David Baldacci - Control Total

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Cuando Sidney Archer despidió a su marido, el cual iba a tomar un avión rumbo a Los Ángeles, no podía sospechar que para ella comenzaba una nueva vida.
En primer lugar, el avión se estrelló; las investigaciones posteriores revelaron que había sido víctima de un sabotaje; después descubrió que su marido había supuestamente robado secretos de la empresa en la que trabajaba para venderlos a la competencia.
Pero con todo ello, apenas si habían comenzado sus tribulaciones: las múltiples sospechas que recaen sobre su marido colocan a Sidney en el punto de mira del FBI, que la considera cómplice de él. Pero además, la convierten en objetivo de una cacería implacable, un acoso en el que todos los caminos que llevan a ella están sembrados de cadáveres. El trofeo: controlar las redes de información del siglo XXI.

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– No veo aquí nada que no sea verdad. Su marido es sospechoso de estar implicado en el robo de secretos a su compañía. Además, no estaba en el avión donde se suponía que estaba. Aquel avión acabó destrozado en la mitad de un campo. Su marido está vivito y coleando. -Al ver que ella no respondía Sawyer estiró una mano sobre la mesa y le tocó el codo-. Acabo de decir que su marido está vivo, señora Archer. Eso no parece sorprenderla. ¿Me hablará ahora del viaje a Nueva Orleans?

Sidney se volvió lentamente para mirarle, con una sorprendente expresión de calma en el rostro.

– ¿Dice que está vivo?

Sawyer asintió.

– Entonces, ¿por qué no me dice dónde está?

– Iba a hacerle la misma pregunta.

Sidney se apretó el muslo con los dedos hasta hacerse daño.

– No he visto a mi marido desde aquella mañana.

– Escuche, señora Archer, corte el rollo. Usted recibió una llamada misteriosa y tomó un avión a Nueva Orleans, después de malgastar el tiempo en un funeral por su querido difunto, que resultó no ser tal. Dejó el taxi y se metió en el metro, sin preocuparse de la maleta. Les dio esquinazo a mis muchachos y se largó al sur. Se alojó en un hotel, donde estoy seguro que estaba citada con su marido. -Hizo una pausa para mirar a Sidney, que mantenía una expresión imperturbable-. Salió a dar un paseo, se hizo limpiar los zapatos por un amable limpiabotas que es el único al que he visto rechazar una propina. Hace una llamada, y entonces sale pitando de regreso a Washington. ¿Qué me dice de todo esto?

Sidney inspiró de una forma casi imperceptible y después miró a Sawyer.

– Dice que recibí una llamada misteriosa. ¿Quién se lo dijo?

Los agentes intercambiaron una mirada y Sawyer contestó a la pregunta.

– Tenemos nuestras fuentes, señora Archer. También comprobamos su registro de llamadas.

Sidney cruzó las piernas y se inclinó un poco sobre la mesa.

– ¿Se refiere a la llamada de Henry Wharton?

– ¿Me está diciendo que habló con Wharton? -No había esperado que ella cayera en la trampa con los ojos cerrados, y no resultó desilusionado.

– No, lo que digo es que hablé con alguien que dijo ser Henry Wharton.

– Pero habló con alguien.

– No.

– Tenemos un registro de la llamada. Usted estuvo al teléfono unos cinco minutos. ¿Se trataba de una llamada obscena o qué?

– No tengo por qué estar aquí sentada y aguantar que usted o cualquier otro me insulte. ¿Está claro?

– Está bien, perdone. ¿Quién era?

– No lo sé.

Sawyer se irguió bruscamente y descargó un tremendo puñetazo sobre la mesa. Sidney casi se cayó de la silla.

– Venga ya…

– Le digo que no lo sé -le interrumpió Sidney, furiosa-. Creía que era Henry, pero no era él. La persona no dijo ni una palabra. Colgué el teléfono después de unos segundos. -Sintió que el corazón se le subía a la garganta cuando se dio cuenta de que le estaba mintiendo al FBI.

– Los ordenadores no mienten, señora Archer -replicó Sawyer con un tono de cansancio. Pero por dentro hizo una mueca al recordar por un instante el fiasco con Riker-. El registro telefónico dice cinco minutos.

– Mi padre atendió el teléfono en la cocina y después lo dejó en el mostrador mientras iba a avisarme. Ustedes dos se presentaron más o menos en el mismo momento. ¿No cree que cabe la posibilidad de que se olvidara de colgarlo? ¿No justificaría eso los cinco minutos? Quizá quiere llamarle y preguntárselo. Puede usar el teléfono. Está allí. -Sidney señaló el teléfono instalado en la pared junto a la puerta.

Sawyer miró el teléfono y se tomó un momento para pensar. Estaba seguro de que la mujer le mentía, pero lo que decía era plausible. Se había olvidado de que estaba hablando con una abogada muy experta.

– ¿Quiere llamarle? -repitió Sidney-. Sé que está en casa porque llamó hace unos minutos. Lo último que le oí decir fue que pensaba presentar una demanda contra el FBI y Tritón.

– Quizá lo llame más tarde.

