– ¿Dónde? -ella se pasó la lengua por los dientes.
– Hazlo otra vez -él apoyó la barbilla en el puño-. Me estás poniendo cachondo.
Ella se echó a reír a su pesar.
– Tú quieres algo -levantó una mano para detener la réplica mordaz que adivinaba-, ¿qué es?
– ¿Qué relación hay entre ese juego del Conejo Blanco y Alicia en el País de las Maravillas ?
Stacy pensó en las tarjetas que había recibido Leo.
– Muy sencillo, Noble utilizó el relato de Carroll como inspiración para su juego. El Conejo Blanco controla el juego. Los personajes de la historia son los personajes del juego, aunque todo esté metamorfoseado en algo mucho más violento e inquietante.
Spencer señaló los libros que había encima de la mesa, delante de ella.
– Si es tan sencillo, ¿a qué viene todo esto?
Ahí la había pillado. Maldición.
– Sé por otros jugadores que Conejo Blanco no es un juego corriente. No es como los demás juegos de rol. Sus fans son más sectarios. Más misteriosos. Por lo visto eso forma parte del atractivo del juego.
– ¿Qué me dices de su estructura?
– Es más violenta, eso seguro -Stacy hizo una pausa, pensando en lo que había averiguado-. La principal diferencia en cuanto a estructura estriba en el papel del maestro de juego. La mayoría de los maestros son absolutamente imparciales. El de Conejo Blanco, no. Es un personaje como los demás, juega a ganar. Y todos los jugadores persiguen el mismo objetivo -concluyó-: matar o morir.
– O sobrevivir por cualquier medio, según se mire.
Ella abrió la boca para contestar; pero el sonido del teléfono móvil de Spencer la interrumpió.
– Malone.
Stacy observó su cara mientras escuchaba y advirtió la leve crispación de su boca. El modo en que sus cejas se juntaban en un ceño.
Era una llamada de trabajo.
– Entendido -dijo él-. Enseguida voy.
Stacy comprendió que tenía que irse. En alguna parte, alguien había muerto. Asesinado.
Él volvió a guardar el móvil en su funda y la miró a los ojos.
– Lo siento -dijo-. El deber me llama.
Ella asintió con la cabeza.
– Anda, vete.
Él se marchó sin mirar atrás. Su porte y sus andares resudaban aplomo y determinación.
Stacy se quedó observándolo. Durante diez años había recibido llamadas como aquélla. Y las odiaba. Las temía. Siempre llegaban en el peor momento.
¿Por qué, entonces, experimentaba aquella lacerante sensación de vacío? ¿Aquella impresión de hallarse fuera, como una mirona?
Se volvió para recoger sus cosas. Y vio a Bobby Gautreaux caminando hacia las escaleras. Lo llamó lo bastante fuerte como para que la oyera.
Pero él no aflojó el paso, ni miró hacia atrás. Stacy se levantó y lo llamó de nuevo. Alzando la voz. Él echó a correr. Stacy salió tras él; llegó en cuestión de segundos a la escalera.
Bobby ya había desaparecido.
Bajó corriendo las escaleras de todos modos. La bibliotecaria la miró con enojo. Stacy se dio cuenta de que era una becaria y se acercó a ella.
– ¿Has visto pasar a un chico moreno con una mochila naranja? Iba corriendo.
La joven miró a Stacy de arriba abajo con expresión abiertamente hostil.
– Veo a muchos chicos morenos.
Stacy entornó los ojos.
– La biblioteca no está tan llena. Iba corriendo. ¿Quieres cambiar tu respuesta?
Ella titubeó y luego señaló las puertas de la entrada principal.
– Se ha ido por ahí.
Stacy le dio las gracias y volvió arriba. No conseguiría nada persiguiendo a Bobby. Primero, dudaba de poder encontrarlo. Y, segundo, ¿qué demostraría con ello? Si la había estado espiando, él no lo reconocería.
Pero, si así era, ¿qué motivo tenía?
