Kovac volvió a mirar a su alrededor en un intento de hacerse una composición de lugar, tarea difícil para un urbanita plantado en medio del laberinto del lago Minnetonka. No obstante, no creía que estuvieran demasiado lejos de la casa de Neil Fallon. Tal vez Gaines la estuviera señalando, aunque a Kovac, todas las cabañas le parecían iguales.
Wyatt estaba sometiéndose a la sesión de maquillaje mientras un sicario sostenía un fotómetro junto a su cabeza y cantaba números.
– Ese tipo es increíble -bufó Kovac.
– Su gente ha llegado casi antes que nosotros -dijo Tippen-. Merece la pena tener amigos influyentes, incluso en una parada de monstruos como esta.
– Sobre todo en una parada de monstruos como esta. Programas divulgativos.
Una ráfaga de viento procedente del lago empujó la bufanda roja que llevaba Wyatt sobre su rostro. El director profirió un juramento, se volvió y espetó otro a la mujer del abrigo de retales antes de anunciar un descanso de diez minutos y dirigirse a grandes zancadas hacia la caravana oficial de La hora del crimen, aparcada en la carretera.
Los cámaras sacaron tabaco. Abrigo de Retales fue a la alfombra roja para reajustar la bufanda de Wyatt, seguida de cerca por los vicepresidentes de WB. Gaines hizo un alto en el camino para aceptar una taza de café humeante de otro paniaguado.
Kovac se unió al grupo, fulminando con la mirada al gorila que se le acercó al llegar a la alfombra roja. El gorila se apartó de su camino.
– Vaya, Ace, siempre en el meollo, ¿eh?
– Lástima que no podamos decir lo mismo de ti, Sam -replicó Wyatt sin moverse mientras Abrigo de Retales disponía la bufanda culpable con mucho arte-. Tengo entendido que tú y tu compañera participasteis en el desastre de anoche.
– Bueno, es que yo soy un policía de verdad que no se limita a jugar a polis en la tele. Como bien sabes, en el mundo real, lleno de tipos malos, pasan cosas malas.
– ¿Y siempre le pasan a usted? -terció Gaines mientras entregaba la taza de café a Wyatt.
– Me meto en los berenjenales y lamo los culos que haga falta para llegar a la verdad, colega. Usted debe de saber muy bien qué se siente, puesto que es un lameculos profesional. ¿Dan títulos universitarios para eso?
– Estamos muy ocupados, sargento -masculló Gaines.
– Lo comprendo y dentro de nada me iré para que puedan seguir investigando el remedio contra el cáncer, pero ahora tengo una pregunta que hacerle al capitán América.
– Estás empezando a hartarme, Sam -suspiró Wyatt.
– Es lo que mejor se me da -repuso Kovac-. La charla que tuvimos ayer me picó la curiosidad, así que releí los artículos sobre el asesinato de Thorne. Un auténtico dramón, Ace, lo había olvidado. Deberías rodar un especial sobre eso, o quizá una película. La cadena podría emitirla para promocionar el nuevo programa.
– El programa tendrá éxito por mérito propio -aseguró Wyatt, muy tenso-. No tengo intención de aprovecharme de lo que sucedió aquella noche.
Kovac lanzó una carcajada.
– Pero si es lo que llevas haciendo toda la vida. ¿Por qué dejarlo ahora?
– ¡No! -gritó Wyatt-. Nunca ha sido mi intención. El giro que dio mi carrera aquella noche no tuvo nada que ver conmigo.
Los vicepresidentes de WB miraron a Wyatt, luego uno a otro y por fin a Gaines, temerosos de haber quedado excluidos de la fiesta.
– Es una historia trágica -explicó Kovac.
– Razón por la que el capitán no quiere sacarla a colación -añadió Gaines, interponiéndose entre Wyatt y Kovac antes de decir a los vicepresidentes-: Un amigo del capitán fue asesinado y otro quedó parapléjico en el tiroteo. Comprenderán que no le gusta revivir aquel trauma.
