Había medido casi dos docenas de localizaciones, sin llegar siquiera a acercarme en la aproximación de kilometraje cuando me topé con una localidad situada justo al norte de la base del triángulo. Era tan pequeña que estaba marcada sólo por un punto negro, la demarcación más pequeña de un centro de población según la leyenda del mapa. Era una localidad llamada Clear. Conocía el lugar y me entusiasmé de repente, porque en un instante de lucidez comprendí que encajaba con el perfil del Poeta.
Utilizando mi licencia de conducir medí las distancias. Clear estaba aproximadamente a 120 kilómetros al norte de Las Vegas por la autopista Blue Diamond. Después había otros 250 kilómetros aproximadamente por rutas rurales a través de la frontera de California y al sur a través del valle de Sandy hasta la interestatal 15 y el tercer punto del triángulo en Zzyzx. Si sumaba el kilometraje de la base del triángulo entre Zzyzx y el aeropuerto de Las Vegas, obtenía un perímetro de aproximadamente 518 kilómetros, sólo diez menos que el total registrado en el coche alquilado por uno de los hombres desaparecidos.
Estaba empezando a bullirme la sangre. Clear, Nevada. Nunca había estado allí, pero sabía que era una población de burdeles y de los servicios que se derivan de tales negocios. Lo sabía porque más de una vez en mi carrera de policía había seguido la pista de sospechosos a través de Clear, Nevada. En más de una ocasión un sospechoso que se había entregado voluntariamente en Los Ángeles me contó que había pasado sus últimas noches de libertad con las damas de Clear, Nevada.
Era un lugar al que los hombres iban en privado, poniendo esmero en no dejar pistas que revelaran que se habían hundido en semejantes aguas turbias de la moral. Hombres casados. Hombres de éxito y piedad religiosa. Tenía muchas similitudes con el distrito rojo de Amsterdam, el lugar donde el Poeta había encontrado a sus víctimas con anterioridad.
Buena parte del trabajo policial se basa en el instinto y las corazonadas. Uno vive y muere por los hechos y las pruebas. Eso es innegable. Pero es tu instinto el que con frecuencia te proporciona esa información crucial y después la une como la cola. Y yo estaba siguiendo el instinto. Tenía una corazonada acerca de Clear. Sabía que podía sentarme en la mesa del comedor y trazar triángulos y puntos en el mapa durante horas si quería. Pero el triángulo que había trazado con la ciudad de Clear en el vértice superior me dejó parado al mismo tiempo que la adrenalina me fluía en la sangre. Creía que había trazado el triángulo de McCaleb. No, más que creerlo. Lo sabía. Mi compañero silencioso. Usando sus crípticas notas como guía, ahora sabía adonde iba. Añadí dos líneas al mapa valiéndome de mi licencia de conducir a modo de regla y completé el triángulo. Golpeé cada uno de los vértices en el mapa y me levanté.
El reloj de la pared de la cocina decía que eran casi las cinco. Concluí que era demasiado tarde para ir hacia el norte esa noche. Podía llegar casi a oscuras y eso podía ser peligroso. Rápidamente puse en marcha un plan para salir al alba y tendría casi un día entero para hacer lo que necesitaba hacer en Clear.
Estaba pensando en lo que necesitaría para el viaje cuando una llamada a la puerta me sobresaltó, aunque la estaba esperando. Me levanté para ir a abrir a Buddy Lockridge.
Harry Bosch abrió la puerta y Rachel se dio cuenta de que estaba enfadado. Iba a decir algo cuando vio que era ella y se contuvo. Rachel comprendió que Harry Bosch estaba esperando a alguien y que ese alguien se estaba retrasando.
– Agente Walling.
– ¿Esperaba a alguien?
– Ah, no, en realidad no.
Rachel vio que Bosch miraba por encima de ella al aparcamiento de la parte de atrás.
– ¿Puedo pasar?
– Perdón, claro, pase.
