Corvo se dirigió al otro lado de la mesa. Bosch lo siguió y descubrió que debajo de la alfombra había una caja fuerte en el suelo del tamaño de una nevera de hotel. La gruesa puerta de acero estaba abierta y el interior, vacío.
– Así es como lo encontraron los del CLAC. ¿Qué te parece? Estos fiambres no parecen demasiado viejos. Yo creo que llegamos tarde al espectáculo.
Bosch estudió la escena unos momentos.
– No lo sé. Parece el final de un trato; quizá Greña se volvió avaricioso y pidió más de lo que merecía. Tal vez estaba tramando algo con Zorrillo, un plan, y la cosa se jodio. Yo lo vi hace unas horas en la corrida de toros.
– ¿Sí? ¿Y qué te dijo? ¿Que iba a casa del Papa a que lo mataran?
Ni Corvo ni Bosch se rieron.
– No, sólo me dijo que me largara de la ciudad.
– Entonces, ¿quién lo mató?
– La herida parece de una cuarenta y cinco, aunque no lo sé seguro. Si fuera así, Arpis sería el candidato más probable.
– ¿Y quién mató a Arpis?
– Ni idea. Pero todo apunta a que Zorrillo o quienquiera que estuviera detrás de la mesa, sacó una pistola del cajón y comenzó a disparar a Arpis aquí mismo, delante de la mesa. El tío cayó hacia atrás por encima del sofá.
– ¿Por qué iba a hacer eso?
– No lo sé. A lo mejor a Zorrillo no le gustó que Arpis matara a Greña. O a lo mejor comenzaba a tenerle miedo. Tal vez Arpis también quería más dinero. Pueden ser muchas cosas, pero ahora nunca lo sabremos -concluyó Bosch-. Oye, Ramos me ha dicho que había tres muertos.
– Al otro lado del pasillo.
Bosch salió del despacho y entró en un salón amplio y largo con una moqueta peluda de color blanco y un piano a juego. Encima del sofá de piel, también blanco, había un cuadro de Elvis Presley. La moqueta estaba manchada de sangre del tercer hombre, que yacía bocarriba junto al sofá. Bosch lo reconoció inmediatamente, pese a la bala en la frente y el pelo teñido de negro; era Dance. Su estudiada expresión de dureza se había transformado en una cara de asombro. Los ojos estaban abiertos y parecían mirar el agujero que le habían hecho en la frente.
Corvo entró en el salón.
– ¿Qué opinas?
– Parece que el Papa tuvo que salir a toda leche. Y quizá no quería dejar a estos tres aquí para que hablaran con la policía… Mierda, no lo sé, Corvo.
Corvo se llevó la radio a la boca.
– Equipos de búsqueda -dijo-. Situación.
– Aquí el líder del equipo de búsqueda. Hemos encontrado el laboratorio subterráneo. La entrada estaba en el bunker; es enorme. Aquí hay de todo. Hemos encontrado lo que queríamos.
– ¿Y el principal sospechoso?
– Negativo de momento. En el laboratorio no hay nadie.
– Mierda -exclamó Corvo después de cerrar la transmisión. El agente se frotó la cicatriz de la mejilla con la radio mientras pensaba en qué hacer a continuación.
– El jeep -dijo Bosch-. Tenemos que ir a buscarlo.
– Si va hacia EnviroBreed, la milicia está allá esperando. En estos momentos no puedo dejar a gente suelta por un rancho que tiene más de dos mil hectáreas.
– Iré yo.
– Espera un momento, Bosch. Este no es tu trabajo.
– A la mierda, Corvo. Yo me voy.
Bosch salió de la casa, buscó a Águila en la oscuridad y finalmente lo encontró junto a los prisioneros, al lado de la milicia. Harry se dio cuenta de que su compañero debía de sentirse aún más extraño que él en aquella situación.
– Voy a buscar el jeep que vimos. Creo que era Zorrillo.
– Yo estoy listo-dijo el mexicano.
Antes de que se pusieran en marcha, Corvo fue corriendo a su encuentro. Pero no era para detenerlos.
– Bosch, tengo a Ramos en el helicóptero. Es todo lo que puedo darte.
