Qiu Xiaolong - Muerte De Una Heroína Roja

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Shanghai, 1990, el asesinato de la joven Guan «Hong Ying», una celebridad política y estandarte nacional, se convierte en un caso delicado un año después de los acontecimientos de la Plaza Tiananmen. El recién ascendido Inspector Jefe Chen Cao se muestra poco convencido por la máscara de perfección de la heroína roja, entregada a la causa del Partido, sin amigos ni amante.
Muerte de una heroína roja es mucho más que una historia de detectives. Llena de contrastes, es una radiografía sutil de la China de la transición, captada a través de una multitud de historias particulares y una apasionante inmersión en su historia, cultura, tradición poética y gastronómica. Una magnífica iniciación a la China de hoy.
Galardonada con el Premio Anthony a la mejor primera novela y finalista del prestigioso Premio Edgar, Muerte de una heroína roja es la confirmación de uno de los escritores más interesantes del momento.

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– ¿Y cuál cree que será el resultado?

– Wu será castigado, de eso no hay duda. Si no, no tiene sentido todo este montaje. El juicio podría durar varios días.

– ¿Pena de muerte?

– Seguro que gozará de un indulto, con el viejo Wu todavía ingresado. Antes bien, La gente no lo consentiría menos que eso.

– Sí, creo que es lo más probable. ¿Qué más le ha contado Wang?

– Quería que le transmitiera sus felicitaciones, el Viejo cazador también, el saludo de un viejo bolchevique. «Viejo bolchevique», una expresión muy suya. Hacía años que no se la había oído.

– Sí que es un viejo bolchevique. Dígale que lo invitaré a la Casa del Medio del Lago. Tengo una deuda muy importante con él.

– No se preocupe por eso. Le he oído decir que será él quien invite. El viejo no sabe qué hacer con su paga de asesor.

– Se lo merece, después de treinta años en el cuerpo, por no hablar de su aportación a la solución del caso.

– Y Peiqin está pensando en otra cena. Esta vez será mejor, puedo asegurárselo. Acabamos de recibir un auténtico jamón de Yunnan. -El inspector Yu, que debería haber superado hacía años la emoción que un "poli" sentía después de cerrar un caso, no paraba de hablar-. Es una pena. Se está perdiendo lo mejor.

– Sí, tiene razón. He estado muy ocupado con la Confe rencia. Casi me había olvidado de que estoy a cargo del caso.

Colgó y volvió deprisa al hotel. Tenía que conferenciar por la mañana y asistir a una mesa redonda por la tarde. Al final de la jornada, el ministro Wen debía pronunciar el discurso de clausura. Al cabo de poco rato, Chen volvía a estar desbordado por las minucias del evento. Durante la pausa de mediodía, intentó telefonear de nuevo para enterarse del juicio, pero en el vestíbulo lo detuvo el superintendente Fu, del Departamento de Policía de Beijing, con quien estuvo media hora hablando. Luego se le acercó otro director, y durante la cena no tuvo ni un respiro, porque llegó el momento de agradecer la asistencia a todos los invitados con un brindis, mesa por mesa. Después de la cena, lo buscó el ministro Wen, deseoso de conversar con él. Finalmente, después de los largos discursos, ya bien pasadas las nueve de la noche, consiguió salir del hotel hasta otra cabina telefónica en la calle Huanpi. Yu no estaba en casa. Marcó el número del Chino de ultramar Lu. Wang Feng lo había llamado.

– Se ha puesto muy contenta por ti. Eso se notaba, hasta en su tono de voz. ¡Una chica realmente estupenda!

– Sí, así es.

Cuando volvió a su habitación, la camarera ya lo había arreglado todo. La cama estaba hecha, la ventana cerrada y la cortina corrida en parte. Había un paquete de Malboro en la mesilla de noche. En la pequeña nevera, vio varias botellas de Budweiser, lujos importados que se correspondían con sus funciones en ese encuentro. Todo daba a entender que ahora era un «cuadro importante». Encendió la lámpara de la mesilla de noche y miró la programación de la televisión. El hotel tenía servicio por cable, así que podía elegir diversas películas de artes marciales producidas en Hong Kong, pero no tenía ganas de mirar la televisión. Volvió a acercarse a la ventana y vio, una vez más, la silueta de los grandes almacenes Número Uno, cuyos rótulos luminosos la recortaban en la noche.

