El diario del cura se me había deslizado del cinturón hasta los fondillos de los pantalones. Mientras bajaba la escalera, la fricción del libro en la base de la espina me hacía daño. Cuando llegué al pie, lo saqué y lo cogí con la mano izquierda mientras que con la derecha sostenía la Glock. Orson y yo corrimos juntos a través de la rectoría, pasamos junto al altar de la Santa Virgen, donde la vela se apagó por la corriente de aire que levantaba nuestro paso. Recorrimos apresuradamente el vestíbulo de la planta baja, atravesamos la cocina con sus tres relojes digitales verdes, cruzamos la puerta de atrás, el porche y salimos a la noche y a la niebla, como si escapáramos de la Casa de Usher momentos antes de que se desplomase y se hundiera en el profundo y húmedo lago.
Pasamos por la parte de atrás de la iglesia. Su formidable masa era un maremoto de piedra y mientras estuvimos en sus sombras nocturnas pareció que se encrespaba, se quebraba y nos trituraba.
Mire atrás dos veces. El cura no nos seguía. Y tampoco nadie más.
Imaginé por un momento que la bicicleta ya no estaría o la encontraría rota, pero estaba apoyada en la lápida, en el mismo sitio donde la había dejado. No se veían monos por ninguna parte.
No me detuve a hablar un poco con Noah Joseph James. En un mundo tan jodido como el nuestro, noventa y seis años de vida ya no parecían tan deseables como solo unas horas antes.
Tras guardarme la pistola en el bolsillo y meterme el diario dentro de la camisa, corrí con la bicicleta por una avenida entre hileras de tumbas, balanceándome en ella mientras avanzaba. Cubrí de un salto la curva hacia la calle, inclinándome sobre el manillar y, pedaleando con fuerza, me abrí paso como un taladro a través de la niebla, dejando atrás un túnel temporal en la revuelta bruma.
A Orson ya no le interesaba seguir el rastro de las ardillas. Estaba tan ansioso como yo de poner distancia entre nosotros y St. Bernadette.
Habíamos recorrido unas cuantas manzanas cuando empecé a comprender que no era posible escapar. El inevitable amanecer me restringía a los alrededores de Moonlight Bay y la locura de la rectoría de St. Bernadette la iba a encontrar en cada esquina de la ciudad.
Deseaba más que nada alejarme de una amenaza de la que nunca podría escapar, ni siquiera volando a la isla más remota o a la cima del mundo. Fuera donde fuera, llevaría conmigo lo que me producía miedo: la necesidad de saber. Ya no temía las respuestas que pudiera recibir cuando preguntara acerca de mi madre. Lo que temía de verdad eran las propias preguntas, porque su naturaleza, tanto si eran contestadas o no, cambiarían mi vida para siempre.
Desde un banco del parque, en la esquina de Palm Street y Grace Drive, Orson y yo contemplamos la escultura de una cimitarra de acero en equilibrio sobre un par de dados tumbados, tallados en mármol blanco, sobre una representación muy refinada de la Tierra, labrada en mármol azul, que a su vez se asentaba sobre un gran montículo de bronce fundido, que parecía un montón de caca de perro.
Esta obra de arte había estado en el centro del parque, rodeada por una fuente burbujeante, durante casi tres años. Nos sentábamos aquí muchas noches, comentando el significado de esta creación que nos intrigaba, nos incitaba y desafiaba, aunque no nos instruía particularmente.
Al principio creíamos que su significado era claro. La cimitarra representa la guerra o la muerte. Los dados tumbados, el destino La esfera de mármol azul, que es la Tierra, es el símbolo de nuestras vidas. Únelo todo y ya tienes una exposición de la condición humana, nuestra vida o muerte según los caprichos del destino, nuestras vidas en este mundo regladas por el frío azar. La caca de perro de bronce en la base es una repetición minimalista del mismo tema: la vida es una mierda.
A este primer análisis siguieron otros muchos. La cimitarra, por ejemplo, podía no ser una cimitarra después de todo, podía ser una luna creciente. Las formas como dados, terrones de azúcar. La esfera azul podía no ser nuestro planeta, sino una bola de bolos. Lo que las distintas formas simbolizan puede interpretarse de una infinidad de maneras aunque es imposible concebir el bronce fundido como otra cosa que no sea caca de perro.
Vista como Luna, terrones de azúcar o bola de bolos, la obra maestra puede interpretarse de este modo; nuestras mayores aspiraciones (alcanzar la Luna) no se pueden conseguir si castigamos nuestros cuerpos y agitamos nuestras mentes comiendo demasiados dulces. O si soportamos el dolor con mala cara al probar suerte con la bola con demasiada fuerza de torsión, cuando estamos desesperados por ganar la media partida. La caca de perro de bronce nos revela las últimas consecuencias de una mala dieta combinada con la obsesión por el juego de bolos: la vida es una mierda.
Hay cuatro bancos situados alrededor del extenso paso que rodea la fuente en la que esta la escultura. Y hemos visto la obra desde todas las perspectivas.
Las farolas del parque llevan un contador y se apagan a media noche para ahorrar fondos a la ciudad. La fuente también deja de echar agua. El suave chapoteo del agua ayuda a la meditación y nos gustaría que funcionara toda la noche, aunque no fuera xepero, también preferiría el parque a oscuras. La luz ambiental no sólo es suficiente, sino ideal para el estudio de la escultura, y una buena niebla espesa puede ayudar inconmensurablemente a tu apreciación de la visión del artista.
Antes de que se erigiera este monumento, en la parte central de la fuente y desde hacia más de cien años, había una simple estatua en bronce de Junípero Serra. Fue un misionero español que trabajó con los indios de California, hace dos siglos y medio: el hombre que estableció la red de misiones que ahora son edificios sobresalientes, tesoro público y atracción para turistas propensos a la historia.
Los padres de Bobby y un grupo de ciudadanos de la misma mentalidad formaron un comité de presión para desterrar la estatua de Junípero Serra, con la excusa de que un monumento a un personaje religioso no podía estar en un parque creado y mantenido con fondos públicos. Separación de la Iglesia y el Estado. La Constitución de Estados Unidos, dijeron, es muy clara en este punto.
Wisteria Jane (Milbury) Snow - Wissi para los amigos, «mamá» para mi-, pese a ser científico y racionalista, lideró el comité de oposición que quería preservar la estatua de Serra «Cuando una sociedad reniega de su pasado, por la razón que sea, no puede tener futuro», decía.
Mamá perdió el debate. Lo ganaron los parientes de Bob.
La noche en que se tomó la decisión, Bobby y yo nos reunimos en las más solemnes circunstancias de nuestra larga amistad, para determinar si el honor familiar y las sagradas obligaciones de la consanguinidad nos demandaban llevar a cabo una lucha entre familias encarnizada y sin tregua, a la manera de los legendarios Hatfield y McCoy, hasta que los primos mas lejanos hubieran sido enviados a dormir con los gusanos o hasta que uno de nosotros hubiera muerto. Tras consumir bastante cerveza para aclarar las ideas, decidimos que era imposible una lucha entre familias y encontrar tiempo, además, para cabalgar las series de monolitos hinchados y cristalinos que el buen mar envía a la orilla. Por no hablar de todo el tiempo gastado en matar y mutilar que podía haber sido ocupado ligando chicas con diminutos bikinis.
Entré en la clave del número de Bobby del móvil y presione marcar.
Subí un poco el volumen para que Orson pudiera escucharnos a los dos. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, me dije que inconscientemente había aceptado la más fantástica posibilidad del proyecto Wyvern como hecho probado, aunque todavía pretendiera tener mis dudas.
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