Robin Cook - ADN
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A pesar de que Jack se encontraba en buena forma física gracias a sus partidos de baloncesto y a la bicicleta, cuando llegó a los ascensores de Medicina Legal estaba sin aliento. Oyó a Carl Novak llamándolo por su nombre al pasar ante su garita, pero no se detuvo. Tampoco vio a nadie en el despacho del depósito. Presionó varias veces el botón de llamada del ascensor, como si así pudiera acelerar su llegada.
Mientras esperaba, pensó en qué podía haber hecho Laurie con el CD que había copiado en la oficina de Roger. Sin duda había sido de allí de donde ella había conseguido la información sobre el MEF2A. El ascensor llegó y Jack saltó a su interior. El CD no había estado junto a las listas ni a los historiales, y él tampoco lo había visto en la mesa ni en los cajones de Laurie. El único sitio donde no había buscado había sido en el archivador de cuatro pisos. Miró la hora. Eran las cuatro y cinco. Llevaba más de tres horas fuera del Manhattan General, lo cual era el límite de lo que consideraba aceptable. Tal como había decidido, se concedería quince minutos para localizar el CD.
El ascensor se detuvo con una sacudida y sus puertas tardaron en abrirse lo que a Jack le pareció una eternidad. Impaciente, las golpeó con el puño hasta que finalmente se abrieron a su debido tiempo, y él salió corriendo al oscuro pasillo. Igual que en las películas de dibujos animados, estuvo a punto de pasar de largo el despacho de Laurie por culpa de lo deprisa que iba, y tuvo que sujetarse al marco de la puerta para no resbalar en el encerado suelo. Una vez dentro, empezó por el cajón superior del archivador.
Tras cinco minutos de infructuosa búsqueda, cerró el de abajo y se levantó. Se rascó la cabeza mientras se preguntaba dónde demonios podía estar el maldito CD. Miró el escritorio de Riva, pero descartó semejante posibilidad porque no había motivo para que Laurie lo hubiera guardado allí. Una alternativa más verosímil era que él lo hubiese pasado por alto al examinar la mesa de Laurie, de modo que se sentó y revisó los cajones una vez más siendo especialmente exhaustivo, convencido de que el disco tenía que hallarse en alguna parte.
Jack volvió a incorporarse tras registrar el último cajón.
– ¡Maldición! -exclamó en voz alta.
Miró el reloj. Le quedaban cinco minutos del tiempo que se había concedido. Mientras escudriñaba la superficie de la mesa pensando en revisar los historiales por si el disco se había deslizado entre ellos, vio por el rabillo del ojo una pequeña luz amarilla en el marco de la pantalla del ordenador. Aunque la pantalla estaba a oscuras, indicaba que el ordenador estaba conectado.
Con el índice derecho presionó una de las teclas. La pantalla se iluminó al instante, y Jack se vio contemplando una página del historial de Stephen Lewis con una lista de todos los análisis del laboratorio. La letra era diminuta, y tuvo que recurrir a las gafas de lectura que llevaba escondidas. Con ellas pudo leer lo que ponía, y sus ojos descendieron por la columna del lado izquierdo de la página. Al final llegó al MFUMP y, recorriendo horizontalmente con el dedo, halló: «MEF2A positivo».
Meneando la cabeza por su estupidez al no haber comprobado que el disco estuviera en el ordenador, Jack cogió el ratón y examinó durante varios minutos las fichas de los distintos casos de Laurie. Lo que descubrió no le sorprendió. Todos los pacientes del St. Francis y del Manhattan General habían dado positivo en la prueba MFUMP para el marcador de algún gen mutado. Algunos, los reconoció; otros, no. Al repasar el historial de Darlene Morgan, sintió un escalofrío de alarma. ¡Su prueba había dado positivo para el gen BRCA-1!
Como si lo impulsara un cohete, Jack se puso en pie de un salto, salió a toda prisa del despacho de Laurie y corrió por el pasillo hasta el ascensor. Mientras bajaba, buscó el móvil en los bolsillos de su abrigo. Miró el reloj. Eran las cuatro y dieciséis. Rápidamente marcó el número del Manhattan General, pero no intentó activar la llamada. No tenía señal.
