Michael Connelly - El último coyote

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La vida de Harry Bosh es un desastre. Su novia le ha abandonado, su casa se halla en un estado ruinoso tras haber sufrido los efectos de un terremoto, y él está bebiendo demasiado. Incluso ha tenido que devolver su placa de policía después de golpear a un superior y haber sido suspendido indefinidamente de su cargo, a la espera de una valoración psiquiátrica. Al principio, Bosch se resiste a al médico asignado por la policía de Los Ángeles, pero finalmente acaba reconociendo que un hecho trágico del pasado continúa interfiriendo en su presente. En 1961, cuando tenía once años, su madre, una prostituta, fue brutalmente asesinada. El caso fue repentinamente cerrado y nadie fue inculpado del crimen. Bosch decide reabrirlo buscando, sino justicia, al menos respuestas que apacigüen la inquietud que le ha embargado durante años.
El último coyote fue la cuarta novela que escribió Michael Connelly y durante diez años permaneció inédita. El hecho de que, con el tiempo, el escritor se haya convertido en un referente del género policiaco actual, así como se trate de una novela que desvela un episodio clave en la vida de Bosch, hacían imperiosa su publicación.

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Apartó a Hinojos de su pensamiento y se concentró en el recuerdo. Estaba bajo el agua, con los ojos abiertos, mirando hacia arriba, hacia la luz. De pronto, la luz quedó eclipsada por una figura que se alzaba en el borde de la piscina, una figura borrosa, un ángel oscuro que se cernía sobre él. Harry dio una patada en el fondo y subió hacia la superficie.

Bosch cogió la botella de cerveza y se la terminó de un trago. Trató de concentrarse otra vez en los recortes de periódico que tenía delante.

Inicialmente le había sorprendido la cantidad de historias que había sobre Arno Conklin anteriores a su ascenso al trono de la oficina del fiscal del distrito. Sin embargo, al empezar a leerlas vio que la mayoría eran despachos mundanos de noticias en las que Conklin era el fiscal de la acusación. Aun así, Bosch comprendió un poco mejor la naturaleza del hombre a través de los casos en los que trabajó y de su estilo como fiscal. Estaba claro que su estrella se alzó, tanto en la fiscalía como a ojos de la opinión pública, a raíz de una serie de casos altamente publicitados.

Los artículos estaban en orden cronológico. El primero trataba de la fructuosa acusación en 1953 de una mujer que había envenenado a sus padres y después había guardado sus cadáveres en baúles del garaje hasta que al cabo de un mes los vecinos se quejaron del olor a la policía. Conklin era citado profusamente en varios artículos acerca del caso. En una ocasión se lo describía como «el apuesto ayudante del fiscal del distrito». El caso fue uno de los precursores del uso de la incapacidad mental por parte de la defensa. La mujer alegó capacidad disminuida, pero a juzgar por la cantidad de artículos se había desatado un furor público sobre el caso y el jurado sólo tardó media hora en declarada culpable. La acusada fue condenada a muerte y Conklin se aseguró un lugar en el escenario público como paladín de la seguridad y defensor de la justicia. Había una foto suya hablando con los periodistas tras el veredicto. La descripción anterior de él era precisa. Era un hombre apuesto. Llevaba un traje de tres piezas, tenía el pelo rubio y corto y estaba bien afeitado. Era alto y delgado, y mostraba el aspecto rubicundo y genuinamente americano por el que los actores pagaban fortunas a los cirujanos. Arno era una estrella por derecho propio.

Había más artículos referidos a casos de asesinato en los recortes además de ése. Conklin había ganado todos ellos. Y siempre había solicitado -y obtenido-la pena capital. Bosch se fijó en que en los artículos sobre casos de finales de los cincuenta había sido elevado al cargo de primer ayudante del fiscal del distrito y a final de la década a ayudante, uno de los puestos de más responsabilidad de la fiscalía. En una sola década había experimentado un ascenso meteórico.

Había un reportaje sobre una conferencia de prensa en la que el fiscal del distrito John Charles Stock anunciaba que colocaba a Conklin a cargo de la unidad de investigaciones especiales y le encargaba limpiar la miríada de problemas de vicio que amenazaban el tejido social del condado de Los Ángeles.

«Siempre he asignado los trabajos más duros a Arno Conklin -explicó el fiscal-. Y vuelvo a recurrir a él. La gente de la comunidad de Los Ángeles quiere una comunidad limpia y, por Dios, la tendremos. Para aquellos que sepan que vamos a por ellos mi consejo es que se vayan. En San Francisco los acogerán. En San Diego los acogerán. Pero en Los Ángeles no.»

