Jackson le alcanzó el pañuelo. Sawyer no vio la expresión preocupada de su compañero mientras Jackson observaba la gentileza de Sawyer en sus esfuerzos para que Sidney recobrara el control. Las cosas que le decía, la manera de protegerla con los brazos. Era obvio que Jackson no estaba nada satisfecho con su compañero.
Unos minutos después, Sidney estaba sentada delante del fuego que Jackson se había apresurado a encender en la chimenea. El calor era reconfortante. Sawyer miró a través del ventanal y vio que volvía a nevar. Echó una ojeada a la habitación y se fijó en las fotos sobre la repisa de la chimenea: Jason Archer, un joven en el que nada indicaba que pudiera ser el autor de uno de los crímenes más horrendos; Amy Archer, una de las niñas más bonitas que Sawyer hubiese visto, y Sidney Archer, preciosa y encantadora. Una familia perfecta, al menos en la superficie. Sawyer había dedicado veinticinco años de su vida a escarbar sin tregua debajo de la superficie. Esperaba con ansia el día en que no tuviese que hacerlo. El momento en que sumergirse en los motivos y las circunstancias que convertían a seres humanos en monstruos fuese la tarea de otro. Hoy, sin embargo, era su deber. Apartó la mirada de la foto y miró al ser real.
– Lo siento. Al parecer, pierdo el control cada vez que ustedes dos aparecen. -Sidney pronunció las palabras lentamente, con los ojos cerrados. Parecía más pequeña de lo que Sawyer recordaba, como si una crisis detrás de otra produjeran el efecto de que se hundiera sobre sí misma.
– ¿Dónde está la pequeña? -preguntó el agente.
– Con mis padres -contestó Sidney en el acto.
Sawyer asintió despacio. Sidney abrió los ojos por un segundo y los cerró otra vez.
– La única vez que no pregunta por su padre es cuando está durmiendo -añadió Sidney con un murmullo, los labios temblorosos.
Sawyer se frotó los ojos inyectados en sangre y se acercó un poco más al fuego.
– ¿Sidney? -Ella abrió los ojos y le miró. Se arregló sobre los hombros la manta que había cogido del sofá y levantó las piernas hasta que las rodillas le tocaron el pecho-. Sidney, usted dijo que fue al lugar del accidente. Sé que es verdad. ¿Recuerda haberse llevado a alguien por delante? Todavía me duele la rodilla.
Sidney se sobresaltó. Sus ojos parecieron dilatarse del todo y después volvieron al tamaño normal.
– Tenemos el informe de uno de los agentes que estaba de servicio aquella noche. ¿El agente McKenna?
– Sí, fue muy amable conmigo.
– ¿Por qué fue allí, Sidney?
Sidney no respondió. Se rodeó las piernas con los brazos. Por fin, levantó la mirada pero sus ojos miraban más a la pared que tenía delante que a los dos agentes. Parecía estar mirando a un lugar muy lejano, como si estuviese volviendo a las espantosas profundidades de un enorme agujero en la tierra, a una cueva que, en aquel momento según creía, se había engullido a su marido.
– Tuve que hacerlo -contestó Sidney, y cerró la boca.
Jackson comenzó a decir alguna cosa, pero Sawyer lo detuvo con un gesto.
– Tuve que hacerlo -repitió Sidney. Una vez más comenzó a llorar pero la voz se mantuvo firme-. La vi en la televisión.
– ¿Qué? -Sawyer se echó un poco hacia delante, ansioso-. ¿Qué vio?
– Vi su bolsa. La bolsa de Jason. -Le temblaron los labios al pronunciar su nombre. Se llevó una mano trémula a la boca como si quisiera contener el dolor concentrado allí. Bajó la mano-. Todavía veo sus iniciales en un lado. -Se interrumpió otra vez y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano-. De pronto pensé que quizás era la única cosa… la única cosa que quedaba de él. Fui a buscarla. El agente McKenna me dijo que no podía cogerla hasta que acabaran la investigación, así que regresé a casa con las manos vacías. Sin nada. -Pronunció estas dos últimas palabras como si fuesen un resumen de en qué se había convertido su vida.
