Sin otra salida, Eve abrió la cubierta. Adentro había una estatua de mujer, tal vez de más de ocho pulgadas, esculpida en un cristal casi transparente. Su cabeza estaba echada hacia atrás, por lo su cabello le caía por la espalda casi hasta los pies. Los ojos estaban cerrados, la boca abierta en una tranquila sonrisa. Tenía los brazos a los costados, con las palmas levantadas.
– Es la diosa- -explicó Phoebe. -Tallada en alabastro. Representa la fuerza, el coraje, la prudencia, la compasión que es únicamente femenina.
– Es estupenda. -Levantándola, Eve observó que la luz que entraba por las ventanas brillaba en la figura tallada. -Parece vieja, en una buena forma. -agregó rápidamente e hizo reir a Phoebe otra vez.
– Si, es vieja, en una buena forma. Era de mi tatarabuela. Fue pasando de mano en mano, de mujer a mujer hasta que llegó a mi. Y ahora a usted.
– Es hermosa. Realmente. Pero no puedo quedármela. Es algo que usted necesita mantener en su familia.
– Phoebe extendió el brazo, poniendo una mano sobre las de Eve, que tenía sobre la estatua. -La estoy manteniendo en mi familia.
Su oficina en la Central era demasiado pequeña para un encuentro donde dos de más personas estuvieran involucradas. Su llamada para reservar una sala de conferencias terminó en una corta, amarga e insatisfactoria discusión.
Con sus opciones reducidas, ella se reorganizó y programó la reunión en la oficina de su casa.
– Problemas, teniente? -preguntó Roarke entrando desde su oficina a la de ella.
– No hay salas de conferencia disponibles hasta las cuatro? Eso es una mierda.
– Eso es lo que te escuché decir, bastante brutalmente, en el enlace. Tengo que irme al centro. -Se acercó, deslizando la punta de sus dedos a lo largo de la hendidura de su barbilla. -Hay algo que pueda hacer por ti antes de irme?
– Ya lo arreglé
Bajó los labios hacia los de ella, entreniéndose ahí. -No debería demorarme. -El retrocedió, y divisó la estatua sobre el escritorio. -Que es esto?
– Me lo dió Phoebe.
– Alabastro. -dijo cuando la levantó. -Es adorable. Una diosa de alguna clase. Te la dio a ti.
– Sí, es para mí. La diosa de los policías. -Miró fijamente la cara tranquila y serena de la estatua, recordando haber quedado atrapada en la tranquila y serena cara de Phoebe Peabody. -Me estuvo diciendo cosas. Creo que son los ojos. Si quieres mantener tus pensamientos para ti mismo, nunca la mires directamente a los ojos.
El rió y puso la estatua en su lugar otra vez. -Me imagino a un número de personas diciendo exactamente lo mismo de ti.
Era algo para pensarlo, pero tenía trabajo que hacer. Sacó archivos, repartiendo datos en varias pantallas, buceando luego en el registro de Julianna Dunne.
Ya había hecho una segunda página de nuevas notas cuando Peabody y McNab llegaron. -Hagan la incursión al AutoChef ahora -ordenó sin levantar la vista. -Los quiero instalados cuando llegue Feeney.
– Tienes un nuevo enfoque? -preguntó Peabody.
– Quiero reunir a todos a la vez. Necesito más café aquí.
– Sí, señor. -cuando Peabody trató de alcanzar la taza vacía de Eve, vió la estatua. -Te dio la diosa.
Ella levantó la vista ahora, y ante su terror, vió lágrimas brotando de los ojos de Peabody. McNab las había visto también. El murmuró, -cosas de chicas- y desapareció en la cocina adjunta.
– Escucha, Peabody, en cuanto a eso…
– Y la pusiste en tu escritorio.
– Sí, bueno… Me imagino que se suponía que era para ti, así que…
– No, señor. -Su voz era temblorosa cuando levantó los ojos empapados hacia Eve. Y sonrió. -Ella te la dio, y eso significa que confía en ti. Te acepta. Eres de la familia. Y tú la pusiste aquí, justo en tu escritorio, y eso significa que lo aceptas. Es muy emocionante para mí -agregó y sacó un pañuelo. -Te amo, Dallas.
