Michael Connelly - Último Recurso

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"El jefe de policía estaba sentado detrás de un gran escritorio, firmando papeles. Sin levantar la mirada de su trabajo, le pidió a Bosch que se sentara al otro lado de la mesa. Al cabo de treinta segundos, el jefe firmó su último documento y miró a Bosch. Sonrió. -Quería recibirle y felicitarle por su regreso al departamento."
Tras tres años Harry Bosch vuelve al Departamento de Policía de Los Angeles. Junto con su antigua compañera Kiz Rider forma pareja en la Brigada de Casos Abiertos, unidad de élite creada para intentar aclarar unos ocho mil antiguos casos no resueltos.
El primer caso al que se enfrentan tiene implicaciones racistas y de corrupción policial. Se trata del asesinato de Rebecca Verloren, joven mestiza de dieciséis años asesinada en 1988. El hallazgo de ADN en el revólver empleado en el crimen permite reabrir la investigación muchos años después. El uso de las nuevas tecnologías en la investigación (comparación de ADN, bases de datos, búsquedas en Internet…) es una de las novedades destacables en esta novela, con guiños a CSI incluidos.
En esta novela, Bosch, que echaba de menos la placa, recupera antiguas sensaciones: vuelve a sentirse a gusto trabajando con Kiz, y sufre los habituales encontronazos con Irvin S. Irving que, a pesar de haber sido degradado por el nuevo jefe de policía, se resiste a perder su influencia.
Una trama construida con maestría.

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Según Robert Verloren, el garaje estaba abierto cuando él llegó del restaurante alrededor de las diez y media de la noche del 5 de julio. La puerta que conectaba el garaje con la casa no estaba cerrada. Robert Verloren entró en la vivienda y cerró el garaje y la puerta interior. La hipótesis de los investigadores era que para entonces el asesino ya estaba en la casa.

Los Verloren explicaron que el garaje quedó abierto porque su hija se había sacado recientemente el carné de conducir y en ocasiones se le permitía utilizar el coche de su madre. Sin embargo, todavía no había adquirido el hábito de acordarse de cerrar la puerta del garaje después de salir o llegar a casa, y en más de una ocasión sus padres se lo habían recriminado. A última hora de la tarde del día de su secuestro, Rebecca fue enviada por su madre a hacer un recado para recoger la ropa de la lavandería. Utilizó el coche de ésta. Los investigadores confirmaron que había recogido la ropa a las 15.15 y había vuelto a casa. Los detectives creían que la joven de nuevo olvidó cerrar el garaje o echar la llave de la puerta interior después de volver. Su madre explicó que no verificó la puerta del garaje esa noche, suponiendo, erróneamente, que estaba cerrada.

Dos residentes del barrio que fueron interrogados tras el asesinato afirmaron que esa tarde habían visto la puerta del garaje abierta, lo cual ofrecía un fácil acceso a la casa hasta que Robert Verloren regresó.

Bosch pensó en cuántas veces a lo largo de los años había visto que el error aparentemente inocente de alguien se convertía en una de las claves de su perdición. Una tarea rutinaria de ir a la lavandería podía haber brindado al asesino la oportunidad de entrar en la casa. Becky Verloren, sin saberlo, podía haber fraguado su propia muerte.

Bosch apartó la silla y se levantó. Había terminado con la revisión de la primera mitad del expediente del caso y decidió ir a buscar otra taza de café antes, de empezar con la otra mitad. Preguntó en la oficina si alguien quería algo de la cafetería, y Jean Nord le pidió un café. Bajó por la escalera a la cafetería y llenó dos tazas. Pagó y fue al mostrador a buscar azúcar y leche para el café de Nord. Mientras estaba vertiendo leche en una de las tazas sintió una presencia a su lado en el mostrador. Hizo sitio en la barra, pero nadie se acercó. Bosch se volvió y se encontró mirando el rostro sonriente del subdirector Irvin S. Irving.

La relación entre Bosch y el subdirector Irving nunca había sido muy amistosa. El jefe había sido en diversas ocasiones su adversario y en otras su salvador involuntario en el departamento. Rider le había contado a Bosch que Irving estaba enemistado con la cúpula. El nuevo jefe lo había apartado del poder sin contemplaciones y le había dado un puesto virtualmente insignificante fuera del Parker Center.

– Me pareció que era usted, detective Bosch. Iba a invitarle a una taza de café, pero veo que ya tiene más que suficiente. ¿Quiere sentarse un momento?

Bosch levantó las dos tazas de café.

– Estoy un poco liado, jefe. Y alguien está esperando su café.

– Un minuto, detective -dijo Irving, con un tono severo en la voz-. Su café seguirá caliente cuando se vaya a donde tenga que ir. Se lo prometo.

