No detengo al hombre (¿por qué habría de hacerlo?) y en lugar de eso lo dejo marchar, rengueando, y entro en el edificio. Huelo la sangre, cada vez más fuerte a medida que subo las escaleras hacia nuestra casa, y ahora el hedor es insoportable y me parece que voy a vomitar y después estoy en el vestíbulo y veo los tres cuerpos tendidos allí, grotescos, rodeados de sangre, y uno de ellos (no, no puede ser, no es, no) es el de Laura.
Y en ese punto, suelo despertarme.
Pero así no fue como pasó, claro que no. Mi sueño -y es siempre el mismo- ha creado una semiparábola grotesca de la realidad.
Como oficial en París, me encargaron manejar a varios agentes muy protegidos con identidades falsas y muy valiosos, y a una multitud de agentes menores. Ya había tenido un éxito importante en esa ciudad: había logrado descubrir a una red de espías de la inteligencia militar soviética que operaba en una planta de turbinas fuera de la ciudad. Mi cobertura era la de un arquitecto de una compañía estadounidense. El departamento que me habían dado en la calle Jacob era chico pero lleno de sol, en el sexto distrito, para mí, el mejor barrio de París. Era afortunado: la mayoría de los que trabajaban conmigo estaban en covachas en el octavo. Laura y yo acabábamos de casarnos y a ella no le había molestado mudarse a París. Ella era pintora y había pocos lugares más que París donde le gustaba pintar. Era muy chiquita, hermosa, con el cabello», largo y rubio como una onda de oro sobre la cabeza. Estábamos intoxicados de amor.
Habíamos hablado de tener hijos y los dos los queríamos. Lo que yo no sabía era que ella ya estaba embarazada, cosa que me habría encantado. Nunca tuvo oportunidad de decírmelo. Siempre pensé que quería hacerlo a su manera, a su ritmo, cuando hubiera tenido tiempo para digerirlo. Lo único que yo sabía era que estaba sintiéndose mal desde hacía varios días. Algún tipo de virus, había pensado entonces.
Más o menos en ese tiempo, se puso en contacto conmigo un oficial de menor nivel de la kgb, un empleado de oficina de la estación de París, que quería hacer un trato. Tenía información que vender, dijo, información de los archivos de Moscú. A cambio de ella, quería desertar, seguridad financiera, protección, lo de siempre.
Seguí los procedimientos de rutina, hice el primer contacto para que él viera al jefe de la estación de la CIA, James Tobías Thompson. Los oficiales siempre se preocupan cuando se trata de una "cita ciega", es decir un encuentro con un agente desconocido en un lugar que designa ese mismo agente. Puede' ser una trampa.
Pero este agente, que se hacía llamar Víctor, aceptó encontrarse con nosotros en nuestros términos, lo cual era alentador. Yo arreglé una cita, riesgosa pero vital. Tres llamadas rápidas de un teléfono de un departamento en el sexto distrito nos darían el lugar y el momento. Después, habría un encuentro "casual" en un negocio de ropa, un negocio caro en la calle Faubourg St. Honoré, pero a diferencia de lo que pasaba en mi sueño, en la realidad todo eso salió muy bien. Se dejó colgando un suéter azul marino en una percha en el vestidor, como si lo hubiera abandonado un cliente olvidadizo, y en el bolsillo dejé el pedazo de un sobre con el mensaje cifrado donde se indicaba hora y lugar.
Al día siguiente fuimos a uno de los refugios de la Agencia, un departamentito en el catorce. Yo sabía que los desertores que buscan ellos mismos los contactos muchas veces no aportan nada de importancia, pero debía prestárseles atención: muchos de los grandes desertores de la historia de la inteligencia fueron de ese tipo.
"Víctor" usaba una peluca rubia: la piel color oliva era la de un hombre con cabellos negros, y el truco era obvio. Más abajo de la mandíbula estaba la cicatriz rojiza, impresionante.
Parecía un artículo genuino, por lo menos a primera vista. Me prometió que si se arreglaban las cosas, me haría una revelación importante, algo que podía hacer temblar la tierra. Dijo que era un documento que había encontrado en los archivos de la kgb. Mencionó un criptónimo: urraca.
