Harlan Coben - La promesa

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Han pasado seis años desde que el agente Myron Bolitar hizo de superhéroe. En seis años no ha dado ni un puñetazo. No ha tenido en la mano, y mucho menos disparado, una pistola. No ha llamado a su amigo Win, el hombre más temible que conoce, para que le ayude o para que le saque de algún lío. Todo eso está a punto de cambiar… debido a una promesa. El año académico está llegando al final. Las familias esperan con ansia noticias de las universidades. En esos últimos momentos de tensión del instituto, algunos chicos cometen el muy común y muy peligroso error de beber y conducir. Pero Myron está decidido a ayudar a los hijos de sus amigos a mantenerse a salvo, y hace que dos chicas del vecindario le hagan una promesa: si alguna vez están en un apuro pero temen llamar a sus padres, le llamarán a él. Unas noches después, recibe una llamada a las dos de la madrugada, y fiel a su palabra, Myron recoge a una de las chicas en el centro de Manhattan y la lleva a una apacible calle sin salida de Nueva Jersey donde ella dice que vive su amiga. Al día siguiente, los padres de la chica descubren que su hija ha desaparecido. Y que Myron fue la última persona que la vio. Desesperado por cumplir una promesa bien intencionada convertida en pesadilla, Myron se esfuerza por localizar a la chica antes de que desaparezca para siempre. Pero su pasado no es tan fácil de enterrar, porque los problemas siempre le han perseguido. Ahora Myron debe decidir de una vez por todas quien es y a que va a enfrentarse si quiere conservar la esperanza de salvar la vida de una jovencita.

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Ali levantó los ojos al cielo.

– Hombres. No, me refería a por qué esta noche. ¿Por qué me preguntas si somos exclusivos esta noche?

Él no supo qué decir. Quería ser sincero, pero ¿le apetecía hablar de la visita de Jessica?

– Quería tener claro dónde estábamos.

De repente se oyeron pasos en la escalera.

– ¡Mamá!

Era Erin. Una puerta, la primera de las dos, se abrió de golpe.

Myron y Ali se movieron a una velocidad que habría intimidado al NASCAR. Tenían la ropa puesta pero, como un par de adolescentes, se aseguraron de que todo estuviera abrochado y bien metido antes de que la segunda manilla empezara a girar. Myron se fue de un salto al otro extremo del sofá mientras Erin abría la puerta. Los dos intentaron disimular la cara de culpabilidad con resultados dudosos.

Erin entró como una tromba. Vio a Myron.

– Me alegro de que estés aquí.

Ali acabó de alisarse la falda.

– ¿Qué pasa, cariño?

– Tienes que subir enseguida -dijo Erin.

– ¿Por qué? ¿Qué pasa?

– Estaba con el ordenador, mandando mensajes a mis amigos. Y justo ahora, quiero decir, hace treinta segundos, Aimee Biel ha entrado y me ha saludado.

45

Corrieron todos a la habitación de Erin.

Myron subió las escaleras de tres en tres. La casa tembló. No le importó. Lo primero que pensó al entrar en el dormitorio fue cuánto le recordaba al de Aimee. Las guitarras, las fotografías del espejo, el ordenador sobre la mesa. Los colores eran diferentes, había más cojines y animales de felpa, pero no había duda de que ambas habitaciones pertenecían a chicas de instituto con mucho en común.

Myron se acercó al ordenador. Erin entró detrás de él y Ali detrás de ella. Erin se sentó frente al ordenador y señaló una palabra:

GuitarlovurCHC.

– CHC significa Crazy Hat Care -dijo Erin-, el nombre de la banda que estamos formando.

– Pregúntale donde está -dijo Myron.

Erin tecleó: ¿DÓNDE ESTÁS? Después apretó retorno.

Pasaron diez segundos. Myron se fijó en el icono del perfil de Aimee. La banda Green Day . Su papel pintado era el de los New York Rangers. Cuando tecleó un fragmento de su «sonido amigo», se oyó una canción de Usher por los altavoces.

No puedo decirlo. Pero estoy bien. No te preocupes.

– Dile que sus padres están angustiados. Que debería llamarles.

Erik tecleó: TUS PADRES ESTÁN DESESPERADOS. DEBERÍAS LLAMARLES.

Lo sé. Pero estaré pronto en casa. Entonces les explicaré todo.

Myron pensó cómo seguir.

– Dile que estoy aquí.

Erin tecleó: MYRON ESTÁ AQUÍ.

Larga pausa. El cursor parpadeó.

Creía que estabas sola.

LO SIENTO. ESTÁ AQUÍ. A MI LADO.

Sé que le he dado problemas a Myron. Dile que lo siento, pero estoy bien.

Myron pensó un momento.

– Erin, pregúntale algo que sólo sepa ella.

– ¿Como qué?

– Vosotras habláis, ¿no? Tenéis secretos.

– Claro.

– No estoy convencido de que sea Aimee. Pregúntale algo que sólo tú y ella sepáis.

Erin se lo pensó y después tecleó: ¿CÓMO SE LLAMA EL CHICO QUE ME GUSTA?

El cursor parpadeó. No contestaría. Estaba bastante seguro de eso. Entonces GuitarlovurCHC tecleó:

¿Por fin te ha pedido para salir?

