Irving Wallace - Fan Club
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Recorrió con los dedos los lomos de los volúmenes de los guiones encuadernados en cuero azul y con estampaciones en oro.
– “¡Los clientes del doctor Belhomme!” -gritó al tiempo que sacaba el volumen y los demás corrían a reunirse con ella.
Estaba pasando las páginas del final-. Tiene que estar hacia el final, antes del desenlace. Era muy emocionante.
Lo recuerdo, lo recuerdo muy bien, no puedo estar equivocada. Sharon finge, con los demás, ser una paciente del manicomio, y envía a alguien con un mensaje en el que aparentemente pide un medicamento.
Teme que, si escribe la verdad acerca del apuro en que se encuentra y de la necesidad de que se la salve, los revolucionarios del Terror averigüen sus planes y la detengan junto con su padre.
Entonces su padre recuerda una inteligente clave secreta, una clave muy sencilla que probablemente utilizaba el rey Luis Xiv.
Y se la explica a Sharon. Y ella la usa y… -Nellie guardó silencio y empezó a leer para sí misma frunciendo el ceño-.
¡Maldita sea! -exclamó cerrando de golpe el volumen-. Menciona la clave, pero no explica su utilización.
– Pero, ¿qué…? -empezó a preguntarle el capitán Culpepper.
– Sólo dice: "Primer plano. Giséle y el conde de Brinvilliers explicándole a Giséle una clave secreta que había aprendido en su infancia. Ella la repite ansiosamente y empieza a escribir.
En la siguiente escena, ella entrega el mensaje cifrado a un sirviente del manicomio que se dirige a la legación americana de París".
Eso es absurdo porque en la película se especificaba. -Por primera vez su mofletudo rostro se relajó y se dibujó en él una radiante sonrisa de triunfo-.
Ya recuerdo -le dijo a Culpepper ya más tranquila y dueña de sí misma-. Claro.
El guionista sabía que tenía que describir una clave, pero al director o al productor no les gustó la que éste se inventó por considerarla de difícil comprensión para el público.
Entonces le dijeron que la omitiera y contrataron los servicios de un criptógrafo profesional al objeto de que éste actuara de asesor técnico en relación con esta escena.
El experto intervino el día anterior al rodaje de la escena. Habló con Sharon y el director y el guionista en el camerino de ésta, no, con el guionista no, éste ya había dejado de intervenir en la película, fue con el revisor del guión y ella anotó los detalles de la clave en la versión del guión que utilizaba para hacer anotaciones y que deben tener archivadas en los estudios.
– ¿Y eso no es un poco extraño? -preguntó Culpepper poco versado en los misterios cinematográficos.
– No -repuso Nellie con aire ausente-, eso se hace siempre, se añaden diálogos en los mismos platós, tendremos que… -Chasqueó los dedos-.
Un momento, aquí en la casa tenemos copias de todas las películas de Sharon, las tenemos en el piso de arriba, en el sitio donde guarda los abrigos de pieles.
Tiene que haber una copia de “Los clientes del doctor Belhomme”. Bastará con que proyectemos la última parte.
Estará en este rollo, estoy segura. Félix, acompaña a todo el mundo a la sala de proyecciones.
Yo buscaré la película y Patrick nos la proyectará.bAbandonó el despacho casi corriendo y, al llegar junto a la puerta, se detuvo sin aliento y miró inquisitivamente a Culpepper.
– Capitán, ¿tenemos tiempo?
– No lo sé -repuso Culpepper frunciendo el ceño-.
Pero ahora, bueno, ahora se nos ofrece otra posibilidad.
Diez minutos más tarde se encontraban todos acomodados en la sala de proyecciones particular de Sharon Fields con sus paredes revestidas de madera de nogal.
Nellie Wright se había sentado entre el capitán Culpepper y Félix Zigman en el diván de cuero que había al fondo de la sala.
Más abajo, en sillas separadas se habían sentado el teniente Trigg y el sargento Neuman.
Observaron hipnotizados cómo descendía la pantalla desde el techo.
