– ¿Cómo te llamas, capullo?
– Jimmy Fazio. Oye, yo…
– Cállate.
Se calló. Me acerqué y le susurré al oído.
– Mira las luces. Vas a morir aquí, Jimmy Fazio. Las luces serán la última cosa que veas.
– Por favor…
– ¿Por favor? ¿Eso fue lo que dijo Angella Benton? ¿Te suplicó a ti?
– No, por favor, no. Yo ni siquiera estaba allí.
– Convénceme.
No dijo nada.
– O morirás.
– Yo no fui. Créeme, por favor. Fueron Linus y Vaughn. Fue idea suya y lo hicieron sin discutirlo con los demás. No pudimos pararlo porque no lo sabíamos.
– ¿Sí? ¿Qué más? Estás vivo sólo porque estás hablando.
– Por eso disparamos a Vaughn. Linus dijo que teníamos que hacerlo porque iba a quedarse el dinero y cargarle la muerta a él.
– ¿ Y por qué dispararon a Linus? ¿ Era parte del plan?
Negó con la cabeza.
– Eso no tenía que suceder, pero se nos ocurrió una forma de que funcionara como tapadera para la compra de los clubes.
– Sí, funcionó bien. ¿Y Marty Gessler y Jack Dorsey?
– ¿Quiénes?
Apreté con más fuerza la boca del arma en su cuello.
– No me vengas con hostias. Quiero toda la historia.
– Yo no…
– ¡Faz! Cobarde cabrón.
La voz sonó por encima de nosotros, yo levanté la cabeza y vi el torso de un hombre asomando por encima del borde de la terraza. Tenía los brazos extendidos y sostenía una pistola con las dos manos. Solté a mi cautivo y me escondí a la izquierda cuando sonaron los disparos. Era Oliphant. Gritaba mientras disparaba. Simplemente gritaba como un loco. Toda la zona de refugio que estaba bajo la casa se encendió con los fogonazos de los disparos. Las balas rebotaron en los pilares de hierro. Yo aparecí por el lado de uno de los pilares y le disparé tres veces en rápida sucesión. Su grito cesó y supe que le había alcanzado. Observé mientras él soltaba la pistola, perdía el equilibrio y finalmente se desplomaba seis metros para caer como un fardo en los arbustos.
Busqué a Fazio y lo encontré en el suelo, cerca de Banks. Le habían dado en la parte superior del pecho, pero seguía con vida. Estaba demasiado oscuro para verle los ojos, no obstante, sabía que los tendría abiertos por el pánico, buscando mi ayuda. Le cogí la mandíbula y se la giré para que me mirara.
– ¿Puedes hablar?
– Ah…, duele.
– Sí, sí que duele. Háblame de la agente del FBI. ¿Dónde está? ¿Qué le pasó?
– Ah…
– ¿Quién mató al poli? ¿También fue Linus?
– Linus…
– ¿Eso es un sí? ¿Fue Linus?
No respondió. Lo estaba perdiendo. Le palmeé suavemente las mejillas y luego lo agité por el cuello de la en misa.
– Vamos, tío, no te vayas. ¿Era eso un sí? Fazio, ¿Linus Simonson mató al poli?
Nada. Se había ido. Entonces oí una voz detrás de mí.
– Creo que eso sería un sí.
Me volví. Era Simonson. Había encontrado la trampilla y había salido de la casa por detrás de mí, armado con una escopeta de cañones recortados. Yo me levanté lentamente, dejando mi pistola en el suelo junto al cadáver de Fazio y levantando las manos. Me aparté de Simonson, bajando por la colina.
– Tener polis en nómina siempre es un incordio -dijo-. Tenía que acabar con eso cuanto antes.
Retrocedí otro paso, pero por cada paso que daba, Simonson hacía lo mismo. La escopeta estaba a sólo un metro de distancia. Sabía que no escaparía vivo si intentaba arrebatársela. Lo único que me quedaba era ganar tiempo. Alguien del vecindario tenía que haber oído los disparos y hecho una llamada.
Simonson me apuntó al corazón.
– Me va a encantar hacer esto por Cozy.
– ¿Cozy? -pregunté, aunque ya lo había entendido- ¿Quién coño es Cozy?