Dio un paso atrás y le sostuvo la puerta. Rachel entró en un pequeño apartamento, triste y escasamente amueblado. En la izquierda había una mesa de comedor que sería de la década de 1960 y Rachel vio una botella de cerveza, una libreta y un atlas de carreteras abierto por un mapa de Nevada. Bosch se acercó con rapidez a la mesa. Cerró el atlas y su libreta y los apiló uno encima de otro. Ella se fijó entonces en que su licencia de conducir también estaba sobre la mesa.
– Bueno, ¿qué le trae a este lugar de ensueño? -preguntó Bosch.
– Sólo quería ver en qué anda -dijo ella, eliminando la sospecha de su voz-. Espero que nuestro recibimiento en la caravana no haya sido demasiado duro para usted hoy.
– No. Gajes del oficio.
– Sin duda.
– ¿Cómo me ha encontrado?
Ella se adentró en la sala.
– Paga este sitio con tarjeta de crédito.
Bosch asintió con la cabeza, pero no se mostró sorprendido por la rapidez o la cuestionable legalidad de la investigación que ella había llevado a cabo. Rachel continuó, señalando con el mentón el libro de mapas que descansaba sobre la mesa del comedor.
– ¿Planeando unas pequeñas vacaciones? Ahora que ya no está trabajando en el caso.
– Un viaje por carretera, sí.
– ¿Adónde?
– Todavía no estoy seguro.
Ella sonrió y se volvió hacia la puerta abierta del balcón. Vio un jet negro de aspecto caro sobre el asfalto, más allá del aparcamiento del motel.
– Según los registros de su tarjeta de crédito hace casi nueve meses que alquila este sitio. De manera intermitente, pero sobre todo aquí.
– Sí, me hacen un descuento por larga estancia. Resulta a veinte dólares por día, más o menos.
– Probablemente es demasiado.
Bosch se volvió y examinó el apartamento como si lo viera por primera vez.
– Sí.
Los dos continuaban de pie. Rachel sabía que él no quería que se sentara ni que se quedara por el visitante al que estaba esperando. Así que decidió forzar la situación y se sentó en el sofá raído sin que la invitaran.
– ¿Por qué ha alquilado este sitio nueve meses?
Bosch apartó una silla de la mesa del comedor y se sentó.
– No tiene nada que ver con esto, si es lo que quiere decir.
– No, no pensaba eso. Simple curiosidad. No tiene pinta de jugador, al menos de jugador de casino. Y esto parece un sitio para ludópatas.
Bosch asintió con la cabeza.
– Lo es. Eso y gente con otras adicciones. Estoy aquí porque mi hija vive en la ciudad. Con su madre. Yo estoy intentando conocerla. Supongo que ella es mi adicción.
– ¿Qué edad tiene?
– Pronto cumplirá seis.
– Qué bien. Y su madre es Eleanor Wish, la antigua agente del FBI.
– La misma. ¿Qué puedo hacer por usted, agente Walling?
Ella sonrió. Le gustaba Bosch. Iba al grano. Al parecer, no dejaba que nada ni nadie lo intimidara. Se preguntó por el origen de esa actitud. ¿Era por haber llevado placa o por otra cosa?
– Para empezar puedes llamarme Rachel, pero creo que se trata más de lo que yo puedo hacer por ti. Querías que contactara contigo, ¿no?
El rió, pero sin el menor atisbo de humor.
– ¿De qué estás hablando?
– De la entrevista. Las miradas, las señas, las sonrisas, todo eso. Me has elegido como una especie de aliada. Tratabas de conectar. Supongo que querías equilibrar la situación de tres contra uno.
Bosch se encogió de hombros y miró por el balcón.
– Era un palo de ciego. Yo…, no sé, simplemente pensé que no te estaban tratando demasiado bien ahí, nada más. Y supongo que sé lo que es eso.
– Hace ocho años que el FBI no me trata muy bien.
Bosch la miró.
– ¿Todo por Backus?
– Eso y otras cosas. Cometí algunos errores y el FBI nunca perdona.
– Yo también sé cómo es eso. -Se levantó-. Me estoy tomando una cerveza -dijo-. ¿Quieres una, o es una visita de servicio?
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