Corky Collins -que construyo la casa de Bobby mucho antes de su nacimiento- era un tipo sin pretensiones, pero se permitía hacer americanadas. Como el jacuzzi para cuatro personas forrado de mármol, en la esquina opuesta a la ducha. Quizá Corky -que se llamaba Toshiro Tagawa antes de cambiarse el nombre- imaginaba orgías con tres chicas o quizá fuera un maniático de la limpieza.
Cuando era joven -un prodigio que se licencio en Derecho en 1941 a la edad de veintiún años- Toshiro fue recluido en Manzanar, el campo de concentración en el que los leales estadounidenses de origen japonés permanecieron prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, indignado y humillado, se dedico al activismo político, comprometido en proteger a los oprimidos. Cinco años mas tarde perdió la confianza en la posibilidad de una justicia igual para todos y llegó al convencimiento de que la mayoría de los oprimidos, si se les da la oportunidad, se convierten en entusiastas opresores por derecho propio.
Cambió para ejercer de abogado especialista en derecho civil. Como su sabiduría no tenía limites, rápidamente se convirtió en el abogado privado de mas éxito en el área de San Francisco.
Cuatro años después, tras acumular una sustanciosa fortuna, dejó de practicar el derecho. En 1956, a los treinta y seis años, se construyo su casa en la punta sur de Moonlight Bay, e hizo llegar hasta allí corriente eléctrica, agua y teléfono con un gasto considerable. Con un seco sentido del humor resultado del cinismo y el rencor adquiridos, Toshiro Tagawa cambió legalmente su nombre por el de Corky Collins el día en el que se instaló en la casita, y dedicó todos los días del resto de su vida a la playa y al océano.
Le aparecieron nódulos en la punta de los dedos de los pies y en los pies, debajo de las rotulas y en las últimas costillas. Como quería oír libremente el retumbar de las olas, Corky no siempre utilizaba tapones para los oídos cuando practicaba surf, y desarrolló una exóstosis: el canal del oído interno se va estrechando porque se llena de agua fría y, debido al abuso repetido, un tumor benigno de huesos le redujo dicho canal. A los cincuenta años, Corky padecía sordera intermitente en el oído izquierdo. A todos los surfistas nos moquea la nariz después de una fuerte sesión de espuma de mar, porque los senos se vacían violentamente y expulsas toda el agua del mar que has aspirado por las ventanas de la nariz; estas porquerías suelen pasar cuando estas charlando con una chica fantástica con un bikini muy pequeñito. Después de veinte años de absoluta dedicación y de las consiguientes cataratas del Niágara, Corky desarrollo una exóstosis en los conductos de la nariz, que requirió cirugía para aliviar la jaqueca y recuperar el drenaje. En cada aniversario de la operación, organizaba la «fiesta del drenaje». Durante años de exposición a los rayos del sol y al agua salada, Corky también padecía lo que se llama el ojo del surfista - pterygium -, un engrosamiento aliforme de la conjuntiva sobre la esclerótica del ojo, que a veces se extiende a la cornea. Su visión se iba deteriorando poco a poco.
Hace nueve años no sufrió la operación oftalmológica porque murió. No a causa de un melanoma ni de un tiburón, sino de la Gran Madre, el océano. Corky tenía entonces sesenta y nueve años, pero aquel día salió a dibujar las monstruosas olas de una tormenta, gigantes de siete metros, temibles, truenos rodantes que la mayoría de los surfistas con la tercera parte de su edad no hubieran intentado superar. Según los testigos, estaba sobre una de ellas, aullando de alegría, casi volando, recorrió el filo, dibujó correctamente los tajos del carril sagrado, se lanzó a gran velocidad, hasta que desapareció de la vista durante mucho rato y fue abatido por una ola que rompía. Monstruos que pueden pesar miles de toneladas, lo que es mucha agua, demasiada para abrirse paso a través de ella, en las que hasta el nadador más experimentado tiene que permanecer en su interior un minuto y medio o más, a veces mucho más antes de poder tomar aire. Lo peor fue que Corky salió a la superficie justo a tiempo de ser martilleado por la siguiente ola, ahogándose al ser aplastado por las dos olas.
Los surfistas de un extremo al otro de California compartían la opinión de que Corky Collins había llevado una vida perfecta y había encontrado una muerte perfecta. Exóstosis en el oído, exóstosis en los conductos nasales, pterygium en ambos ojos, nada de esto significaba lo mas mínimo para Corky, todo esto era mejor que el aburrimiento o una enfermedad de corazón, mejor que una asquerosa pensión de jubilado ganada pasándose toda la vida en una oficina. La vida era el surf, la muerte era el surf, la fuerza de la naturaleza grande y envolvente, el corazón se exaltaba al pensar en el envidiable paso por el mundo de Corky que tan problemático era para tantos otros.
Bobby heredó la casa.
Este inesperado acontecimiento dejó atónito a Bobby. Ambos conocíamos a Corky Collins desde que teníamos once años, desde la primera vez que nos aventuramos hasta el final del promontorio con nuestras tablas en las bicis. Fue el mentor de toda rata surfista con ansias de experimentar y facilidad para dominar el punto de rompimiento. El no se comportaba como si el punto fuera suyo, pero todos respetaban a Corky como si fuera el propietario de la playa desde Santa Bárbara hasta Santa Cruz. Se mostraba impaciente con todo huevón que robaba o cortaba una buena ola, estropeándola para los demás, y desdeñaba a los surfistas domingueros y sin carácter, pero era un amigo y una inspiración para todos aquellos que estábamos enamorados del mar y en sintonía con su ritmo. Corky tenía legiones de amigos y admiradores, algunos de los cuales conocía desde hacia mas de tres décadas, y por esta razón nos desconcertó que dejara en herencia todas sus posesiones a Bobby, al que conocía tan solo desde hacia ocho años.
Como explicación, el ejecutor del testamento entrego a Bobby una carta de Corky que era una obra maestra de brevedad:
Bobby.
Lo que la mayoría de gente considera importante, tu no lo consideras. Esto es sabiduría.
A lo que crees importante estas dispuesto a entregar la mente, el corazón y el alma. Esto es gracia. Nosotros solo tenemos el mar, el amor y el tiempo. Dios te dio el mar. Por tus acciones siempre encontraras el amor. Así que yo te entrego el tiempo.
Corky vio en Bobby a alguien que poseía la innata comprensión de las verdades que él no había aprendido hasta cumplir los treinta y seis años. Quiso honrar y animar dicha comprensión. Dios le bendiga por ello.
El verano siguiente a su entrada en el Ashdon College, Bobby heredó después de pagar los impuestos, la casa y una modesta suma de dinero. Abandonó la universidad y eso enfureció a sus padres. Sin embargo pasó por alto aquella furia porque la playa, el mar y el futuro eran suyos.
Además, sus padres han estado furiosos por una cosa u otra durante toda su vida y Bobby se ha inmunizado. Propietarios y editores del periódico de la ciudad, se constituyeron en incansables cruzados para orientar la política publica, lo que significa que creen que la mayoría de los ciudadanos o son demasiado egoístas para hacer bien las cosas o demasiado estúpidos para saber lo que es bueno para ellos. Esperaban que Bobby compartiera lo que llamaban su «pasión por los grandes retos de nuestro tiempo», pero Bobby quería escapar del cacareado idealismo de su familia, y de la mal disimulada envidia, rencor y egoísmo que formaban parte de ella. Todo lo que Bobby deseaba era paz. Sus padres también querían paz, la paz en todo el planeta, paz en todos los rincones de la Tierra, pero eran incapaces de proporcionarla dentro de las paredes de su propia casa.
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