Bobby contesto a la segunda llamada.
– Vete.
– ¿Dormías?
– Si.
– Estoy sentado en el parque la vida es una mierda.
– ¿Y a mi que?
– Ha pasado algo horrible.
– Es la salsa de esos tacos -dijo.
– No puedo hablar de ello por teléfono.
– Bien.
– Estoy preocupado por ti.
– Suena bien.
– Estas en peligro real, Bobby.
– Juro que utilizo el hilo de seda, mamá.
Orson se esponjo, divertido. Una experiencia desagradable que no sufría.
– ¿Estas despierto ahora? -le pregunté a Bobby.
– No.
– No creo que estuvieras dormido cuando has contestado.
Hubo un silencio.
– Bueno, desde que te fuiste han estado pasando toda la noche una película de espanto.
– ¿El planeta de los simios? -aventuré.
– En pantalla panorámica de trescientos sesenta grados.
– ¿Que están haciendo?
– Oh, ya sabes, las habituales monerías.
– ¿Nada mas amenazador?
– Creen que son encantadores. Uno de ellos está ahora delante de la ventana, haciéndome burla.
– Sí, ¿pero no empezaste tú?
– Tengo el presentimiento de que están intentando irritarme para que vuelva a salir.
– No lo hagas -dije alarmado.
– No soy imbécil.
– Perdona.
– Soy un huevón.
– Es verdad. -Existe una gran diferencia entre un imbécil y un huevón.
– Estoy de acuerdo.
– Que milagro.
– ¿Tienes el arma contigo?
– Oye, Snow, ¿no acabas de decir que no soy un imbécil?
– Si podemos mantenernos a flote en este túnel hasta el amanecer, creo que estaremos a salvo hasta la puesta de sol de mañana.
– Ahora están en el tejado.
– ¿Haciendo que?
– No lo se -hizo una pausa para escuchar- Hay al menos dos. Corren arriba y abajo. Quizá busquen un acceso.
Orson saltó del banco y se puso tenso, una oreja apuntando al teléfono con aire preocupado. Parecía deseoso de demostrar su inteligencia perruna si eso no me molestaba.
– ¿Hay un modo de entrar por el tejado? -pregunte a Bobby.
– Los respiraderos del cuarto de baño y la cocina no son lo bastante anchos para que quepan esos hijos de puta.
Sorprendentemente, y considerando otras comodidades, la casa no tiene chimenea. Corky Collins -antiguamente Toshiro Tagawa- estaba en contra de las chimeneas porque, a diferencia de las aguas de un jacuzzi, la piedra y el duro ladrillo de una chimenea no es un lugar ideal para meterse con un par de chicas desnudas. Gracias a su mente lasciva, no había una chimenea en la que cupieran los monos.
– Tengo que hacer de Nancy antes del amanecer -dije.
– ¿Que vas a hacer? -pregunto Bobby.
– Pasare el día en casa de Sasha y lo primero que haremos al anochecer será ir a tu casa.
– ¿Quieres decir que tendré que hacer otra vez la cena?
– Llevaremos una pizza. Oye, creo que vamos a colgar de golpe. Al menos uno de los dos. Y la única manera de evitarlo es hacerlo a la vez. Será mejor que duermas lo que puedas durante el día. Mañana por la noche podrías rajarte en el momento decisivo.
– ¿Así que vas a maniobrar tu solo? -dijo Bob.
– No hay nada que maniobrar.
– No eres tan atractivo como Nancy Drew.
No iba a mentirle, ni a el ni a Orson ni a Sasha.
– No hay solución. No hay modo de cerrar el carril. Suceda lo que suceda aquí, tendremos que vivir con ello el resto de nuestra vida. Pero quizá podamos encontrar el modo de encarar la ola, aunque sea una gigantesca y espantosa losa.
– ¿Que pasa, hermano? -inquino Bob, tras un silencio.
– ¿No acabo de decirlo?
– No todo.
– Ya te lo he dicho, no es para hablarlo por teléfono.
– No me refiero a los detalles. Estoy hablando de ti.
Orson apoyó la cabeza en mi regazo, como si creyera que yo sacaría algún consuelo acariciando a mi mascota y rascándole detrás de las orejas. De hecho, lo obtuve. Siempre funciona. Un buen perro es una medicina para la melancolía y mejor alivio para el estrés que el valium.