A continuación había varios artículos fechados en los dos años siguientes con ostentosos titulares acerca de cierres de casas de juego clandestinas, antros de drogadicción, casas de citas y prostitución callejera. Conklin trabajaba con unos efectivos de cuarenta policías cedidos por todos los departamentos del condado. Hollywood era el objetivo principal de los «comandos de Conkhn» como el Times había bautizado a su brigada, pero el azote de la ley caía sobre malhechores de todo el condado. Desde Long Beach al desierto, todos aquellos que trabajaban en las nóminas del pecado huían atemorizados, al menos según el artículo del diario. A Bosch no le cabía duda de que los señores del vicio que eran objetivo de los comandos de Conklin siguieron operando sus negocios como de costumbre y sólo fueron los últimos de la cadena trófica, los empleados reemplazables, los que fueron detenidos.

La última historia en la pila de Conklin, fechada el 1 de febrero de 1962, era el anuncio de que se presentaría al máximo cargo de la fiscalía en una campaña que hacía un renovado hincapié en liberar al condado de los vicios que amenazaban a toda gran sociedad. Bosch se fijó en que parte del majestuoso discurso que pronunció en la escalinata del viejo tribunal del centro de Los Ángeles era una filosofía policial bien conocida, que Conklin, o la persona que le escribía los discursos, se había apropiado.

A veces la gente me dice: «¿Cuál es el problema, Arno? Éstos son delitos sin víctimas. Si un hombre quiere hacer una apuesta o pagar por acostarse con una mujer, ¿qué hay de malo en ello? ¿Dónde está la víctima?» Bueno, amigos, os diré qué hay de malo en ello y quién es la víctima. Nosotros somos las víctimas. Todos nosotros. Cuando permitimos que este tipo de actividades ocurran, cuando nos limitamos a mirar hacia otro lado, nos debilitamos todos y cada uno de nosotros.

Yo lo veo de esta manera. Estos llamados pequeños delitos Son cada uno de ellos como una ventana rota en una casa abandonada. No parece un gran problema, ¿verdad? Error. Si nadie repara esa ventana, pronto llegarán los chicos y creerán que a nadie le importa. Así que tirarán unas cuantas piedras y romperán más ventanas. Después el ladrón conduce por la calle y al ver la casa cree que a nadie le importa. Así que monta la parada y empieza a entrar en casas mientras los propietarios están trabajando.

La siguiente noticia es que otro bellaco viene y roba coches aparcados en la calle. Y etcétera, etcétera. Los residentes empiezan a ver sus barrios con otros ojos. Piensan: «Si a nadie le importa, ¿por qué voy a preocuparme yo?» Esperan un mes más antes de cortar el césped. No les dicen a los chicos que están en las esquinas que dejen de fumar y que vayan a la escuela. Es un deterioro progresivo, amigos. Ocurre a lo largo de este gran país nuestro. Se cuela como las malas hierbas en nuestro jardín. Bueno, cuando yo sea fiscal del distrito arrancaré de raíz esas malas hierbas.

El artículo terminaba explicando que Conklin había elegido a un joven «activista» de su oficina para que rigiera su campaña. Decía que Gordon Mittel iba a renunciar a su puesto en la fiscalía para empezar a trabajar de inmediato. Bosch releyó el artículo y enseguida quedó paralizado por algo que no había registrado en su primera lectura. Estaba en el segundo párrafo.

Para el famoso Conklin será su primer asalto a la fiscalía. El soltero de 35 años, residente en Hancock Park, dijo que había planeado la candidatura durante mucho tiempo y que contaba con el respaldo del fiscal John Charles Stock, quien también se presentó en la conferencia de prensa.

Bosch pasó las páginas de su libreta hasta la lista de nombres que había anotado antes y escribió «Hancock Park» después del nombre de Conklin. No era mucho, pero era una pieza que confirmaba la historia de Katherine Register. Y era bastante para que a Bosch se le disparara la adrenalina. Le hizo sentir que al menos tenía una caña en el agua.

– Puto hipócrita -masculló para sus adentros.

Trazó Un círculo en torno al nombre de Conklin en la libreta. Sin prestar atención, siguió repasando el círculo con el bolígrafo mientras pensaba qué hacer a continuación.

El último destino de Marjorie Lowe había sido una fiesta en Hancock Park. Según Katherine Register, iba más concretamente a ver a Conklin. Después del asesinato, Conklin había llamado a los detectives del caso para establecer una cita, pero faltaba el registro de la entrevista, si es que ésta se había producido. Bosch sabía que sólo era una correlación general de hechos, pero le servía para profundizar y consolidar la sospecha que había sentido la primera noche al mirar en el expediente del caso de asesinato. Algo no encajaba. Y cuanto más pensaba en ello, más creía que Conklin era la pieza que no encajaba.

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