Bernhard Schlink - La justicia de Selb

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Un grupo industrial farmacéutico ha encargado al detective privado Gerhard Selb, de 68 años, que busque a un pirata informático que pone en jaque el sistema informático de la empresa que dirige su cuñado. A lo largo de la resolución del caso deberá enfrentarse a su propio pasado como joven y resuelto fiscal nazi, y encontrar una solución particular para esclarecer dos asesinatos cuya herramienta ingenua había sido.

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A un timbrazo de Tyberg vino el mayordomo, que despejó la mesa y sirvió jerez. Tyberg había arrugado la frente y miraba al vacío.

– Sobre eso empecé a reflexionar cuando estaba en prisión preventiva y hasta ahora no he dado con la respuesta. Una vez y otra pensé en Weismüller. Ésa fue también la razón de que no quisiera volver a la RCW justo después de la guerra. Pero no he encontrado nada que corrobore esa idea. También me ocupó mucho tiempo la cuestión de cómo pudo hacer Weinstein su declaración. Que estuviera fisgando en mi escritorio, encontrara los manuscritos en el cajón, los interpretara erróneamente y me denunciara, ya me dejó bastante perplejo. Pero su declaración sobre una conversación entre Dohmke y yo que jamás tuvo lugar me afectó profundamente. Todo por algunas ventajas en su reclusión, me preguntaba. Ahora me entero de que le obligaron. Tuvo que haber sido terrible para él. ¿Supo su compañera, y se lo ha dicho, que después de la guerra él intentó contactar conmigo y que yo me negué? Yo estaba demasiado herido, y él era demasiado orgulloso para hablarme en la carta de la presión a que estuvo sometido.

– ¿Qué pasó con sus investigaciones en la RCW, señor Tyberg?

– Las continuó Korten. Después de todo fueron el resultado de una colaboración estrecha entre Korten, Dohmke y yo. También los tres tomamos juntos la decisión de seguir inicialmente sólo una línea de investigación y dejar de lado la otra. Porque nosotros éramos los padres de la criatura, que mimábamos y cuidábamos, y no dejábamos que nadie se acercara. Ni siquiera Weinstein estaba al corriente, aunque en nuestro equipo ocupaba una posición importante, científicamente estaba con nosotros casi de igual a igual. Pero usted quiere saber lo qué pasó con las investigaciones. Desde la crisis del petróleo me pregunto a veces si no volverán a estar pronto de inmediata actualidad. Síntesis de combustibles. Nosotros recorrimos caminos diferentes de los de Bergius, Tropsch y Fischer porque desde el principio atribuimos una importancia decisiva al factor costes. Korten apostó muy fuerte en el desarrollo posterior del método que habíamos concebido y lo maduró hasta la producción. Esos trabajos se convirtieron con todo derecho en el fundamento de su rápido ascenso en la RCW, aun cuando el método perdió importancia al final de la guerra. A pesar de ello, creo que todavía Korten lo registró como el método Dohmke-Korten-Tyberg.

– No sé si puede hacerse una idea de lo que me pesa que Dohmke fuera ejecutado; por lo mismo, me alegra que usted consiguiera fugarse. Es sólo curiosidad, naturalmente, pero ¿le importaría algo decirme cómo lo logró?

– Es una larga historia. Sí, se la quiero contar, pero… ¿Se quedarán ustedes a cenar? ¿Qué tal después? Avisaré al mayordomo para que prepare la cena y encienda la chimenea. Y hasta entonces… ¿Toca usted algún instrumento, señor Selb?

– La flauta, pero en todo el verano y el otoño no he encontrado el momento.

Se levantó, cogió del armario Biedermeier una caja de flautas y me la dio para que la abriera.

– ¿Cree que podrá tocar con ésta?

Era una Buffet. La monté y probé algunas escalas. Tenía un espléndido sonido, suave pero claro, alegre en los tonos altos, a pesar de mi mal comienzo tras la larga pausa.

– ¿Le gusta Bach? ¿Qué tal con la suite en si menor?

Estuvimos tocando hasta la cena, tras la suite en si menor vino el concierto en re mayor de Mozart. Él tocaba seguro y con fuerza en la expresión. En las escalas rápidas en ocasiones yo tuve que hacer trampa. Al final de cada pieza Judith soltaba la labor de punto de las manos y aplaudía.

Comimos pato relleno con castañas, albóndigas y lombarda. El vino yo no lo conocía, un Merlot afrutado del Ticino. Junto a la chimenea Tyberg nos pidió que guardáramos en secreto su historia. En breve sería pública, pero hasta entonces se imponía el deber de la discreción.

