– ¿Como encerrar a mi marido en la cárcel para el resto de su vida? -preguntó Sidney con un tono acusatorio-. Esa es la solución que quiere, ¿no?
Sawyer jugueteó distraído con la placa que llevaba sujeta al cinto. Su expresión severa desapareció. Cuando volvió a mirarla, sus ojos reflejaban cansancio, y su corpachón se inclinaba hacia un lado.
– Escuche, Sidney, como le dije, yo estuve aquella noche en el lugar del accidente. Yo también tuve en mi mano el zapatito. -Al agente comenzó a fallarle la voz. Las lágrimas brillaron en los ojos de Sidney, pero no desvió la mirada aunque su cuerpo comenzó a temblar. Sawyer volvió a hablar en voz baja pero clara-. He visto las fotos de una familia muy feliz por toda la casa. Un marido guapo, una niñita preciosa y… -hizo una pausa-…, una madre y esposa muy bella.
Las mejillas de Sidney enrojecieron al escuchar las palabras, y Sawyer, avergonzado, se apresuró a seguir.
– Para mí no tiene sentido que su marido, incluso si le robó a su empresa, pueda estar implicado en el atentado contra el avión. -Una lágrima resbaló por la mejilla de Sidney y aterrizó sobre el sofá-. No quiero mentirle. No le diré que creo que su marido es del todo inocente. Por el bien de usted ruego a Dios que lo sea y que todo este embrollo tenga una explicación. Pero mi trabajo es encontrar al que derribó el avión y mató a toda aquella gente. -Cogió aliento-. Incluido el propietario del zapatito. -Hizo otra pausa-. Y juro que cumpliré con mi trabajo.
– Continúe -le alentó Sidney, que con una mano retorcía nerviosa el borde de la falda.
– Su marido es la mejor pista que tengo hasta ahora. La única manera de seguir esa pista es a través de usted.
– ¿Quiere que le ayude a capturar a mi marido?
– Quiero que me diga cualquier cosa útil que me ayude a llegar al fondo de todo esto. ¿No desea usted lo mismo?
Ella tardó casi un minuto entero en responder y, cuando lo hizo, la voz sonó entrecortada por los sollozos.
– Sí. -Volvió a guardar silencio hasta que por fin miró al agente-. Pero mi hijita me necesita. No sé dónde está Jason, y si yo también desapareciera… -Su voz se apagó.
Sawyer pareció confuso durante un momento, y entonces comprendió lo que ella había dicho. Estiró el brazo y cogió una de las manos de la joven.
– Sidney, no creo que usted tenga nada que ver con todo esto. Puede estar segura de que no la arrestaré para apartarla del lado de su hija. Quizá no me haya contado toda la historia, pero caray, es humana como cualquiera. Ni siquiera concibo la presión que está soportando. Por favor, créame y confíe en mí. -Le soltó la mano y se echó hacia atrás en la silla.
Sidney se enjugó las lágrimas, y recobrada la compostura, esbozó una sonrisa. Inspiró con fuerza antes de sincerarse.
– Era mi marido el que llamó el día que vino usted. -Miró a Sawyer como si todavía esperara que él sacara las esposas, pero el agente sólo se echó un poco hacia delante, con el entrecejo fruncido.
– ¿Qué dijo? Intente recordarlo con la mayor precisión que le sea posible.
– Dijo que las cosas estaban mal, pero que me lo explicaría cuando volviéramos a vernos. Estaba tan entusiasmada con el hecho de que estuviera con vida, que no le hice muchas preguntas. También me llamó desde el aeropuerto antes de coger el avión el día del accidente. -Sawyer la miró atento-. Pero no tuve tiempo de hablar con él.
Sidney resistió el ataque de culpa cuando recordó el episodio. Después le habló a Sawyer de las noches que pasaba Jason en la oficina y de la conversación mantenida con Jason durante la madrugada antes de su partida.
– ¿Él le sugirió el viaje a Nueva Orleans?
– Me dijo que esperara en el hotel y que si no se ponía en contacto conmigo en el hotel, debía ir a Jackson Square. Allí me haría llegar un mensaje.
– El limpiabotas, ¿no?
