Robin Cook - ADN
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Jack salió de la cancha esquivando los charcos de la acera y deseando que la tierra se lo tragara. Luego, apoyó la espalda en la verja de alambre de una zona seca y se dejó caer hasta quedar sentado con las rodillas en alto. Warren se le acercó sonriendo burlonamente y con las manos en la cintura; tenía quince años menos que Jack, y un cuerpo que no hubiera desmerecido en un anuncio de ropa interior. Siendo como era, competitivo y el mejor jugador de baloncesto del barrio, odiaba perder, y no solo porque eso significara tener que quedarse sentado durante uno o dos partidos. Para él equivalía a una afrenta personal.
– ¿Qué demonios pasa contigo? -preguntó-. ¿Cómo has podido fallar un lanzamiento así? Pensé que habías vuelto a tu nivel de antes, pero la de hoy ha sido una de tus exhibiciones más lamentables.
– Lo siento, tío -repuso Jack-. Supongo que no estaba por el juego.
Antes de sentarse junto a Jack en la misma postura, Warren soltó una breve risotada, como si la respuesta hubiera sido el mayor eufemismo de la temporada. Ante ellos, un nuevo equipo de cinco jugadores se disponía a enfrentarse a Flash y a los suyos. A pesar del mal tiempo y de que era sábado por la noche, se había presentado un montón de gente.
En las últimas semanas, el juego de Jack se había recobrado en parte; pero aquella tarde, la testarudez de Laurie y su actitud de víctima lo habían sacado de sus casillas. Podía comprender los problemas a los que ella se enfrentaba, pero en su opinión, Laurie no tenía ni idea de lo que era ser realmente una víctima. Además de eso, le disgustaba que ella siguiera censurándolo por utilizar un sentido del humor que para él representaba la única defensa contra la amarga realidad a la que tanto el destino como AmeriCare le habían arrojado. Sin embargo, lo peor de todo había sido que ella ni siquiera había querido escuchar lo que él tenía que decirle acerca de su embarazo. Después de que Laurie le comunicara la noticia, Jack no había pensado en otra cosa y deseaba compartir sus reflexiones, tanto las favorables como las negativas. La situación le había llevado a enfrentarse a la posibilidad real de formar una nueva familia y al convencimiento de que hacerlo quizá no le diera tanto miedo como creía, al menos hasta esa tarde, cuando ella se había puesto en plan de víctima exigente. Cada vez que pensaba en la conversación, le costaba creer que ella estuviera «harta y cansada» de hablar de formar familia porque él no recordaba cuándo había planteado Laurie la cuestión antes de irse de su casa.
– ¡Mierda! -exclamó quitándose la cinta de la frente y arrojándola al pavimento.
Warren lo miró con aire interrogativo.
– ¡Tío, estás realmente mal! Deja que lo adivine. Laurie sigue haciendo de las suyas, ¿no?
– Ni te lo imaginas -gruñó Jack. Iba a extenderse sobre el asunto cuando oyó un apagado zumbido. Cogió su mochila, abrió un bolsillo y sacó el móvil, que nunca solía llevar a la cancha a menos que estuviera de guardia; sin embargo, tras su discusión con Laurie, había querido estar localizable por si ella entraba en razón. Cuando vio que tenía un mensaje, verificó la identidad de la llamada.
– Es ella -le dijo a Warren en tono exasperado. Sin saber qué esperar y con escasas esperanzas de un milagro, conectó el buzón de voz. A medida que escuchaba el mensaje se fue incorporando hasta ponerse de pie, boquiabierto. Luego desconectó el móvil y miró a Warren-. ¡Santo Dios, se la han llevado en ambulancia al Manhattan General y la van a operar de urgencia!
Saliendo de su momentáneo estupor, Jack cogió sus cosas.
– ¡Debo cambiarme y salir pitando hacia allí!
Dio media vuelta y echó a correr hacia la salida de la cancha.
– ¡Espera! -llamó Warren yendo tras él.
Jack, conocedor de la gravedad de la ruptura de un embarazo ectópico, no se detuvo ni aminoró la marcha. Cuando el tráfico de la calle lo obligó a detenerse, Warren lo atrapó.
