Joseph Finder - Poderes Extraordinarios

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En el mundo del espionaje, poderes extraordinarios es un término que se utiliza para referirse al permiso que se le otorga a un agente secreto de mucha confianza para que en circunstancias extremadamente especiales viole las órdenes de su empleador si es absolutamente necesario para cumplir el objetivo de una misión de suma importancia.
Poderes extraordinarios es una novela de suspenso escrita por un novelista catalogado como uno de los mejores escritores de thrillers del mundo, Joseph Finder, graduado en la universidad de Yale y Harvard.
La novela narra la historia de Ben Ellison, quien se encarga de investigar el accidente que terminó con la vida de su suegro, director de la CIA en el momento más exitoso de su carrera. Pero, aparentemente, no se trata de un accidente. Ben utilizará sus poderes de percepción extrasensorial para buscar al ex jefe de la KGB, el único que puede revelar la verdad. Pero mientras Ben lleva a cabo su investigación, un asesino le asecha.
Joseph Finder describe una conspiración concebida en el corazón de la inteligencia norteamericana. Una fortuna perdida, de origen soviético y habilidades parapsicológicas condimentan una trama muy atrapante.
El libro tiene un valor tremendo, es muy bueno. Además, su autor afirma que si bien ciertas cosas de la novela son parte de la ficción, la historia está basada en hechos históricos muy misteriosos y poco conocidos, pero existen registros muy interesantes que demuestran su veracidad. A medida que se avanza en la lectura, Joseph Finder presenta artículos periodísticos que respaldan su afirmación.
Se trata de una verdadera obra de arte, te la recomiendo.
Te dejo el link de la página oficial del autor para que encuentres más información si es de tu interés.

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Mientras tanto, el guardia corría hacia mí con la mano en el arma, acortando cada vez más la distancia…

Miles se había puesto de pie, indistinguible en el pandemónium. Había metido la mano en el bolsillo de su traje.

¡Ahora!

Bajé el botón del apoyabrazos derecho de la silla de ruedas y apareció el arma con el cargador hacia afuera, metida con exactitud entre el metal y la goma.

Dos disparos solamente.

Esa era la desventaja del American Derringer, pero era un precio que yo había tenido que pagar.

Ya estaba amartillado. Lo saqué, y… corrí el seguro con el pulgar y…

No había línea de fuego despejada entre mi lugar y el del asesino… ¡El guardia me bloqueaba la vista!

Y de pronto, el caos, la anarquía, se quebró con el grito agudo de una mujer desde algún lugar, más arriba, y cientos de cabezas giraron hacia el sitio desde donde venía el alarido. Venía de uno de los agujeros cuadrados de las paredes, uno de los nichos preparados para cámaras de televisión, aunque éste no estaba ocupado por ninguna cámara. En lugar de eso había una mujer gritando con todas sus fuerzas.

– ¡Sinclair! ¡Abajo! ¡Cuidado! ¡Papá!

"¡Ese tiene un arma!

"¡Abajo!

"¡Van a matarte!

"¡Abajo!

¡Molly!

¿Cómo mierda había entrado?

No había tiempo para pensarlo. El guardia se quedó inmóvil, se volvió hacia la derecha, miró en la confusión y durante un instante, mi blanco estuvo al alcance.

…en ese instante, disparé, con el arma bien apuntada hacia el asesino.

No fue mi bala.

No, había demasiada posibilidad de fallar con una bala.

Era un cartucho especialmente configurado Magnum.410, con por lo menos catorce gramos de perdigones de plomo. Ciento doce perdigones para ser exactos.

Un cartucho en una pistola.

La explosión llenó la habitación, que se transformó en una cacofonía de gritos destemplados. La gente se había levantado, algunos corrían hacia las salidas, otros se arrojaban al suelo buscando protección.

En los dos segundos que tardó el guardia en saltar sobre mí, golpeándome contra la silla de ruedas, vi que yo le había dado al alemán que se hacía llamar Miles Preston. Tenía la cabeza hacia atrás, sorprendido, el brazo izquierdo sobre los ojos. La sangre le corría por la cara donde le habían dado los perdigones de alta velocidad, mutilándolo, desgarrándolo, destrozándolo. Era como recibir un puñado de vidrios rotos en la cara. El hombre había perdido el equilibrio. Tenía una pistola automática en la mano derecha. La pistola colgaba a un costado, virgen todavía.

Sinclair, eso lo vi enseguida, estaba en el suelo con alguien encima, seguramente su guardaespaldas, y la mayoría de los senadores se había agachado detrás de la mesa, mientras toda la cámara se convertía en una Babel de gritos y aullidos ensordecedores y parecía que todo el mundo se me tiraba encima, todos los que no estaban corriendo hacia las entradas o tirándose al suelo por lo menos.