Se hizo un silencio, que sólo rompió un sonido al otro lado de la casa. Era el rotor del helicóptero.
– ¡Venga! -gritó Corvo-. O se irá sin vosotros.
Bosch y Águila corrieron hasta el otro lado del edificio y volvieron a ocupar sus sitios en el Lince. Ramos estaba en la cabina con el piloto. El aparato se elevó de repente y Bosch se olvidó del cinturón de seguridad. Estaba demasiado ocupado poniéndose el casco y el equipo de visión por infrarrrojos.
Todavía no había nada en el campo de visión; ni jeep, ni nadie corriendo. Se dirigían al sureste del centro habitado y, mientras observaba a través de las lentes, Harry se dio cuenta de que todavía no había informado a Águila de la defunción de su capitán. «Cuando hayamos acabado», decidió.
Al cabo de dos minutos dieron con el jeep. Estaba aparcado en un bosquecillo de eucaliptos y arbustos altos, a unos cincuenta metros de los corrales y el granero. Una planta rodadora del tamaño de un camión había volado hasta él… o bien alguien la había puesto allí a modo de triste camuflaje. El piloto encendió los focos y el Lince comenzó a trazar círculos sobre la zona. Sin embargo, no hallaron ni rastro de su ocupante, el fugado: Zorrillo. Al mirar entre los dos asientos, Bosch vio que Ramos le indicaba al piloto que aterrizase. Apagaron los focos y, hasta que los ojos de Harry se acostumbraron, sintió como si se internaran en las profundidades de un agujero negro.
Finalmente Harry notó el impacto de la tierra y sus músculos se relajaron un poco. Cuando el motor se apagó, sólo se oyó el chirrido y el ruido del rotor que se iba parando solo. A través de la ventana, Bosch vio la pared oeste del granero. No había puertas o ventanas en ese lado y Harry estaba pensando que podrían acercarse con relativa seguridad, cuando oyó gritar a Ramos:
– ¿Qué coño…? ¡Cuidado!
La sacudida fue tan fuerte que el helicóptero se tambaleó violentamente y empezó a resbalar. Bosch miró por la ventana pero sólo vio que los estaban empujando por el lateral. El jeep. ¡Alguien se había escondido en el jeep! Al final los patines de aterrizaje se engancharon con algo en el suelo y el aparato volcó. Bosch se encogió y se tapó la cara cuando vio que el rotor que todavía giraba se estrellaba contra el suelo y se hacía mil pedazos. Entonces sintió el peso de Águila que se desplomaba sobre él y oyó gritos en la cabina que no pudo descifrar.
El helicóptero se balanceó en esta posición unos segundos antes de recibir otro fuerte impacto, esta vez por delante. Bosch oyó unos disparos y el ruido de metal y cristales rotos. Después se fue. Bosch notó que la vibración del suelo iba disminuyendo hasta que el jeep se alejó.
– ¡Creo que le he dado! -gritó Ramos-. ¿Lo habéis visto?
Bosch sólo podía pensar en su vulnerabilidad. El siguiente golpe seguramente vendría por detrás, donde no podrían verlo para disparar. Harry intentó alcanzar su Smith, pero tenía los brazos atrapados debajo de Águila. El detective mexicano finalmente comenzó a levantarse de encima de él y los dos se movieron con cuidado hasta quedarse en cuclillas. Bosch levantó el brazo y empujó la puerta. Ésta se abrió hasta la mitad antes de topar con algo, probablemente un trozo de metal. A continuación se sacaron los cascos y Bosch salió primero. Águila le pasó los chalecos antibalas. Aunque no sabía por qué, Bosch los cogió y Águila lo siguió.
El aire olía a combustible. Los dos se acercaron al morro aplastado del aparato donde Ramos, con la pistola en una mano, intentaba salir por el agujero en el que antes estaba la ventana.
– Ayúdale -dijo Bosch-. Yo os cubriré.
Bosch desenfundó la pistola y dio media vuelta, pero no vio a nadie. Entonces vislumbró el jeep, aparcado donde lo habían visto desde el aire, con la planta rodadora todavía apoyada contra él. Aquello no tenía sentido. A no ser que…
– El piloto está atrapado -anunció Águila.
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