Cuando más tarde le informé a mi amigo y jefe, Toby Thompson, los detalles lo intrigaron. Aparentemente el caso tenía algo de cierto:
Así que yo arreglé un segundo encuentro.
Desde entonces, lo revisé mil veces en la mente: Victor se había puesto en contacto conmigo, es decir que ya conocía mi disfraz, sabía quién era yo. Y todos los refugios estratégicamente ubicados estaban usándose para información y todo eso. Así que, con la aprobación de Toby y su aliento, arreglé el encuentro entre Victor, Toby y yo en mi casa de la calle Jacob.
Laura, a pesar de sus esporádicos ataques de náuseas, estaba fuera de la ciudad, por lo menos eso era lo que yo creía La noche anterior había ido a visitar amigos en Giverny, a explorar los jardines de Monet. No volvería en los dos días siguientes así que el departamento estaba disponible.
No debería haberme arriesgado, pero ahora es fácil decirlo No parecía peligroso.
El encuentro sería a mediodía, pero me detuvieron en el trabajo con una llamada transatlántica a Langley en una linea segura. Hablé con el director de operaciones, Emory St Clair. Por eso, llegué veinte minutos tarde. Esperaba que Toby y Víctor ya estuvieran en el departamento.
Me acuerdo de haber visto a un hombre de cabello oscuro que salía con toda decisión del edificio. Tenía puesta una camisa cazadora, y yo lo descarté como vecino o visitante Subí las escaleras y me pareció que había un olor muy sospechoso en las paredes. Se hacía más y más fuerte a medida que me acercaba al tercer piso: sangre. Se me empezó a acelerar el corazón.
Cuando llegué al rellano del tercer piso, me encontré frente a una escena de horror imborrable. Enredados y esparcidos en el suelo, en lagunas de sangre fresca, dos cuerpos el de Toby y el de Laura.
Debo de haber gritado, pero no estoy seguro. Todo me pareció detenido, estroboscópico. De pronto, estaba arrodillado junto a Laura, acunando su cabeza querida. No podía creerlo. Ella no tenía que haber estado en casa, no era ella, era un error.
Laura tenía un disparo en el pecho, en el corazón, y la mancha de sangre se extendía, tomando casi todo su camisón blanco. Estaba muerta. Me volví y vi que Toby tenía un disparo en el estómago, lo vi cambiar de lugar en el lago de sangre, lo oí dejar escapar un gruñido.
No me acuerdo de nada mas. Apareció alguien, creo. Probablemente llamó a otra persona. No tiene sentido para mí, nada lo tiene. Yo había perdido completamente la cabeza. Tuvieron que separarme a la fuerza de mi pobre Laura: estaba convencido de poder revivirla si lo intentaba lo suficiente.
Toby Thompson sobrevivió, aunque no sé cómo. Su columna vertebral estaba partida en dos y quedaría paralizado de por vida.
Laura había muerto.
Más tarde, se explicaron algunas cosas.
Laura había vuelto esa mañana porque se sentía mal. Me había llamado al trabajo para avisarme, pero por alguna razón incomprensible yo no recibí el mensaje. Más tarde, la autopsia reveló que ella estaba embarazada. Toby había aparecido en mi departamento unos minutos antes del mediodía, armado por si acaso. Encontró la puerta entreabierta, al hombre de la kgb adentro, con Laura como rehén a punta de revólver."Víctor" le había apuntado y disparado, luego se había dado vuelta y matado a Laura. Toby había contestado los disparos pero el dolor lo venció antes de que pudiera terminar con el enemigo.
Lo sucedido, al parecer, era una venganza soviética dirigida en mi contra ¿Pero por qué ?¿Por acabar con una red de espías en la fábrica de turbinas ?¿O por cualquiera de los incidentes de Alemania Oriental en los que herí, muchas veces maté, a agentes de Alemania y de Rusia ?"Víctor" me había preparado una trampa para matarme. Pero en lugar de eso, la que había recibido el disparo era Laura. Laura, que ni siquiera tenía que estar allí, y yo, detenido por un destino absurdo, estaba vivo. Lo había arruinado todo y estaba vivo, mientras Toby Thompson quedaba condenado a una silla de ruedas para el resto de su vida y Laura moría, joven y embarazada.
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