– Eres maravillosa, ¿lo sabías? Maravillosa.
Ella alzó los ojos con expresión sufrida, pasó por delante de él y fue directa al dormitorio de Aaron. Acostó al niño en la cuna y regresó al salón. Trevor estaba tirado en el sofá con un brazo y una pierna colgando. Se aseguró de que había cerrado con llave la puerta principal, fue hasta el sofá y se inclinó sobre su marido
Estaba dormido. Le retiró de la frente un mechón negro y se despertó.
– ¿Kyla?
– ¿Mmm?
– Eres un ángel.
– Gracias.
– Un ángel… y preciosa.
– Sí, sí, ya lo sé.
Trevor no se percató del tono humorístico, no se daba cuenta de que le estaba tomando el pelo. Lo único que sabía era que la luz de la luna que se filtraba por las puertas de cristal iluminaba el rostro de la mujer que amaba de un modo hermoso.
La enganchó por el cuello y tiró de ella para darle un beso. Kyla no se esperaba aquel repentino gesto, mucho menos el beso tan apasionado. Perdió el equilibrio y cayó sobre él. Trevor intentó ayudarla pero sólo consiguió que ambos cayeran rodando al suelo.
Durante unos instantes, no reparó en que el mullido almohadón sobre el que reposaba su cabeza eran los pechos de Kyla. Hasta que levantó el cuello para mirarla. Entonces le abrió el escote de la camisa, que se había vuelto a atar a la cintura para el viaje de vuelta. Posó los labios en su piel.
– Hueles a sol -la nariz de Trevor exploraba el valle entre sus pechos-. Me encanta el olor del sol.
Se movió de tal manera que sus piernas quedaron instaladas entre los muslos abiertos de ella. Si se fijó en que los brazos de Kyla yacían inermes a los lados del cuerpo con las palmas hacia arriba, en actitud entregada, no hizo ningún comentario al respecto. Se limitó a ponérselos a ambos lados de la cabeza y, con su dedo índice, recorrió la parte interior desde la muñeca hasta la axila, como si dibujara el trazado de las venas.
– Si el sol, tuviera sabor, sabría como tú -la boca de Trevor iba con los labios entreabiertos de un pecho a otro, mordisqueándolos.
Se concentró en lo que estaba haciendo y, con rudeza, intentó desatar el nudo de la camisa. Tras lograrlo, se la abrió y prosiguió con el cierre delantero de la parte superior del biquini.
– Dios, eres preciosa.
La tocó con reverencia, las yemas de sus dedos acariciaban su piel arriba y abajo. Se tomó su tiempo, no se justificó, porque estaba convencido de que aquello era un sueño, uno de los muchos que había tenido con Kyla, pero ¡ése parecía real!
Le acunó los pechos y, con índice y pulgar, le pellizcó los pezones. Luego los atrapó con la boca.
Los ruidos que hacía eran los de un hambriento que hubiera encontrado alimento. Succionó ambos pechos y frotó los pezones, húmedos por sus besos, con su bigote. Luego jugueteó haciendo bailar la punta de su lengua sobre ellos, provocándolos para que se endurecieran. Y lo logró.
Era vagamente consciente de que el cuerpo de Kyla se retorcía bajo él, hablaba al suyo en un idioma que éste entendía, a pesar de que no podía traducirlo claramente.
Se alzó sobre ella y le desabrochó el botón de los pantalones cortos. Introdujo la mano por debajo de la braga húmeda del biquini y acomodó la palma de su mano en el monte de Venus. Encajaba a la perfección. Apretó, frotó, acarició el vello que lo cubría. Sus dedos se aventuraron en el dulce misterio que encerraba.
El gemido que brotó de su garganta le salió del alma e hizo temblar todo su cuerpo.
– Estás mojada, lista para recibirme.
Cubrió el cuello de Kyla de besos apasionados e introdujo los dedos en la fuente de aquella cálida humedad.
Su respiración era agitada. ¿O era la de Kyla la que oía? No estaba seguro. Resolvió el misterio atrapando la boca de ella con la suya y besándola hasta que ninguno de los dos podía ya respirar.
