Andrew Gross - Código Azul

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El FBI lo llama código azul: cuando se sospecha que la identidad del testigo ha sido descubierta, cuando ha dejado la seguridad del programa, cuando no se sabe si está muerto o vivo… La vida de Kate se convierte en una pesadilla cuando descubre que su padre está involucrado en el caso judicial contra un poderoso cartel de narcos. Todos los miembros de su familia se convierten en testigos protegidos: han de dejar atrás su casa, su ciudad, sus trabajos, sus amigos… toda su vida. Kate se niega a entrar en el programa, aunque eso signifique separarse de los que más quiere. Una vez sola, comienza a descubrir que el FBI y su propio padre le están ocultando algo. Y que a veces, los que tenemos más cerca son los que más hemos de temer. Andrew Gross nos sumerge en el oscuro y peligroso mundo de los testigos protegidos, donde el engaño impregna todos los aspectos de la vida y cualquier paso en falso puede ser el último.

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Kate se asustó.

El pestillo nunca estaba cerrado.

Nunca lo usaban.

Era uno de esos pesados cacharros de acero, de los que se utilizaban en las puertas de los almacenes. Abrirlo era un verdadero quebradero de cabeza, y siempre se atascaba. El juicio se había acabado hacía tiempo, tenían alarma, y el contrato de alquiler y el teléfono estaban a nombre de Greg.

Kate rebuscó la llave del pestillo y empujó con cuidado la puerta. Algo pasaba…

Kate lo supo nada más entrar.

– ¿Greg…? -lo llamó.

Pero sabía que Greg no estaba. Fergus se le acercó meneando la cola. Kate miró a su alrededor; todo parecía en orden. El piso era de techos elevados, con ventanas altas en forma de arco que daban a levante, a la Avenida C. El desorden de la noche anterior seguía intacto: revistas, cojines, una botella de agua, el mando de la tele en el sofá… tal como lo había dejado esa mañana.

Había algo raro, y espeluznante. Sabía que era un disparate. Acarició a Fergus. Todo parecía igual.

Pero no conseguía librarse de la sensación de que alguien había entrado.

Al día siguiente, ella y Tina estaban tomando un café en la cafetería de la unidad de investigación.

Llevaban un año trabajando juntas y se habían hecho grandes amigas. Como hermanas. De hecho, desde que Tina se había teñido más claro el pelo, la gente pensaba que incluso empezaban a parecerse un poco.

Tina explicaba a Kate el nuevo proyecto que Packer le había asignado.

– … al inyectar esta solución isotrópica en el material nucleico, lo que ocurre básicamente es que se dispersa el fluido de la superficie y…

De pronto, algo captó la atención de Kate al otro lado de la cafetería.

Un tipo, al fondo de la sala, sentado solo a una mesa. Tenía el cabello corto y crespo, patillas y bigote oscuro. Rasgos hispanos. Kate tuvo la sensación de haberlo visto antes en alguna parte, pero no lograba ubicarlo. De vez en cuando, notaba su mirada clavada en ella.

Trató de seguir atendiendo a lo que Tina le decía, pero no dejaba de observar al tipo, cuya mirada se encontró una o dos veces con la suya. La hacía sentir incómoda, aunque había que reconocer que se había sentido incómoda muy a menudo últimamente, desde que habían matado a esa testigo en la Sexta Avenida.

Cuando volvió a mirar, el tipo se había ido.

– Tierra llamando a Kate. Hola… -Tina chasqueó los dedos-. Ya sé que es aburrido pero ¿estás aún aquí?

– Perdona-dijo Kate-. La solución isotrópica…

Miró a su alrededor…

Y entonces volvió a ver al hombre.

Se había levantado y se abría paso entre las mesas. Hacia ella.

Llevaba un impermeable oscuro abierto, como si fuera a sacar algo. Kate sintió una punzada de pánico.

– Kate -la llamó Tina agitando la mano ante su cara-. ¿Qué pasa?

«Esto es una locura -se dijo a sí misma. Pero su corazón no atendía a razones. Se le salía del pecho-. Este sitio está hasta los topes. Aquí no puede pasar nada.» Él avanzaba directo hacia ella.

Sintió cómo palidecía.

– Tina…

Lo que trataba de encontrar el latino era un busca. Fue directamente hacia ella y se detuvo delante de la mesa. Kate por poco salta de la silla.

– Trabajas para Packer, ¿verdad?

– ¿Cómo?

– Te llamas Kate, ¿verdad? -El tipo latino sonrió-. Hace más o menos un mes estuve en tu despacho. Trabajo para Thermagen. ¿Te acuerdas? Os vendo la Dioxitriba.