– No, no lo comprenden -afirmó Kovac-. Aquella noche convirtió a Ace en un héroe. Salvó la vida de otro policía, una historia digna de Hollywood. Cuando Ace alcance el estrellato con el programa, toda América querrá conocerla. Estaba pensando, Ace… -dijo, ladeando la cabeza para ver a Wyatt a pesar del obstáculo que representaba Gaines-. ¿Has seguido en contacto con la viuda de Bill Thorne todos estos años? Se me ha ocurrido que tal vez querría saber que Mike ha muerto.
– No, no estoy en contacto con ella.
– ¿Has conservado el contacto con Mike, pero no con Evelyn Thorne? -se sorprendió Kovac con las cejas enarcadas-. ¿Después de todo lo que pasó?
– Precisamente por todo lo que pasó -murmuró Wyatt.
– Cuando Andy Fallon habló contigo del caso, ¿mencionó si había hablado con ella o con su hija?
– No lo recuerdo.
– Bueno, seguro que figura en sus notas -declaró Kovac-. Lo que pasa es que todavía no las he encontrado. Cuando las localice te lo haré saber, por si te interesa echarme un cable.
– Tenemos que despejar el plato, sargento -anunció Gaines en un intento de alejarlo-. Este segmento se retransmite esta misma noche, a ver si podemos ayudarle a resolver este desastre.
– Qué amable, amigo -se mofó Kovac-; así podré concentrarme en otras cosas. Muchas gracias.
Kovac se alejó con otra mirada al gorila.
– Debería haberse dedicado a la lucha; la gente tiene más clase que en este mundillo.
– Una vez más, ciudadanos, esta es una fotografía del asesino a quien todo el mundo busca esta noche.
Wyatt poseía lo que con frecuencia se denominaba «aspecto de águila». Mirada penetrante, mandíbula cuadrada, un rostro que infundía temor y confianza a un tiempo.
– He aquí el rostro del agente Derek Rubel, asesino conocido de un compañero suyo y sospechoso de otros delitos brutales. Este hombre anda suelto en nuestro país, y se requiere el valor y la diligencia de los ciudadanos para llevarlo ante la justicia. Si ven a Derek Rubel, no se acerquen a él bajo ninguna circunstancia; es un hombre extremadamente peligroso. ¿Qué debe hacer, ciudadana Jane?
– Ir al teléfono más próximo y llamar a la policía -responde la mujer.
Wyatt se dirige a otra persona del público.
– ¡Anotar el número de la matrícula!
– ¡Ser proactivo! -exclama el público al unísono.
En aquel momento aparece en pantalla el número de teléfono y la dirección de la página web.
El televisor se apaga.
Admirable.
Un testimonio del poder de la redención y la penitencia.
Un servicio a la comunidad. Dar poder a quienes carecen de él.
Regresa la agitación. Un temor que quema la boca del estómago y mana hacia el exterior.
Temor al descubrimiento.
Temor a la muerte.
Temor al conocimiento interno de las propias capacidades cuando se ven amenazadas.
Parece que el mundo gira con mayor rapidez, se empequeñece cada vez más, haciendo inevitable el descubrimiento.
Solo es cuestión de tiempo.
El pensamiento se repite sin cesar mientras la mirada escudriña las fotografías de la muerte.
Solo es cuestión de tiempo.
Kovac debe morir.
– Me encanta este programa -aseguró Liska tras colgar el teléfono.
Desde el otro lado del cubículo, Kovac la miró con expresión ceñuda. Tenía el ordenador encendido y el auricular del teléfono encajado entre hombro y oído.
– El teléfono de emergencia no dejó de sonar cuando terminó el programa.
– ¿Y cuántas pistas legítimas se obtuvieron? -preguntó Kovac.
– Solo hace falta una. ¿Qué problema tienes? -quiso saber Liska.
– Detesto…
– Aparte de detestar a Ace Wyatt.
– Se trata sobre todo de eso -reconoció Kovac con un mohín.
– Mira lo que consigue. Enseña a las personas que se consideran impotentes a dar la cara y actuar. Si Cal Springer hubiera prestado atención a ese mensaje, Derek Rubel no andaría suelto ahora mismo.
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