Respiró hondo antes de contestar.
– Gracias -dijo, con talante diplomático-, pero ya tenemos un par de agentes que están en camino para colaborar en los interrogatorios. Llegarán esta noche. De hecho, ahora mismo pensaba ponerme a ello.
Miranda entró a toda prisa en el despacho y preguntó, casi sin aliento:
– Quinn, ¿han encontrado a Nick?
Casi se dio de bruces con Sam Harris. En su rostro asomó espontáneamente una expresión de desagrado, pero supo ocultarla.
– Sam -saludó.
– Miranda -dijo él, en el mismo tono formal, y luego miró a Quinn-. Con mucho gusto hablaré de este asunto con la alcaldesa en su nombre, agente Peterson -dijo Harris, con gesto marcial.
– ¿De qué iba eso? -preguntó Miranda al cerrar la puerta después de que saliera el ayudante del sheriff.
– Y yo qué sé. ¿Juegos de poder? -dijo Quinn, mesándose el pelo-. Lo último que necesitamos es que las ansias de protagonismo de algunos saboteen nuestro trabajo.
– ¿No se ha sabido nada?
– Nada.
– Y Sam, ¿qué? ¿Estaba haciendo su numerito de gilipollas de siempre? -preguntó, entornando los ojos.
– Más o menos. Harris tiene razón en una cosa.
– ¿En qué?
– No tenemos recursos suficientes para lidiar con dos casos de desaparición.
– No digas eso. Podemos manejarlos simultáneamente.
– Haremos lo que podamos, mientras podamos. Pero la prioridad en este momento es Ashley van Auden. -El teléfono en la mesa de Nick emitió un zumbido. Quinn lo cogió y, al cabo de un momento, colgó.
– Era Jeanne Price, del Registro de la Propiedad. Por lo visto, Nick estuvo ahí cinco horas ayer por la tarde copiando mapas y registros de la propiedad.
– ¿A qué esperamos? Vamos.
Tres horas más tarde, Quinn y Miranda se encontraban en el Registro de la Propiedad mirando los montones de mapas y registros que había consultado Nick.
Pero ninguno de los dos conseguía darle un sentido a las miles de páginas de información. Cuando Miranda le preguntó a Jeanne Price por las copias concretas que solicitó Nick, se enteró de que él mismo las había hecho.
– ¿Crees que tenía una pista y la estaba siguiendo? Y ¿que luego tuvo un accidente o se metió en algún lío? -Miranda no podía disimular su inquietud.
– Nick es demasiado listo como para salir sin apoyo -dijo Quinn, frunciendo el ceño.
– ¿Qué? -preguntó Miranda.
– Ayer se sentía agobiado. Entre la prensa y la falta de pruebas, y con los medios de comunicación nacionales amenazando con desembarcar en la ciudad… no lo sé. No me lo imagino haciendo nada por cuenta propia, pero quizás iba siguiendo una pista difícil.
– Una pista difícil. ¡Debería haberle dicho a alguien adónde iba! -Ella siempre estaba preparada para salir corriendo hacia donde fuera, y Nick le insistía que cada vez que lo hiciera lo notificara. Al final, se había convertido en una costumbre. ¿Por qué entonces no había seguido sus propias normas?
Suspiró y se mesó el pelo.
– Ni siquiera sé por dónde comenzar. -Se quedó mirando el documento que consultaba-. Los registros de propiedad de algunas tierras se remontan a veinte años… mapas de todo el condado… seguro que se le habrá ocurrido algo, pero no consigo ver la conexión.
– No lo sé -dijo Quinn, cuando su móvil empezó a sonar- Peterson. -Escuchó durante varios minutos y luego añadió-: Perfecto. Te veremos ahí en una hora.
– ¿Quién era? -preguntó Miranda, cuando él guardó el móvil.
– Olivia. Viene hacia aquí con el director del laboratorio estatal para hablar con tu profesor. Han recibido los resultados preliminares sobre la arcilla roja. Tu profesor tenía razón. El origen se encuentra en los estados de las Cuatro Esquinas y el analista se inclina por Utah. Olivia espera que pueda echar una mirada a la muestra y los datos técnicos para definir el origen con más precisión. De Quantico han llamado a un especialista del Departamento de Estudios Geológicos, si bien eso tardará todavía un día más.