Sawyer se echó hacia atrás en la silla y miró a su compañero. La bolsa era un callejón sin salida. Dejó transcurrir un minuto entero antes de romper el silencio.
– Cuando le dije que su marido estaba vivo, no pareció sorprenderse. -El tono de Sawyer era bajo y sereno, pero también un poco cortante.
La respuesta de Sidney fue mordaz, pero la voz sonó cansada. Era obvio que se le agotaban las fuerzas.
– Acababa de leer el artículo del periódico. Si quería sorprenderme, tendría que haber venido antes que el repartidor de diarios. -No estaba dispuesta a contarle su humillante experiencia en la oficina de Gamble.
Sawyer permaneció callado un momento. Había esperado esta respuesta absolutamente lógica, pero de todas maneras le complacía haberla escuchado de sus labios. A menudo, los mentirosos se embarcaban en complicadas historias en sus esfuerzos por no ser descubiertos.
– Vale, de acuerdo. No quiero que esta conversación se eternice, así que le haré algunas preguntas y quiero respuestas sinceras. Nada más. Si no sabe la respuesta, mala suerte. Estas son las reglas. ¿Las acepta?
Sidney no respondió. Miró con ojos cansados a los agentes. Sawyer se inclinó un poco hacia ella.
– Yo no me inventé las acusaciones contra su marido. Pero con toda sinceridad, las pruebas que hemos descubierto hasta ahora no dan una figura muy buena.
– ¿Qué pruebas? -preguntó Sidney, tajante.
– Lo siento, no estoy en libertad de decirlo -respondió Sawyer-. Pero sí le diré que son lo bastante fuertes para justificar la orden de busca y captura de su marido. Si no lo sabe, todos los polis del mundo le están buscando ahora mismo.
Los ojos de Sidney brillaron al captar el significado de las palabras. Su esposo, un fugitivo buscado por todo el mundo. Miró a Sawyer.
– ¿Sabía esto cuando vino a verme la primera vez?
La expresión de Sawyer reflejó su incomodidad.
– Una parte. -Se movió inquieto en la silla y Jackson lo relevó en el uso de la palabra.
– Si su marido no hizo las cosas de que le acusan, entonces no tiene nada que temer de nuestra parte. Pero no podemos hablar por los demás.
La mirada de Sidney se clavó en el agente.
– ¿Qué ha querido decir con eso?
– Digamos que no hizo nada malo. Sabemos con toda certeza que no estaba en aquel avión. Entonces, ¿dónde está? Si perdió el avión por accidente, la habría llamado en el acto para avisarle de que estaba bien. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Una parte de la respuesta sería que se involucró en algo que no era del todo legal. Además, el plan y la ejecución nos llevan a creer que actuaron otras personas. -Jackson hizo una pausa para mirar a Sawyer, que asintió-. Señora Archer, el hombre que creíamos autor material del sabotaje fue asesinado en su apartamento. Al parecer, tenía todo listo para abandonar el país, pero alguien se encargó de cambiar el plan.
Los labios de Sidney pronunciaron la palabra «asesinado» sin sonido. Recordó a Edward Page tendido en un charco formado con su propia sangre. Muerto inmediatamente después de hablar con ella. Se arrebujó en la manta. Vaciló, mientras decidía si decirle o no a los agentes que había hablado con Page. Entonces, por alguna razón que no podía precisar, decidió callar.
– ¿Cuáles son sus preguntas?
– Primero, le contaré una pequeña teoría que tengo. -Sawyer hizo una pausa mientras ponía en orden sus pensamientos-. Por ahora, aceptaremos su historia de que viajó a Nueva Orleans por un impulso. Nosotros la seguimos. También sabemos que sus padres y su hija dejaron la casa poco después.
– ¿Y? ¿Para qué iban a quedarse aquí? -Sidney echó una ojeada al interior de la casa que había querido tanto. ¿Que había aquí sino miseria?, pensó.
– Correcto. Pero verá, usted se fue, nosotros nos fuimos y también sus padres. -Hizo una pausa y esperó la reacción de Sidney.
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