David Baldacci - Buena Suerte

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Creo que con este es el tercer libro que leo de David Baldacci. Hasta ahora los libros que he leído suyos eran de intriga, pero este es totalmente distinto. En este caso es una novela que describe el cambio de vida que tienen que llevar a cabo dos hermanos, que se trasladan con su abuela a las montañas de Virginia. La novela transcurre en la época de la guerra mundial y refleja de una manera bastante realista lo dura que es la vida en las montañas, tanto para los agricultores y ganaderos como la gente que explotaba las minas de carbón.
La novela está bien escrita y disfrutas de la historia, en la que es importante meterse en la piel de los protagonistas. Como unos niños viven las circunstancias que les han tocado vivir y como se adaptan a una vida tan distinta a la que llevaban hasta ese momento en la ciudad.
Un libro entrañable, en el que las relaciones familiares tienen gran importancia. No comento nada del final para no chafar la novela.
Buen libro para descansar de la traca de novelas negras que os estaba metiendo ultimamente.

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– Porque si alguien que ella conocía, alguien a quien ella… quería le leyese, creo que se notaría la diferencia.

– ¿De verdad crees que ella se da cuenta?

– Cuando saqué a tu madre de la casa aquel día, sostenía a una persona viva que luchaba con denuedo por superar su estado. Lo noté. Y algún día lo conseguirá. Lo creo de todo corazón, Lou.

Ella sacudió la cabeza.

– Es duro, Cotton, querer a alguien a quien sabes que nunca tendrás.

Cotton asintió lentamente.

– Eres madura para tu edad. Y lo que dices tiene sentido. Pero creo que con respecto a los asuntos del corazón, el sentido común quizá sea lo último a lo que uno quiera hacer caso.

Lou dejó que se cayera el resto de agujas de pino y se limpió las manos.

– Tú también eres un hombre bueno, Cotton.

La rodeó con el brazo y permanecieron sentados juntos pues ninguno de ellos deseaba mirar la cavidad ennegrecida e hinchada de la mina de carbón que les había arrebatado a su amigo para siempre.

30

Hubo suficiente lluvia continuada y alguna tormenta eléctrica de propina, de forma que prácticamente todos los cultivos crecieron sanos y abundantes. Cayó una fuerte granizada que dañó parte del maíz, pero no demasiado. Un torrente de lluvia fuerte borró un barranco de una colina, como si fuera una bola de helado, pero ninguna persona, animal o cultivo resultaron dañados.

La época de la cosecha había llegado y Louisa, Eugene, Lou y Oz trabajaban duro y durante muchas horas, lo cual era positivo porque así apenas les quedaba tiempo para pensar en el hecho de que Diamond ya no estaba con ellos. De vez en cuando escuchaban la sirena de la mina y luego, un poco después, el lento estruendo de la explosión. En cada ocasión, Louisa les hacía cantar una canción para que intentaran olvidar que el muchacho había muerto de forma tan terrible.

Louisa no habló demasiado de la muerte de Diamond. Sin embargo, Lou la vio leer la Biblia más a menudo junto a la luz de la lumbre y advirtió que se le empañaban los ojos de lágrimas cuando oía su nombre o al mirar a Jeb. Era duro para todos ellos, pero lo único que podían hacer era seguir adelante y, además, les esperaba mucho trabajo.

Recolectaron las alubias pintas, las introdujeron en bolsas Chop, las pisaron para extraer la cascarilla y las tomaron todos los días para cenar con salsa de carne y galletas. Recogieron las judías trepadoras, que habían crecido alrededor de los tallos del maíz, con cuidado, tal como Louisa les había enseñado, para evitar los gusanos verdes que picaban y vivían bajo las hojas. Contaron el maíz y liaron las mazorcas en gavillas, que más tarde utilizarían como pienso para los animales. Llenaron el granero hasta los bordes. Desde la distancia el vertido de mazorcas semejaba un montón de avispas jugando con frenesí.

Las patatas salieron grandes y carnosas, y acompañadas de mantequilla constituían una comida completa. Los tomates también crecieron gordos y rojos como la sangre; los comían enteros o en rodajas, y los troceaban y enlataban en un enorme hervidor de hierro en los fogones, junto con alubias, pimientos y muchas otras hortalizas. Apilaron las latas en la despensa y debajo de la escalera. Llenaron cubos con fresas, grosellas silvestres y manzanas, hicieron confituras y pasteles, y con lo que sobró, conservas. Molieron los tallos de caña de azúcar e hicieron melaza y pelaron parte del maíz para hacer harina y pan frito crujiente.