Luché con el guardia, luché para ponerme de pie y sacarle mi Derringer, que el sostenía con fuerza. Intenté levantarme de la silla de ruedas, pero mis piernas, que habían estado dobladas desde hacía por lo menos una hora, no me sostenían. La sangre las había abandonado y estaban dormidas: no funcionaban. No podía levantarme.-¡Quieto! -me aulló el guardia, mientras seguía luchando por quitarme el arma.

¡Un disparo más! ¡Tenía otro disparo! Uno, y esta vez, el que quedaba en la cámara era una bala.45, y si podía liberar ese brazo, y conseguir amartillar, mataría a Miles, salvaría al padre de Molly. Pero el guardia me había aprisionado contra el piso, junto a la silla y ahora había otros conmigo y Miles, yo sabía que Miles, como asesino profesional, herido y lastimado tal vez, seguía teniendo su automática en la mano y la había apuntado a Sinclair y ya estaba apretando el gatillo…

…en ese momento, oí la explosión.

Me sacudió un terror salvaje mientras dejaba de pelear contra el guardia.

Primero un tiro, después dos, uno detrás de otro, en tres explosiones enormes que retumbaron en la habitación, seguidas por un segundo de silencio absoluto y luego una erupción de gritos y aullidos de horror.

Miles había disparado tres veces.

Tenía que haber matado a Harrison Sinclair.

Yo casi había logrado inmovilizarlo. Casi lo había detenido. Molly había ayudado mucho con su táctica de distracción. Casi habíamos impedido que el asesino cumpliera con su cometido.

Pero él había sido demasiado rápido, demasiado profesional, había demostrado tener demasiados recursos.

Y, así apretado contra el piso con media docena de guardias sobre mí, la bala.45 sin disparar en el revólver que me habían arrancado, sentí que me dejaba ir en el agotamiento.

Lágrimas -de frustración, de fatiga, de tristeza inefable- me llenaron los ojos. Ya no podía pensar.

Nuestro plan, nuestro brillante plan, había fracasado. Yo había fracasado.

– De acuerdo -dije, pero era un murmullo ronco, quebrado. Me quedé acostado, la espalda contra el piso frío, mientras alrededor de mí gritaban de horror.

Mientras el guardia me esposaba, primero una mano y luego la otra, yo miraba sin ver hacia adelante, hacia el espacio libre entre el brazo y el pecho del guardia, al frente.

Cuando se hizo un hueco, no pude creer lo que estaba viendo.

El asesino, Miles Preston, se había derrumbado en la base del estrado de los testigos, la frente destrozada, junto con casi toda su cara.

Muerto.

Sobre él, mirando todo con ojos llenos de incredulidad, estaba la figura alta, flaca, algo desgreñada, de Harrison Sinclair.Vivo.

Y lo último que vi antes de que me llevaran, la última imagen, extraordinaria y hermosa, virtualmente un milagro, fue la de Molly. Arriba, en el nicho de la cámara, en ese agujero cuadrado en la pared, donde había empezado a gritar al comienzo.

Pero ahora tenía una pistola color negro mate en la mano derecha, y miraba el arma con una expresión que parecía de incredulidad. Estoy seguro de que vi en su cara la débil sombra de una sonrisa.

POR ERIC MOFFATT DE THE WASHINGTON POST El edificio de la sala de audiencias - фото 7

POR ERIC MOFFATT

DE THE WASHINGTON POST

El edificio de la sala de audiencias del Senado fue el escenario de una de las escenas más extraordinarias de que se tenga memoria en nuestra capital.

Anoche a las 19 30, durante las audiencias televisadas del Comité Seleccionado del Senado sobre Inteligencia por la acusación de corrupción en la cía, hizo su aparición Harrison Sinclair, el ex director de la Agencia Central de Inteligencia, que supuestamente había muerto en un accidente en el mes de mayo pasado Vino a prestar testimonio bajo juramento en cuanto a lo que según dijo era una "conspiración internacional" que involucraba al presente director de la Agencia, Alexander Truslow y al gobierno del canciller de Alemania, Wilhelm Vogel, ganador de la última elección

Pero apenas Sinclair entró en la sala acompañado de guardias armados, empezaron a sonar disparos Lo único que se dijo de uno de los atacantes, que murió, fue que era de nacionalidad alemana El otro era Benjamín Ellison, 40 años abogado y ex agente de la CIA.

No se informó sobre otras muertes

POR KENNETH SEIDMAN ESPECIAL PARA THE NEW YORK TIMES Washington 4 de enero - фото 8

POR KENNETH SEIDMAN

ESPECIAL PARA THE NEW YORK TIMES

Washington, 4 de enero- Como consecuencia de los hechos extraordinarios de diciembre, la nación sigue conmovida por el espectáculo de un ex director de la cia a quien se creía muerto, que apareció súbitamente en vivo en la televisión nacional y por el intento de asesinato, igualmente sorprendente, que siguió a dicha aparición

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