– Se trata de datos que tenéis en el ordenador.
– ¿Sobre qué?
– ¿Hay algún sitio donde podamos hablar? -Bajo la voz y añado-: Preferentemente, donde no tengamos que susurrar.
Me agarra la mano (suavemente, con ternura) y me guía a través de la biblioteca hasta un despacho con una puerta de cristal mate. Es un despacho impersonal. Estanterías llenas de grandes carpetas de anillas. Un escritorio antiquísimo con una pantalla de ordenador impresionante sobre un pedestal a la última moda. Un teclado unido con un cable de espiral a la unidad central del ordenador, en el suelo. Un cenicero vacío. Una taza de plástico con un resto de café y colillas. Una silla de oficina poco estable sobre la que se sienta Diane. Me mira. Yo trago saliva. Me abruma la certeza de estar solo con ella y de que (de modo puramente hipotético) puedo inclinarme hacia delante y besarla. Y sí responde a mi beso y suspira con dulzura, puedo cogerla en mis brazos (todavía en teoría), subirla al escritorio y follarla de forma brutal. Y después escribir una carta sobre el asunto a una revista de hombres.
– ¿Qué problema tienes? -pregunta.
Mi problema es que tengo algunos problemas de más.
La silla de madera cruje con mi peso.
– ¿Eres buena buscando? -digo, indicando el ordenador con la cabeza.
– Mmm, sí. Se supone que es mi trabajo.
– Necesito saber más sobre Michael MacMullin.
Me dirige una rápida mirada. No soy del todo capaz de interpretarla.
– ¿Por qué?-pregunta con frialdad.
– No sé lo que estoy buscando -contesto con franqueza.
Su mirada no me suelta. Sólo cuando percibe lo incómodo que me siento, se acerca al teclado, aprieta el F3 de «Búsqueda» y escribe a toda velocidad «Michael MacMullin». El ordenador masca la pregunta y suma antes de responder: «16 documentos hallados. 11 codificados.»*
– ¿Quieres que te imprima los archivos a los que se puede acceder?
– ¿Acceder?
– Once de los archivos están protegidos. Para obtener la información se necesita una contraseña.
– ¿No tienes contraseña?
– Claro. Pero atiende…
Teclea su contraseña.
«No autorizado. Se requiere nivel 55», responde la máquina en inglés.
– ¿Qué significa eso?
– Operamos en distintos niveles. Al nivel once tienen acceso todos los usuarios, incluida la gente ajena a la fundación. El nivel veintidós protege los datos que es preciso documentar y se tiene derecho a consultar. Por ejemplo, proyectos de investigación que se están desarrollando en estos momentos. El nivel treinta y tres protege los archivos con datos que esté prohibido hacer públicos. Los bibliotecarios tenemos autorización hasta ese nivel. El cuarenta y cuatro atañe a los datos personales y las condiciones internas. Y luego hay un nivel cincuenta y cinco que sólo los dioses saben qué protege. Esto es, la dirección de la SIS.
* En. Inglés en el original. (N. de la T.)
– ¿Estáis ligados a una base de datos?
Diane me mira como si fuera una pregunta tonta. Es una pregunta tonta.
– Somos una base de datos. ¿No has oído hablar de nosotros? El tablón de anuncios de la SIS. O www.soinsc.org.uk. ¡Líder mundial en su terreno! Tenemos abonados en universidades e institutos de investigación por todo el mundo.
– ¿ Qué tipo de datos?
– ¡De todo! Todo lo relacionado con la ciencia y la investigación en la que está involucrada la SIS. Es decir, casi de todo. La base de datos está formada por todo nuestro material histórico, actualizado y con referencias cruzadas. Todos los informes y las descripciones de campo están aquí. Además, guardamos artículos relevantes de Reuter, Associated Press, el Times, el New York Times y algunos medios de comunicación serios más.
– ¿Puedes buscar cualquier cosa?
– Más o menos.
– Prueba con el cofre de los secretos sagrados.
– ¿El qué?
– Es una reliquia.
– ¿El cofre de qué?