– Esperaba la ejecución en la celda de los condenados a muerte de la prisión de Bruchsal. -Describió la celda, la vida cotidiana de un condenado a muerte, la comunicación mediante golpes en la pared con Dohmke, que estaba en la celda contigua, la mañana en que vinieron a buscar a Dohmke-. Pocos días después también vinieron a buscarme a mí, en medio de la noche. Dos de las SS me reclamaron para llevarme a un campo de concentración. Y entonces advertí que uno de los oficiales de las SS era Korten. -Esa misma noche fue depositado en la frontera, más allá de Lörrach, por Korten y el otro miembro de las SS. Al otro lado le esperaban dos señores de Hoffmann-La Roche-. A la mañana siguiente bebía chocolate y comía cruasanes, como en tiempos de paz.

Era un buen narrador. Judith y yo escuchábamos embelesados. Korten. Siempre volvía a sorprenderme, y hasta a admirarme.

– Pero ¿por qué no puede hacerse público eso?

– Korten es más modesto de lo que parece. Me ha pedido con insistencia que no haga mención del papel que desempeñó en mi fuga. Yo siempre lo he respetado, no sólo como un gesto de modestia, sino también de sabiduría. Todo eso cuadraba mal con la imagen de líder empresarial que se estaba labrando. Este verano he aireado por vez primera la historia. La posición de Korten como líder empresarial es hoy reconocida en todas partes, y creo que le alegrará cuando el episodio ocupe su lugar en la semblanza que Die Zeit quiere publicar la próxima primavera con ocasión de sus setenta años. Por eso le conté la historia al reportero que investigaba para la semblanza, cuando estuvo aquí hace unos meses.

Puso otro leño. Eran las once.

– Una pregunta más, señora Buchendorff, antes de que la velada acabe. ¿Le gustaría trabajar para mí? Desde que estoy con mis memorias busco a alguien que haga el trabajo de investigación, en el archivo de la RCW, en otros y en bibliotecas, que sepa hacer lecturas críticas de control, que se acostumbre a mi letra y escriba el manuscrito definitivo. Me alegraría que pudiera empezar el uno de enero. Trabajaría fundamentalmente en Mannheim, de vez en cuando tendría que pasar una semana aquí. La retribución no sería peor que la que ha tenido hasta ahora. Piénselo hasta mañana a primera hora de la tarde, llámeme, y en caso de que acepte podemos discutir mañana mismo los detalles.

Nos acompañó a la puerta del jardín. El mayordomo esperaba con el Jaguar para llevarnos al hotel. Judith y Tyberg se despidieron con un beso en cada mejilla. Cuando le di la mano, me sonrió con un guiño.

– ¿Volveremos a vernos, tío Gerd?

12. SARDINAS DE LOCARNO

En el desayuno Judith me preguntó qué pensaba de la oferta de Tyberg.

– Me ha gustado él -contesté.

– Te creo. Hicisteis un buen número, los dos. Cuando el fiscal y su víctima empezaron a tocar juntos música de cámara, no podía creer lo que estaba oyendo. Me parece bien que te guste, también me gusta a mí, pero ¿qué piensas de su oferta?

– Acéptala, Judith. Creo que no puede pasarte nada mejor.

– ¿Y que yo le interese como mujer no dificulta el trabajo?

– Pero eso te puede pasar en cualquier trabajo, con esas cosas ya sabes manejarte. Y Tyberg es un gentleman y no te meterá la mano bajo la falda cuando te esté dictando.

– ¿Y qué hago cuando haya terminado sus memorias?

– Enseguida te digo algo sobre eso.

Me levanté, fui al buffet del desayuno y para terminar cogí unas rodajas de pan tostado con miel. Vaya con ésta, pensé. ¿Se querrá construir su propia casa? De vuelta en la mesa dije:

– Ya te procurará un empleo. Es de lo último que deberías preocuparte.

– Voy a pensármelo más dando un paseo por la orilla del lago. ¿Nos vemos para comer?

Yo sabía qué pasaría a continuación. Ella aceptaría el puesto, llamaría a Tyberg a las cuatro y estaría con él tratando los detalles hasta la noche. Decidí buscarme un alojamiento para mis vacaciones; dejé una nota a Judith con mis mejores deseos de que las negociaciones con Tyberg fueran exitosas y salí con el coche a recorrer el lago hasta Bissago, donde pasé con el barco hasta la Isola Bella, y allí comí. Después me dirigí hacia las montañas y describí un arco amplio, que me dejó de nuevo junto al lago a la altura de Ascona. Vi numerosos alojamientos para mis vacaciones. Pero no quería reducir mis expectativas de vida hasta el punto de poder comprarme una con el seguro. A lo mejor hasta me invitaba Tyberg para las siguientes vacaciones.

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