Jeffery Deaver - La silla vacía

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Lincoln Rhyme, está en un centro universitario especializado en neurología a la espera de una operación que podría mejorar su estado. Cuando le piden que colabore con la policía de Tanners Corner, una pequeña ciudad de Carolina del Norte, en la búsqueda de una chica secuestrada, no sabe que al aceptar pondrá en peligro su vida y la de su colega Amelia Sachs.
El secuestrador es un chico conflictivo, cuyos padres han muerto en un misterioso accidente automovilístico. Es además muy aficionado a los insectos. Su forma de vida hace que se le culpe de todas las cosas extrañas que han ocurrido en la ciudad, incluidas algunas muertes. Desde un laboratorio improvisado, Lincoln, se enfrenta a la impaciencia de la justicia por resolver este nuevo y espeluznante caso.

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Rhyme hizo una pregunta a alguien que estaba con él. Siguió con la comunicación telefónica.

– Jim dice que Lydia tiene veintiséis años. Debería haber terminado la escuela hace ocho años. Pero busca la página de la chica McConnell.

Sachs buscó en la M.

– Sí. La foto de Mary Beth ha sido recortada con una hoja filosa de algún tipo. Definitivamente, el chico concuerda con el perfil de un cazador al acecho.

– No estamos interesados en perfiles. Estamos interesados en las pruebas. De los otros libros, los que están en los estantes, ¿cuáles son los más leídos?

– ¿Cómo puedo yo…?

– Suciedad en las páginas -soltó Rhyme con impaciencia-. Comienza con los que están más cerca de su cama. Trae cuatro o cinco de ellos.

Eligió los cuatro que tenían las páginas más ajadas: The Enthomologist's Handbook, The Field Guide to Insects of North Carolina, Water Insects ofNorth America, The Mi-niature World [3] .

– Los tengo, Rhyme. Hay muchos pasajes marcados. Asteriscos en algunos de ellos.

– Bien. Tráelos. Pero debe haber algo más específico en el cuarto.

– No puedo encontrar nada.

– Sigue mirando, Sachs. Tiene dieciséis años. Tú conoces los casos de delincuentes juveniles en los que hemos trabajado. Los cuartos de los adolescentes son el centro de su universo. Comienza a pensar como alguien de dieciséis años. ¿Dónde esconderías cosas?

Ella miró bajo el colchón, dentro y debajo de los cajones del escritorio, en el armario, bajo las almohadas grisáceas. Luego iluminó con la linterna entre la pared y la cama.

– Encontré algo aquí, Rhyme… -dijo.

– ¿Qué?

Encontró una masa de apretados Kleenex y un pote de crema Vaselina de Cuidado Intensivo. Examinó uno de los kleenex. Estaba manchado con lo que parecía semen seco.

– Docenas de toallitas de papel bajo la cama. Parece un chico activo con su mano derecha.

– Tiene dieciséis años -dijo Rhyme-. Resultaría poco usual que no lo fuera. Pon una en la bolsa. Podríamos necesitar su ADN.

Sachs encontró más cosas bajo la cama: un marco barato en el que había pintado toscas imágenes de insectos: hormigas, avispas y cucarachas. Dentro había montado la foto recortada del anuario de Mary Beth McConnell. También había un álbum con una docena de otras fotos de Mary Beth. Eran candidas. La mayoría de ellas mostraban a la joven en lo que parecía ser un campus universitario o caminando por la calle de una pequeña ciudad. Dos la mostraban en bikini en un lago. En ambas se agachaba y la foto enfocaba su escote. Sachs le contó a Rhyme lo que había encontrado.

– La chica de sus sueños -musitó Rhyme-. Sigue.

– Creo que debería guardarlas en una bolsa y concentrarnos en la escena primaria.

– En un minuto o dos, Sachs. Recuerda, fue idea tuya, como buena samaritana, y no mía.

Al oírlo, Sachs se enfadó.

– ¿Qué quieres? -preguntó acaloradamente-. ¿Quieres que busque huellas digitales? ¿Qué aspire cabellos?

– Por supuesto que no. No buscamos pruebas para el fiscal de distrito que podamos presentar en un juicio, lo sabes. Todo lo que necesitamos es algo que nos dé una idea de dónde puede haber llevado a las chicas. No las va a traer de vuelta a casa. Tiene un lugar que ha preparado justo para ellas. Y ha estado allí anteriormente para dejarlo listo. Puede que sea joven y raro pero todavía huele a delincuente organizado. Aun si las muchachas están muertas, apuesto a que les eligió tumbas agradables y cómodas.