– Y ¿qué hay de estos mapas y registros? -inquirió Miranda, mirando el enorme montón de documentos. Quinn parecía frustrado e irritado.
– No sé en qué diablos estaría pensando Nick. Podríamos pasarnos todo el día aquí buscando y no encontrar nada. Y, francamente, sin algo concreto que nos permita continuar, no podemos seguir aquí perdiendo el tiempo. -Se incorporó -. Son las tres de la tarde y no has parado para correr.
– Tú tampoco -replicó Miranda. No necesitaba que nadie cuidara de ella como si fuera su niñera, pero en el fondo agradecía que Quinn se diera cuenta.
– No me gruñe el estómago tan fuerte como a ti.
– A mí el estómago no me gruñe.
– ¿Cuánto te juegas?
– Compremos algo de camino al campus -dijo ella, que estaba a punto de echarse a reír.
– ¿Comida rápida? -dijo él, arrugando la nariz-. Si no hay más remedio.
– No hay más remedio -confirmó ella, provocadora. Era tan agradable y se sentía tan a gusto estando ahí de nuevo, charlando con Quinn. Aunque la presión en torno a la investigación del Carnicero, sumada a la reciente desaparición de Nick, bastaba para mantenerlos en un estado de tensión, Miranda se dio cuenta de que estaban cultivando una agradable camaradería. Como en el pasado.
Ahora no quería que llegara a su fin.
– ¡Liv! -exclamó Miranda, en medio del patio de Traphagen Hall.
Miranda abrazó con fuerza a su amiga, Olivia St. Martin, aunque no fue un abrazo largo. A Olivia no le agradaban los abrazos ni el contacto físico amistoso, algo que Miranda nunca había entendido pero que respetaba. Olivia siempre había sido una mujer muy particular.
– Tienes buen aspecto -dijo Olivia, y se recogió un mechón de su pelo corto detrás de la oreja-. Teniendo en cuenta que no has dormido demasiado -añadió, preocupada.
Miranda lanzó una mirada a Quinn y frunció el ceño.
– No creas todo lo que te digan.
– Quinn no me ha dicho nada. Yo te conozco -dijo, y le tocó suavemente el brazo -. ¿Te encuentras bien? Sé que estás pasando por un mal momento.
Miranda respiró hondo y asintió.
– Estoy bien. De verdad. -Volvió a mirar discretamente a Quinn, pero Olivia se dio cuenta.
– ¿Tú y Quinn habéis arreglado vuestros asuntos?
– En realidad, no -dijo Miranda, encogiéndose de hombros-. Pero las cosas van un poco mejor. Quinn ha sido un gran apoyo. -Quinn era siempre sólido como una roca. Ahora se sentía confundida al caer en la cuenta de que comenzaba nuevamente a contar con él. No era que él se hubiera convertido en su muleta, pero Miranda notaba que se encontraba más a gusto que irritada en su presencia.
¿Cuándo había ocurrido eso?
– ¿Cómo te va a ti? -preguntó Miranda, a su vez.
– Estoy bien.
– ¿Cuándo se celebra la próxima vista sobre la libertad condicional?
Fue como si una nube cruzara por la mirada de Olivia.
– Dentro de tres semanas.
– ¿Tan pronto? Han pasado menos de tres años desde la última sesión.
Olivia había declarado en varias ocasiones en contra de la libertad condicional para el asesino de su hermana. Afortunadamente, el jurado había actuado con la sensatez suficiente para no dejar en libertad a ese malnacido. Sin embargo, cada vez que regresaba a California para enfrentarse a ese maldito cabrón y contar su historia, se quedaba como vacía. Miranda la admiraba por su perseverancia y tenía a su amiga como modelo.
Si Olivia era capaz de estar sentada en la misma habitación con el hombre que había violado y matado a su hermana, sin duda Miranda podía enfrentarse al Carnicero cuando lo detuviera la policía. Sin embargo, la idea de ver a su agresor en persona, aunque fuera entre rejas, la aterrorizaba.
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