John Case - Código Génesis
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– ¿Y qué me decís de los ayudantes de laboratorio? -inquirió Lassiter.
– Eran dos mujeres. Una de ellas era una especie de sirvienta. Limpiaba, ordenaba; ese tipo de cosas. La otra era un poco más inteligente, pero no la hemos vuelto a ver desde el incendio. ¿Verdad, Nigel?
– Sí. Creo que se asustó. He oído que se fue a vivir a Milán.
Lassiter frunció el ceño.
– ¿No hay nadie que pueda saber algo? ¿Algún amigo o algún pariente?
Hugh miró a Nigel.
– No, me temo que no. No. Aunque… podría hablar con el párroco.
– ¡Claro! ¡Eso es! -exclamó Nigel. -El padre Azetti.
– No se puede decir que fueran exactamente amigos.
– Pero jugaban juntos al ajedrez -señaló Nigel. -Y a veces se tomaban unos vinos.
Hugh asintió.
– Yo diría que el padre Azetti es su hombre -afirmó.
– ¿Cómo es? -quiso saber Lassiter.
Hugh se encogió de hombros.
– Es un forastero. La gente del pueblo no lo aprecia demasiado -repuso.
– Dicen que es un poco revolucionario -añadió Nigel conteniendo un bostezo. -Supongo que por eso lo mandarían a este pueblo.
– En cualquier caso -añadió Hugh, -no puedes perder nada hablando con él. Y, además, habla inglés. Bastante bien, de hecho.
– Iré a verlo por la mañana -decidió Lassiter. – ¿Dónde puedo encontrarlo?
– En la iglesia. Está en la plaza. Si quieres, puedo decirte cómo llegar -se ofreció Nigel. -Aunque basta con que te des un paseo por el pueblo. Antes o después, acabarás encontrando la plaza. Realmente, es algo inevitable.
Los tres se levantaron a un tiempo. Hugh dijo que ya se encargaba él de recoger las cosas. Nigel acompañó a Lassiter hacia su habitación, apagando las velas de los candelabros a su paso. Al llegar al vestíbulo, el hombre inglés se acercó al escritorio que hacía las veces de recepción y conserjería y le preguntó a Lassiter si quería que lo despertase a alguna hora.
– Tengo despertador, pero gracias de todas formas.
– Antes de que te vayas a tu habitación -dijo Nigel, -hay algo que quisiera enseñarte. -Abrió el libro con tapas de cuero que había en el escritorio y pasó un par de páginas. Cuando por fin encontró lo que buscaba, levantó la mirada. -Es nuestro registro de huéspedes. Se remonta hasta el mismo día en que abrimos la posada. Al empezar, sólo teníamos tres cuartos acondicionados. Hughie encargó el libro en Gubbio. -Lo cerró para que Lassiter pudiera apreciar el magnífico trabajo del cuero, las vetas verdes y doradas del lomo y el águila de la cubierta con un cartel cogido con las garras que decía: L’aquila. Nigel acarició la tapa con los dedos y abrió el registro por la primera página. -Veintinueve de junio -leyó. -1987. Nuestro primer huésped fue el señor Vassari. Se quedó dos días.
– Es un libro precioso -comentó Lassiter.
– Sí que lo es, ¿verdad? Pero ésa no es la razón por la que quería enseñártelo. Aquí figuran todos los huéspedes que hemos tenido. Nombre y dirección, número de teléfono y las fechas de estancia. Hace un rato busqué el nombre de tu hermana. Al encontrarlo me acordé de ella. Era reservada. Leía mucho. Me pidió la receta de una de mis tartas. -Movió la cabeza con tristeza. -Mira -dijo mostrándole una página que había en la primera mitad del libro. -Aquí está.
Lassiter miró. La anotación correspondiente a Kathleen Lassiter estaba escrita con una letra muy cuidada.
Kathleen Lassiter, C.B.
207 Keswick Lane.
Burke, Virginia, EE. UU.
703/347-2122.
Llegada: 21-4-91.
Salida: 23-5-91.
Había estado treinta y dos días en la pensión. Lassiter no recordaba que hubiera estado fuera tanto tiempo. Pero, claro, en esa época estaba muy ocupado; siempre estaba muy ocupado.
– ¿Qué significa eso? -preguntó señalando la abreviatura que había junto al nombre.