A pesar de todo el tiempo que habían trabajado juntos, a Sachs todavía le molestaba la insensibilidad de Rhyme. Sabía que formaba parte de la esencia de un criminalista, era el distanciamiento que se debe tener del horror del crimen, pero le resultaba duro. Quizá porque reconocía que tenía la misma capacidad para esa frialdad dentro de sí, esa separación anestesiante que los mejores investigadores de la escena del crimen deben encender como un interruptor de luz, una separación que en ocasiones Sachs temía que pudiera enmudecer su corazón irreparablemente.

Tumbas agradables y cómodas…

Lincoln Rhyme, cuya voz nunca era más seductora que cuando imaginaba una escena del crimen, le dijo:

– Sigue, Sachs, llega a él. Conviértete en Garrett Hanlon. ¿En qué estás pensando? ¿Cómo es tu vida? ¿Qué haces minuto a minuto a minuto en ese cuarto? ¿Cuáles son tus pensamientos más secretos?

Los mejores criminalistas, le había dicho Rhyme, eran como los novelistas de talento, que se imaginaban a sí mismos como sus personajes y podían olvidarse del mundo de los otros.

Sus ojos examinaron el cuarto una vez más. Tengo dieciséis años. Soy un chico con problemas, soy huérfano, los chicos de la escuela se burlan de mí, tengo dieciséis años, tengo dieciséis años.

Un pensamiento surgió y lo atrapó antes de que desapareciera.

– Rhyme, ¿sabes qué es extraño?

– Dímelo, Sachs -dijo suavemente, alentándola.

– Es un adolescente, ¿verdad? Bueno, recuerdo a Tommy Briscoe, salí con él cuando yo tenía dieciséis años. ¿Sabes lo que tenía en todas las paredes de su cuarto?

– En mi época y a esa edad lo que teníamos era un maldito póster de Farrah Fawcett.

– Exactamente. Garrett no tiene ni un solo póster de una chica en cueros, ni de Playboy , ni de Penthouse . No tiene las Cartas Mágicas, ni Pokémon, ni juguetes. Ni Alanis, ni Celine. No hay ningún póster de músicos de rock… Y, eh, oye esto: no tiene vídeo, ni televisor, ni estéreo o radio. No tiene Nintendo. Dios mío, tiene dieciséis años y ni siquiera tiene un ordenador -su ahijada tenía doce años y su cuarto era realmente como una sala de exhibiciones de productos electrónicos.

– Quizá se trate de dinero, los padres sustitutos.

– Diablos, Rhyme, si yo tuviera su edad y quisiera escuchar música me construiría una radio. Nada detiene a los adolescentes. Pero esas no son las cosas que lo excitan.

– Excelente, Sachs.

Puede ser, reflexionó, ¿pero qué significa? Registrar observaciones constituye la mitad de la tarea de un científico forense; la otra mitad, la mitad mucho más importante, es sacar conclusiones útiles a partir de esas observaciones.

– Sachs.

– Shhh.

Se empeñó en dejar de lado la persona que realmente era: la policía de Brooklyn, la aficionada a potentes coches General Motors, la ex modelo de la tienda de ropa interior Chantelle en la Quinta Avenida, campeona de tiro con pistola, la mujer que llevaba el pelo rojo largo y cortas las uñas por temor a que el hábito de rascarse el cuero cabelludo y la piel le estropeara su perfecta carne con todavía más señales de tensión.

Trató de convertir en humo a esa mujer y emerger como un chico de dieciséis años conflictivo y asustado. Alguien que necesitaba, o quería, tomar a las mujeres por la fuerza. Que necesitaba, o quería, matar.

¿Qué siento?

«No me interesan los placeres normales, la música, la televisión, los ordenadores. No me interesa el sexo normal», dijo, casi para sí. «No me interesan las relaciones normales. Las personas son como insectos, pueden ser enjauladas. En realidad, todo lo que me interesa son los insectos. Constituyen mi único motivo de solaz. Mi única diversión». Pensó en esto mientras caminaba frente a los tarros. Luego miró el suelo a sus pies.

– ¡Las huellas de la silla!

– ¿Qué?

– La silla de Garrett… tiene ruedecillas. Está frente a los tarros. Todo lo que hace es ir rodando de un lado a otro, observar los insectos y dibujarlos. Mierda, probablemente también les habla. Toda su vida son esos bichos. -Pero las huellas en la madera se detenían antes de llegar al tarro que estaba al final de la hilera. Contenía avispas amarillas. Los pequeños insectos amarillos y negros zumbaban con enojo, como si fueran conscientes de su intrusión.

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