– Insiste en que te diga el nombre -dijo Myron.

– Iba a hacerlo -dijo Erin. Tecleó: ¿CÓMO SE LLAMA?

Tengo que irme.

Erin no necesitó que la apremiaran: NO ERES AIMEE. AIMEE SABRÍA SU NOMBRE.

Larga pausa. La más larga hasta entonces. Myron miró a Ali. Tenía los ojos fijos en la pantalla. Myron oía su propia respiración en los oídos como si tuviera caracolas marinas en ellos. Finalmente llegó la respuesta.

Mark Cooper.

El nombre en la pantalla desapareció. GuitarLovurCHC se había ido.

Por un momento nadie se movió. Myron y Ali tenían los ojos fijos en Erin. Ella se puso tensa.

– Erin…

Algo le había ocurrido. Un temblor ligero en una comisura del labio. Se hizo mayor.

– Oh, no -dijo Erin.

– ¿Qué pasa?

– ¿Quién diablos es Mark Cooper?

– ¿Era Aimee o no?

Erin asintió.

– Era Aimee. Pero…

Su tono hizo que la temperatura de la habitación descendiera diez grados.

– ¿Pero qué? -preguntó Myron.

– Mark Cooper no es el chico que me gusta.

Myron y Ali se miraron desorientados.

– ¿Quién es entonces? -preguntó Ali.

Erin tragó saliva. Miró primero a Myron y después a su madre.

– Mark Cooper era un chico muy raro que fue al campamento de verano. Le hablé a Aimee de él. Solía seguirnos a algunas con una sonrisa impúdica horrible. Siempre que se nos acercaba, nos reíamos y susurrábamos al oído de la otra… -Su voz se quebró y cuando volvió era más baja-. Susurrábamos: «Problemas».

Todos miraron a la pantalla, esperando que se encendiera otra vez. Pero no pasó nada. Aimee no reapareció. Había enviado su mensaje y se había ido.

46

Claire estaba al teléfono a los pocos segundos. Marcó el número del móvil de Myron. Cuando él respondió, dijo:

– Aimee se ha conectado. ¡Me han llamado dos amigos suyos!

Erik Biel estaba sentado a la mesa y escuchaba. Tenía las manos unidas. Había pasado todo el día anterior conectado, investigando, según las instrucciones de Myron, a personas que vivían en la zona de ese callejón. Ahora sabía que había estado perdiendo el tiempo. Myron había visto un coche con una pegatina del Livingston High School inmediatamente. Lo había identificado como el de un profesor de Aimee, un hombre llamado Harry Davis, esa misma noche.

Había querido quitárselo de en medio y le había encargado trabajo de distracción.

Claire escuchó y soltó un gritito.

– Oh no, oh Dios mío…

– ¿Qué? -dijo Erik.

Ella le hizo callar con un gesto.

Erik sintió la rabia otra vez. No contra Myron. Ni siquiera contra Claire, sino contra sí mismo. Se miró el monograma de sus gemelos franceses. Llevaba un traje hecho a medida. ¿Y qué? ¿A quién creía impresionar? Miró a su esposa. Había mentido a Myron en lo de la pasión. Todavía la deseaba. Más que nada deseaba que Claire le mirara como antes. Tal vez Myron tuviera razón. Tal vez Claire le había amado de verdad. Pero nunca le había respetado. No le necesitaba.

Cuando su familia tenía un problema, Claire acudía a Myron. Había apartado a Erik. Y evidentemente él se había conformado.

Erik Biel había hecho lo mismo toda la vida. Conformarse. Su amante, una poquita cosa de la oficina, era tímida y necesitada y le trataba como si fuera de la realeza. Eso le hacía sentirse hombre. Claire no lo hacía. Era así de simple. Y lastimoso.

– ¿Qué? -preguntó Erik otra vez.

Ella le ignoró. Él esperó. Por fin Claire pidió a Myron que esperara un momento.

– Myron dice que él también la ha visto conectada. Le ha dictado una pregunta a Erin. Ha contestado de forma que… Era ella, pero tiene problemas.

– ¿Qué ha dicho?

– Ahora no tengo tiempo para entrar en detalles. -Claire se puso otra vez al teléfono y dijo a Myron… ¡a Myron!-: Tenemos que hacer algo.

Hacer algo.

La verdad era que Erik Biel no era suficientemente hombre. Lo sabía desde hacía tiempo. Cuando tenía catorce años, eludió una pelea. Lo vio toda la escuela. El matón estaba a punto. Pero Erik se fue. Su madre le había llamado prudente. En los medios, marcharse es ser «valiente». Menuda estupidez. Ni paliza, ni estancia en el hospital, ni contusión o hueso roto podía haber hecho más daño a Erik Biel que no haber dado la cara. No lo había olvidado, no lo había superado. Se había acobardado ante una pelea. La pauta se repitió. Abandonó a sus compañeros cuando les atacaron en una fiesta de la fraternidad. En un partido de los Jets, dejó que alguien vertiera cerveza sobre su novia. Si un hombre le miraba mal, Erik Biel siempre era el primero en desviar la mirada.

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