Si se hubiera presentado una emergencia, Yu lo habría llamado. Después de ducharse, se puso el pijama, abrió una Budweiser y empezó a leer el periódico. No era gran cosa, pero él sabía que no se dormiría. No estaba borracho, desde luego no tanto como Li Bai, un poeta de la dinastía Tang autor de unos versos en que describía cómo bailaba con su propia sombra a la luz de la luna. De pronto, oyó que llamaban quedamente a la puerta. No esperaba a nadie. Podía fingir que dormía, aunque sabía de historias sobre el personal de seguridad que entraba en las habitaciones a horas intempestivas.

– Sí, adelante -dijo resignado-.

La puerta se abrió.

Alguien se asomó, descalza, vestida con una bata blanca.

Chen se quedó mirando a la intrusa por unos segundos, situando la imagen en sus recuerdos, hasta que la reconoció.

– ¡Ling!

– ¡Chen!

– ¡Qué increíble, verte aquí! -no supo cómo continuar-.

Ella cerró la puerta. No había ni asomo de sorpresa en su rostro. Era como si acabara de salir de la antigua biblioteca en la Ciudad Prohibida, con un montón de libros bajo el brazo, mientras los gritos de las palomas resonaban en la distancia en el cielo despejado de Beijing. Como si acabara de salir del mural pintado en la estación de metro, una joven uigur con un racimo de uva en los brazos, un movimiento infinito, moviéndose sin moverse, ligera como un cielo de verano, con los pies descalzos y adornados con brazaletes, y los fragmentos de pan de oro que se desprendían del marco… Y Ling era la misma, a pesar del paso de los años, salvo que su largo pelo, que ya se había soltado, le llegaba hasta los hombros. Unos cuantos mechones formaban bucles sobre sus mejillas, si bien le daban un aire a la vez distendido e íntimo, y entonces Chen vio las ligeras arrugas en torno a los ojos.

– ¿Qué te trae por aquí?

– Una delegación de bibliotecarias de Estados Unidos. Les sirvo de guía. Te lo había mencionado.

Ling le había transmitido la posibilidad de acompañar a los delegados de las bibliotecas estadounidenses a las ciudades del Sur, pero no había nombrado Shanghai como uno de sus destinos.

– ¿Has cenado? -otra pregunta desafortunada, y Chen empezaba a irritarse consigo mismo-.

– No. Sólo he tenido tiempo para darme una ducha.

– No has cambiado.

– Ni tú.

– ¿Y cómo has sabido que me hospedaba aquí?

– Llamé a tu despacho. Alguien me lo dijo, creo que fue el secretario del Partido Li Guohua. Al principio, lo noté bastante reservado, así que le tuve que decir quién era. -¡Oh!

"Más bien, quién era su padre", caviló Chen… Ling sacó un cigarrillo. Él se lo encendió, cubriendo el mechero con el cuenco de la mano. Los labios de Ling le rozaron suavemente los dedos.

– Gracias.

Ling se acomodó en el sillón con gesto desenfadado. Cuando se inclinó sobre el cenicero para dejar la ceniza, la bata se le abrió ligeramente, y Chen tuvo una fugaz visión de sus pechos. Ella era consciente de su mirada, pero no la cerró. Se quedaron mirando fijamente a los ojos.

– Donde quiera que estés, te encontraré -dijo bromeando-.

Había sabido encontrarlo, sin duda. No tenía por qué ocultarle información a ella. Como HCS, Ling sabía manejarse. A pesar de la broma, Chen sintió que crecía la tensión entre los dos. Era ilegal que un hombre y una mujer compartieran una habitación de hotel sin un certificado de matrimonio. Los responsables de la seguridad del hotel tenían derecho a irrumpir en la habitación. En cualquier momento se escucharía un golpe en la puerta. «¡Control rutinario!» Algunas habitaciones incluso estaban equipadas con cámaras de vídeo ocultas.

– ¿Dónde está tu habitación?

– En esta misma zona de «huéspedes distinguidos», puesto que acompaño a la delegación de Estados Unidos. Los de seguridad no entran aquí.

– ¡Qué bien que hayas venido!

– «Es difícil encontrarse y también separarse. / El viento del Este ha amainado y las flores languidecen…» -Ling citaba los versos sobre los infelices amantes sabiendo lo que hacía, pues conocía la pasión de Chen por Li Shangyin-. Te he echado de menos -su rostro, aunque marcado por el cansancio del viaje, se suavizó bajo la luz-.

– Y yo a ti.

– Después de todos los años que hemos perdido -bajó la mirada-, esta noche estamos juntos.

– No sé qué decir, Ling.

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