En la pared de atrás, dos Dufys enmarcados se elevaron eléctricamente y dejaron al descubierto las dos rendijas gemelas destinadas a los proyectores.
Se apagaron las luces.
Se oyó un timbre y se escuchó el acento irlandés de Patrick, O’Donnell a través del interfono.
– Cuando usted quiera, señorita Wright.
Nellie pulsó el botón de la unidad de control instalada en el brazo del sillón.
– ¡Adelante, Patrick!
La pantalla vacía se llenó inmediatamente de un caos de color.
Una abarrotada panorámica de la plaza Luis XVI, la actual plaza de la Concordia, con la muchedumbre gritando hasta que la cámara se detenía en una carreta y después enfocaba al desgraciado rey Luis XVI ascendiendo los peldaños de la guillotina.
– Una de estas escenas -dijo Nellie asiendo el brazo del capitán Culpepper-.
Observe. Otra escena. El interior del manicomio del doctor Belhomme. Un rincón de la antigua casa de locos.
Sharon, muy hermosa, leyendo afligida el mensaje que acaba de escribir.
"No conseguiremos enviarlo. Sabrán lo que nos proponemos hacer. Nos descubrirán".
Primer plano del anciano conde perdido en sus pensamientos.
"Tal vez haya un medio" La cámara retrocede y enfoca a otros aristócratas fugitivos y a Sharon, todos mirándole. -El conde prosigue." una clave que recuerdo de mi infancia inventada por el matemático Antoine Rossignol que se convirtió en un genio criptográfico al servicio del Rey Sol. -El conde se entusiasma-.
El caballero amigo tuyo, Giséle, tu admirador Tom Parsons de la legación americana la entendería.
Una noche mantuve con él una larga conversación acerca de los mensajes secretos. El se encarga de cifrar y descifrar todos los mensajes de la legación americana.
Conocía muchos sistemas. Recuerdo haber comentado con él el sistema utilizado por el señor Rossignol.
La clave del sistema se encierra siempre en el segundo nombre que el remitente añade a su firma.
– El conde se levanta, se dirige a Sharon y se sienta a su lado sobre una banqueta que hay junto a la tosca mesa de madera-.
Giséle, te la explicaré y entonces tal vez puedas intentarlo".
Mientras se disolvía la escena de la pantalla, se escuchó la voz de Nellie en la sala a oscuras.
– Observen la siguiente escena. Creo que es ahí donde se explica Cuando ella firma el mensaje.
Verán que Giséle de Brinvilliers añade un segundo nombre y firma Giséle Lucie Brinvilliers.
El nombre de "Lucie" significa que el destinatario de la nota tiene que buscar en ella un mensaje secreto.
– ¿Existe alguna razón para que se utilizara el nombre de "Lucie"? -preguntó el capitán Culpepper interrumpiéndola.
– Tenían que inventarse un segundo nombre cualquiera -repuso Nellie-y Sharon tuvo el capricho de escoger "Lucie" porque siempre había admirado a la heroína de Carlos Dickens, Lucie Manette de “Historia de dos ciudades” y cuando rodaban…
– Ssssss -les ordenó Zigman señalándoles la pantalla.
Todos volvieron a prestar atención a la película. La escena mostraba un trozo de pergamino en blanco mientras la mano de Sharon, empuñando una pluma de ave, empezaba a escribir y la voz del conde le iba explicando lentamente la clave a utilizar.
La escena terminó medio minuto más tarde.
– !Dios mío, con lo fácil que era! -exclamó Nellie pulsando el timbre-. Patrick -dijo a través del interfono-, detenga la proyección y retroceda a la escena en la que el conde le indica a Giséle la forma de descifrar la clave y vuélvala a pasar.
La película de la pantalla retrocedió, se detuvo y volvió a rodar.
– Muy bien, ya lo tenemos -anunció Culpepper-. Dígale que puede detener la proyección y encender las luces.
Se detuvo la proyección de la película y se encendieron las luces.
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