Recibió la esperada llamada al cabo de diez minutos. Entonces hizo una seña a Leo, que estaba junto a la ventana, y éste le mandó a Tony un rápido SMS con su Blackberry.
Annabelle colocó una mano encima del teléfono y, con la otra, hizo una seña a Leo.
– Vamos, vamos. -El teléfono sonó cinco, seis, siete veces.
Al noveno ring, Leo recibió una respuesta de confirmación y asintió. Annabelle contestó al teléfono:
– ¿Diga?
– ¿Cómo has reconocido a mis hombres tan rápido? -gritó Bagger.
– En temas de vigilancia, mi… jefe es el mejor, señor Bagger -le informó ella-. No es más que una cuestión de miles de activos sobre el terreno y fondos ilimitados. -Lo cierto es que sabía que les ordenaría que la siguieran y había estado mirando por la ventanilla trasera del taxi. En la anterior ronda de reconocimiento del casino había visto que el personal de seguridad de Bagger se desplazaba en Hummer amarillos. Tampoco eran tan difíciles de distinguir.
– ¿Eso significa que me están vigilando? -espetó él.
– Todos estamos vigilados, señor Bagger. No se sienta tan especial.
– Deja de llamarme «señor Bagger» de una puta vez. ¿Cómo es que sabéis tanto de timos de casino que detectasteis dos a la vez? Me hace pensar que estáis demasiado cerca del mundo de los estafadores.
– Yo no los detecté. Hoy teníamos tres equipos en el casino que buscaban algo que yo pudiera utilizar como anzuelo para llegar a usted. Los miembros de esos equipos son expertos en estafas de casino. Nos han transmitido la información, y nosotros se lo hemos dicho a sus jefes de zona. Así de simple.
– Bueno, vamos a dejar eso por ahora. ¿Qué quieres, exactamente?
– Creo que he dejado claras mis intenciones en su despacho…
– ¡Sí! ¡Sí! Ya sé lo que has dicho. Quiero saber a qué te refieres con ello.
– No se trata de un tema del que quiera hablar por teléfono. La AS… -empezó a decir, antes de añadir rápidamente-: Las líneas de teléfono fijo no son muy seguras.
– Ibas a decir la ASN, ¿verdad? -replicó él-. Los espías, lo sé todo de ellos.
– Con el debido respeto, nadie lo sabe todo sobre la ASN, ni siquiera el POTUS -dijo ella, refiriéndose al presidente de Estados Unidos con esas siglas cuidadosamente ensayadas.
Se hizo un largo silencio al otro lado de la línea.
– ¿Sigue ahí? -preguntó ella.
– ¡Sigo aquí! -gritó él.
– ¿Quiere que nos reunamos en su despacho?
– No, no puede ser. He… Estoy saliendo de la ciudad.
– No, no es cierto. Ahora mismo está sentado en su despacho. -Esta información era la que Tony le había enviado a Leo por correo electrónico.
La línea enmudeció.
Annabelle colgó el teléfono, miró a Leo y le dedicó un guiño tranquilizador.
El exhaló un fuerte suspiro.
– Nos estamos metiendo en camisa de once varas, Annie.
Ella parecía divertida.
– Sólo me llamabas Annie cuando estabas muy, pero que muy nervioso, Leo.
Se secó un reguero de sudor de la frente y encendió un Winston.
– Sí, bueno, hay cosas que nunca cambian, ¿no?
El teléfono volvió a sonar. Annabelle contestó.
– Esta es mi ciudad -dijo Bagger con tono amenazador-. Nadie me espía en mi ciudad.
– Señor Bagger -respondió ella con toda tranquilidad-, dado que todo esto parece disgustarlo, se lo pondré fácil. Informaré de que rechazó nuestra segunda y última oferta. Así no tendrá que preocuparse más del tema. Y, como he dicho, me iré a otro sitio.
– No hay ningún casino de la zona que vaya a creerse el rollo que me has metido.
– No es un rollo. No podíamos pretender que los propietarios de casinos listos tuvieran una fe ciega en esto. Así que les dejamos probar. Dejamos que ganen dinero muy rápido y que luego decidan. O participan o no. Y, en todo caso, se quedan siempre con los beneficios.
