Michael Connelly - El eco negro

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Harry Bosh, detective de la policia de Los Angeles, es un lobo solitario. Hijo de una prostituta asesinada, fue criado en orfanatos y quedo marcado tras vivir la dura experiencia de Vietnam. Ahora, un caso rutinario de muerte por sobredosis le devuelve inesperadamente al pasado. La victima, Billy Meadows, habia servido en su misma unidad en Vietnam. Ambos habian combatido en la red de pasajes subterraneos del Viet Cong y habian experimentado el horror del eco negrola reverberacion en las tinieblas de su propio panico. Ahora Meadows esta muerto. Pero su rastro parece apuntar a un gran atraco bancario perpetrado a traves de los tuneles de alcantarillado.

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Bosch había oído todo aquello cientos de veces. La mayoría de lo que el patólogo le contaba a la grabadora carecía de significado para el detective. Él tan solo esperaba las conclusiones: ¿qué fue lo que mató a la persona que yacía en la fría mesa de acero? ¿Quién y cómo lo hizo?

– La pared de la vesícula biliar es muy fina -prosiguió Salazar-. Contiene unos cuantos centímetros cúbicos de bilis verdosa, sin piedras.

Bosch volvió a meter la ropa en la bolsa de plástico y la cerró inmediatamente. A continuación sacó los zapatos de trabajo de Meadows de otra bolsa. Bosch reparó en que en su interior había un polvillo rojizo; otra prueba de que el cuerpo había sido arrastrado. Los tacones debían de haber rascado el lodo seco del fondo de la tubería y parte del polvo levantado debió de colarse en los zapatos.

– La mucosa de la vejiga está intacta y sólo contiene cincuenta gramos de orina de un tono amarillo pálido -dijo Salazar-. Los órganos genitales externos y la vagina son normales.

Bosch se volvió de golpe. Salazar tenía tapado el micrófono de la grabadora.

– Perdona, Harry -dijo-. Ha sido una broma de forense. Sólo quería saber si estabas escuchando. ¿Y si te toca testificar sobre el caso y tienes que corroborar mi opinión?

– Lo dudo -replicó Bosch-. A nadie le interesa matar de aburrimiento al jurado.

Salazar encendió la pequeña sierra mecánica que empleaba para abrir cráneos y que sonaba como una fresa de dentista. Bosch se volvió de nuevo hacia los zapatos y observó que estaban bien embetunados y cuidados. Las suelas de goma parecían bastante nuevas y, clavada en uno de sus surcos, encontró una piedrecita blanca. Cuando Bosch la sacó con el bisturí descubrió que se trataba de un trozo de cemento. En seguida pensó en el polvo blanco que había visto sobre la moqueta del armario de Meadows, y se preguntó si el polvo o el trozo de cemento coincidirían con el de la cámara acorazada del WestLand Bank. Aunque, si los zapatos estaban tan bien cuidados, ¿se habría quedado un trozo de cemento en la suela durante los nueve meses que habían transcurrido desde el robo? No era muy probable. El cemento tal vez estuviera relacionado con la excavación del metro, si es que Meadows había trabajado en ese proyecto. Finalmente, Bosch metió el pedazo de cemento en un sobre de plástico y se lo guardó en el bolsillo junto con los otros objetos que había ido recogiendo durante el día.

– El examen de la cabeza y los contenidos del cráneo no revela ningún traumatismo, condiciones patológicas o anomalías congénitas -concluyó Salazar-. Atento, Harry: voy a hacer el dedo.

Bosch introdujo los zapatos en la bolsa de plástico y regresó a la mesa de operaciones, justo en el momento en que el forense colocaba una radiografía frente a una ventana.

– ¿Ves estos fragmentos? -preguntó, mientras señalaba unos puntitos blancos en el negativo. Había tres de ellos cerca de la articulación fracturada-. Si fuera una fractura antigua, se habrían movido hacia la articulación. En la radiografía no se ven cicatrices, pero voy a echar un vistazo.

Salazar se dirigió al cadáver e hizo una incisión en forma de T en la piel que cubría la articulación del dedo. Al levantar la piel, metió el bisturí y palpó la carne rosada.

– No…, no…, nada, nada. Esto es post mórtem, Harry -decidió-. ¿Crees que ha sido uno de los míos?

