Y entonces Miranda vio que Ashley no estaba sola.
Estaba a punto de disparar al hombre a través de la ventana. Se encontraba tendido junto a Ashley, como disfrutando de la violación recién consumada. Le dispararía, le cortaría los huevos y se los metería hasta la garganta. Dominada por el odio y la rabia, levantó la pistola.
Se detuvo cuando vio brillar algo metálico. Intentó verle la cara, pero era imposible. Estaba inmovilizado, atado con cuerdas, con las manos y los pies detrás de la espalda.
Era un cuerpo familiar. Pelo oscuro, camisa beige.
¡Era Nick!
Y ¡estaba vivo!
Miranda se apresuró a rodear la barraca. Maldita sea, la puerta estaba cerrada con una cadena.
Empezó a dar golpes en la puerta.
– ¡Nick! ¡Nick, soy Miranda! Voy a dispararle al candado y a sacaros de aquí.
Le respondió una voz apagada, pero Miranda no entendió lo que decía. Ashley lanzó un grito, entre adolorido y jubiloso.
– ¡Booker! ¿Dónde estás? -Miranda miró a ambos lados, pero no lo vio.
– Aquí. -La voz venía del otro lado de la barraca, y se notaba débil. Miranda temió que su herida fuera más grave de lo que daba a entender.
– Nick está dentro de la barraca con Ashley. Voy a sacarlos. No veo a Larsen por ninguna parte, pero mantén los ojos bien abiertos.
Silencio.
– ¿Lance? ¿Estás bien?
– Estaré bien. Sólo necesito un minuto.
Joder. Ahora tenía a dos polis gravemente heridos y a una chica. Lo primero era lo primero, tenía que liberar a Ashley, y luego pensaría en una manera de sacarlos a todos de ahí.
Miranda apuntó al candado. Necesitó dos balas para abrirlo, y luego dio una patada a la puerta.
El hedor a sangre, a sexo violento y a desechos humanos le dio de lleno, asqueroso y familiar. Tuvo un amago de arcada y giró la cabeza. Ella y Sharon habían vivido en una suciedad igual a ésa.
Se quedó paralizada. Quería entrar y comprobar que Nick se encontraba bien. Pero sentía los pies cargados de plomo, como si los tuviera calzados en cemento. Cuanto más intentaba moverlos, más pesados se volvían.
Comenzó a temblar. Con sólo pensar en cruzar el umbral de aquel espacio que ya empezaba a encogerse, sintió que se le entumecía todo el cuerpo. Su visión periférica comenzó a reducirse lentamente.
No. Ahora, no. Por favor.
Cayó de rodillas. Puedo hacerlo. Puedo entrar. Salvarlos.
No, no puedo. Soy débil. Me ha vencido. Volverá y acabará lo que empezó. Mató a Sharon y yo escapé. No pude salvarla. Ahora ni siquiera puedo salvarme a mí misma.
– ¿Miranda?
Era la voz de Nick. Ronca y pastosa.
– ¡Miranda! -Seguía siendo pastosa, pero en son de orden.
– Nick, yo… -Respiró hondo. Si no se tranquilizaba, acabaría sufriendo un ataque de nervios.
– Te necesito. Ashley te necesita. Entra de una vez. Ese tipo está a punto de volver.
Después de tantos años, el Carnicero conseguiría vencerla. El la había convertido en una claustrofóbica. Él le había inoculado el miedo.
– Yo… no puedo.
– Sí que puedes, Miranda. Yo sé que puedes. Confío en ti. Respira hondo. -Nick balbuceó algo y tosió, esforzándose para pronunciar cada palabra-. Tú puedes -dijo, finalmente, con aliento entrecortado.
Ella podía, ¿no? Podía vencer su miedo. Tenía que vencerlo. Por Nick. Por todo lo que él había hecho por ella, por su apoyo y su valor y su amistad. No había llegado hasta allí para fallarle.
Y, además, amaba a Nick. Ahora veía con gran claridad la diferencia entre Nick y Quinn. Los amaba a los dos. Nunca se había dado cuenta de eso. Pero podía amar a dos hombres. A uno como amante, al otro como hermano.
Respira. Espira. Respira. Espira.
Volvió a respirar hondo y se obligó a entrar en la habitación que no paraba de encogerse. Las paredes empezaron a combarse hacia dentro, y a cada paso que daba se estrechaban más. Sintió el pecho totalmente apretado. No le quedaba aire.