Sin esperar respuesta, Irving se volvió y se dirigió a una mesa. Bosch lo siguió.

El sub director todavía lucía el cráneo afeitado y brillante. La mandíbula musculosa seguía siendo su rasgo más prominente. Se sentó y se puso más tieso que un palo. No parecía cómodo. No habló hasta que Bosch se sentó.

– Lo único que quería hacer era darle de nuevo la bienvenida al departamento -dijo, recuperando el tono amable.

Sonrió como un tiburón. Bosch vaciló antes de responder como un hombre que pisa un río helado.

– Me alegro de estar de vuelta, jefe.

– La unidad de Casos Abiertos. Creo que es el lugar apropiado para alguien con su talento.

Bosch dio un sorbo al café hirviendo. No sabía si Irving le había hecho un cumplido o lo había insultado. Quería irse.

– Bueno, ya veremos -dijo-. Eso espero. Creo que es mejor que me…

Irving levantó ambas manos, como para mostrar que no estaba ocultando nada. -Eso es todo -dijo-. Puede irse. Sólo quería darle la bienvenida y las gracias.

Bosch vaciló, pero mordió el anzuelo. ¿Darme las gracias por qué, jefe? -Por resucitarme en este departamento.

Bosch negó con la cabeza y sonrió como si no entendiera.

– No lo pillo, jefe -dijo-. ¿Cómo sé supone que he de hacerlo? O sea, está al otro lado de la calle, en el anexo del City Hall, ¿no? ¿Qué es? La Oficina de Planificación Estratégica o algo así, si no me equivoco. Por lo que he oído, tiene que dejar su pistola en casa.

Irving cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia Bosch. Toda pretensión de humor, falso o no, se había evaporado. Habló con intensidad, pero en voz baja.

– Sí, es allí donde estoy, pero le garantizo que no será por mucho tiempo. No si la gente como usted es bien recibida de nuevo en el departamento. -Se recostó y rápidamente adoptó una postura natural para lo que iba a soltarse como si tal cosa-. ¿Sabe lo que es usted, Bosch? Es un recauchutado. A este nuevo jefe le gusta poner neumáticos recauchutados en el coche. Pero ¿sabe lo que pasa con un neumático recauchutado? Se rompe por las costuras. No soporta la fricción y el calor. Se deshace. ¿Y qué pasa? Un reventón. Y el coche se sale de la carretera. -Asintió en silencio al dejar a Bosch pensando en ello-. Ve, Bosch, usted es mi billete. La cagará, y disculpe mi lenguaje. Está en su historia. Está en su naturaleza. Está garantizado. Y cuando la cague, nuestro ilustre nuevo jefe la habrá cagado por ser el que puso en nuestro coche un neumático recauchutado barato. -Sonrió.

Bosch pensó que lo único que le faltaba para completar la imagen era un pendiente de oro. Don Limpio otra vez.

– Y cuando él caiga -continuó Irving-, mis acciones volverán a subir. Soy un hombre muy paciente. He esperado más de cuarenta años en este departamento. Puedo esperar más.

Bosch presentía algo más, pero eso era todo. Irving se levantó. Se volvió con rapidez y salió de la cafetería. Bosch sentía que la rabia le subía a la garganta. Bajó la mirada a las dos tazas de café que tenía en las manos y se sintió como un idiota por haberse sentado allí como un niño de los recados indefenso mientras Irving lo noqueaba verbalmente. Se levantó y tiró las dos tazas en una papelera. Decidió que cuando volviera a la sala 503 le diría a Jean Nord que fuera ella misma a buscarse su maldito café.

6

Con la desazón del enfrentamiento con Irving todavía flotando en su estado de ánimo, Bosch colocó sobre la mesa la segunda parte del expediente del caso y se sentó. Pensó que la mejor manera de olvidarse de la amenaza de Irving era sumergirse otra vez en la investigación. Lo que quedaba en la carpeta era un grueso fajo de informes secundarios y actualizaciones, las cosas que los investigadores siempre ponen al final del expediente, los informes que Bosch llamaba «ganzúas», porque con frecuencia parecían dispares, pero no obstante podían ser la llave del caso si se estudiaban desde el ángulo adecuado y se organizaban según el modelo correcto.

En primer lugar, había un informe de laboratorio que afirmaba que a partir de las pruebas resultaba imposible determinar con exactitud cuánto tiempo llevaban en el arma la sangre y el tejido. El informe decía que aunque la mayor parte de la muestra se preservaba para comparaciones, un examen de las células sanguíneas seleccionadas indicaba que la descomposición no era extensiva. El criminalista que redactó el informe no podía afirmar que la sangre se había depositado en la pistola en el momento del crimen, nadie podía. No obstante, estaba dispuesto a testificar que la sangre se había depositado en la pistola «poco antes o en el momento del crimen».

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