– Tú le pegaste un balazo aquel día. Y no sobrevivió.
– ¿Qué le ocurrió?
– ¿Tú qué crees que le ocurrió? Murió en la parte de atrás de la furgoneta.
– ¿Lo enterrasteis? ¿Dónde?
– Yo no. Ese día estaba ocupado, ¿recuerdas? Ellos lo enterraron. A Cozy le gustaban los barcos. Digamos que fue un sepelio en el mar.
Di otro paso atrás, Simonson me siguió. Estaba saliendo de debajo de la terraza. Si los polis aparecían podrían alcanzarle desde arriba.
– ¿Y la agente del FBI? ¿ Qué le pasó a Marty Gessler?
– Verás, ésa es la cuestión. Cuando Dorsey me habló de ella y de cuál era el plan, entonces supe que tenía que morir. O sea que él…
De repente la escopeta apuntó al cielo cuando a Simonson le falló el pie en el que había apoyado su peso. Cayó de espaldas y yo me abalancé sobre él como un animal salvaje. Rodamos y luchamos por el control de la escopeta. El era más joven y más fuerte y rápidamente logró colocarse encima de mí. Pero era un luchador inexperto. Se había concentrado en la lucha más que en simplemente reducir a su oponente.
Yo tenía la mano izquierda en torno al cañón recortado mientras que la otra estaba en el gatillo. Me las arreglé para poner el pulgar en el gatillo detrás de su dedo. Cerré los ojos y me vino una imagen. Las manos de Angella Benton. La imagen de mi recuerdo y de mis sueños. Concentré toda mi fuerza en mi brazo izquierdo. El ángulo de la escopeta cambió. Cerré los ojos y apreté el gatillo con el pulgar. El sonido más ensordecedor que haya oído en mi vida retumbó en mi cabeza con la descarga. Me ardió la cara como si me hubiera quemado. Abrí los ojos y al mirar a Simonson vi que ya no tenía cara.
Rodó de debajo de mí y un sonido inhumano surgió de la pulpa de lo que había sido su rostro. Sus piernas patearon como si estuviera pedaleando en una bicicleta invisible. Rodó adelante y atrás y sus manos se cerraron en puños tan apretados como piedras y luego se detuvo y quedó inmóvil.
Lentamente, me incorporé y registré lo que había sucedido. Me palpé la cara y la descubrí intacta. Me quemaba por los gases de la descarga, pero por lo demás estaba bien. Me zumbaban los oídos y por una vez no escuchaba el omnipresente sonido de la autovía.
Vi un brillo en los arbustos y alcancé el objeto. Era una botella de agua. Estaba llena, cerrada. Me di cuenta de que Simonson había resbalado en la botella de agua que se me había caído unos días antes. Y me había salvado la vida. Abrí el tapón y me tiré agua por la cara, lavando la sangre y aliviando la quemazón.
– ¡No se mueva!
Levanté la mirada y vi a un hombre asomado a la barandilla apuntándome con otra pistola. La luna se reflejó en la placa de su uniforme. Los polis habían llegado por fin. Dejé caer la botella y extendí las manos.
– No se preocupe -dije-. No me voy a mover.
Me heché hacia atrás, con los brazos todavía extendidos. Mi cabeza descansaba en el suelo y metía grandes cantidades de aire en mis pulmones. El zumbido de mis oídos permanecía allí, pero ya podía oír el latido de mi corazón que iba recuperando su cadencia habitual, la cadencia de la vida. Miré a la noche oscura y sagrada, al lugar donde aquellos que no se habían salvado en la tierra esperaban al resto de nosotros allí arriba. Todavía no, pensé. Todavía no.
Mientras el policía seguía apuntándome desde la terraza, su compañero bajó desde la trampilla y se me acercó por la ladera. Sostenía una linterna en una mano y una pistola en la otra y mostraba la expresión desconcertada de un hombre que no sabía en qué se había metido.
– Dese la vuelta y coloque las manos a la espalda -me ordenó secamente, con la voz alta y tensa por la adrenalina.
Yo hice lo que me ordenó y él bajó la linterna al suelo y me esposó las muñecas, afortunadamente no lo hizo al estilo del FBI.
Traté de hablarle con calma.
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