– ¿Quién es? -pregunté.
– No tien…
– Dígamelo.
– Es un tipo que dejó la compañía unos meses antes de que saliera SpaceTron. Un shlemazzel.
– ¿Un qué?
– Me dio pena. Perdió mucho en una operación bursátil. Supongo que encontró un trabajo mejor en otra parte. Si se hubiera quedado, ahora sería rico.
– ¿Vendía secretos industriales?-¿Ira? Ira no era nadie.
– Escúcheme -dije-. Por alguna razón, O'Leary conoce ese nombre. Significa algo para él.
– Usted no me mencionó…
– Es una investigación que hice hace poco -contesté-. De acuerdo, déjeme pensar por un minuto.
Me volví para no mirar a Kornstein y fingí concentrarme en mi anotador amarillo. A unos pasos, O'Leary y Kantor susurraban.
…robó un prototipo de trabajo de la caja de seguridad. Tenía la combinación. Me lo vendió. Veinticinco mil y promesa de otros cien cuando sacáramos provecho…
Yo tomé notas lo más rápido que pude y seguí escuchando, pero la voz desapareció. O'Leary sonreía, relajado ahora, y sus pensamientos eran plácidos, y por lo tanto ilegibles.
Estaba por volverme hacia Kornstein para preguntarle si era posible, cuando de pronto, leí otro parlamento.
…quemado. ¿Qué mierda podía hacer…? Es el tipo que cometió lo ilegal… ¿Así que a quién puede apelar, carajo?
Kantor se volvió hacia mí y dijo:
– Veámonos en un día o dos, ¿sí? Creo que ya fue suficiente por hoy.
Yo pensé unos segundos y contesté:
– Si eso es lo que quieren usted y su cliente… A mí me conviene… me va a dar tiempo para buscar una declaración del señor Hovanian, que ya nos ha dado información interesante sobre un prototipo del SpaceTron y una caja de seguridad de la compañía.
Kantor parecía demasiado cómodo. Desplegó las piernas, luego las volvió a plegar y se tiró del mentón con dos dedos.
– Mire -dijo, la voz dos tonos más alta que antes-, haga lo que quiera. Esto es pura palabrería. Pero no perdamos el tiempo, ¿quiere? Si lo que usted pretende es un arreglo mínimo, creo que mi cliente consideraría apropiado terminar con todo esto y estaría dispuesto a hacer una oferta de…
– Cuatro millones y medio -dije.
– ¿Qué? -espetó él.
Yo me puse de pie y le tendí la mano.
– Bueno, caballeros, tengo que ir a buscar una declaración. Con su cooperación en el encubrimiento de una felonía, creo que vamos a tener un juicio muy interesante. Gracias por venir.
– Un segundo, un segundo -exclamó Kantor-. Podemos arreglarlo. Digamos…
– Cuatro y medio -repetí.
– Está totalmente loco…
– Caballeros -dije.
Los dos clientes, O'Leary y Kornstein, me miraban, los ojos muy abiertos, como si yo me hubiera sacado los pantalones y me hubiera puesto a bailar desnudo sobre el escritorio.
– Por Dios -dijo Kornstein.
– Hablemos… hablemos -dijo Kantor.
– De acuerdo -dije, y me senté-. Hablemos.
La reunión terminó cuarenta y cinco minutos más tarde. Frank O'Leary había aceptado pagar un arreglo de 4.25 millones de una sola vez, a noventa días, con la estipulación de que SpaceTime sacaría el juego del mercado al mismo tiempo.
Poco antes del almuerzo, O'Leaiy y Kantor se retiraron de la oficina, mucho más mansos. Mel Kornstein me dio un abrazo húmedo, de oso, me agradeció varias veces y se fue, sonriendo por primera vez en meses.
Cuando me quedé sentado, solo, en la oficina, no atendí los llamados telefónicos y emboqué un tiro perfecto en el aro de basquet. El juego emitió un rugido de público, como el que se escucha en los partidos en el Boston Garden, y gritó con timidez: "¡Doble!". Yo sonreí como un idiota, mientras me preguntaba cuánto podía durarme esa racha de suerte tan especial. Ahora puedo decirlo: duró precisamente un día.
