Alex se sintió mejor después del whisky, echada encogida en la espesa alfombra frente a la chimenea en la que ardían unos troncos de leña. Las paredes de la habitación estaban cubiertas de libros, libros queridos, desgastados por el uso, que llenaban las estanterías que iban desde el suelo hasta el techo estucado. Por todas partes predominaba la madera y el cuero, paneles de finas maderas y muebles sólidos de madera, antiguos pero sencillos y bien restaurados. Sillones y sillas de cuero grueso y un gran sofá, igualmente tapizado de cuero.
– No lo entiendo. ¿Por qué estás tan en contra de ello?
– Me parece una solemne tontería. Nos morimos y nos vamos, eso es todo. -Juntó las manos de repente, con violencia, como si fuera a tocar palmas.
El ruido hizo que Alex diera un brinco, sobresaltada, y el perro corrió hacia su dueño, ladrando furiosamente.
– ¿Cómo puedes decir algo así?
– Lo sé, está probado. ¡Baja chico, baja! -se dirigió al perro-. ¡Dios mío! Eres una mujer inteligente, no puedes seguir creyendo en Dios. Darwin lo ha probado: el juego terminó para san José.
Lanzó una gran bocanada de humo y las facciones marcadas y adustas de su rostro se suavizaron por un momento tras la nube de humo que lo rodeaba; tenía una expresión diabólica, demoníaca, pensó Alex. Y por un instante sintió un débil estremecimiento de duda hacia él.
– Si fuéramos parte espíritu, parte materia, tendríamos libre albedrío, muchacha. Pero no es así: todos nosotros somos prisioneros de nuestros genes: todo está determinado, decidido por el ADN, un programa computado en nuestros genes gracias a nuestros padres y madres: el color de nuestros ojos, el tamaño de nuestra nariz.
Alex sonrió, relajada de nuevo.
– Incluso la manera de pensar.
– Tenemos libre albedrío, Philip.
– Tonterías. Tú y yo no somos más libres que un perro, que Black , por ejemplo. -Main señaló a su perro con un dedo-. Black mata gatos; si ve a un gato cuando no va sujeto, lo matará; eso es algo que está en sus genes, no puede evitarlo y nadie puede detenerlo.
– ¿Qué quieres decir?
– Ya viste qué obediente fue en tu oficina. Le dije que se estuviera quieto y lo hizo. Me obedecerá en todo, excepto con los gatos; si ve a un gato no parará hasta degollarlo.
– Es consecuencia de un mal entrenamiento.
– No, no hay nada que hacer. Ni el mejor entrenador podría conseguirlo. Es algo que está en sus genes y no puede ser eliminado.
– Quieres decir que los espíritus también pueden tener genes.
– Nosotros, los seres humanos, hemos creado y desarrollado a Dios en nuestras mentes; es nuestro mecanismo de supervivencia que cuenta ya con miles de años, desde los primeros días en que el hombre trató de explicarse por qué estaba en este mundo. Tú conoces a espiritistas y médiums que son bien intransigentes o, por el contrario, muy suaves y adaptables. Los intransigentes creen que son auténticos y que tienen razón; los adaptables son unos picaros y sinvergüenzas. Suelen ser buenos en telepatía; hacen resurgir al tío Harry en nuestros bancos de memoria, nos dicen cosas que ya sabemos y añaden algunas más por si aciertan por casualidad. El que los consulta acaba por creer en sus poderes y les pregunta: «¿Cómo está el tío Harry?» Y su respuesta es: «Muy bien.» Y uno se marcha y empieza a pensar y surgen las dudas. Mira, se piensa, la semana pasada enterré al tío Harry. Está en su tumba, o sus cenizas están en una urna, y ahora estamos hablando con él, a través del médium, y queremos seguir hablando con él cada vez más y más, hasta que nos damos cuenta de que eso no es posible, porque a tío Harry no se le ocurre nada que decir.
Dio una profunda chupada a su cigarrillo y sonrió:
– El tío Harry era un viejo aburrido cuando vivía y de repente uno espera que se convierta en un tipo interesante sólo porque está muerto. -Se detuvo al ver las lágrimas en los ojos de ella-. Lo siento, chica, pero consultando a un médium sólo conseguirás hacerte más daño. -Le acarició la cabeza-. Tu hijo era un muchacho estupendo; pero tienes que aceptar que ha muerto.