– No lo sé -respondió Bosch-. No lo parece. Sakai dice que él y su esbirro fueron con mucho cuidado, y está claro que yo no he sido. Oye, ¿y por qué no está rasgada la piel?

– Buena pregunta. No lo sé. El dedo se rompió sin que se dañara la piel, no sé cómo. -Salazar meditó un instante-. Aunque supongo que no es tan difícil; si tienes valor, coges el dedo y le das un tirón seco. Así.

Salazar se trasladó al otro lado de la mesa, levantó la mano derecha de Meadows y le dio un tirón hacia atrás. Sin embargo, no logró hacer fuerza suficiente para romper la articulación.

– Es más difícil de lo que creía -comentó-. Quizá le golpearon con un objeto romo de algún tipo… Algo que no destrozara la piel.

Cuando Sakai llegó con las preparaciones quince minutos más tarde, Salazar había completado la autopsia y estaba cosiendo el pecho de Meadows con un bramante grueso. Luego empleó una manguera que colgaba del techo para limpiar el cuerpo y mojarle el pelo. Con una cuerda, Sakai le ató las piernas y unió los brazos al cuerpo para que no se movieran durante las distintas fases del rigor mortis. Bosch se fijó en que la cuerda atravesaba el tatuaje del brazo de Meadows justo por el cuello de la rata.

Salazar cerró los párpados de Meadows con el pulgar y el dedo índice.

– Llévatelo al depósito -le ordenó a Sakai. A continuación se dirigió a Bosch-: Veamos esas preparaciones. Lo que me ha llamado la atención es que el agujero era mayor que el que dejaría una hipodérmica. Además la situación, en el pecho, es poco corriente. La puntura es claramente ante mórtem, quizá peri mórtem, porque había muy poca hemorragia. Pero la herida no tiene costra, por lo que tuvo que producirse poco antes o en el mismo momento de la muerte. Tal vez sea la causa que estamos buscando, Harry.

Salazar se acercó al microscopio que había en el mostrador al fondo de la sala, y tras fijar el portaobjetos se inclinó sobre los binoculares para examinar la preparación.

– Qué interesante -dijo al cabo de medio minuto Después echó un vistazo a las otras muestras y cuando hubo acabado, volvió a colocar la primera en la platina.

– Vale. Lo que he hecho ha sido extraer una sección de dos centímetros y medio de la zona del pecho situada alrededor del pinchazo. La sección tiene unos tres centímetros y medio de profundidad. Esta preparación es una disección vertical del recorrido de la perforación. ¿Me sigues?

Bosch asintió.

– Muy bien. Es un poco como cortar una manzana para mostrar el agujero del gusano. La disección muestra el camino de la perforación y cualquier impacto o daño causado. Mira.

Al inclinarse sobre la lente del microscopio, Bosch vio una línea de perforación de unos dos centímetros y medio de profundidad que atravesaba la piel y llegaba al músculo, haciéndose cada vez más estrecha. En el área más profunda, el color rosado del tejido muscular se tornaba de un marrón oscuro.

– ¿Y qué significa? -preguntó.

– Significa -explicó Salazar- que el pinchazo atravesó la piel, la capa de grasa fibrosa y fue directo al músculo pectoral. ¿Te has fijado en el color oscuro del tejido muscular alrededor de la puntura?

– Sí.

– Eso es porque está quemado.

Bosch dejó de mirar por el microscopio y se volvió hacia Salazar. En ese momento le pareció atisbar una sonrisita tras la mascarilla del patólogo. -¿Quemado?

– Con una pistola de dardos tranquilizadores -contestó Salazar-. Una de ésas que dispara electrodos que perforan la piel unos tres o cuatro centímetros. Aunque en este caso es posible que le clavaran el electrodo en el pecho más a fondo de modo manual.

Bosch reflexionó un momento: una pistola de ese tipo sería casi imposible de localizar. En ese instante Sakai regresó y se puso a observarlos, apoyado sobre un mostrador junto a la puerta. Salazar sacó del carrito del instrumental dos viales llenos de sangre y otros dos llenos de un líquido amarillento. A su lado también había una pequeña cubeta de metal con un bulto marrón que, gracias a su experiencia en aquella sala, Bosch identificó como el hígado.

– Larry, esto es para el análisis de sustancias tóxicas -explicó Salazar. Sakai cogió las muestras y se las llevó al laboratorio.

– ¿Me estás hablando de tortura, de descargas eléctricas? -preguntó Bosch.

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