¿Por qué nadie ha hecho nada con los cadáveres? Hemos mantenido cerradas las cortinas en la sala de estar para que los niños no los vean. Si el cuerpo de la mujer de Woods sigue ahí por la mañana saldré a echarle una sábana por encima para que no esté a la vista. Puedo ver los restos ennegrecidos de los brazos de la mujer. Sus huesudas manos y dedos están levantados y unidos como si estuviera rezando o suplicando ayuda.
No sé lo que vamos a hacer. Estoy intentando no dejarme llevar por el pánico. No creo que tengamos más alternativa que encerrarnos y sentarnos a esperar a que pase, por mucho que tarde. No quiero que…
– ¿Qué estás mirando? -pregunta de repente una voz a mi lado, haciendo que dé un salto. Miro a mi alrededor y veo que es Ellis. Se ha deslizado en la habitación y ha conseguido subir la escalerilla hasta la cama de Ed. Me está mirando por encima de la barandilla, con ojos grandes como platos.
– Nada -digo, apartándome a un lado y dejándole espacio para que pueda subir a mi lado. Con esfuerzo se sube a la cama.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
Eso es difícil de responder. Ni siquiera yo estoy muy seguro.
– Nada -repito.
– ¿Estás mirando a la señora muerta? -pregunta con inocencia y sin darle importancia.
– No, sólo me he echado un rato. Estoy cansado.
– ¿Por qué estás en la cama de Ed? ¿Por qué no te has echado en la cama tuya y de mami?
Sus preguntas parecen no acabar nunca. Me gustaría que lo hicieran. No estoy con ánimos para contestarlas.
– Quería ver la tele -le explico, sin ser totalmente honesto-. No tengo ninguna en mi dormitorio.
– ¿Por qué no miras la tele con todos nosotros?
– Ellis -digo, reprimiendo un bostezo y acercándola más-, cállate, ¿quieres?
– Cállate tú -murmura entre dientes. También bosteza y se arrima más.
Por un ratito la habitación vuelve a estar en silencio y empiezo a preguntarme si Ellis se ha dormido. Pero no es sólo esta habitación la que está en silencio: en todo el piso hay un silencio ominoso. Incluso puedo oír los sonidos apagados de la tele en la sala de estar. ¿Están callados o les está pasando algo? ¿Es consecuencia de lo que ha pasado en el exterior, o es que el aislamiento y la incertidumbre empiezan a producir un efecto en el resto de la familia? ¿Uno de ellos está a punto de empezar a cambiar, o ya han cambiado…? Una vez más estoy pensando sobre lo que ocurre fuera. Todos estos pensamientos oscuros e inquietantes me están deprimiendo. Seguramente las cosas no pueden seguir así indefinidamente. Deben llegar a un punto en el que ocurra algo o la situación se resuelva por sí misma, ¿o no? No tengo respuesta y siento un gran alivio cuando Ellis decide atacarme con otra batería de preguntas mucho más sencillas.
– ¿Volveremos mañana a la escuela? -pregunta con inocencia.
– No lo creo -contesto.
– ¿Al día siguiente?
– No lo sé.
– ¿Al otro?
– No lo sé. Mira, Ellis, no sabemos cuándo volverá a abrir la escuela. Esperemos que no tarde mucho.
– La semana que viene voy de excursión.
– Lo sé.
– Mi clase va a ir a una granja.
– Lo sé.
– Iremos en autobús.
– Lo sé.
– ¿Podremos ir?
– Eso espero.
– ¿Me llevarás si la escuela sigue cerrada?
– Te llevaré.
Con eso parece feliz y se calla de nuevo. Me recuesto y cierro los ojos. Hasta ahora el día ha sido largo y emocionalmente agotador, de manera que se ha cobrado su peaje. Siento los párpados pesados. Al poco, siento que el cuerpo de Ellis se relaja en mis brazos. Su respiración cambia, volviéndose más superficial y regular, y la miro. Está dando cabezadas, completamente relajada y casi dormida. En un mundo que de repente se ha vuelto totalmente irracional, impredecible y caótico ella permanece perfecta e inalterada. Esta niña pequeña lo es todo para mí.