– C.B. Clínica Baresi. Lo poníamos para no olvidarnos del descuento. Tenemos varias abreviaturas. O.T. significa oficina de turismo de Todi. AVM es Agencia Viagge Mundial.
Lassiter asintió sin demasiado interés.
Nigel se encogió de hombros.
– Todas las pacientes de la clínica figuran en el libro. Puedes echarle un vistazo si quieres.
De repente, Lassiter se dio cuenta de lo que le estaba diciendo Nigel.
– Entonces, ¿Hannah Reinen…?
– Tú hermana, Hannah… Todas.
Lassiter pensó que quizá pudiera encontrar algo que relacionara a su hermana con las otras víctimas. Puede que sus visitas coincidieran.
– Sería un trabajo de locos -prosiguió Nigel, -pero con la información que contiene el libro podrías conseguir una lista de todas las pacientes de la clínica. Bueno, sólo es una idea… -concluyó.
Lassiter estaba pensando en lo que podría tardar en repasar todos los nombres del libro buscando la abreviatura C.B. La mera idea resultaba agotadora. Pero no tenía otra elección.
– Bueno -dijo Nigel dándose la vuelta para disimular un profundo bostezo que reflejaba a la perfección el cansancio del propio Lassiter.
– Sólo una cosa más -pidió Lassiter. – ¿Podrías decirme cuándo abrió la clínica?
Nigel frunció el ceño.
– No sé. ¿En el noventa? Sí, creo que fue en el noventa… O puede que fuera en el noventa y uno. -Y, con esas palabras, Nigel movió los dedos en el aire en señal de despedida, se volvió y desapareció por el pasillo.
Empezando por enero de 1990, Lassiter fue pasando las páginas del libro hasta que encontró a la primera huésped de la clínica: Anna Vaccaro. Era una mujer de Verona. Había llegado el tres de marzo y se había quedado en la pensión siete días.
Al cabo de unos minutos, Lassiter fue a su habitación, cogió su ordenador portátil y volvió al vestíbulo. Con el libro a un lado, abrió un documento con el nombre de cblista.1 y empezó a escribir los nombres, las direcciones y las fechas. No tardó en encontrar no uno, sino varios patrones. La gran mayoría de las mujeres se quedaban entre cinco días y una semana. Pero algunas, como su hermana, permanecían en la pensión mucho más tiempo: treinta días o más.
La primera de estas mujeres era Lanielle Gilot, de Amberes, que había llegado a la pensión a finales de septiembre de 1990 y se había ido un mes después. El caso de Kathy era similar.
Mientras tecleaba el nombre de Gilot en el ordenador apareció Hugh con una copa de brandy en la mano. Al principio pareció sorprendido. Lassiter le explicó lo que estaba haciendo y le preguntó por qué algunas pacientes estaban menos de una semana y otra más de un mes.
– Distintos procedimientos -contestó Hugh apoyándose en una columna. Estaba un poco bebido.
– ¿Qué quieres decir?
Hugh miró hacia el techo, como si esperara encontrar la respuesta allí arriba. Luego volvió a mirar a Lassiter. Tenía los ojos un poco vidriosos y un gesto de concentración que le recordó a Lassiter al de un niño pensando intensamente.
– Distintos procedimientos -repitió. -La fecundación in vitro era el procedimiento más rápido. Es muy eficaz. Se coge el oocito de la mujer y… ¿Cuánto quieres saber realmente? Las chicas no paraban de hablar del tema, así que sé bastantes detalles.
Lassiter se encogió de hombros.
– No lo sé -repuso.
– Bueno, como te decía, la fecundación in vitro era el procedimiento más rápido. Las mujeres llegaban y se iban en cuestión de días. -Cerró los ojos, arrugó el gesto y pensó durante unos segundos. -Después estaban los distintos tipos de trasplantes. Trasplantes de gametos. Trasplantes de cigotos. -Hugh parecía entretenido. -Un lenguaje de lo más extraño para hacer bebés, ¿no te parece? Realmente, resulta de lo más extravagante. -Hizo una pausa antes de escupir las palabras. -Trasplante intrafalopial de gameto. Intenta decirlo después de un par de copas. -Miró a Lassiter con una sonrisa torcida. -Y, en cualquier caso, ¿qué diablos es un maldito gameto? -Agitó el brandy dentro de la copa de balón.
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