Robin Cook - ADN

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En el hospital más grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El único punto en común entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenecían al mismo seguro médico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos científicos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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– ¿Podría ser esto el resultado de un MFUNP?

El supervisor cogió la segunda nota y se rascó la calva.

– «Eme E Efe Dos A» -leyó en voz alta-. ¿Que si me suena? GUM… -Apartó la vista del papel mientras se daba unos golpecitos en la calva con los nudillos. Luego, volvió a mirarlo-. ¡Sí! ¡Lo recuerdo! Si no estoy equivocado, se trata de un gen asociado con las arterias coronarias. No sé exactamente en qué sentido está relacionado, pero creo recordar que si alguien presenta esta forma mutada de gen, tiene altas probabilidades de sufrir algún tipo de enfermedad coronaria. Por lo tanto, para responder su pregunta, «MEF2A positivo» podría ser el resultado de una prueba de MFUNP y significar que esa persona tiene el marcador de la variante mutada del gen MEF2A.

Jack agarró la mano de Hancock y se la estrechó calurosa y sinceramente.

– Mire, será mejor que nos reunamos otro día para charlar; pero no sabe lo agradecido que le estoy. ¡Muchas gracias! Creo que acaba de resolver usted un misterio.

– ¿Qué clase de misterio? -preguntó Hancock, pero Jack ya corría camino de la puerta.

Habiendo entrado en el laboratorio a través de Urgencias, Jack recorrió el mismo camino para salir. Supuso que habría otra salida más conveniente, pero no quiso perder tiempo preguntando. La «investigación de los post-it», tal como él la llamaba, había tenido mucho más éxito del esperado. En esos momentos creía tener tanto un posible móvil como -aunque indemostrable- un método para las muertes que Laurie tan clarividentemente había documentado. Lo único que le faltaba era averiguar de dónde había sacado Laurie los MEF2A y comprobar si los demás pacientes presentaban el mismo marcador.

Cruzó a toda prisa las puertas batientes que separaban Urgencias de la sala de espera y estuvo a punto de chocar con un hombre en una silla de ruedas al que llevaban a tratamiento. El hombre jadeaba, y sus jadeos se intensificaron con el susto. Disculpándose y deseándole una pronta recuperación, Jack cruzó corriendo la sala de espera y salió a la noche. Volvía a llover, pero no le importó. Si sus conjeturas eran ciertas, AmeriCare era todavía más amoral y venal de lo que había imaginado. Se alegró de que Laurie estuviera en la UCPA y no en cualquiera de las plantas destinadas a los pacientes.

Al llegar a la Primera Avenida, giró hacia el sur. Parpadeaba mientras caminaba bajo la lluvia, y notaba las gotas corriéndole por el rostro. Tenía una idea bastante clara de dónde había sacado Laurie el «MEF2A positivo». Tenía que encontrarlo si quería presentarlo como argumento irrebatible, de modo que decidió concederse quince minutos para buscarlo en el despacho de Laurie. Si al cabo de ese tiempo no tenía éxito, volvería al Manhattan General. Si aquella valquiria no lo dejaba entrar en la UCPA, se conformaría con acampar ante su puerta.

Laurie se despertó sobresaltada. El hecho de que se hubiera dormido a pesar de la angustia la asustó tanto como el ruido que la había arrancado del sueño. Eran Jazz y Elizabeth, que acababan de irrumpir en la habitación hablando de otro paciente. Jazz se le acercó por la derecha mientras que Elizabeth rodeó la cama hasta situarse al otro lado.

Haciendo un esfuerzo, Laurie se incorporó. Mientras dormía se había deslizado de lado hasta acabar apoyando el hombro en la barandilla. Miró a las dos mujeres fijamente. Notaba un sordo dolor en el bajo vientre, y tenía la boca seca. En la UCPA le habían dado trocitos de hielo; pero, en la habitación, nada.

– ¡Cielos! -exclamó Jazz mirándola-. Si hubiéramos sabido que se había dormido nos habríamos ahorrado algunos problemas.

– ¿Ha hablado con mi médico? -quiso saber Laurie.

– Digamos que he hablado con el doctor José Cabero -contestó Jazz-, que resulta que está accesible; no como su doctora Riley, que sin duda está durmiendo.

