requería el uso de unos músculos que él ignoraba tener preparados. Cuando llegaron abajo, estaba sin aliento.
Pero no podían detenerse. Echó un vistazo al paisaje de la quebrada. ¿Dónde estaba Miranda?
¿Dónde estaba Larsen?
Charlie llamó a Booker, y supo que él y Nick se encontraban a unos trescientos metros hacia el oeste.
– Vale, Booker. Aguanta. El equipo médico está a punto de llegar.
Charlie se giró hacia Quinn y señaló el suelo.
– Mira.
La lluvia caía cada vez con más fuerza, y Quinn apenas podía ver sus pies. Y entonces vio lo mismo que Charlie.
Unas huellas profundas entre las hojas que se dirigían al lecho rocoso.
– Por aquí -dijo Quinn.
Miranda intuyó la presencia del cazador antes de verlo.
No sabía exactamente cómo se había dado cuenta de que no estaban solas en esa parte del bosque, pero de pronto el aire húmedo se volvió eléctrico, la cortina gris de la lluvia se hizo más tupida y sus oídos captaron todos los ruidos. El de la lluvia que golpeteaba sobre las rocas en el arroyo más abajo, cuyo caudal seguía creciendo; y los gemidos suaves de los árboles meciéndose en la tormenta.
Su propio aliento entrecortado.
Había intentado cubrir sus huellas, pero era casi imposible con el limitado tiempo del que disponía para llevar su plan a la práctica. Esperaba que Ashley guardara silencio. Era lo único que tenía que hacer. Esconderse y estarse callada.
Doce años antes, Miranda se había enfadado con Sharon mientras huían del Carnicero. Cada vez que Sharon gritaba, ella se encogía de terror, temiendo que su amiga atraería al Carnicero directo hacia ellas. Que él las alcanzaría y las mataría.
Era lo que Sharon había hecho.
Los tiempos habían cambiado. A pesar de que Miranda hacía una mueca cada vez que Ashley gemía, ahora lo entendía. ¿Cómo podía juzgarla con tanta dureza por su miedo?
Era el mismo miedo que se apoderaba de ella, que le reptaba por la espalda, paso a paso, minando su determinación.
Tendría que haber seguido. A la larga, Larsen las habría alcanzado. Pero quizá no. Ella tendría que haberse quedado con Nick. Si hubiera mirado más detenidamente, quizás habría encontrado un lugar mejor donde ocultarse. O se habría quedado en la barraca, esperando a que él entrara.
Tenía que dejar de dudar de sí misma. Su miedo aumentaba porque él se acercaba.
Maldita sea, ¿dónde estaba? Ya tendría que haber aparecido.
Seguro que no cometería el error de pasearse por el centro de la quebrada. No, seguiría sus huellas, se mantendría cerca de los árboles para contar siempre con el elemento sorpresa. Miranda había sembrado de huellas falsas en el lado norte de la quebrada, en la ribera opuesta a donde se escondía ahora.
Suponía que, gracias a su camuflaje, Larsen se confundiría con la vegetación. Con todos los músculos endurecidos por la tensión, esperó, sin dejar de escudriñar.
Allí.
Un movimiento a su izquierda. Leve. Justo frente al escondrijo de Ashley. Miró y no vio nada. Quizás era la lluvia la que distorsionaba su visión periférica.
La luz estaba a punto de desvanecerse del todo bajo los cielos grises. La visibilidad era mínima. La trampa era una mala idea. No lograría distinguirlo.
Pero quizá funcionaría. Él pasaría de largo, y ella y Ashley se quedarían quietas hasta que llegara Quinn.
Sí. Eso sería lo mejor.
Lejos, a su izquierda, percibió un movimiento. Joder. ¡Ashley! Baja la cabeza. Quédate quieta. ¿Acaso no había escuchado sus instrucciones? No te muevas. Quédate agachada. Ni siquiera mires.
Justo delante de ella, a unos doce metros, lo vio. Estaba totalmente quieto. Ella había dejado una huella que seguía unos sesenta metros más allá de su escondrijo, antes de volver atrás. ¿Por qué se había detenido ahí? ¿Había oído algo? ¿Olido algo?
¿Había visto a Ashley en el interior del árbol podrido dondeMiranda la había escondido?
Mierda. ¿Qué lo había alertado?
Empezó a entrarle el pánico. Era imposible que supiera dónde estaban escondidas. Ni ella ni Ashley.
Por favor, Ashley, no te levantes. No hagas ruido, por favor. Larsen escuchaba. Estaba tan quieto que si Miranda no hubiera sabido que se encontraba ahí, se habría preguntado si no se lo había imaginado. Pero lo había visto por un instante y, si enfocaba, distinguía su silueta.
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