Tan pronto se abrieron las puertas del sótano Jack corrió todo el pasillo pasando por segunda vez, pero en dirección opuesta, ante un sorprendido Carl Novak. De nuevo, hizo caso omiso del guardia. Tenía el móvil pegado a la oreja tras haber apretado el botón de activar la llamada nada más salir de la cabina. La telefonista del hospital contestó justo cuando Jack saltaba a la acera desde la plataforma de carga y descarga. Tras identificarse como médico y sin aminorar el paso, pidió casi sin aliento que le pasaran con la UCPA. Lo que deseaba era asegurarse de que no trasladaban a Laurie antes de que la doctora Riley hiciera su ronda matinal.
El teléfono de la UCPA respondió en el instante en que Jack llegaba a la Primera Avenida. Reconoció la autoritaria voz de la enfermera jefe y se detuvo. No llovía con la intensidad que lo había hecho un cuarto de hora antes, cuando había llegado a Medicina Legal, pero seguía chispeando lo bastante para que tuviera que proteger el móvil con la mano. Ante él, los relativamente infrecuentes coches corrían hacia el norte.
Entre jadeo y jadeo, Jack se identificó ante Thea.
– Espere un segundo -dijo la enfermera. A través del teléfono, Jack oyó que daba voces para que determinado paciente fuera instalado en determinada cama. Luego, Thea volvió a ponerse-. Lo siento. Estamos un tanto ocupados. ¿Qué puedo hacer por usted, doctor Stapleton?
– No quisiera ser una molestia -dijo, y mientras hablaba empezó a buscar un taxi, pero no vio ninguno-, pero quería comprobar la situación de Laurie Montgomery. -Por fin vio uno a lo lejos, con su luz de «libre» encendida. Se disponía a bajar de la acera y a hacerle señales cuando Thea lo dejó boquiabierto con su respuesta.
– Aquí no tenemos a ninguna Laurie Montgomery.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Jack, sobresaltado-. Está en una de las camas del fondo. Yo he estado ahí esta noche. Usted incluso me comentó que ella era un encanto.
– ¡Ah! ¡Esa Laurie Montgomery! Le pido disculpas. Durante las últimas horas nos ha llegado una avalancha de gente, víctimas de un accidente. Laurie Montgomery fue trasladada de la UCPA. Estaba evolucionando positivamente, y nosotros necesitábamos su cama.
Jack notó la boca seca.
– ¿Cuándo fue eso?
– Justo después del aviso de desastre de la supervisora. Yo diría que alrededor de las dos y cuarto.
– Yo les dejé el número de mi móvil -farfulló Jack-. Se suponía que debían avisarme si se producía algún cambio en su situación.
– Es que no se produjo ningún cambio. Sus constantes eran firmes como una roca. No la habría dejado marchar si hubiera existido el más mínimo problema. ¡Puede creerme!
– ¿Y adónde la han llevado? -consiguió articular Jack, intentando disimular desesperadamente la furia de su voz-; ¿a Cuidados Intensivos?
– No. No necesitaba estar en Cuidados Intensivos. Además, allí también estaban al completo. La llevaron a la habitación 509, en la planta de cirugía.
Jack cerró el móvil de golpe y escudriñó desesperadamente la oscura, vacía y húmeda avenida. El taxi que había visto antes había desaparecido durante su chocante y ominosa conversación con Thea Papparis. La idea de que Laurie llevara más de dos horas fuera de la UCPA en su delicado estado mientras él se dedicaba a sus estúpidas averiguaciones le resultaba demasiado desagradable de contemplar. La pregunta «¿En qué demonios estabas pensando?» resonaba en su mente como el restallido de unos platillos. Dominado por el pánico, echó a correr hacia el norte por la Primera Avenida, indiferente a los charcos que parecían pozos de negro petróleo. Sabía que tardaría demasiado en llegar corriendo al Manhattan General, pero también sabía que no podía quedarse allí.
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