Alex lo miró durante largo rato.
– Yo puedo aceptarlo, Philip. Pero no estoy segura de que él pueda.
La brillante mañana del domingo londinense se desplegaba a través del parabrisas lleno de vaho del Volvo de Philip Main; era como si se estuviera viendo la televisión a través de una ventana con cristales cubiertos por la escarcha, pensó Alex. En domingo, Londres siempre tenía un aspecto diferente, desaparecía la sensación de prisa de los días de la semana. En domingo la gente tenía tiempo, tiempo para pasear, tiempo para pensar. Londres era un lugar grato y agradable en domingo.
Alex se sentía descansada, tras haber dormido bien por vez primera. Se dio cuenta de ello, desde que recibiera la noticia de la muerte de Fabián.
Bajó la vista y pudo ver el cenicero del automóvil abierto y lleno a rebosar de colillas y el montón de papeles, documentos, revistas y casetes que cubrían el suelo del coche alrededor de sus pies.
– Muchas gracias -le dijo- por la noche pasada. Me ha sentado muy bien.
– Supimos arreglarnos -respondió él amablemente.
– ¿Arreglarnos? ¿En qué?
– Arreglarnos.
– A veces, hablas en jeroglífico.
– Arreglarnos para seguir siendo nosotros mismos.
Alex sonrió y lo miró, con el cigarrillo sobresaliendo bajo su bigote, con la cabeza ligeramente agachada hacia adelante, como si fuera demasiado alto para el coche.
– Tienes un ego muy pronunciado, ¿verdad?
– No… sólo que a veces… -Se calló de repente.
– A veces, ¿qué?
– A veces… -Las palabras parecieron evaporarse.
Se echó hacia adelante, puso una casete y, un segundo después, Elkie Brooks cantaba con voz clara y fuerte y la música pareció envolverla. Philip dejó escapar un gruñido y bajó el volumen.
– Así que el vicario te dijo que trataras de saber algo más de Fabián.
– El cura, sí.
– ¿Y qué has descubierto hasta ahora?
– Que no fue él quien se libró de su amiga, Carrie… sino que ella rompió con él.
– ¿Y eso qué significa para ti? ¿Que Fabián tenía su orgullo?
Alex se rió.
– Me siento tan estúpida… por lo sucedido la noche pasada ¿sabes?
– La mente nos juega malas pasadas cuando se está cansado.
– ¿Has oído hablar de un médium llamado Morgan Ford?
Negó con la cabeza y aspiró profundamente el humo de su cigarrillo.
– ¿Cómo se puede distinguir al falso del auténtico?
– No hay auténticos.
Alex se lo quedó mirando.
– Vosotros los científicos resultáis unos malditos presuntuosos, sois irritantes.
Tocó con fuerza el claxon tras un pequeño coche de alquiler con sus cuatro plazas ocupadas, que marchaba lentamente frente a la fachada de Liberty.
– No, lo que pasa es que decimos verdades que la gente no quiere oír.
– Eso es igualmente presuntuoso.
Alex se quedó sorprendida a medias al ver que su Mercedes seguía donde lo había dejado, no se lo había llevado la grúa, no había sido multado, ni saqueado por los gamberros. Se adelantó y le dio un beso a Philip.
– ¿Estarás bien ahora?
– Sí.
– Creo que te llevaré a cenar esta noche para asegurarme de ello.
Ella negó con la cabeza.
– No me gustará volver por la noche a una casa vacía. Es mejor que vengas a casa y yo prepararé algo de cena.
– ¿A eso de las ocho?
Alex se alejó en su automóvil. Se sentía bien, relajada; pero sabía que su pena habría de volver. Todo estaba acumulado en su cabeza, en espera de salir con la violencia de un alud. El peor momento sería por la tarde, cuando la luz del sol empezara a difuminarse; la depresión llegaría del mismo modo que lo había hecho siempre a última hora de las tardes del sábado, toda su vida, desde que era una niña.
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