– Oh, diablos. Si tratas de besarme, te corto la cabeza.
Peabody lanzó una húmeda risa y se sonó la nariz. -No estaba segura de que ibas a hablar conmigo esta mañana. Papá llamó y dijo que se estaban quedando aquí.
– Tu madre le puso el hechizo a Roarke. Eso fue lo que pasó.
– Sí, puedo imaginarlo. No estás molesta?
– Sam hizo medialunas esta mañana. Tu madre me llevó una, con café.
La sonrisa iluminó la cara de Peabody. -Está todo bien entonces.
– Aparentemente. -Eve levantó la taza, frunciendo los labios al mirar adentro. -Pero parece que no tengo café en este momento. Como puede ser?
– Voy a corregir ese descuido inmediatamente, teniente. -Peabody recuperó la tasa, y dudó. -Un, Dallas? Bendiciones para ti.
– Que?
– Lo siento, no puedo evitarlo. El entrenamiento Free-ager. Es sólo… Gracias. Por todo. Gracias.
– Julianna Dunne. -Feeney tragó su café y sacudió la cabeza. Tenía el vivo rostro de un basset hound, los ojos caídos de un camello. Su corto cabello color gengibre, salpicado de plata, se veían como si hubiera sido atacado por algún tipo de maníaco con tijeras de jardín. Lo que significaba que había sido recientemente recortado.
Estaba sentado en la oficina de Eve, sus piernas más bien regordetas, estiradas. Ya que tenía puesta una media marrón y una negra, Eve concluyó que su esposa no se había encargado de organizarle la ropa esa mañana.
No era muy moderno para vestir. Pero cuando se trataba de electrónicos, él mandaba.
– Jamás esperé recibir otro noticia de ella.
– No tenemos huellas o ADN ni en la escena del crimen ni en el apartamento que dejó Julie Dockport para verificar. Pero la visual -hizo gestos hacia las fotos de ID desplegadas en la pantalla- me da una identificación ocular. Corrí una probabilidad en forma, y dio un noventa y nueve por ciento de que Julie Dockport y Julianna Dunne sean la misma persona.
– Si sólo salió de la jaula en la primera parte del año, -comentó McNab- trabaja rápido.
– Trabaja. -dijo Eve- Ahora tiene treinta y cuatro años. En el momento en que tenía veinticinco se había casado con tres hombres, y asesinado a tres hombres. Por lo que sabemos. En la superficie era por los beneficios. Se enfocaba en tipos ricos mayores, hombres establecidos. Cada uno de ellos había estado casado previamente y divorciado. Su relación más corta fue de siete meses, la más larga, de trece. Otra vez, en cada caso ella recibió una buena herencia al desaparecer el cónyuge.
– Bonito trabajo si te animas a hacerlo. -apuntó Peabody.
– Elegía a cada hombre, investigaba sobre él, su historia, lo que le gustaba y lo que no, hábitos y todo lo demás. Meticulosamente. Sabemos esto porque pudimos localizar una caja de seguridad en Chicago que contenía sus notas, fotografías y datos del esposo número dos, Paul O’Hara. Ese fue uno de los ladrillos que usamos para encerrarla. Nunca pudimos encontrar cajas similares en New York o East Washington.
– Podría tener un compañero? -preguntó Peabody. -Alguien que removiera o destruyera evidencia?
– Improbable. Por lo que cada investigador pudo descubrir, ella trabajaba sola. Su perfil síquico lo corroboró. Su patología básica era bastante directa. Su madre se divorció de su padre cuando Julianna tenía quince. Su padrastro era también divorciado, viejo, rico, un típico ranchero tejano que llevó los golpes al hogar. Ella reclamó que él la molestó sexualmente. La policía siquiátrica fue incapaz de determinar si las relaciones sexuales de Julianna con su padrastro, que él negó, fueron consensuales o forzadas, pienso que ella llegó a creerle a Julianna. En todo caso, era una menor cuando fue abusada.
– Y fue el argumento principal para acortar la condena. -agregó Feeney.
Читать дальше