– Te haces el duro -dijo Bobby-, pero no eres duro.
– Bob Freud, nieto bastardo de Sigmund.
– Vete a tomar por culo.
Acaricie la pelambre de Orson en un intento de calmar los nervios. Luego suspire y dije.
– Bueno, y resumiendo, es posible que mi madre destruya el mundo.
– Fantástico.
– Eso es, ¿no es cierto?
– ¿Asuntos científicos?
– Genética.
– Recuerda que te avisé contra querer dejar tu marca.
– Creo que esto es peor. Es posible que al principio intentara hallar un modo de curarme.
– El final del mundo, ¿eh?
– El final del mundo que nosotros conocemos -dije, recordando la puntualización de Roosevelt Frost.
– La madre de Beave Cleaver nunca hizo mucho más que meter en el horno un pastel.
Me eche a reír.
– ¿Que haría yo sin ti, hermano?
– Solo he hecho una cosa importante por ti.
– ¿Que es?
– Enseñarte perspectiva.
Asentí.
– ¿Que es importante y que no lo es?
– La mayoría de las cosas no lo son -me recordó.
– ¿Ni siquiera esto?
– Haz el amor con Sasha. Pégate una buena dormida. Mañana tendremos una cena de puta madre. Les daremos por el culo a algunos malditos monos. Encararemos unas olas épicas. Dentro de una semana, en tu corazón, tu madre volverá a ser tu madre, si quieres dejar estar todo esto.
– Quizá -dije titubeante.
– La actitud, hermano. Lo es todo.
– Pensare en ello.
– Pero me pregunto una cosa.
– ¿Que?
– Tu madre debió de cabrearse de verdad cuando perdió la lucha por mantener la estatua en el parque.
Bobby cortó la comunicación. Y yo desconecte el teléfono.
¿Realmente es una estrategia sabia para vivir? Insistir que la mayor parte de las cosas de la vida no han de tomarse en serio. Contemplar todo esto como una broma cósmica. Tener solo cuatro principios: uno, hacer a los demás el menor daño posible, dos, estar siempre para tus amigos, tres, ser responsable de ti mismo y no pedir nada a los demás, cuatro agarrar todas las diversiones que puedas. No te fíes de las opiniones de nadie, solo de las de los más allegados. Olvídate de dejar una huella en el mundo. Olvida las grandes cuestiones de tu época; en su lugar mejora la digestión. No vivas en el pasado. No te preocupes del futuro. Vive en el presente. Confía en la finalidad de tu existencia y deja que el significado venga a ti en lugar de esforzarte por descubrirlo. Cuando la vida te tumba de un puñetazo, encógete, pero hazlo con una risa. Engancha la ola, tío.
Así es como vive Bobby, y es la persona más feliz y más equilibrada que he conocido.
Intento vivir como Bobby Halloway, pero no lo consigo. A veces pataleo cuando debería flotar. Paso mucho tiempo anticipando y demasiado poco dejando que la vida me sorprenda. Quizás es que no me esfuerzo lo suficiente por vivir como Bobby, o quizá me esfuerzo demasiado.
Orson se acercó al estanque que rodeaba la escultura. Dio unos ruidosos lametones al agua clara, saboreando el gusto y el frescor.
Recordé aquella noche de julio en el patio cuando contemplaba fijamente las estrellas y se hundió en la desesperación. No tenía la medida precisa para determinar hasta que punto Orson era más inteligente que un perro común y corriente. Porque su inteligencia posee algo que ha sido mejorado por el proyecto Wyvern, posee un conocimiento mucho más vasto que el que la naturaleza jamás concedió a un perro. Aquella noche de julio, y reconociendo con todo su revolucionario potencial quizá por primera vez, comprendiendo las terribles limitaciones debidas a su naturaleza física, cayó en un estado de abatimiento que casi lo atrapo del todo. Ser inteligente sin una laringe compleja y otras características físicas que hacen posible el habla, ser inteligente sin manos para escribir o para confeccionar herramientas, ser inteligente pero estar atrapado en un envoltorio físico que siempre impedirá la plena expresión de tu inteligencia sería semejante a una persona que hubiera nacido sorda, muda y desmembrada.
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