Ahora no, no.
Temblando, cogió la cuerda que ataba a Nick. Sus dedos intentaron deshacer los elaborados nudos. Las paredes se le acercaron, como queriendo cogerla.
– Miranda -dijo Nick, con voz ronca.
– Te sacaré de aquí. -Su voz sonaba débil y temblaba de pies a cabeza. Se concentró en los nudos. Si se ocupaba en desatarlos, se olvidaría de las paredes que se estrechaban, de la fetidez, de los recuerdos de la violencia. Tenía que olvidarlo. Por Nick. Por Ashley.
Por sí misma.
– Olvídate de mí. Saca a Ashley de aquí. Luego envías a alguien a buscarme.
– No puedo, Nick. El Carnicero es David Larsen, el hermano de Delilah Parker. La policía no puede encontrarlo, pero lo han visto cerca de aquí. No te puedo dejar. Vendrá por la noche. -O incluso antes.
– No creo que pueda salir de aquí -dijo Nick, con un hilo de voz.
– No te abandonaré. -Miranda tuvo que tragarse el miedo y la vergüenza ante la posibilidad de fallar, y siguió concentrada en los nudos para no pensar en lo pequeña que se había vuelto la choza desde que había entrado-. Pensábamos que habías muerto.
– Cometí un error.
– Ya me lo contarás -dijo ella.
¡Maldita sea, los nudos eran complicados y estaban demasiado apretados! Su cuchillo. ¿Por qué no se le había ocurrido antes? No las tenía todas consigo. La habitación la estaba ahogando y ahora sudaba, como saturada por su propio pánico.
Si no se adueñaba de la situación, Ashley y Nick morirían. Y si no encontraba una manera de salir de ahí, ella y Lance Booker acabarían haciéndoles compañía.
Sin embargo, los números daban cierta seguridad. Cuatro contra uno, aunque tres estuvieran en condiciones menos que aceptables.
Sacó su cuchillo y cortó con cuidado las cuerdas para no hacerle daño a Nick. Tardó un minuto y lo consiguió. Luego se puso a desatar a Ashley.
– Nos va a matar -sollozaba la chica.
– No, no lo dejaré -dijo Miranda, y le quitó la apretada venda de los ojos. La chica intentó abrirlos, pero no pudo-. No te esfuerces. Espera un minuto.
– ¡No! ¡Vendrá! ¡Y me cogerá!
– Yo escapé de sus manos una vez. Volveremos a hacerlo, tú y yo. -Miranda deseaba estar tan segura como sonaba-. Y luego pagará por lo que te ha hecho.
Y por lo que me ha hecho a mí también, añadió para sí. Ashley era tan menuda que Miranda pudo levantarla.
– ¡No! ¡No! -gritó.
– Tengo que sacarte de aquí, Ashley. Tienes que moverte. Miranda la llevó hasta la puerta y la dejó en el lado de afuera. La chica, que no paraba de sollozar, estaba toda cubierta de sangre reseca y heridas. Era como mirar en un espejo de hacía doce años. Miranda tragó con dificultad y en sus ojos brotaron lágrimas. La chica se cubrió los pechos con el brazo, pero Miranda no tenía para qué ver el daño que había sufrido. Bajó la mirada y se dio cuenta de que ella también se cubría los pechos. Dejó caer las manos como si éstos la quemaran.
Quería decirle a Ashley que estuviera callada, que él las oiría. Pero la verdad es que ignoraba cuan lejos o cuan cerca de la choza se encontraba David Larsen. Si iba a acudir esa noche… o en ese mismo momento.
Se desprendió de la mochila, la abrió y sacó el jersey que llevaba dentro. Se lo puso a la chica. Después, le pasó una botella de agua.
– Bebe, despacio -dijo.
Ashley la cogió, sin dejar de sollozar, acurrucada dentro del jersey demasiado grande.
Miranda cogió dos pares de calcetines gruesos y se arrodilló junto a Ashley.
– Tienes que cubrirte los pies para recuperar el calor.
– ¡No me toques!
– Vale -dijo, y le dio los calcetines. Como un animal espantado, Ashley los cogió con un gesto rápido y se los llevó al pecho-. Póntelos. Los dos pares.
Читать дальше