– Muy bien. Pero si lo llama ahora se ahorrará el acusarme después de haberme puesto de acuerdo con mi padre para que le mienta. -Su mirada se clavó en las facciones preocupadas del agente-. Y ya que estamos en eso, vamos a ocuparnos de sus otras acusaciones. Dice que les di esquinazo a sus hombres. Dado que no sabía que me seguían, es imposible que les diera «esquinazo». Mi taxi estaba metido en un atasco. Creí que perdería el vuelo, así que tomé el metro. Como hacía años que no viajaba en metro, me bajé en la estación del Pentágono porque no recordaba si tenía que hacer transbordo para llegar al aeropuerto. Cuando me di cuenta del error volví a subir al mismo tren. No cargué con la maleta porque no quería arrastrarla por el metro, sobre todo si tenía que correr para llegar al avión. Si me hubiese quedado en Nueva Orleans habría llamado para que me la mandaran en un vuelo posterior. He estado muchas veces en Nueva Orleans. Siempre me lo he pasado muy bien allí. Me pareció un lugar lógico, aunque últimamente no pienso con mucha lógica. Me limpiaron los zapatos. ¿Es ilegal? -Miró a los dos hombres-. Supongo que enterrar al cónyuge cuando no se tiene el cadáver es una experiencia por la que no han pasado.

Sidney cogió el periódico y lo arrojó al suelo, furiosa.

– El hombre de esa historia no es mi marido. ¿Saben cuál era nuestra idea de una aventura? Hacer una barbacoa en el jardín en el invierno. La cosa más arriesgada que le he visto hacer a Jason ha sido conducir demasiado deprisa sin llevar puesto el cinturón de seguridad. Jamás se hubiera involucrado en el sabotaje a un avión. Sé que no me creen, pero lo cierto es que me importa un pimiento.

Se puso de pie y caminó un par de pasos. Se apoyó en el frigorífico.

– Necesitaba marcharme. ¿Necesito decirles por qué? ¿Es necesario? -Su voz se convirtió casi en un grito y después apretó los labios.

Sawyer se dispuso a responder pero cerró la boca al ver que Sidney levantaba la mano para añadir algo más con un tono más tranquilo.

– Me quedé en Nueva Orleans sólo un día. De pronto se me ocurrió que no podría escapar de la pesadilla en que se ha convertido mi vida. Tengo una niña pequeña que me necesita. Y yo la necesito a ella. Es lo único que me queda. ¿Lo comprende? ¿Alguno de los dos lo comprende?

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Sidney. Cerró y abrió las manos mientras intentaba no jadear. Entonces volvió a sentarse bruscamente.

Ray Jackson se entretuvo unos segundos con la taza de café y miró a su compañero.

– Señora Archer, Lee y yo tenemos familia. No puedo imaginar lo que está pasando usted en estos momentos. Tiene que comprender que sólo intentamos hacer nuestro trabajo. Hay un montón de cosas que no tienen sentido. Pero una cosa es segura. Han muerto todos los pasajeros de un avión y el responsable pagará por ello.

Sidney volvió a levantarse. Le temblaban las piernas y lloraba a moco tendido. Echaba chispas por los ojos y su voz era muy aguda, casi histérica.

– ¿Cree que no lo sé? Yo estuve allí. ¡En aquel infierno! -La voz subió un tono más, las lágrimas le mojaron la blusa, y los ojos parecían querer salirse de las órbitas-. ¡Lo vi! -Dirigió una mirada feroz a los dos agentes ¡Todo! El… el zapatito… el zapatito de bebé.

Sidney soltó un gemido y se desplomó sobre la silla. Los sollozos sacudían su cuerpo con tanta fuerza que parecía como si en la espalda estuviese a punto de hacer erupción un volcán que escupiría más miseria de la que ningún ser humano podría aguantar.

Jackson se levantó para ir a buscarle un pañuelo de papel.

Sawyer exhaló un suspiro, puso una de sus manazas sobre la de Sidney y se la apretó con dulzura. El zapatito de bebé. El mismo que él había tenido en su mano y que le había hecho llorar. Por primera vez se fijó en la alianza y el anillo de bodas de Sidney. Eran sencillos pero hermosos, y estaba seguro de que ella los había llevado con orgullo todos estos años. Jason podía o no haber hecho algo malo, pero tenía una mujer que le amaba, que creía en él. Sawyer se descubrió a sí mismo deseando que Jason fuese inocente, a pesar de todas las pruebas en contra. No quería que tuviera que enfrentarse a la realidad de la traición. Le rodeó los hombros con el brazo. Su cuerpo se estremeció y se sacudió con cada convulsión de la mujer. Le susurró al oído palabras de consuelo, en un intento desesperado para que volviera en sí. Por un instante, revivió la ocasión en que había abrazado a otro joven de esta manera. Aquella catástrofe había sido un baile de promoción que había acabado mal. Había sido una de las pocas veces en que había estado allí para uno de sus hijos. Había sido maravilloso rodear con sus brazos musculosos aquel cuerpo menudo, y dejar que su dolor, su vergüenza, se descargara en él. Sawyer volvió a centrarse en Sidney Archer. Decidió que ya había sufrido demasiado. Este dolor no podía ser falso. Con independencia de cualquier otra cosa, Sidney Archer les había dicho la verdad, o al menos la mayor parte. Como si hubiese intuido sus pensamientos, ella le apretó la mano.

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