– ¿Qué tal si te llevo? -propuso-. Tengo el coche a la vuelta de la esquina.
– Fantástico -contestó Jack.
– Cuando vuelvas a bajar ese culo tuyo, te estaré esperando aquí sentado.
Jack le hizo un gesto de asentimiento antes de cruzar la calle corriendo. Subió los peldaños de su piso de dos en dos y empezó a quitarse la ropa en el rellano. El resto de su equipo de baloncesto salió volando mientras atravesaba el apartamento, ansioso por llegar al hospital antes de que llevaran a Laurie al quirófano. No le gustaba la idea de que fueran a operarla y aún menos que estuviera ingresada en el Manhattan General.
Mientras bajaba a todo correr, acabó de ponerse la misma ropa que había llevado aquel día. Fiel a su palabra, Warren lo esperaba en su todoterreno negro. Jack saltó al asiento del pasajero, y Warren arrancó haciendo patinar los neumáticos.
– ¿La operación es grave? -preguntó.
– ¡Cómo te lo diría! -repuso Jack, que mientras se anudaba la corbata se reprochó haber reaccionado tal mal al pequeño enfado de Laurie de aquella tarde. Lo que tendría que haber hecho era dejarla protestar sin alterarse, pero le había fallado el autocontrol. De hecho, el autocontrol le fallaba desde que ella se había marchado de su lado.
– ¿Cómo de grave?
– Te lo diré de otra manera: hay gente que se ha muerto de ese problema.
– ¡Joder! -masculló Warren pisando a fondo el acelerador.
Jack se agarró al asidero del techo mientras el vehículo serpenteaba a toda velocidad entre el tráfico para aprovechar el semáforo del cruce con la calle Noventa y siete. Unos minutos más tarde divisaban el Manhattan General.
– ¿Dónde quieres que te deje? -preguntó Warren.
– Sigue los indicadores de Urgencias.
Warren acabó metiendo el morro entre dos ambulancias en la plataforma de descarga, y Jack saltó.
– Gracias, tío.
– Dime cómo va todo -gritó Warren por la ventanilla.
Jack se despidió con la mano mientras echaba a correr, saltaba encima de la plataforma y entraba.
La zona de espera estaba abarrotada de gente. Jack se dirigió directamente hacia las dobles puertas que daban acceso a la zona de urgencias propiamente dicha, pero un fornido policía de uniforme le cerró el paso. El hombre estaba a un lado, pero se situó ante las puertas cuando Jack se acercó.
– Ha de firmar en el mostrador -dijo señalando por encima del hombro de Jack.
Haciendo un esfuerzo por controlarse, Jack sacó la cartera y la abrió. Dentro estaba la placa oficial que lo identificaba como forense. El policía le cogió la mano para examinarla de cerca.
– Lo siento, doctor -dijo cuando reconoció quién era.
Tras echar un vistazo en los cubículos sin conseguir encontrar a Laurie, Jack detuvo a una de las enfermeras que corría por el pasillo llevando un manojo de tubos de ensayo con muestras de sangre. Cuando Jack le preguntó por Laurie mencionando su apellido, la mujer parpadeó como si fuera miope y le señaló una pizarra que había en la entrada y que él no había visto.
– Está en la zona de cuidados intensivos -dijo haciendo un gesto hacia el fondo de la sala-. Habitación veintidós.
Jack halló a Laurie sola en su habitación, rodeada por todo tipo de aparatos e instrumental. Tras ella había un monitor de pantalla plana que registraba sus constantes vitales. Tenía los ojos cerrados y las manos entrelazadas sobre el regazo. De no ser por su palidez, habría sido la viva imagen de un tranquilo reposo. Tras ella, y colgando de un soporte para el gota a gota, había varias botellas y una bolsa con sangre, que fluían en la vía que tenía en el brazo izquierdo.
Jack dio unos pasos y se situó al lado de ella. Reacio a despertarla, pero temeroso de no hacerlo, le puso una mano en la frente.
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