Annabelle oía la respiración de Bagger al otro lado de la línea.
– ¿Cuánto? -preguntó.
– ¿Cuánto quiere?
– ¿Por qué iba el Gobierno a ofrecerme este trato?
– Hay muchas formas de «Gobierno». Sólo porque una parte no lo aprecie especialmente no significa que otros elementos no le veanventajas. A nosotros nos interesa porque la Justicia va a por usted.
– ¿Y qué tiene eso de ventajoso?
– Pues ¿quién iba a creer que el Gobierno de Estados Unidos se asociaría a usted? -se limitó a decir.
– ¿Eres de la ASN?
– No.
– ¿CIA?
– Voy a responder a todas las preguntas así, con un no rotundo. Y, en situaciones como ésta, no llevo encima la placa ni las credenciales.
– Tengo a políticos de Washington metidos en el bolsillo. Me basta una llamada para enterarme.
– Una llamada y no se enterará de nada, porque los políticos no tienen ni puñetera idea del campo en el que trabajo. Pero llame. Llame a la CÍA. Está en Langley, que es McLean, Virginia, por si no lo sabía. Mucha gente piensa que la central está en Washington. Aunque parezca mentira, incluso figura en el listín de teléfonos. Tiene que ponerse en contacto con el Servicio Clandestino Nacional, que antes se llamaba Dirección de Operaciones. Pero, si quiere ahorrarse la llamada, le dirán que nunca han oído hablar de Pamela Young ni de International Management, Inc.
– ¿Cómo sé que esto no es una especie de operación policial del FBI?
– No soy abogada, pero diría que sería un caso claro de incitación al delito. Y, si quiere comprobar que no llevamos micrófonos ocultos, adelante.
– ¿Con qué clase de pruebas? -preguntó Bagger.
– Unos cuantos clics en el ordenador.
– Explícate.
– Por teléfono, no. Cara a cara.
Lo oyó suspirar.
– ¿Habéis cenado? -preguntó Bagger.
– No.
– Dentro de diez minutos en el Pompeii. Os recogerán en la entrada principal.
La línea quedó en silencio.
Annabelle colgó y miró a Leo.
– Estamos dentro.
– Se acerca la hora de la verdad -dijo él.
– Se acerca la hora de la verdad -convino Annabelle.
Al cabo de una hora estaban terminando la excelente cena que había preparado el chef personal de Bagger. Él tomó el vaso de bourbon, y Annabelle y Leo, el vino; después, se aposentaron en unos cómodos sillones de cuero junto a una parpadeante chimenea, de gas.
Bagger le había tomado la palabra a Annabelle e hizo que los cachearan para ver si llevaban micrófonos ocultos.
– Muy bien, ya tenemos la barriga llena y el hígado bien empapado de alcohol. Contadme -ordenó Bagger. Levantó un dedo-. Primero, qué os habéis propuesto; luego me habláis del dinero.
Annabelle se recostó en el asiento con la bebida en la mano y miró a Leo.
– ¿Recuerda el Irán-Contra?
– Vagamente.
– En algunas ocasiones se vela mejor por los intereses de Estados Unidos ofreciendo ayuda a países y ciertas organizaciones que no gozan del apoyo popular en el país.
– ¿Cómo? ¿Dando armas a Osama para que ataque a los rusos? -se burló.
– Es elegir un mal menor. Pasa continuamente.
– ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
– Tenemos dinero de fuentes muy discretas, algunas privadas; pero hay que valerse de ciertos artificios antes de poder utilizarlo -explicó Annabelle, dando un sorbo al vino.
– Quieres decir blanquear-dijo Bagger.
Ella sonrió de forma evasiva.
– No, quiero decir valerse de artificios.
– Sigo sin pillar la conexión.
– El Banco del Caribe. ¿Lo conoce?
– ¿Debería?
– ¿No es ahí donde deposita parte del dinero del casino? -intervino Leo-. Están especializados en hacer desaparecer el dinero, pero sale caro. Sin impuestos.
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