– Sí -dijo Kate aliviada-. Me llamo Kate…

Aquello se le estaba escapando de las manos.

Al cabo de un rato, Kate estaba en la estrecha sala de ordenadores que llamaban biblioteca, copiando las notas de los resultados en un CD. Llamaron a la puerta.

Se volvió y vio a Tina en el umbral. Se la veía perpleja y algo preocupada.

– ¿Piensas decirme qué es lo que ha pasado antes?

– ¿Abajo, te refieres? -Kate se encogió de hombros con aire de culpabilidad.

– No. En Italia, en tercero de carrera. ¡Pues claro que abajo!, en la cafetería. ¿Qué pasa, Kate? Se te acerca un tipo cualquiera y casi pierdes la chaveta… en medio de la cafetería. Llevas toda la semana ligeramente en las nubes. Linfoblástico… el otro día lo clasificaste en ciclospórico. ¿Va todo bien?

– No estoy segura -respondió Kate; apartó la silla del ordenador y tomó aire-. Me siento un poco rara. No sé, como si imaginara cosas… ya sabes, relacionadas con mi padre.

– ¿Con tu padre? -Tina se acercó a la mesa. No hacía falta ni que se lo explicara-. ¿Y por qué ahora?

– No sé. Algo encendió la mecha el otro día. -Le contó a Tina la conversación con el tipo del parque, cuando estaba con Fergus-. Puede que sólo sea porque se ha acabado el juicio y ahora está en la calle. Es como si imaginara cosas. Tengo un poco la sensación de estar volviéndome majareta…

– No estás majareta, Kate. Has perdido a tu familia. Cualquiera lo entendería. ¿Y qué dice el bueno del doctor al respecto?

– ¿Greg? Dice que lo que ocurre es que estoy nerviosa, y a lo mejor tiene razón. El otro día tuve la sensación de que alguien había toqueteado las cerraduras de casa y entrado en el piso; estaba convencida. Hasta Fergus me miraba un poco raro.

– Creo que en el centro médico tratan bastante bien la paranoia esquizofrénica aguda. Igual Packer te consigue un descuento -dijo Tina, reprimiendo una sonrisa.

– Gracias -replicó Kate, y le dedicó una mueca burlona de agradecimiento-. A lo mejor es sólo que echo de menos a mi familia, Tina. Ya hace más de un año.

– Ya sé lo que es -dijo Tina.

Kate miró a su amiga.

– ¿Qué?

– Laboroputofobia -respondió Tina.

– ¿Cómo?

– Laboroputofobia -repitió Tina-. En pocas palabras: pasas demasiado tiempo en este dichoso sitio.

– Vale. -Kate se echó a reír-. Gracias a Dios lo hemos pillado a tiempo. ¿Síntomas?

– Mírate en el espejo, cariño. Pero por suerte conozco el remedio: tienes que largarte de aquí, Kate. Vete a casa, pasa una bonita noche romántica con tu príncipe azul. Esta noche ya acabo yo.

– No, si seguro que tienes razón -concedió Kate, y volvió a arrastrar la silla hasta su puesto de trabajo-. Pero es que hoy me quedan cosas por hacer.

– De verdad. -Tina la agarró del brazo-. Recuerda que te llevo ventaja; a mí me falta un año menos para doctorarme. Vete a casa y punto, Kate. No estás loca; echas de menos a tu familia. ¿A quién no le pasaría lo mismo? Ya sabemos por lo que has pasado.

Kate sonrió. Tal vez Tina estuviera en lo cierto. Tal vez eso era cuanto necesitaba: despejarse, acurrucarse en la cama con algo de comida china y una película estúpida de Adam Sandler. Hacer algo romántico. Greg había comentado que tenía la noche libre.

– La verdad es que tampoco me moriré por salir de aquí una noche.

– Pues claro, joder. Así que hazlo, mujer, antes de que me arrepienta. Ya cierro yo.

Kate se levantó y abrazó a su amiga.

– Eres un encanto. Gracias.

– Lo sé. Y, Kate…

Kate se volvió desde la puerta.

– ¿Sí?

Tina le guiñó el ojo.

– Procura no tener un ataque de nervios si de camino a casa se te sienta al lado el tipo equivocado.

21

Cuando Kate llegó a casa, había velas encendidas por todo el loft. En el equipo de música sonaba algo relajante y romántico: Norah Jones.

Greg salió a recibirla vestido con su camiseta que imitaba a un esmoquin y una corbata al cuello.

– Signora Kate…

Fergus se abrió paso meneando el rabo, también con una corbata alrededor del collar.

Kate miró a Greg con recelo.

– Tina te ha llamado, ¿no?

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