Llegó al segundo piso, se acercó a la mesa y comenzó a recoger sus cosas, pero se quedó paralizada al pasársele una idea por la cabeza. Bobby era muy corpulento. Más alto que ella. No tanto como le había parecido su agresor de la otra noche, pero, teniendo en cuenta las circunstancias, quizá se hubiera equivocado.
Tal vez Bobby Gautreaux no estuviera espiándola. Quizá sus intenciones fueran más oscuras.
Tendría que andarse con cuidado.
Martes, 8 de marzo de 2005
11:15 p.m.
Parado en la acera, delante del destartalado complejo de apartamentos, Spencer esperaba a Tony. Su compañero había llegado justo detrás de él, pero aún no había salido de su coche. Estaba hablando por el móvil; la conversación parecía acalorada. Sin duda la famosa Carly, pensó Spencer. Otra vez lo mismo.
Fijó su atención en la calle, en las hileras de casas, casi todas ellas viviendas multifamiliares. En una escala de preferencia, aquel barrio de Bywater no superaba el tres, aunque Spencer suponía que eso dependía de la perspectiva de cada cual. Algunas personas se morían por vivir allí; otras se matarían antes.
La comisura de su boca se alzó en una sonrisa amarga. A otros, sencillamente, se les venía la muerte encima.
Desvió la mirada hacia el complejo de cuatro apartamentos. Los primeros agentes habían acordonado la zona y la cinta amarilla se extendía ante el soportal. En sus buenos tiempos, el edificio había sido una vivienda de clase media con espacio suficiente para albergar a una familia numerosa. En algún momento, cuando aquella zona cayó en la desidia y el abandono, había quedado dividido en pequeños apartamentos, y su hermosa fachada fue recubierta con aquel espantoso papel embreado que tan popular se hizo tras la II Guerra Mundial.
Spencer se volvió al oír cerrarse la puerta del coche. Tony había acabado de hablar; aunque, por su cara de enfado, Spencer dedujo que la cosa no había acabado ahí.
– ¿Te he dicho que odio a los adolescentes? -dijo Tony al llegar a su lado.
– Repetidas veces -echó a andar a su lado-. Gracias por venir.
– Últimamente aprovecho cualquier excusa para salir de casa.
– Carly no es tan mala -dijo Spencer con una sonrisa-. Es sólo que tú estás viejo, Gordinflón.
Tony lo miró con enfado.
– No te pases de listo, Niño Bonito. Esa chica me está sacando de quicio.
– El poli se cabrea. Mal asunto -Spencer levantó la cinta policial para que pasara Tony y luego pasó por debajo de ella.
Un perro de mísero aspecto los miraba desde la valla de alambre del vecino. No había ladrado ni una sola vez, cosa que a Spencer le extrañaba.
Se acercaron al primer agente, una mujer con la que había salido su hermano Percy. La cosa no había acabado bien.
– Hola, Tina.
– Spencer Malone. Veo que has ascendido.
– En Nueva Orleans todo es posible.
– ¿Cómo está el inútil de tu hermano?
– ¿Cuál de ellos? Tengo varios que encajan con esa descripción.
– En eso tienes razón. Mejorando lo presente.
– Eso no se lo discuto, agente DeAngelo -Spencer sonrió-. ¿Qué tenemos?
– Ha sido en el apartamento de arriba. La víctima está en la bañera. Totalmente vestida. Se llamaba Rosie Allen. Vivía sola. Llamó el inquilino de abajo. Se le estaba mojando el techo. Intentó reanimarla, no pudo y nos llamó.
– ¿Por qué nos has llamado a nosotros y no a la UIC?
– Esto tiene toda la pinta de ser un caso para la DAI. El asesino nos dejó su tarjeta de visita.
Spencer frunció el ceño.
– ¿Oyó algo el vecino? ¿Vio algo sospechoso?
– No.
– ¿Y los otros vecinos?
– Nada.
– ¿Habéis llamado a los técnicos?
– Vienen de camino. Y el forense también.
– ¿Habéis tocado algo?
– Le buscamos el pulso y cerramos los grifos. Y también apartamos la cortina de la ducha. Eso es todo.
Читать дальше