Le quitó los pantalones con facilidad. La braga del biquini requería más paciencia y habilidad, cualidades ambas que lo habían abandonado cuando por fin consiguió bajarla hasta los tobillos. Frustrado y torpe, se desvistió él mismo como pudo.
Dios, la piel de Kyla era fresca.
Y él estaba ardiendo.
El cuerpo de Kyla lo aceptó. Se sumergió en su feminidad y se estremeció de placer. Lo envolvía la humedad aterciopelada y cálida del sexo de Kyla. Era el mejor lugar en el que había estado.
– He esperado mucho este momento. Lo deseaba tanto… Pero es mucho mejor… Te… quiero… -le dijo al oído.
Le puso las manos debajo de las caderas, la levantó para pegarla más contra él y se movió con embates rápidos y certeros. El cuerpo de Kyla se movía al mismo ritmo. Los pechos de ella temblaban bajo la boca de Trevor y los pezones eran dos botones rojos que la lengua de él humedecía.
Y en el instante en que sintió que ella alcanzaba el climax, él se derramó en su interior como un torrente.
* * *
Huntsville, Alabama.
– No pienso volver a mudarme nunca más. Viviremos aquí el resto de nuestras vidas.
– Por mí, de acuerdo -dijo el hombre, cansado-. Menuda forma de pasar el Día del Trabajo: ¡trabajando!
– Pero hemos conseguido colocarlo todo. Por fin. Salvo esa caja que tienes llena de porquerías de los marines.
– Serán porquerías para ti. Para mí, algunas de esas cosas tienen un gran valor.
Ella le dio una palmadita en la mano.
– Ya lo sé, era una broma… Ahora que hablamos de esto, ¿mandaste por fin la foto a la viuda de ese chico? Stroud, se llamaba, ¿no?
– Sí. No, no llegué a mandársela. A ver si lo hago mañana -arrugó el ceño-. Pero ¿cómo voy a dar con ella?
– ¿Por qué no mandas la foto al Cuerpo de Marines? Estoy segura de que ellos sabrán cómo localizarla.
– Buena idea -se levantó y le ofreció una mano a ella para ayudarla-. Vamos a la cama, estoy agotado. Pero recuérdame que mande la foto mañana -añadió al tiempo que apagaba la luz.
Tardó unos momentos en recordar por qué estaba durmiendo en el suelo. Sin almohada, sin sábana, sin nada para mitigar la dureza de la madera, había dormido toda la noche de un tirón por primera vez en mucho tiempo.
Movió los ojos y miró a través de las cristaleras. Vio que aún era temprano. Dudando, estiró las piernas acalambradas y trató de sentarse. Los dedos de Trevor estaban enredados en su pelo.
Tuvo que maniobrar un poco, pero consiguió liberarse. Recogió sus pantalones cortos y, de puntillas, fue hacia el pasillo. Mientras se dirigía al dormitorio de Aaron, se abrochó el cierre de la parte superior del biquini.
El niño seguía durmiendo y no daba señales de ir a despertarse. El día anterior había sido muy intenso y se estaba cobrando su precio. Kyla dio gracias al cielo. En ese instante necesitaba pensar y no quería que nada la distrajera.
Se puso los pantalones cortos y volvió sobre sus pasos. Trevor no se había movido, dormía placidamente en el suelo, delante del sofá. No roncaba pero su respiración era acompasada. Kyla se deslizó fuera sin despertarlo.
Tomó una toalla del armario que había cerca del jacuzzi y se dirigió hacia el arroyo por la arboleda. La mañana era apacible. Los rayos del sol aún no penetraban la tupida vegetación de las ramas. Iba descalza y el suelo estaba húmedo y fresco.
El arroyo fluía lánguidamente. Sólo cuando llovía mucho sus aguas se agitaban y corrían veloces. El resto del tiempo, acudían a beber allí los pájaros del bosque. Aaron había palmoteado encantado cuando Trevor…
Trevor.
Su nombre retumbó en la mente de Kyla y eliminó cualquier otro pensamiento. Suspirando, extendió la toalla sobre la hierba cerca de un remanso y se sentó. Dobló las rodillas contra el pecho y apoyó en ellas la barbilla.
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