Estoy cansado. Cierro los ojos.
Estaba casi dormido, hasta que volvió la imagen de la niña en el supermercado de esta mañana. Durante un terrorífico momento he imaginado que era Ellis y que estaba atacando a Lizzie tirada en el suelo. Estoy aterrorizado. Estoy petrificado ante la perspectiva de que, sea lo que sea que está ocurriendo fuera, pueda encontrar el camino de entrada a mi hogar y hacer daño a mi familia.
Intento imaginarme a esta bonita niña atacándome. Intento imaginarme a mí atacándola a ella.
Es justo antes de medianoche. Los niños están durmiendo. Estamos sentados en la sala de estar, en silencio y una casi total oscuridad. Harry, Liz y yo no podemos estar más separados los unos de los otros. Harry está frente a la ventana, mirando por unas cortinas medio descorridas. Liz está junto a la puerta, mirando hacia la nada. La televisión ha estado apagada toda la noche. Nadie dice nada nuevo, de manera que no tiene sentido mirarla. La falta de información está empeorando las cosas.
– ¿Alguien quiere algo de beber? -ofrezco. El silencio es insoportable. Ella niega con la cabeza y baja la mirada. No ha hablado durante horas. Tuvimos una conversación sobre los niños justo después de que ser fueran a la cama, pero desde entonces casi no ha dicho nada.
La habitación se llena de un ruido sordo y retumbante, y un súbito rayo de luz, cuando una gran bola de fuego se levanta hacia el cielo desde un edificio cercano.
– ¿Qué demonios ha sido eso? -gruñe Harry mientras se levanta de la silla y se tambalea hacia la ventana. Abre completamente la cortina y yo me quedo detrás de él y miro por encima de su hombro. No puedo ver qué se está quemando. Quizá sea el centro médico de Colville Way. Está a unos quinientos metros de aquí, pero es demasiado cerca para sentirse tranquilo. Cuando se apaga el ruido inicial y se modera el crepitar de las llamas oigo otros ruidos igualmente aterradores. Una mujer desesperada grita pidiendo auxilio. Su voz suena ronca y aterrorizada. Le está suplicando a alguien, gritándole que se alejen de ella y que la dejen sola… y sus gritos paran de repente. Ahora puedo oír un coche arrancando. El motor está revolucionado y acelera con furia. El coche empieza a moverse a gran velocidad pero su breve viaje acaba en segundos. Los frenos chirrían y los ruedas derrapan en medio de la calle antes de oír el golpe inconfundible de una colisión.
El silencio que sigue al repentino caos es mil veces peor que las llamas y los gritos. Estoy esperando oír las sirenas de la policía, de los bomberos o de cualquiera que pueda ayudar aproximándose a la escena; pero no hay nada, sólo un silencio frío y hueco. Sé que la respuesta sería la misma si algo ocurriera aquí. Estamos completamente abandonados a nuestra suerte.
Me doy la vuelta. La habitación sigue iluminada por el apagado resplandor del fuego. Veo que Lizzie está llorando. Me siento a su lado, dejando a Harry en la ventana contemplando ese infierno tan cercano. Pongo un brazo a su alrededor y la atraigo hacia mí.
– Venga -digo inútilmente. Ella no reacciona. Le cojo la mano, que se queda inerte en la mía.
– Nunca debería haber llegado hasta este punto -parlotea Harry de espaldas a nosotros, junto a la ventana, como un general supervisando el campo de batalla-. Nunca deberían haber dejado que llegáramos a esto.
Se da la vuelta y nos mira a los dos, como si estuviera pidiendo una respuesta. Liz le devuelve la mirada con la cara cubierta de lágrimas.
– Déjalo, Harry -le advierto-. No es el momento…
– ¿Cuándo será entonces el momento? -me corta-. ¿Cuándo quieres que empecemos a hablar de ello? ¿Cuando los problemas llamen a tu puerta?
– Hay un cadáver tirado en la calle a unos diez metros de aquí. Creo que ya han llegado a la puerta -le replico enfadado.
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