A Lou le pareció que no se desperdiciaba nada; era un proceso eficiente y le producía admiración, aunque ella y Oz trabajaran hasta caer agotados desde antes del amanecer hasta bien pasado el atardecer. Allá donde aparecieran con un instrumento o aun sus manos desnudas, la comida abundaba. Esto dio que pensar a Lou sobre Billy Davis y su familia, que no tenían nada que llevarse a la boca. Pensó tanto sobre el tema que habló con Louisa al respecto.

– Quédate levantada mañana por la noche, Lou, y te darás cuenta de que tú y yo pensamos lo mismo.

Ya bien entrada la noche todos ellos esperaban junto al granero cuando oyeron que un carro bajaba por el camino. Eugene enfocó con la linterna y la luz cayó directamente

sobre Billy Davis mientras hacía parar a las muías y miraba nervioso a Lou y a Oz.

Louisa se acercó al carro.

– Billy, creo que nos iría bien una ayuda. Quiero estar segura de que te llevas una buena carga. La tierra ha sido generosa con nosotros este año.

Billy se mostró avergonzado.

– Venga, Billy -intervino Lou-, necesito tus músculos para levantar este cubo.

Después de que lo animaran así, Billy se bajó del carro para ayudar. Todos se pasaron la siguiente hora cargando el carro con bolsas de harina de maíz, cubos y tarros con conservas de judías y tomates, colinabos, col rizada, pepino, cebolla e incluso lonchas de carne de cerdo curada.

Mientras Lou cargaba vio que Louisa se llevaba a Billy a una esquina del granero y le examinaba el rostro con una linterna. Luego vio que le hacía levantar la camisa y le miraba aquí y allá con resultado al parecer satisfactorio.

Cuando Billy se marchó, las muías casi no podían avanzar debido al peso, pero el muchacho desplegó una amplia sonrisa al sacudir las riendas y desapareció en la oscuridad de la noche.

– No pueden esconderle toda esa comida a George Davis -apuntó Lou.

– Hace muchos años que hago esto. Él nunca se ha preocupado por saber de dónde provenía.

Lou parecía enfadada.

– No es justo. Vende su cosecha y gana dinero, y nosotros tenemos que alimentar a su familia.

– Lo que es justo es que una madre y sus hijos coman bien -replicó Louisa.

– ¿Qué estabas mirando bajo la camisa? -preguntó Lou.

– George es listo. La mayor parte de las veces pega donde no se ve por estar oculto por la ropa.

– ¿Por qué no le preguntaste a Billy si le había pegado?

– Los niños mienten cuando se sienten avergonzados -respondió Louisa.

Con todos sus excedentes, Louisa decidió que los cuatro llevarían el carro lleno de los productos de la cosecha al campamento maderero. El día en que debían emprender el viaje Cotton fue a la granja a cuidar de Amanda. Los hombres de la madera les esperaban, ya que se había reunido una buena muchedumbre en el momento de su llegada. El campamento era grande y tenía escuela, tienda y oficina de correos propias. Como el campamento se veía obligado a trasladarse con frecuencia cuando se agotaban los bosques, todo el pueblo estaba sobre rieles, incluso las casas de los trabajadores, la escuela y la tienda. Se hallaban dispuestas en varios ramales, como un barrio. Cuando había que hacer un traslado, las locomotoras se acoplaban a los vagones y rápidamente todo el pueblo se ponía en movimiento.

Las familias del campamento maderero pagaban las cosechas con dinero en efectivo o haciendo trueques con café, azúcar, papel higiénico, sellos, papel y lápiz, algunas prendas y zapatos usados, y periódicos viejos. Lou había bajado a Sue y ella y Oz se turnaban para dejar que los niños del campamento la montaran gratis, pero los clientes podían «donar» bastones de menta y otros dulces si lo creían conveniente, y muchos lo hacían.

Más tarde, desde lo alto de una colina, contemplaron un afluente del McCloud. Río abajo se había formado una acumulación de piedras y troncos que impedía el flujo del agua y dificultaba el transporte de troncos por el río. El río estaba cubierto de árboles de una orilla a la otra, álamos robustos en su mayoría cuya base estaba marcada con el nombre de la compañía maderera. Desde la altura a la que se encontraban parecían lápices pero entonces Oz y Lou advirtieron que las pequeñas motas que había sobre ellos eran en realidad hombres hechos y derechos montados sobre los troncos. Bajarían flotando hasta la presa, donde quitarían una cuña vital y la fuerza del agua arrastraría los troncos río abajo, para luego atarlos y hacerlos llegar de Virginia a los mercados de Kentucky.

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