Se lo repito. Ella teclea. Encontramos nueve entradas. La primera remite al tratado que escribieron en 1973 papá, Llyleworth y DeWitt. La segunda es un resumen del mito:
La reliquia de los secretos sagrados: mito sobre un objeto sagrado o un mensaje en un cofre. Según el filósofo Didactdemus (aprox. 140 d.C), el mensaje sólo estaba destinado «al círculo más interno de los iniciados». El contenido del mensaje no está claro.
El cofre con la reliquia se guardó en el monasterio de la Santa Cruz, aprox. 300-954, año en que fue robado. Se dice que los cruzados lo entregaron a la orden de los hospitalarios de San Juan de Jerusalén en 1186, pero apenas se dispone de pistas seguras sobre el cofre después de que cayera Acre en 1291. La tradición oral apunta a que fue ocultado por monjes en un octógono. Según diversas tradiciones, el octógono debería estar en Jerusalén (Israel), Acre (Israel), Jartum (Sudán), Agia Napa (Chipre), Malta, Lindos (Rodas), Varna (Noruega), Sebbersund (Dinamarca).
Referencias cruzadas:
Arntzen/DeWitt/Llyleworth ref 923/8608hg
Bérenger Saumére ref321/231lab
Los rollos del mar Muerto ref231/4968cc
Varna ref 675/6422ie
La orden de los hospitalarios ref911/1835dl
Monasterio de la Santa Cruz ref154/5283oc
Rey persa Cambises ref184/0023fv
Rennes-le-Cháteau ref167/9800ea
El sudario de Turín ref900/2932vy
Clemente III ref821/4652om
Instituto Schimmer ref113/2343cu
Profeta Ezequiel ref424/9833ma
Q ref223/9903ry
Nag Hammadi ref223/9904an
Para acceder al resto de los documentos -una sorprendente colección de mitos antiguos europeos, dinastías reales, linajes aristocráticos, ocultismo, saber hermético y referencias incomprensibles- se necesita contraseña. Diane teclea la suya. «No autorizado. Se requiere nivel 55», responde el ordenador de nuevo.
– Qué raro -dice Diane-. No solemos proteger con contraseñas la información general. Sólo los datos sobre el personal. ¿Es posible que alguno de estos reyes o profetas haya trabajado para nosotros? -añade entre risas.
– ¿Un proyecto temporal? -propongo.
Me mira de reojo.
– ¿Qué es esta reliquia?
– Dios sabe. Busca en Ezequiel.
– ¿Quién?
– El profeta Ezequiel. Había una referencia cruzada.
Encuentra cuatro entradas. Tres están bloqueadas. La que está abierta remite al Instituto Schimmer.
– ¿Sabes qué es el Instituto Schimmer? -pregunto.
– Un centro que concilia investigación de base arqueológica y teológica. Entre otras muchas cosas.
– Prueba con Varna -digo, y deletreo la palabra.
Encontramos siete documentos. Uno remite al tratado de papá. Otro, a los hospitalarios de San Juan. Otro remite a un monasterio de Malta. Otro atañe a las excavaciones en curso del profesor Llyleworth. Otro, al Instituto Schimmer. Los otros tres están bloqueados.
– ¡Busca en Rennes-le-Cháteau!
Diane me mira.
– ¡Rennes-le-Cháteau!-repito.
Carraspea, y le cuesta un rato escribirlo bien y encontrar el símbolo â.
Nos da dieciocho entradas. La mayoría tiene el acceso bloqueado.
Diane imprime la información accesible, que habla del joven cura pobre que encontró unos pergaminos cuyo contenido permanece aún desconocido, pero que le hizo ganar una fortuna. Se insinúan conexiones con las cruzadas, las órdenes de caballería y con conspiraciones vinculadas a los masones y a linajes letrados.
– ¿Podrías buscar todas las excavaciones en las que ha participado la SIS? -pregunto.
– ¿Estás loco? ¡Tendríamos que quedarnos aquí hasta mañana!
– ¿Y las excavaciones que han dirigido MacMullin y Llyleworth para la SIS?
– Claro. Pero va a llevar su tiempo.
Читать дальше