Sidney asintió, y Sawyer exhaló un suspiro.
– Entonces, ¿fue a Jason al que llamó desde la cabina pública?
– En realidad, el mensaje decía que llamara a mi oficina, pero Jason atendió la llamada. Me pidió que no dijera nada, que la policía me vigilaba. Me dijo que regresara a casa y que él me llamaría cuando no hubiera peligro.
– Pero todavía no la ha llamado, ¿verdad?
– No tengo ninguna noticia. -Sidney meneó la cabeza.
– ¿Sabe una cosa, Sidney? Su lealtad es admirable. Ha cumplido con las sagradas promesas del matrimonio hasta límites imposibles, porque no creo que incluso Dios en persona pudiera imaginar esa clase de «adversidades».
– ¿Pero? -Sidney le miró, intrigada.
– Pero llega un momento en que hay que mirar más allá de la devoción, de los sentimientos hacia una persona, y considerar los hechos concretos. No soy muy elocuente, pero si su marido hizo algo malo, y no digo que lo haya hecho, usted no tiene por qué caer con él. Como usted misma ha dicho, tiene una niña pequeña que la necesita. Yo también tengo cuatro hijos; no seré el mejor padre del mundo, pero sé lo que siente.
– ¿Qué me propone? -preguntó Sidney en voz baja.
– Cooperación, nada más que eso. Usted me informa y yo la informo. Aquí tiene una muestra, digamos que es un adelanto de buena fe. Lo que se publicó en el periódico es casi todo lo que sabemos. Usted vio el vídeo. Su marido se reunió con alguien y se realizó el intercambio. Tritón está convencido de que era información confidencial sobre las negociaciones con CyberCom. También tienen pruebas que vinculan a Jason con la estafa bancaria.
– Sé que las pruebas parecen abrumadoras, pero no acabo de creérmelas. De verdad, no puedo.
– Algunas veces las señales más claras apuntan en la dirección opuesta. Es mi trabajo conseguir que señalen correctamente. Admito que no considero a su marido del todo inocente, pero también creo que no es el único.
– Cree que estaba trabajando con RTG, ¿verdad?
– Es posible -reconoció Sawyer-. Estamos siguiendo esa pista junto con todas las demás. Tiene la apariencia de ser la más clara, pero nunca se sabe. -Hizo una pausa-. ¿Alguna cosa más?
Sidney vaciló por un momento mientras recordaba la conversación con Ed Page inmediatamente antes de que lo asesinaran. Entonces casi dio un respingo cuando miró la chaqueta colocada sobre la silla. Pensó en el disquete y en la cita con Jeff Fisher. Tragó saliva con el rostro arrebolado. -No que yo recuerde. No.
Sawyer la miró atentamente durante un buen rato antes de levantarse.
– Y ya que estamos intercambiando información, creo que quizá le interese saber que su camarada Paul Brophy la siguió a Nueva Orleans.
Sidney se quedó de una pieza.
– Registró su habitación mientras usted fue a desayunar. Siéntase libre de utilizar esta información como crea conveniente. Dio un par de pasos hacia la puerta antes de levantarse-. Y para que no haya ningún error, está usted vigilada las veinticuatro horas del día.
– No pienso hacer ningún otro viaje, si se refiere a eso.
La respuesta de Sawyer la pilló por sorpresa.
– No guarde la pistola, Sidney. Téngala bien a mano, y no se olvide de cargarla. De hecho… -Sawyer se desabrochó la chaqueta, desenganchó la cartuchera del cinto, retiró la pistola y le dio la cartuchera-. Sé por experiencia que las armas en los bolsos no sirven para gran cosa. Tenga cuidado.
Salió y Sidney se quedó en el portal con los pensamientos centrados en el brutal destino del último hombre que le había dado el mismo consejo.
Lee Sawyer miró las placas de mármol blancas y negras que revestían el suelo y las paredes con dibujos triangulares asimétricos. Pensó que pretendían transmitir una sofisticada expresión artística, pero a él le producían un formidable dolor de cabeza. A través de las puertas de abedul y cristal sostenidas por columnas corintias de imitación, se filtraba el ruido de los platos y la cubertería procedente del comedor principal.
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