Mi error, ahora lo sé, fue el error clásico de la inteligencia operativa novicia: negligencia, incapacidad de imaginarse que hay alguien que está vigilándonos
El problema era que había perdido el sentido de la proporción de las cosas Mi mundo estaba dado vuelta La lógica normal de mi vida tranquila, ordenada, de abogado ya no servía.
Pasamos por la vida como por rutina, creo yo, haciendo nuestro trabajo y cumpliendo con nuestras obligaciones como si tuviéramos vendas en los ojos En ese momento, de pronto, yo ya no las tenía ¿Cómo podía ser cauto, circunspecto, parecerme en algo al agente que había sido en otros tiempos?
Dejé la oficina temprano quería hacer algo antes de ir a casa Cuando llegó el ascensor, estaba vacío -demasiado tarde para la hora pico de la noche- y entré solo.
Necesitaba desesperadamente hablar con alguien, pero, cen quién podía confiar ? ¿En Molly ?Ella pensaría inmediatamente que había pasado del otro lado de la raya de la cordura Era médica su mundo era muy racional Claro que tendría que decírselo alguna vez pero, ¿cuándo ?¿Y mi amigo Ike? Posible, supongo, pero en ese punto no me parecía que pudiera arriesgarme a contárselo ni a él ni a nadie
Dos pisos más abajo, el ascensor se detuvo y entró una joven Era alta, castaña, los ojos un poco demasiado pintados, pero tenía una linda figura y una blusa de seda que le acentuaba los senos. Nos quedamos ahí en el silencio normal que comparten los pasajeros de ascensor que no se conocen, pero están de pie uno a pocos centímetros del otro en una caja de metal en la que no tienen nada que hacer, excepto esperar. Ella parecía distraída, perturbada Los dos mirábamos hacia arriba, muy concentrados en el cambio de los números El dolor de cabeza, ese martilleo febril, se me había pasado por fin, gracias a Dios.
Yo estaba pensando en Molly cuando lo "oí"…
… cómo será en la cama?
La miré instintivamente para asegurarme de que no había dicho nada en voz alta Los ojos de ella rozaron los míos una milésima de segundo, pero luego volvieron a posarse sobre los numerales rojos en el panel sobre la puerta.
Esta vez me concentré para oír mejor
lindo culo Un tipo fuerte, supongo. Parece abogado, así que seguramente es un conservador aburrido pero para una noche qué importa.
Me volví otra vez y nos miramos de nuevo Esa vez, la mirada duró un segundo de más.
Tal vez nunca había tenido a una mujer tan a mi disposición Sentí un terrible espasmo de culpa Estaba escuchando sus fantasías más íntimas, sus especulaciones privadas, sus sueños diurnos Era una violación. Violaba todas las reglas que los seres humanos han desarrollado durante siglos para flirtear, la danza de insinuaciones, indirectas, y sugerencias, que trabaja tan bien porque como en realidad no se dice nada con claridad, nada es seguro.
Yo sabía que esa mujer estaba dispuesta a irse a la cama conmigo. En general, uno no está seguro a pesar de lo que llaman lenguaje del cuerpo. Algunas mujeres disfrutan de las insinuaciones, les gusta llevar las cosas hasta el umbral de la puerta para ver si son deseables y, después, en el último momento, retroceden, juegan con las convenciones sociales, fingen cansancio o enfermedad, afirman que necesitan más tiempo Todo el juego, que ha sorprendido y desequilibrado a hombres y mujeres desde que empezamos a caminar en dos patas (y seguramente antes también) se basa en nuestra incapacidad para saber lo que hay en la mente del otro Se apoya sobre la incertidumbre.
Pero yo sabía. Sabía con absoluta certeza lo que estaba pensando esa mujer Y por alguna razón, me parecía inquietante, como si estuviera al margen de las reglas del comportamiento humano.
También me doy cuenta de que otro hombre hubiera aprovechado inmediatamente la situación ¿Por qué no ?Yo sabía que ella estaba dispuesta y la encontraba atractiva Aunque fingiera falta de interés, veía -"oía", digamos- más allá de esa máscara, y hubiera sabido qué decir y en qué momento El poder era enorme.
Читать дальше