Laurie notó que el pulso se le aceleraba. También recordaba el nombre del médico por haberlo leído en las listas de Roger. De hecho, había leído el expediente del sujeto y se había enterado de sus demandas por negligencia y de sus problemas con las adicciones. De ningún modo deseaba caer en manos de aquel anestesista.

– El doctor se enfadó mucho cuando supo la que estaba organizando usted -prosiguió Jazz-, y me dijo de forma inequívoca que el análisis de coagulación que había ordenado debía hacerse como fuera. También le molestaron mucho sus amenazas de arrancarse la vía intravenosa y de salir de la cama con sonda incluida.

– ¡No me importa lo que opine el doctor Cabero! -espetó Laurie-. Usted me dijo que iba a llamar a mi médico. Quiero hablar con la doctora Riley.

– Debo corregirla -contestó Jazz alzando el dedo índice-. Dije que llamaría a un médico, no a su médico. Debo recordarle que el Departamento de Anestesia se considera todavía responsable de usted. Técnicamente, se encuentra en período postanestésico.

– Quiero a mi médico -gruñó Laurie apretando fuerte los dientes.

– ¡Caramba, menuda fiera!, ¿eh? -comentó Jazz a su compañera, que asintió y sonrió. A continuación, miró a Laurie y dijo-: Ya que casi son las cuatro de la mañana, verá cumplido su deseo dentro de pocas horas. Entretanto, tenemos intención de seguir al pie de la letra las instrucciones que el doctor Cabero ha sido tan amable de comunicarnos para su propia protección. -Dicho lo cual, hizo un gesto a Elizabeth.

Laurie empezó a repetir lo que opinaba del doctor Cabero; pero, antes de que pudiera acabar la frase, las dos enfermeras la sujetaron por los brazos inmovilizándola en la cama. Sorprendida por aquella inesperada agresión, Laurie luchó por liberarse; sin embargo, el dolor de la operación unido a la fuerza de las dos mujeres anuló toda resistencia. Lo siguiente que supo fue que tenía las muñecas atadas con tiras de Velero sujetas bajo el colchón. Todo había sucedido tan deprisa que estaba aturdida.

– ¡Ya está! ¡Misión cumplida! -dijo Jazz a su compañera irguiéndose-. Ahora podemos estar tranquilas de que la vía intravenosa se quedará donde está y que nuestra rebelde paciente no se esfumará.

– ¡Esto es un atropello! -farfulló Laurie, que tiró frenéticamente de las ataduras consiguiendo únicamente mover las barandillas. Las ligaduras aguantaron sin inmutarse.

– El doctor Cabero no piensa igual -dijo Jazz con una sonrisa-. En su opinión, el estrés de las intervenciones puede desorientar a ciertos pacientes que necesitan que los protejan de sí mismos. Al mismo tiempo, le preocupaba que usted pudiera haberse molestado, de modo que ha ordenado que le administremos un potente sedante de efectos inmediatos. -Sacó del bolsillo una jeringa cuyo contenido ya estaba listo para ser inyectado. Le quitó la caperuza con los dientes y la puso contra la luz mientras le daba unos golpecitos con el dedo.

– ¡No quiero ningún sedante! -chilló Laurie intentando nuevamente liberarse.

– Esa es precisamente la clase de respuesta que el sedante pretende evitar -dijo Jazz-. Elizabeth, ¿te importaría sujetar el brazo de la señorita Montgomery mientras yo hago los honores?

Con una sonrisa parecida a la de su compañera, Elizabeth agarró a Laurie por los hombros y aplicó su considerable peso sobre ellos. Laurie intentó revolverse, pero sin éxito. Notó en el brazo el frío contacto del algodón empapado de alcohol seguido de un pinchazo y un agudo dolor. Acto seguido, Jazz se incorporó y volvió a tapar la jeringa con la caperuza.

– ¡Que duerma bien! -dijo despidiéndose con un gesto de la mano y saliendo con su compañera.

Un gemido de indefensión se escapó de los labios de Laurie mientras se relajaba en la almohada. Antes, bajo los efectos del dolor y de los medicamentos que le habían administrado, había creído imposible sentirse más desamparada; pero se había equivocado. En esos momentos se hallaba maniatada igual que una víctima dispuesta para el sacrificio. Ignoraba qué le habían inyectado. Por lo que sabía, bien podía tratarse de un veneno que hacía inútil toda resistencia. Si era el sedante que había dicho Jazz, no tardaría en ser aún más vulnerable.

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